miércoles, 31 de julio de 2019

Vaccacciones en Bracciano: Dante, no, Dante, no


Al final no me daba tiempo a escribir sobre la marcha las impresiones del viaje y ahora tendrán que venir aquí según vayan viniendo, desordenadas, tal y como han terminado en mi memoria. Primero, la que menos me gustaría que se perdiese. 

Los antecedentes son varios. Colecciono monedas de dos euros de Dante. Eso es de antiguo. Mis hijos han heredado la compulsión del coleccionista y andaban como locos con tanta abundancia de monedas como había en Italia, cuerno de la abundancia.

Además de coleccionistas, son muy dantescos, y cada Dante que veían me lo señalaban inmediatamente, como el de la Catedral de Orvieto:


El último antecedente: la zona azul, donde nos hemos dejado una fortuna estos días.

Ahora el hecho. En Caprarola, que es un pueblo en abrupta cuesta como su propio nombre indica, tenía que pagar para la dichosa zona azul. Bajaba la pendiente vertiginosa cuando informé a los niños, que habían quedado atrás: «Sólo tengo para pagar monedas de Dante».

Ellos, desde arriba, casi desde la explanada del Palacio Farnese se dejaron caer corriendo sin control, agitando las manos, conteniendo las lágrimas y gritando con angustia: «Las de Dante, no, papá, las de Dante, no». Los caprarolenses no entenderían nada, pero les conmovió tanta emoción dantesca en unos extraños y, en cualquier caso, les llamó la atención el dramatismo y el suspense de la carrera cuesta abajo, que pudo terminar en tragedia.


miércoles, 24 de julio de 2019

Vaccacciones en Bracciano (3)

Carmen tiene una curiosidad tremenda por las diferencias culturales y por aclarar quién viene en Italia, si il Topolino Petruccio o el hada Disney de los dientes. Yo apuesto por el ratón, pero ella quiere una certeza más científica.

martes, 23 de julio de 2019

Vaccacciones en Bracciano (2)


Lo del retrovisor de mi coche fue una falsa alarma. Ayer las cosas volvieron a complicarse, una tras otra. Por poner un pequeño ejemplo, la imposibilidad de escribir mis entradas abajo, editando la primera, no sé por qué. Aquí iré haciendo mi crónica,  para atrás, como los cangrejos y así esta incomodidad será compartida.

Lo que me tocaba contar lo he tenido que mandar, en forma de artículo, al periódico, pero básicamente era esto. Nos quedamos sin ir a Roma con los niños en el día de nuestro aniversario de bodas porque tuvimos que volver a realquilar los coches y, además, por una equivocación mía, pagando el doble. En ese estado de ánimo, me volví a mis hijos y les dije: “Nos hemos quedado sin excursión”; a lo que Carmen, desde sus nueve años, me replicó: “No hemos hecho la excursión, pero ¡hemos tenido una aventura!”

No sólo la plaza Navona puede compensar un viaje y sus circunstancias. Puede bastar una frase. A mis chestertonianos lectores no se les escapará que la de mi hija recuerda a la del maestro: “Un problema es una aventura mal comprendida, y una aventura es un problema bien enfocado”. Eso multiplicó mi emoción por tres. Sabiendo que nunca se la había susurrado a mi hija, la posibilidad de una transmisión genética del chestertonismo agudo me estremeció de orgullo consanguíneo. La segunda alegría multiplicada es que la niña tiene la mirada del maestro. Coincidir con los grandes por cuenta propia es muchísimo mejor que ser original. Una certificación de talento (con perdón) y una prueba del nueve del acierto. En tercer lugar, para colmo de exultación (que espero que me disculpen porque era mi único consuelo en el desastre), estaba su buen corazón: el aforismo era para consolar a su apaleado padre.



domingo, 21 de julio de 2019

Vaccacciones en Bracciano


21 de julio


Con un pie en el estribo (del avión a Italia), a Carmen se le ha caído una muela. Tenemos grandes dudas si el Topolino Pedrotti trabajará en Italia o si nuestro Ratón Pérez tendrá abierta una delegación en el lago de Bracciano. El viaje empieza con un suspense casi insoportable.

*

El vuelo trae tres horas de retraso, como si fuese arrastrándose en vez de volar. Hemos buscado qué puede haber pasado en Fiumiccino y nos sale una alerta por ébola. ¿Quién ha dicho que en el siglo XXI viajar ha perdido todo su exotismo y su aventura?

*

En el control de seguridad, me echan aparte. La señora me dice: “Lleva usted unas tijeras tremendas, que sobrepasan todos los estándares incluso para la vida terrestre. Me extraño muchísimo, lo que me da aún más pinta de sospechoso. Mete la mano en mi mochila y cuando yo estoy convencido de que va a sacar los aforismos de Ramón Gaya saca unas tijeras que parecen la Tizona y la Durandal hermanas. No me lo explico. Hasta que me lo explico y se lo explico. Una amiga tenía exceso de peso en su maleta y metió algunas cosas a mi maleta. Por lo visto es muy aficionada a la costura. O a la esgrima. O a las ordalías.

*

Es muy duro ser profeta. El 24 de marzo había dicho esto, aunque yo lo había olvidado:


Sin embargo, hoy, cuando en efecto, después de un retraso de tres horas del vuelo hemos tenido que dormir (o intentarlo) en el aeropuerto, todos han recordado mi pofecía y, en vez de admirarme por ella, han decidido que yo he sido el gafe.

22 de julio

En mitad de la madrugada nos han despertado los gritos furiosos de una señora en un ataque muy raro de nervios, lanzándose al suelo y dando patadas al aire e increpando a los que cruzaban. Como mis niños dormían derrengados a mi lado, en un sofá del aeropuerto, me ha entrado el instinto protector, y me he desvelado. ¡Con lo bien que había cogido la postura (de la alcayata sólo cinco minutos antes!

*

Cuando una enorme furgoneta llena de alemanes le pegó un tremendo tortazo al espejo retrovisor del coche que acaba de alquilar, supe que la mala suerte había cambiado de signo de golpe y porrazo. Porque aquello había sido para reventar el mini lancia que me habían dado (con grandes avisos, por cierto, sobre mi responsabilidad en caso de accidentes). Y no pasó nada. La conductora se bajó muy preocupada y no daba crédito al hecho de que mi coche no tuviese ni un rasguño. Como no sabía lo que habíamos pasado ni tampoco hablaba español no entendió por qué le decía alborozado, casi extravíado: “Ya era hora de que esto cambiase, ya era hora”.

*

Ha durado 24 horas el ensalmo. Al principio, todos estaban muy impresionados por mi aprovechamiento del tiempo (oh, la escritura del artículo, del blogg y de mi reseña dantesca para Nueva Revista) además de mi concentración lectora. La única que ponía cara de escéptica es Leonor, que no en vano hoy es nuestro 22 aniversario de boda. Hoy, sin embargo, mientras han ido a la compra, yo me he despistado, ay. Y ya he aprovechado y me he quedado leyendo al coro de las chicharras, que son la hinchada del sol. Cuando han llegado con muchísimas bolsas y calor, me han sentenciado: “Ya sabemos por qué te da tiempo a escribir tanto, eh”. Leonor, por lo bajo, se ha sonreído.

*
















Asombroso


Cuando salga mi nuevo poemario en noviembre, os enseñaré un poema que mi hijo Enrique no conoce y que, sin embargo, tiene el mismo mecanismo de razón poética que él me ha hecho  con más gracia esta noche.

Dejo aquí lo suyo.

Me ha dicho: «Papá, yo estoy convencido de que o Carmen o yo, alguno de los dos, seremos muy ricos». ¿Y eso?, le he preguntado, con cierta aprensión, porque no hay rico que no sea malo o hijo de malo. «Pues porque tú eres de clase media y mamá también es de clase de media, de modo que dos medias unidas darán una entera».


viernes, 19 de julio de 2019

Me parte el corazón



Se me acerca Enriquito y me dice en un aparte: «Ya no quiero ser como tío Nico, quiero ser como tú». Y a mí, verlo tan misericordioso con lo chiquito que es, me parte el corazón.


martes, 16 de julio de 2019

Novela


«Escribir una novela también cuesta», se queja Carmencita cuando le pido que abra ella la puerta, que yo estoy escribiendo mi artículo.

Tras esa respuesta, habría ido yo, naturalmente, pero es tan buena que me lo dice ya de camino. Espero no haberle disipado la inspiración.


lunes, 15 de julio de 2019

El ángel


Los mejores regalos a Quique por su santo se los hizo su ángel de la guarda. Los niños han aprendido a jugar al King, pero Quique, generalmente, se lleva el rey de corazones y todo lo que hay que llevarse. Tiene, encima, muy mal perder. La tarde de nuestro santo jugamos y por primera vez nos ganó a todos, para gran satisfacción suya. Eso sólo fue el aperitivo.

Como los niños ya son mayores, he vuelto a leer con escopeta con escopeta de plomillos para combatir la invasión de tórtolas turcas, torcaces y urrucas que padecemos. Alguien se me ha adelantado con las cotorras, que no hay, y vuelve a haber, qué bien, panarrias

El caso es que tengo terminantemente prohibido a los niños tocar la escopetilla. Pero era el santo de Quique y me pidió un tiro. Justo entonces en la casa del vecino de enfrente, con la calle por medio, en lo alto de una alta araucaria se posó una tórtola . Era un tiro imposible, y yo lo intenté tres veces sin que llegase ni a espantarla. Tengo una puntería mediana, he de decirlo, aunque no suene muy humilde, por el bien de la historia. Entonces, me decidí a dejar a Enrique que tirase. Cogió la escopeta fatal, con la culata bajo el brazo y guiñando el ojo equivocado. Tiró enseguida y, pum, a lo lejos, en la araucaria se levantó una nubecilla de plumones y la tórtola cayó de espaldas... al jardín de un (suponemos) espantado vecino.

El otro sorprendido era yo. Enrique lo veía lo más natural del mundo. Estuvo tan nervioso que se pasó dos horas sin poder sentarse, presumiendo de puntería y recordando la mala mía a todos los que venían por casa.

Me temo que a un ecologista no le haga mucha gracia pensar en un ángel tirador, pero no tiene otra explicación. Tirador y detallista.

sábado, 13 de julio de 2019

Bandos


Me encanta esa idea de Enric González  de que él es tan de escoger bandos que va por la calle, ve a dos niños jugando a las chapas y no puede evitar ir a muerte con uno. Quizá por eso me ha hecho tanta gracia ver que, entre mis lectores más íntimos, a cuenta de mis hijos, se han creado dos partidos: los quiquéfilos y los carmeníaticos. Yo voy con ambos, pero me encanta la ligera variación de los sufijos, porque marca carácter, y porque me permite ir con cada uno al cien por cien a su modo.


viernes, 12 de julio de 2019

Verano


Crema solar.
Un gordito me mira
comparativo.

jueves, 11 de julio de 2019

Zascas y repelús


Ayer eché el día  yendo de aquí para allá con mi hija Carmen, que tenía hora en el dentista (¡nada grave!) en Jerez (eso era lo grave) y luego teníamos que volver a recoger el aparato y aprovechamos para esto y para lo otro.

Lo peor el inexistente aire acondicionado de mi coche, que me hacía conducir a embestidas y frenazos, como los viejos macarras. Lo mejor la conversación que me dio Carmen, aunque llena de zascas.

Por ejemplo. Se asombró mucho, la puñetera, de que hubiésemos llegado en punto a la cita con el dentista. «Mira que si te has vuelto puntual de pronto, papá». Yo, picado, le dije: «Para lo importante, siempre soy puntual». «Qué va, papá, que llegas tarde a misa todos los días, eh».

La conversación giró hacia lo religioso. Una amiguita nueva del campamento le ha dicho (¡y tiene ocho años!) que los cristianos a ella le dan repelús. Carmen le ha contado que ella es muy cristiana. Y la amiguita le ha dicho que a ella, Carmen no le da ningún repelús.

Para que no me viniese arriba me soltó otro zasca. Le conté la pelea de unos amigos nuestros y volví a presumir, que es algo, veo ahora, que mi hija no me tolera. «Mamá y yo, en cambio, no nos peleamos nunca, ¿verdad?» «Porque tú siempre le das la razón, como el del chiste». Ni qué chiste era me atreví a preguntar.

Para que no me quedase abajo, volvió a contarme otra cosa del campamento. Otra niña le ha contado que quiere ser cantante, vivir en París, casarse con no sé quién y tener dos hijos. «Tiene todo su futuro planeado», dice Carmen, «y yo le he dicho que quiero ser actriz, pero que lo demás, lo que decida Dios».

Y así, arriba y abajo, frenazos y acelerones, con la ventanilla abiertas, asfixiados y riéndonos, nos pasamos la mañana dando vueltas por Jerez.


jueves, 4 de julio de 2019

Cruz, cara y cruz


Como el torero que en medio de la plaza tira la montera y todo el público contiene el aliento para ver si cae boca abajo o boca arriba; así me pongo el crucifijo todas las mañanas. Sin mirar.

Si cae con el crucificado hacia mi pecho, toca introspección. Si el crucificado mira al mundo, contemplación y cuidado del prójimo.





miércoles, 3 de julio de 2019

El ronquido salvífico



Hablo mucho de mi mujer, pero si la conociesen lo entenderían. Siempre que salía el tema de lo que roncaban los maridos y todas las amigas protestaban, ella ponía cara de póker, sonrisa angelical y silencio profundo. Estuve diecinueve años de matrimonio creyendo que yo no roncaba. Hasta que en un retiro espiritual me tocó compartir dormitorio con un inglés, y a ella (tan anglófila) le dio un acceso de pundonor conyugal y patriótico: «¿Y no lo disturbarás con tus ronquidos?».

Eso fue hace tiempo y ya había vuelto a olvidar mis ronquidos, pero anoche me desperté de madrugada y bajé a dormir al fresco del porche. Mi mujer abrió un ojo, vio nuestra cama vacía y como me había dejado trabajando en el ordenador y muy nervioso con lo de Hacienda, pensó tiernamente: «A ver me lo encuentro frito de un infarto frente a la pantalla». Fue a bajar a ver, pero desde la escalera oyó mis ronquidos, y qué inmensa alegría, me contaba.

Era el ronquido salvífico.



martes, 2 de julio de 2019

Zen todo

Qué gusto da darse de bruces, entre tanta impostura, con poesía verdadera, aunque sea mínima (en apariencia) como estos haikus de Guillermo López Gallego, en Todo a Zen (Los papeles del Sitio, 2066). 

He seleccionado los cuatro que más me gustaban y, de golpe, gracias a la fuerza tácita de la tradición y las reglas, véanse las cuatro estaciones, una tras otra y vuelta a empezar:


un murmullo de agua
otro año
que llenan la piscina

*


los gorriones y el viento 
recorriendo 
las ramas del abeto

*

también entre la hierba
son tan blancas
las flores del almendro

*

sin que nadie lo viese 
las acacias 
han vuelto a verdear


lunes, 1 de julio de 2019

Peligro


Con la de veces que lo he contado a amigos, conocidos y saludados. Que cuando haces una mudanza hay un momento muy peligroso: empiezas a encontrarte cómodo en casa, aunque en un cuarto queden cajas de cartón sin abrir, en las esquinas cuadros sin colgar y del techo pendan bombillas a pelo, sin lámparas. Tú ya estás en casa y eso puede esperar... al Juicio Final.

¡Pues lo mismo pasa con los libros propios! Hay un momento en que sus defectos dejan de molestarte y tú estás muy cómodo.

A ver si la conciencia hace las veces de esposa concienzuda y me recuerda que eso que yo no veo lo verán, escandalizados, los visitantes nada más abrir la puerta.