Resulta raro que haya quien se
aburra en su matrimonio, si cuanto más tiempo pasa, más cosas pasan, más
matices y aventuras.
La estación de trenes del Puerto
estaba hasta la bandera. Es el puente de Andalucía y muchos aprovechan para
viajar o para trabajar por ahí. Y ahí estaba el quid de la quaestio.
Nosotros vamos a Madrid a hacer muchas cosas y muy variopintas, pero cuando los
múltiples conocidos —estamos es la estación de ferrocarril de un pueblo,
recuerden— nos preguntan por nuestro viaje, estalla una guerra sorda. Vamos porque la
madre de Leonor, por Papa Noel, nos regaló unas entradas para el famoso musical
El Rey León, sí; pero las hizo
coincidir con la fecha de una conferencia mía en el CEU que versa sobre “La
Poética de Chesterton”, y ya nosotros hemos concertado, con mi hermano Jaime, una
visita a Alcazarén a celebrar la salida de El precio con su hacedor. Y para rematar la cosa, el lunes Leonor
se queda a exponer un proyecto a su Director General. En los intersticios, cenamos y comemos con amigos y familiares de Leonor.
La guerra sorda es que ella,
cuando nos preguntan, se abalanza a decir que vamos a ver El Rey León, lo que a mí me da una timidez de gacela por múltiples
motivos. Yo prefiero dejar caer que voy a dar una conferencia, que es algo
mucho más prestigioso, me parece a mí. Leonor está claro que quiere presumir de
madre, es natural. Yo quisiera presumir de prestigio y de moral del trabajo.
Puentear el puente trabajando en la capital, a un antiautonomista como yo, le
produce el mayor de los placeres.
En el andén han quedado implícitamente establecido el juego. Como el tren es una feria, y nos seguimos
encontrando con conocidos y saludados, la cosa adquiere tintes dramáticos. Tenemos que esperar ambos en tensión a que nuestro
interlocutor, como disimulando, nos pregunte a qué vamos a Madrid. Eso lleva su
tiempo, porque la gente no sabe que esta vez estamos deseando que nos cotilleen,
y dan rodeos completamente innecesarios. Cuando la pregunta está por fin en el
aire, la cosa consiste en ver quién desenfunda primero, si Leonor con su madre,
si yo con mi CEU. Ambos somos rápidos. Depende, pues, de a quién esté mirando
en ese momento el interlocutor o cuál de los dos haya pestañeado, ay, en ese
instante. Por dignidad y fair play,
una vez que la mano se ha decidido, el otro aguanta el tirón, aprieta los
dientes y no añade: “Y también a…” Eso jamás.
Ahora, que hago recuento, diría
que Leonor me ganó por un 6 a 2, más o menos. Ya os contaré qué tal El Rey León.