En principio, La vida nueva de Pedrito de Andía puede parecer —con sus vacaciones interminables, la incierta historia de amor y el recio mensaje moral— una obra para adolescentes. Y lo es, pero no sólo. Hoy en día, por ejemplo, da gusto leer una narración tan absolutamente vasca, por la que no cruza la sombra agria del nacionalismo y sí un viejo eco romántico de las luchas entre liberales y carlistas, que quieren acabar en un abrazo.
Junto a todo eso, que desde luego está muy bien, es una novela magnífica por motivos literarios. La ambición del autor se avisa desde el título, que remite nada menos que a la Vita nuova de Dante y al inquieto barojiano Shanti Andía.
El mayor mérito, con todo, es que la prosa se adapta a la perfección a la voz del personaje y sigue su transformación desde la niñez hasta los umbrales de la edad adulta. Puede que Sánchez Mazas aprendiese la técnica de James Joyce y su Retrato del artista adolescente. Ambas obras comparten, además, el papel clave de la familia, las desazones de los muchachos y la presencia importante de la educación jesuítica.
Con ese mismo aire de familia, Julián Ayesta escribió después una novela muy breve, más depurada aún, que se lee en una tarde y no se olvida nunca: Helena o el mar de verano. De las tres, si tuviera que elegir —que por suerte, no—, yo me quedo con La vida nueva de Pedrito de Andía, porque la novela de Sánchez Mazas es más fresca que la de Joyce y más trepidante que la de Ayesta.
[Publicado hoy en "La Gaceta de los Negocios"]