viernes, 30 de noviembre de 2018
Decantador de malajes
Otra utilidad de las redes sociales o una gracia es que te proponen posibles amigos. Lo hacen enlazando enlaces en una viruta virtual. De modo, que, con poco esfuerzo, uno lanza esas peticiones de amistad entre conocidos y saludados y conocidos de conocidos y saludados de saludados, en un Pla al cuadrado. Bien.
Lo gracioso es que, involuntariamente, esa herramienta se convierte en un decantador de malajes. ¿Cómo? Porque amontona e insiste en proponerte proposiciones de amistad a aquellos de tu entorno a los que te resistes, porque te dan pereza o una leve alergia o te temes un mohín de fastidio si les invitas o lo harías tú. Como a todos les demás sí les mandas tu guiño 3.0, se te va quedando una selección de esaboríos que ni tú sospechabas que existía y, mucho menos, que tenía tal envergadura.
Naturalmente no escribo desde ninguna superioridad moral. Como la amistad virtual también suele ser mutua, uno se supone allí, también con la carita de la fotito en la primera fila del decantador de malajes ajeno. Y le parece justo.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
Variaciones
SÍ
Como yo sí soy yo
—andaluz y garcía y todas estas cosas—
y no, aunque lo he intentado, Miguel d'Ors
ni don Joaquín Antonio Peñalosa,
traigo aquí ese poema extraordinario
escrito por los dos
donde nos cuentan como quieren ser sepultados;
pero con una leve variación.
Al carpintero que haga mi ataúd
le pediré un diseño de distinta factura:
que se curve a la altura de la cruz,
doblando mi cintura.
Aprovechando mi recién estrenada inocencia
y que la muerte aumenta la constancia,
quiero enterrarme haciendo reverencias,
pues no basta una vida para dar bien las gracias.
Evidentemente es una variación, como advierto, del poema "De rodillas" de Peñalosa y, sobre todo, del poema "Si" de Miguel d'Ors. En general, las variaciones, que son un homenaje, tienen también algo de impertinente sin remedio, pero no es esa la duda que me inquieta, ni tampoco que, como no están allí los originales, falte el referente. Primero pongo los poemas, para disfrutarlos; y luego vamos con la duda real:
DE RODILLAS
Cuando la muerte me sea bien venida,
id por el carpintero de brazos cruzados,
de tiempo disponible y mano diestra,
y pedidle un cajón al gusto del usuario
donde yo quede precisamente de rodillas,
que no basta una vida para pedir perdón.
.............[Joaquín Antonio Peñalosa, en Sin decir adiós]
SI
Si yo no fuese yo
—gallego y d'ors y todas estas cosas—
y fuese (vaya suerte) don Joaquín
Antonio Peñalosa,
aquí figuraría aquel poema mío
—de Peñalosa, nadie se confunda—
donde, con voz que sabe hacerse niña
y es bella y es profunda,
le encargo a un carpintero, para el día
en que, muerto, comience a estar más Vivo,
un ataúd digamos
de diseño exclusivo:
con una hechura tal -pido con esa
humildad que es la forma más alta de razón-
que puedan enterrarme de rodillas,
pues no basta una vida para pedir perdón.
........................................................2-II-98......
............ [Miguel d'Ors, Hacia otra luz más pura, 2003]
Lo que me preocupa es moral. ¿No parece, por contraste, que yo me creo que no necesito pedir perdón, ea? Y encima comparado con Peñalosa y d'Ors, santos varones. Yo sé que siempre he sentido (aunque muy teológico no resulta) que pedir perdón (el hecho de ponerse a pedirlo, digo) tiene un punto de vanidad, cargando el acento en lo que uno hizo, y otro punto quizá de orgullo, dando por sentado que uno es capaz de ofender a la persona a la que se le pide perdón, quizá ofendiéndola por segunda vez o por primera. Si uno insiste, parece que se duda de su generosidad. En cambio, las gracias se centran en la otra persona y en su mérito, además. Sin contar que muchas veces, yo doy las gracias precisamente porque me han perdonado. Yo lo veo; pero mi inquietud es si no se ve nada de esto en el poema. En cuyo caso, pediría perdón, claro está. Y, si lo veis, pues os doy las gracias, desde luego, mil gracias.
lunes, 26 de noviembre de 2018
Mi sombra me asombra
Acostumbrado a llevarla por los suelos, como una moral hundida, de pronto, en el IES, he visto que mi sombra levitaba a media altura, sobre una puerta. Yo, no, sólo mi sombra, pero me ha parecido un buen presagio. Me ha levantado la moral.
Como era difícil de creer, me he hecho una foto y, para que se viera bien la altura de mi sombra, he levantado un pie. No sé qué habrán pensado los alumnos que pasaban viéndome fotografiar la puerta de enfrente a la pata coja, pero estaba tan contento que no me ha importado.
domingo, 25 de noviembre de 2018
Pude saber quién soy
En los primeros años de universidad, decidimos un amigo desde la infancia y yo quedarnos estudiando toda la noche en su piso. Pedí permiso en mi colegio mayor y me fui allí. Tomamos katovit, café y coca-cola. Se nos quitó el sueño, pero también las ganas de estudiar.
Bajo la baja luz de los flexos, a oscuras, con las caras sombradas como en una serie B, empezamos a charlar de éste y de aquél. Mi amigo, que es una inteligencia natural muy fina, y que la tenía potenciada por el cóctel de excitantes, entró en una especie de trance y, semicerrando sus pequeños ojos, era capaz de retratar el secreto motor de la personalidad de cualquiera. Yo lo seguía, admirado. Confieso que, como crítico literario, sólo aspiro a la lucidez inalcanzable que mi amigo alcanzó aquella noche.
De pronto, rasgó aún más sus ojos. Y me miró. «¿Quieres que te diga cómo eres tú?»
Tragué saliva y (casi) grité: «Ni hablar», y hasta me entraron tantas ganas de estudiar que aprobé aquel examen.
Estoy seguro de que aquella noche pude saber quién soy.
Menos mal:
escapé por los pelos.
Viaje de vuelta
Me han echado la mirada de odio más tierna. En la cola de embarque del avión, una señora mayor se paró, taponando el paso. Yo ya prisa no tenía ninguna, pero su hija le dio un empujón muy desabrido y le dijo a la madre: «¡Quita!» Yo le iba a sonreír, pero antes de nada me estaba echando una mirada de odio que me heló la sangre, pero me calentó el alma. Su corazón de madre no iba a afearle, qué va, los modos a la hija. El culpable era yo.
***Como el vuelo venía hacia el oeste, he visto que occidente, contra lo que se dice, es el anhelo de no perder la luz. Es cogerle las vueltas a la luz, seguirla, ir con ella. Europa es un arquero. España es la flecha (la punta es Portugal) e Italia e Inglaterra son los dos extremos del arco. La luz viene de oriente. Y así iba mirando por la ventana durante el vuelo, hasta que el cielo se puso rojo, y pensé que habíamos acertado con la flecha, pero llegó la noche.
***En el aeropuerto de Sevilla, unos segundos de terror con las llaves del coche. Pensé que me las había dejado en Roma. Las veía sobre la mesa de noche. Luego las encontré. Pensé que eso a lo mejor les pasa a todos, pero que como no tienen blogg, pues no lo cuentan, y parecen mucho más cuidadosos y formales que yo.
***
Lo bueno es que eso me preparó para el susto de la tarifa del parking.
***
LUNA (AP-4)
Entre dos nubes,
un segundo me mira.
Ve que he llegado.
***
En el aeropuerto de Sevilla estaban hablando dos operarios. Me fijé sobre todo por el gusto de reencontrarme con el acento. «Ayer quería salir a tomarme un cacharro, pero la parienta me dijo que me lo tomase en casa...» «Y eso no es lo mismo, eh. No sabe igual». «No, yo pá eso no me tomo ná». Pero como yo estaba deseando llegar, me he encaprichado con el cacharro. Cuando he llegado a casa, Leonor ha hecho como la luna, entre dos sábanas. Los niños dormían. La única que me ha hecho grandes cascabeleos ha sido Aspa. Y me he puesto el cacharro, mientras levanto acta de que he llegado. Me está sabiendo a gloria.
jueves, 22 de noviembre de 2018
Tiempo desapacible
No se coordinan
las nubes y la luna:
llena y nublado.
Este haiku mío me encantaría. Creo que la «foto» está bastante bien, el problema es el sentimiento. Esa descoordinación entre la luna y la tormenta me parece refrescante, porque estamos ya bastante hartos de tanta eficiencia y tanta sincronización cronometrada. La belleza es hirsuta, caprichosa, imprevisible y rebelde. De manera que si consiguiese darle al haiku una vibración de admiración incluso en la constatación del fastidio, estaría bien y me consolaría mucho de no poder ver la luna sino a ráfagas raudas.
Ahora parezco más decepcionado de lo que estoy.
domingo, 18 de noviembre de 2018
Normas de seguridad
En el picadero grande, al lado de donde montan los niños, están haciendo algunas obras. Se ven dos máquinas grandes y algunos montones de arena. No están trabajando. Hace viento y el viento mueve ruidosamente las cintas de la señalización de seguridad. Los caballos se asustan y hay una desbandada general. Los niños se asustan más. A algunos les cuesta dominar a los caballos. No se cae ninguno de milagro. Entre los padres, no nos da un infarto de milagro. Una madre casi se mete en el picadero a por su niña.
"Vaya con las normas de seguridad", suspira resignado el profesor, de las muy ibéricas huestes del anarquismo derechoide. Con más razón que un santo.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Cavilaciones
Lo importante de último libro de José Jiménez Lozano es su lección de vida, que resumí aquí. Sin embargo, cuántas sorpresas esperan al lector a la vuelta de la página, incluso algunas sorpresas sorprendentes.
Sorprende que en la página 90 atribuya a Campoamor lo celebérrimo de Argensola o de Argensola del cielo azul que todos vemos que ni es cielo ni es azul. ¿Es posible que se le haya pasado? Sí, claro, naturalmente, y cómo voy yo a afeárselo, que cometo un error diario en el artículo de cada día, uno, como mínimo, digo. Sería, en ese caso, una interferencia muy graciosa entre el color del cristal con que se mira y el color azul del cielo que todos vemos. En cierta manera, además, reivindica a Campoamor, al que pone junto a los hermanos barrocos, pues tampoco se sabe a ciencia cierta si el famoso soneto es de Lupercio Leonardo de Argensola o de Bartolomé Leonardo de Argensola. No hay dos sin tres, incluso entre Argensolas y dudas críticas.
Aunque es extraño que ni él ni nadie de la editorial cayese en ello. O quizá cayeron y decidieron dejarlo a la vista vista de la relatividad que ambas citas postulan. O fue intencionado desde el principio. Una manera de hacernos más cercano y cómplice el caudal de conocimiento que, como quién no quiere la cosa, destila don José en sus diarios. U otro recurso estilístico de los muchos que utiliza para crear un tono conversacional, con sus tartamudeos, casi, y sus titubeos de citas de memoria y con el corazón en la mano.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
La ropa
Algunas mañanas, cuando subo a cambiarme, me encuentro sobre la silla del cuarto de baño, mi ropa doblada y cuidadosamente escogida. Me la ha sacado Leonor. Hubo un tiempo en que medía el valor social que ella daba al evento al que fuésemos, no por el cuidado que Leonor pusiera en su vestido, que siempre es máximo, sino por si me sacaba la ropa a mí o no. Últimamente ha visto que me hace mucha falta y me la pone también los días laborales.
Yo lo agradezco por tres razones de peso: 1) Desactiva mi antoniomachadismo. 2) Me evita cualquier crítica suya a lo largo del día, salvo que se me salga camisa o me manche el pantalón, o sea, críticas superficiales, que no ponen en cuestión mi estética. Y 3) me llevo incluso algún piropo muy sincero, de ella admirando su obra.
Para los más recelosos de la paridad que lleguen incluso a fiscalizar la silla de nuestro baño, he de ofrecerles un detalle que demuestra que mi mujer no lo hace en absoluto por atenderme a mí, sino por amor al buen gusto universal: por no dejar suelta por el mundo otra fealdad, que ya bastantes hay. Jamás me saca los calzoncillos.
Ésos ni mentarlos. Son asunto mío.
Saca todo lo de fuera, lo que pertenece al mundo: zapatos, calcetines, pantalón, cinturón, camisa y jersey. Pero para lo invisible, no, ni hablar, he de ir yo al armario y sacarlos con un esfuerzo que ella jamás ha pretendido evitarme ni por asomo. Ahora bien, en esos casos, echo mi cuarto a espadas y busco unos calzoncillos que entonen con el conjunto. Para que tampoco se diga.
martes, 13 de noviembre de 2018
¿Regreso a Howards End o no?
He visto con creciente admiración la serie Regreso a Howard End (Hettie MacDonald, 2018). Ni había leído el libro de E. M. Forster (1910) ni visto la película de James Ivory (1992). A pesar de que mi entusiasmo, no siento ninguna gana de ver una ni incluso de leer la novela. Recuerdo que me ha pasado otras veces, en un sentido o en otro. Una vez que un libro me ha fijado una imagen de unos personajes, no tengo ningún deseo ni curiosidad de cambiarla, y también al revés: una película, si fiel al argumento, me basta He hecho algunas excepción, oh Jane Austen, y muy bien, claro, pero, en principio, no. Esto responde (me doy cuenta) a una relación demasiado personal con la literatura y con las obras de arte, que me veda uno de los mil y uno sueño de mi vida: ser crítico literario, pero qué le vamos a hacer, tengo otros mil sueños pendientes.
Experimentado mi prejuicio y expuesto, de lo que se trata ahora es de preguntaros si merece la pena vencerlo. ¿Para ver la otra película? ¿Por leer la novela? ¿Para las dos? ¿O no?
jueves, 8 de noviembre de 2018
En concreto
"Amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección", dijo Antoine de Saint-Exúpery con más razón que un santo. Si hubiese vivido más, habría concretado todavía un poco: mirar los dos en la dirección de una hoja Excel de contabilidad doméstica.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
El barbero ante el espejo
El nuevo librito de Ramón Eder sólo es, como suyo, pequeño por fuera. Pequeña Galaxia (Libros al Albur, 2018) reúne y suma aforismos viejos y nuevos sobre el aforismo, mordiéndose la cola (Eder dixit), más un atinado prólogo de José Luis Trullo, que también suma.
Yo me he sentido de repente interpelado. No tanto por este: «Si publicas un aforismo bueno ya es de todo el mundo», aunque debería, ay de mí.
Me he sentido interpelado en mi condición de barbero del rey de Suecia, además recién estrenado a lo grande y a lo gordo, por Chesterton, cuando Eder anota: «Estamos entrando en una época en la que si un escritor no escribe un libro de aforismos se lo acaban escribiendo, entresacando frases de sus libros».
Ay. Aunque hay otra frase de Eder («un libro de aforismos en el que no haya contradcciones no puede ser muy bueno») que consuela y justifica al desolado barbero: «Todo buen escritor ha escrito sin darse cuenta algunos aforismos excelentes».
Qué cosas: la frase de Chesterton de la que sale el título del libro es «Mi verdadero juicio sobre mi obra es que he echado a perder un buen puñado de ideas excelentes». Todos hemos salido ganando.
martes, 6 de noviembre de 2018
Ramas que al tronco salen
Mis hijos se parecen a su madre, y eso que salen ganando, pero a veces les veo un ramalazo mío, y me río.
Carmen lee poco, ay. Pero el otro día estábamos ayudando un poco a mi suegra en su mudanza, entre nubes de polvo y muebles de plomo (o así pesaban). Le pedimos ayuda a Carmen. «No puedo», dijo, «estoy leyendo un libro muy interesante que he encontrado en una caja...» Muchas veces he sospechado que mi afición a la lectura nació y creció al amparo de esos «no puedo» impagables.
Al día siguiente vamos a devolver los libros a la Biblioteca Pública, cada cual con los suyos. La amiguita de Carmen, que sienta detrás, con Quique, le dice, con voz admirativa: «¡Todos esos libros te has leído!» Quique responde impávido: «Psch, no. Uno hace sus planes pero luego la vida se complica». Es mi vivo retrato.
lunes, 5 de noviembre de 2018
Ensayista retroactivo
Quien me hizo la página de Wikipedia fue muy amable. Le estoy muy agradecido porque mucha gente va a leerla, como noto en mis presentaciones. Además de amable, debe de ser anglófilo: puso que yo era "ensayista", siendo así que sólo he escrito críticas un poco más largas y generales y algún prólogo con pretensiones. En principio, por anglomanía y chestertonfilia, me hizo gracia, y lo dejé.
Me empecé a preocupar cuando en el pie de página de mis artículos en Nuestro Tiempo me pusieron "poeta y ensayista".. Llamé a Nacho Uría y se lo expliqué y para el siguiente número lo quitaron, pero luego, en el próximo --se ve que estaba en la plantilla-- resurgió. Ya no dije nada.
Ahora, sin embargo, no me importa, porque he escrito este Aristocracia para todos, que no es más largo que otras cosas que he escrito, pero que ya sí considero un micro ensayo y que, además, quiero continuar hasta ensayar un ensayo.
domingo, 4 de noviembre de 2018
Dos naranjas
Llegar tarde a misa está fatal, aunque no pueda deshacerme de la excusa de que yendo el sábado por la tarde a misa del sábado, porque volveré mañana, no está tan mal librarse de una homilía dominical, al menos. En cualquier caso, no está bien, no.
Sin embargo, eso me ha permitido sorprender por la espalda a Manuel, el mendigo-amigo. He visto su bici, pero no le veía a él. Así que he gritado: «¡Hola, Manuel!» Ha salido del fondo del jardín, con dos naranjas en la mano, y me ha confesado: «Huy, estaba mangando dos naranjitas, que les había echado el ojo, de maduras que ya estaban».
Me ha encantado. Y he recordado de inmediato a Carlos Marín-Blázquez, que dice: «Un atisbo de pudor en un rostro adolescente nos recuerda que no todo está perdido». Más razón aún para la esperanza cuando uno sorprende el rubor en el hirsuto rosto de un viejo mendigo.