Sale G. K. Chesterton, mi amigo, de W. R. Titterton, que me ha tenido ocupado en los últimos meses, como me quejé aquí. Reclamé ayuda allá. Mencioné acá. Y transcribí un himnillo acullá.
Titterton es un perfecto desconocido. Normal: se pasó la vida detrás de Chesterton, como segundo de a bordo de varias empresas suyas, y detrás de Chesterton es difícil que pueda verte nadie. De remate, murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día que asesinaron a John F. Kennedy, y en el que murieron, nada menos, que C. S. Lewis y Aldous Huxley. Su humildad (palpable en las páginas de su libro) y su tendencia a ocupar el segundo plano fueron quizá un poco exageradas ese último día.
Para que conste que éste no es un artículo blog spot publicitario, advertiré enseguida a todos que se trata de un libro indispensable exclusivamente para chestermaniáticos. Los chestertófilos pueden releer Ortodoxia, tranquilamente. Y para dejarlo más claro aún, paso a recortar y pegar los momentos estelares que recorto y pego en mi prólogo:
Titterton, que suele hacer gala de un magnífico humor, se enfada de la fama de bebedor pantagruélico que le han echado encima a su amigo. Consigue, arrastrado por la indignación, una de las frases más encendidas, con una comparación más brillante, de todo el libro: “No entendían el hecho, muy sencillo, de que era un gran bebedor igual que Robert Browning era un gran amante, y Don Juan y Lord Byron no lo eran”.
A la vez, porque lo cortés no quita lo valiente, cuenta varias chispeantes anécdotas tabernarias […] En ese ambiente, da Titterton con una imagen inolvidable. Describiendo al Chesterton que gustaba de tomarse una cerveza, observa: “Si está con un amigo, la eternidad que anhela ha comenzado”.
Para que conste que éste no es un artículo blog spot publicitario, advertiré enseguida a todos que se trata de un libro indispensable exclusivamente para chestermaniáticos. Los chestertófilos pueden releer Ortodoxia, tranquilamente. Y para dejarlo más claro aún, paso a recortar y pegar los momentos estelares que recorto y pego en mi prólogo:
Titterton, que suele hacer gala de un magnífico humor, se enfada de la fama de bebedor pantagruélico que le han echado encima a su amigo. Consigue, arrastrado por la indignación, una de las frases más encendidas, con una comparación más brillante, de todo el libro: “No entendían el hecho, muy sencillo, de que era un gran bebedor igual que Robert Browning era un gran amante, y Don Juan y Lord Byron no lo eran”.
A la vez, porque lo cortés no quita lo valiente, cuenta varias chispeantes anécdotas tabernarias […] En ese ambiente, da Titterton con una imagen inolvidable. Describiendo al Chesterton que gustaba de tomarse una cerveza, observa: “Si está con un amigo, la eternidad que anhela ha comenzado”.
[…]
Se hacen muy pocas menciones al catolicismo, lo que puede sorprender en un converso como Titterton y que lo fue, en buena medida, por el influjo de Chesterton. Se trata, supongo, de la discreción inglesa. Pero también de la confianza en la unidad de vida: el Chesterton público era éste, hablando de sus ideas políticas. Y de su amor a Inglaterra: qué emoción épica cuando, para describir la grave alegría de la entrada de su país en la primera guerra mundial, Titterton escribe esta frase impresionante: “Y el milagro de encontrar a Inglaterra en el bando correcto era lo mejor que nos había pasado en cuatrocientos años”. Y hablando y escribiendo de trivialidades, minucias y frivolidades, porque como GKC decía: “Puritano era sinónimo de hombre cuya mente no tenía vacaciones… Es imposible estar serio trescientos años… En los templos eternos tiene que haber frivolidad. Es necesario estar cómodo en Sión, a menos que se esté de visita fugaz”. Mientras Chesterton hablaba de cualquier cosa, el catolicismo lo sostenía todo por debajo, y allí, debajo, lo ha dejado Titterton. Aunque pudorosamente nos hace alguna mención que no se nos debería pasar por alto, como cuando declara su convencimiento de que Chesterton tenía —susurra— la visión continua de la divinidad propia de los santos.
No se piense, sin embargo, que el libro rehúye lo más hondo. Con qué impresión se lee el rechazo de Chesterton a “su gran tentación”. G.K.C., según sus propias palabras, pudo ser un hereje. Pudo afincarse en la parcela de la verdad que más iba con su carácter y convertirla en un absoluto indiscutible. Esa verdad suya era la felicidad y la acción de gracias permanente. Y hubiese tenido muchos discípulos, como de hecho empezó a tenerlos. Pero abjuró de su herejía en cuanto comprendió que el mundo no es Dios, que no todo merece una celebración y que, junto al “Hágase tu voluntad”, hay que entonar a renglón seguido el “Y líbranos del mal”. Perdió sus discípulos. O convenció a sus seguidores para que le soltasen. Cayó entonces muy suavemente, dijo, sobre una roca; sobre la Iglesia. Por eso, ahora los discípulos de Chesterton no lo son suyos exactamente, sino cristianos. En rigor, nos viene a decir, no puede haber chestertonianos. Lean, pues, con mucha atención ese pasaje. No conozco una muestra más desnuda y directa de la humildad y la grandeza de Gilbert Keith Chesterton.
Se hacen muy pocas menciones al catolicismo, lo que puede sorprender en un converso como Titterton y que lo fue, en buena medida, por el influjo de Chesterton. Se trata, supongo, de la discreción inglesa. Pero también de la confianza en la unidad de vida: el Chesterton público era éste, hablando de sus ideas políticas. Y de su amor a Inglaterra: qué emoción épica cuando, para describir la grave alegría de la entrada de su país en la primera guerra mundial, Titterton escribe esta frase impresionante: “Y el milagro de encontrar a Inglaterra en el bando correcto era lo mejor que nos había pasado en cuatrocientos años”. Y hablando y escribiendo de trivialidades, minucias y frivolidades, porque como GKC decía: “Puritano era sinónimo de hombre cuya mente no tenía vacaciones… Es imposible estar serio trescientos años… En los templos eternos tiene que haber frivolidad. Es necesario estar cómodo en Sión, a menos que se esté de visita fugaz”. Mientras Chesterton hablaba de cualquier cosa, el catolicismo lo sostenía todo por debajo, y allí, debajo, lo ha dejado Titterton. Aunque pudorosamente nos hace alguna mención que no se nos debería pasar por alto, como cuando declara su convencimiento de que Chesterton tenía —susurra— la visión continua de la divinidad propia de los santos.
No se piense, sin embargo, que el libro rehúye lo más hondo. Con qué impresión se lee el rechazo de Chesterton a “su gran tentación”. G.K.C., según sus propias palabras, pudo ser un hereje. Pudo afincarse en la parcela de la verdad que más iba con su carácter y convertirla en un absoluto indiscutible. Esa verdad suya era la felicidad y la acción de gracias permanente. Y hubiese tenido muchos discípulos, como de hecho empezó a tenerlos. Pero abjuró de su herejía en cuanto comprendió que el mundo no es Dios, que no todo merece una celebración y que, junto al “Hágase tu voluntad”, hay que entonar a renglón seguido el “Y líbranos del mal”. Perdió sus discípulos. O convenció a sus seguidores para que le soltasen. Cayó entonces muy suavemente, dijo, sobre una roca; sobre la Iglesia. Por eso, ahora los discípulos de Chesterton no lo son suyos exactamente, sino cristianos. En rigor, nos viene a decir, no puede haber chestertonianos. Lean, pues, con mucha atención ese pasaje. No conozco una muestra más desnuda y directa de la humildad y la grandeza de Gilbert Keith Chesterton.
De los muchos desacuerdos que tengo con GKCh, uno de los más constantes está en su postura ante la Gran Guerra. No me cabe en la cabeza que le encontrara una lectura moral a esa guerra que, más que ninguna otra, fue puramente de intereses nacionales.
ResponderEliminarSi no fuera imposible, se diría que está hablando de la Segunda.
Es más, por mucho que lo lea (y lo leo bastante) no encuentro en ninguna parte el contenido moral, en qué exactamente cree que tiene razón moral Inglaterra frente a Alemania.
Su discurso bélico resulta especialmente desagradable -malvado, de hecho- si lo comparamos con el de GBSh, mucho más limpio y humano.
¡Enhorabuena!
ResponderEliminarInteresante desacuerdo, Ignacio. Se me ocurre un cóctel de razones chestertonianas, aunque reconozco que me muevo a tientas: 1) Inglaterra entró al lado de la católica Francia, contra la Alemania protestante. Sí, Austria era católica, pero GKC lo ve así, o al menos ve que es la primera vez en 400 años que Inglaterra no escoge su postura en contra de Roma. De hecho, fue un hito clave para el reconocimiento social en Inglaterra de los católicos ver que se batían como auténticos ingleses en esa guerra. 2) El cumplimiento de la palabra dada y los acuerdos firmados, que era una idea fundamental en el caballeroso Gilbert. 3) Y no hay que descartar en absoluto un contagio de patriotismo inglés y un sentirse al lado (como siempre) del pueblo llano. Fue muy duro después con los intereses políticos que había detrás de la guerra. Recuerdo su excelente poema "Elegía en un cementerio de pueblo", por ejemplo:
ResponderEliminarHombres que trabajaron por su patria
tienen su tumba aquí, en su suelo natal.
Las abejas, las pájaros, las nubes de su patria
sobre su cruz vienen y van.
Pero los que lucharon por su patria,
por su patria siguiendo una estrella fugaz,
tienen --oh pobre, pobre patria--
sus tumbas tras el mar.
Y aquéllos que gobiernan a la patria
siempre reunidos en la oscuridad
tienen --oh pobre, pobre patria--
sus tumbas a estrenar.
Se vé que he sido razonablemente bueno este año...
ResponderEliminarPedí a los Reyes (los Magos, claro es) tuvieran a bien regalarme la "biografía" de Titterton traducida por ud.; me cayó en Nochebuena (regalo del Niño Jesús, como decíamos en mi casa en dulce anticipo de la noche de Reyes) y me la zampé en tres días.
Además de ud. creo que el otro loco Chestertoniano soy yo: uno en Cádiz y otro en Sevilla...
¿Podría esperar de su generosidad me indicara alguna página desde la cual pudiera descargar algunas obras de nuestro autor? Busco desesperadamente la "Pequeña historia de Inglaterra" o "La tierra de los colores". Gracias y mi más sinceras felicitaciones por su traducción.
Abrazos sevillanos...
Muchas gracias, M. de I. Y enhorabuena por lo bien que le quiere a usted el Niño Jesús. Hay una página en la que están casi las obras completas de G. K. C. en inglés, pero ahora me he puesto a buscarla y no doy con ella. Quizá la hayan borrado. Aquí hay bastantes libros: http://www.gutenberg.org/browse/authors/c#a80
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