EL VIOLINISTA
Ocurrió en París, en una calle del centro. Un hombre sucio y maloliente tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo se encontraba su boina, con la esperanza de que las personas que pasaran por allí le arrojasen algunas monedas para llevar a casa.El pobre hombre trataba de sacar alguna melodía, pero era imposible identificar a cuál se refería, debido a lo desafinado que se encontraba el violín y a la forma aburrida en que lo tocaba.
Un famoso solista, que junto a su mujer y unos amigos, salían de un teatro cercano, se pararon frente al hombre que tocaba el violín. Todos arrugaron la cara al escuchar esos sonidos tan raros. Y no hicieron otra cosa que reírse. Así que la esposa del solista le pidió a su marido que si podía tocar algo. El marido le echó una mirada a las pocas monedas que había en el interior de la boina del pobre hombre y decidió hacerlo.
Le pidió el violín y él se lo prestó con cierta tristeza. Lo primero que hizo el solista fue afinar. Y después con mucho saber tocó una melodía muy bonita con el viejo instrumento. Los amigos empezaron a aplaudir y las personas que pasaron por allí comenzaron a agruparse para ver aquel espectáculo. Al escuchar la música las personas de las calles cercanas también se acercaron y de pronto se abarrotó el trocito de calle por el pequeño concierto.
La boina no se llenó sólo de monedas, sino también de muchos billetes. Mientras el solista creaba melodías tras melodías con mucha alegría. El pobre hombre estaba aún más feliz y no paraba de dar saltos de alegría y de decir:
—¡Ése es mi violín! ¡¡Ése es mi violín!!
Lo cual era cierto.
viernes, 28 de abril de 2006
La violinista
Me lo pidió un compañero de instituto que me auxilia constantemente con la informática y con el que a menudo charlo de literatura. Así que, en contra de mis hábitos, no me escabullí y me resigné a formar parte del jurado del concurso de relatos del centro. Lo esperable es que me diera para hacer una reflexión sobre lo que nuestros alumnos tienen en la cabeza, hablar de su afición a la violencia, también a la ortográfica y a la sintáctica, y de la influencia del cine malo y de los juegos de rol. Pero donde menos se espera, salta la liebre. No sabemos si será la liebre flautista (mejor dicho, violinista) o si se tratará de alguien con verdadero talento narrativo. Lo cierto es que la autora, de sólo 2º de ESO, ha escrito un relato que emociona. A mí y al resto del jurado. Puede que la docencia nos haya ablandado el jucio. Yo creo que (al menos en este caso) no; juzguen ustedes:
Muy bueno. Enhorabuena a esa alumna.
ResponderEliminarHermosa muestra de sensibilidad. Gran contenido con gran sencillez.
ResponderEliminarSigo aquí... No me he ido... (del blog, claro, porque Sevilla es otro cantar).
ResponderEliminarBuen relato, sí señor. Yo, que trabajo ahora en un colegio, me quedo sorprendido de la cantidad de chavales que escriben bien. Nos quejamos de cómo está la enseñanza, y con razón. Pero hay muchachos que apuntan buenas maneras: sólo hay que orientarles en las lecturas. Esa es mi experiencia de los últimos meses y me consuela. Claro, que uno empieza a darse cuenta de que vamos para mayores y de que la cantera puja fuerte...
ResponderEliminarO el banco me ablandó el juicio a mí también o el cuento es muy bueno. Gracias por colgarlo.
ResponderEliminarHasta que llegué al final, la impresión que me daba es que era una anotación para un guión de cine. O la narración breve de un argumento, o de un mito. Es decir, sin mérito literario, SALVO el de no ser redicho, ni meloso, ni cursi, que es lo propio a esa edad. Y ese SALVO ya era muy importante. Pero es que el final es tremendo, muy bueno. De veras, muy bueno. Dale, Enrique, la enhorabuena de mi parte a esa muchacha.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por los aplausos para la autora, porque ella se los merece y, probablemente, los lea aquí; y porque me alivia pensar que el jurado no ha fallado...
ResponderEliminarUna nueva obra de misericordia: aplaudir a quien se lo merece.
lo que pasa es que el violín no es el violín sino la persona que lo toca.
ResponderEliminarLa historia es hermosa y triste como un adagio. Enhorabuena
Pero semejante escena no se hubiera producido sin el violín del pobre hombre, ahí, encontradizo, en esa calle. Su miseria, su patetismo, su mal oído y pertinacia, atrajo ese final de cuento de hadas. Igual que los niños atraen los regalos.
ResponderEliminar¿Y si el violín fuese el lector que ante un gran poema exclama: "eso es lo que me ocurre, eso es lo que me ocurre"?
ResponderEliminarO más, ¿y si el violín fuese el pobre hombre sonando -Oh música deliciosa- sonando entre las manos expertas de Dios?
¡Qué suerte! Pues además de leer este gran cuento veo que Uds., los literarios, buscan sentido o explicación a los cuentos. No sé quien me había dicho que no había que hacerlo.
ResponderEliminarMás suerte aún, pues temía dejar una interpretación que resultó ser parecida la EGM #2. Así que ahora tomé coraje.
Aplicaría mucho para un amigo que se ponía muy triste cuando le decían en su educación religiosa aquello de que todo lo bueno ue hacemos viene de Dios. Es como que el era muy orgulloso y quería que valgan sus méritos. No podía aceptar lo contario.
Pero este violinista se puso contento (bah, yo me lo imaginé contento), cuando el Violinista tocó grandes melodías con su violín.
Mi amigo Nico podría ponerse contento de que Dios haga maravillas con sus miserias (que no es peor que la mía o la de cualquiera).
Saludos.
Juan Ignacio, en cuentos, los argentinos sois la máxima autoridad y te habían dicho bien, no hay que interpretarlos. Pero qué le vamos a hacer si nos sugieren tanto y no sabemos quedarnos callados. Quizá la autora lea estos comentarios nuestros con perplejidad, pero es que nadie sabe todo lo que escribe cuando escribe. Yo lo veo como tú: la alegría del violinista callejero, su orgullo humilde, es el secreto corazón del cuento.
ResponderEliminarComo en cualquier poema, estoy de acuerdo con Beades. Iba a decir, sin leer siquiera los comentarios, que lo que más me gusta es el final, ese ¡es mi violín!, y ese "y era cierto".
ResponderEliminarEsto va para Enrique y para Fernando do Vale, que me dijo que, si me ponía a ello, yo también haría un haiku. Pues bien, contra toda esperanza lo he hecho, pero no sé si es bueno:
ResponderEliminarTarde en Madrid:
este sol que florece
sobre tu pelo.
A mí me gusta muchísimo, de verdad. Más haiku que los de Almada, que eran experienciales y que tiraban para haikillas. Yo no sé si retocarlo así, pero esto es, como reza el subtítulo, un "brainstorming", o sea, que lo digo por probar, no estoy seguro:
ResponderEliminarAbril, Madrid,
y este sol que florece
sobre tu pelo.
Una lectora del blog [o sea, mi mujer] pontifica que prefiere la v.o. del haiku, la de Llir, y no la mía [Recordad a Juan Peña: "Cositas del matrimonio..."] También dice que le gusta mucho el cuento de Ana Belén Rodríguez Pulido. Y también que hay que irse a cenar...
ResponderEliminarGracias, Enrique.
ResponderEliminarEstá claro. Al ponernos a hacer la exégesis del cuento (o ni eso, a divagar sobre lo que nos sugiere), hemos dejado atrás el momento poético, ese en el que lo importante es lo que se dice (no "lo que quiso decir"). Pero es verdad, Enrique, que no sabemos estarnos callados.
ResponderEliminarLo de que "sólo somos instrumentos en manos de Dios" es una metáfora como otra cualquiera, con sus limitaciones. Escrivá abusó de ella, llegando a hacer una variación aún peor: cuando recibimos una carta, el sobre se tira. El sobre somos los humanos.
Ya dice C.S.Lewis, al hablar de la Gloria, que las imágenes de la Escritura son diferentes, a veces contradictorias, y así se corrigen unas a otras, para no tomar ninguna como norma absoluta. Ciertos temperamentos, si se les insiste en lo de "meros" instrumentos, se vienen abajo, con razón. Pues no es verdad del todo. El hombre participa en su propia creación.
Lo bueno del final del cuento es esa sensación de regocijo, que no procede de mérito alguno -ni de su ausencia, ojo- sino "porque sí". El gozo sin más.
Totalmente de acuerdo contigo, Beades. Incluso, aunque te sorprenda en la valoración de la variación de Escrivá. Se ve que es una imagen distorsionada por la humildad del autor; y ya sabemos que para ser un buen escritor hay que tener un puntito de vanidad.
ResponderEliminarEn el cuento eso está en su justo medio: ni abajamiento ni exaltación; la alegría porque sí, por participar (en qué medida ni se mide) en la gloria del concierto.
gracias soy el padre de ana belen rodriguez pulido y la verdad es que no tenia ni idea de este relato hasta que anabel me lo comento gracias a todos por los comentarios.
ResponderEliminarEl placer, sr. Rodríguez, ha sido nuestro. El cuento es muy bueno y ha provocado tantos aplausos, emociones e ideas porque se lo merece. Ha sido una de las "tertulias" más apasionadas y bonitas de este blog o cuaderno. Las gracias hay que dárselas a Anabel.
ResponderEliminarHemos visto este cuento en su "blog" y queremos felicitar a su autora.
ResponderEliminar"El violinista" es un cuento tradicional que se encuentra en internet bajo el vocablo el violinista. Por lo tanto, el publicado es un enorme plagio... Más aun: es para peor un plagio inconcluso, porque el cuento trae una moraleja, que aquí se omite. Y es que Dios nos da a todos el libre albredío (o sea el violín) y queda a cargo nuestro afinarlo y tenerlos en condiciones, y también estudiar y prepararse para la vida. El violinista profesional, digamos,es el que hizo las cosas bien; el titular del instrumento es el que no hiozo las cosas bien.
ResponderEliminarMe extraña la opinión editorial, que demuestra desconocimiento de la cuentería y la literatura popular. No es posible tragarse un sapo así...
Hizo trampa, don Anónimo, y nos tragamos el sapo. Años más tarde nos dimos cuenta y como se cuenta, nos alegramos. Gracias por el aviso.
ResponderEliminarA propósito, anónimo, que le quitase la moraleja demuestra que hasta plagiando hace falta tener talento, ¿no?
ResponderEliminar