viernes, 30 de abril de 2010

Cri-cri

El internauta, como un grillo, se pasa la noche en blanco haciendo clic-clic.

Clic-clic-clic (cara y cruz y canto)

Veladas por los enlaces y la entradita entomológica anterior, dos cosas mías, pero mías-mías, quizá demasiado. La cruz, esta entrada en prosa que se me traspapeló y he llevado aproximadamente a los tiempos (menos alegres) en que fue escrita. La cara exige más clic-clic. Está en este pdf, en la pág. 15. (Obsérvese el retrato tan favorecido (y felizmente prolífico) que me han hecho los ilustradores.)

Y aprovecho la ocasión para agradecer a quien sea, que supongo que será lector del blogg, que me haya hecho un hueco en Wikipedia. Lo ha escrito con la sobriedad precisa, sin meterse en florituras biográficas ni jardines ideológicos. Además del detalle en sí y del tiempo dedicado, le debo un empujón de ánimo y de responsabilidad.

jueves, 29 de abril de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

Paradoja

Cuantas más estatuas de Franco quitan, más presente está.

martes, 27 de abril de 2010

El loco

Un co-colega (PES y poeta) me contaba que sus alumnos por los pasillos le llaman "el loco". Oyéndole sentí pena por los dos. A él se le notaba, sin embargo, una tranquila indiferencia, que me admiró mucho. Ahora releyendo Platero y JRJ, me lo he explicado todo:
Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.

Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:

--¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!

...Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos --¡tan lejos de mis oídos !-- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sin fin del horizonte...

Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finalmente, entrecortados, jadeantes, aburridos...

--¡El lo... co! ¡El lo... co!


Mi co-colega los gritos de sus alumnos los oía también entrecortados, jadeantes, aburridos, velados finamente… por la prosa juanramoniana.

Qué torpe

La pregunta correcta no es ésa, sino ésta:
¿Cree usted que María Emilia Casas ha contribuído al desprestigio institucional que denuncia María Emilia Casas?

lunes, 26 de abril de 2010

Mientras paso

Llegando a casa, paso al lado de un grupo de jovencitos, que tienen toda la pinta de ser alumnos de mi colegio. Yo me recuerdo así, apoyado en la moto, rodeado de amigos, hablando de intimidades, riéndome. Paso entre ellos como si fuese el tiempo: sin que me echen cuenta. Les parecería una figura alegórica si se fijaran. "Como os veis, me vi; como me veis, os veréis", pienso sin acritud, y hasta tengo el impulso (que reprimo) de declamárselo en plan discurso de don Quijote a los cabreros.

Luego, en casa, he leído este poema de José Luis García Martín:
.......LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS

Me distraje un momento
(una música, un libro, nubes
que imperceptiblemente pasan),
y ahora miro mi reino
ocupado por esos
extraños animales,
los jóvenes.
Uf, una inscripción de cementerio y la decadencia del imperio romano. ¿Así estamos? Podría, claro está, leer el poema de Javier Salvago titulado "No volveré a ser joven", donde remata con este suspiro: "A Dios gracias". Pero no, gracias: la nostalgia es uno de los encantos, y no el menor, de la edad.

Seamos sibaritas hasta de la melancolía.

domingo, 25 de abril de 2010

Dos puntapiés (en mi propia espinilla)

Sí, la cita de Chuang-Tzé está metida con calzador.

Corro el riesgo de que se me acuse de erigirme en árbitro del elitismo. Es un riesgo laboral.

sábado, 24 de abril de 2010

A favor de la risa

En Contra el ruido (¡bellísimo título!), Francisco Alba va conversando (naturalmente en voz muy baja) de esto y de aquello, en una silva de varia lección, pero sin dar lecciones, con amenidad y multitud de datos curiosos. Por confluencia generacional o por afinidad electiva, comparto con él intereses, inquietudes, obsesiones y agradecimientos. Por ejemplo, su intenso y doliente homenaje a los inventores de la anestesia, esos benefactores de la humanidad cuyos nombres hemos olvidado injustamente, como bajo los efectos del éter.

Pero, al doblar una esquina, me encuentro con que sugiere que la fe perjudica el buen humor, y pone como botones de muestra a los talibanes y… a los opusianos [sic]. No he podido evitar sentirme aludido, y soltar una ruidosa (huy, lo siento) carcajada. A los talibanes los he tratado poco, por suerte, pero para muchas bromas no están por lo que uno ha visto en los telediarios. En cambio, los opusianos, dentro de la lógica diversidad de caracteres, ¡jo! ¿A cuáles habrá conocido Alba ? ¿O habrá caído en el cada día más corriente tic laico de la equidistancia por el cual, cuando uno habla, muy de vez en cuando, mal de un musulmán, automáticamente, por compensar, tiene que mentar a un católico, y meterlo en el mismo saco?

Una vez fuera del saco, no tengo más que discutir con Francisco Alba, cuyo libro he leído con una sonrisa de aprobación apenas interrumpida por mi estentórea risa opusiana. En ese mismo artículo viene a confesar que “cuanto mayor es la solemnidad mayor el ridículo. Sentir irrefrenables ganas de reír durante una misa, en una jura de bandera o en una lectura de poesía parece un síntoma de salud mental”, y ahí acierta. Yo aún diría más: sin solemnidad de fondo no hay muchas ganas de reírse. El sentido del humor sólo crece saludable a la sombra de lo sagrado. Tendría que explicarse con una sesuda y seria monografía, pero el meollo del asunto es muy sencillo: el humor es la ligereza ante la gravedad. Sin una no hay otro. Hasta el humor del absurdo necesita a la lógica, como contraste y red de seguridad de sus cabriolas. Los bufones tenían su puesto en las cortes de los reyes legítimos, y por eso Shakespeare, que no daba puntada sin hilo, en el reino descoyuntado de Dinamarca, nos mostró lo que quedaba del pobre Yorick: su seca calavera. Y la tristísima melancolía de Hamlet.

viernes, 23 de abril de 2010

Día sin libro

Francisco Bejarano ha observado con perspicacia que cada vez que el santoral laico dedica un día a algo es porque está en peligro o languidece. Hay días internacionales de la paz, del agua potable, de la igualdad laboral de la mujer, de los inmigrantes, etc. Sería un buen signo que la ONU, agobiada ante la obsesión lectora de la población mundial, declarase el Día sin Libro. Cervantes avisó con el Quijote de los peligros de un exceso de lectura: eran otros tiempos y él, un lector impenitente que se paraba a leer los papeles que encontraba por el suelo. En cambio, este jaleo subvencionado y oficial de finales de abril con el Día del Libro, Sant Jordi y ferias anejas recuerda más una imagen de Dante (o sea, dantesca): los movimientos en la cama del enfermo que no acaba de encontrar una postura que le alivie un poco.

En el Día sin Libro habría que volcarse, por llevar la contraria, en la vida. Yo voy a contar dos sucedidos de mis alumnos. Claro que las cosas no son tan simples, porque si no llega a ser por la literatura no hubiese disfrutado tanto.
I
Un alumno me contó su viaje a Alemania con su padre. Éste llegó una mañana muy decidido a su casa, en Jerez de la Frontera, y llamó a la puerta del cuarto de su hijo, diciendo: “¡Chico, haz la maleta que esta tarde nos vamos a Alemania a comprarnos un Mercedes!” Como suena. Alguien le había contado unos meses antes que en Alemania se podían conseguir coches de lujo de segunda mano muy baratos y le habían prometido unas gestiones que no terminaban de cuajar. Harto de esperas, había decidido actuar por su cuenta, ea. Cuando llegaron a Alemania, padre e hijo no sabían a quién dirigirse, llovía sin descanso, echaban las tardes enteras juntos en el hotel, tumbados en la cama, sin poder ver la tele, que no entendían y en los bares pedían por señas. Tuvieron que contratar a un traductor. Se volvieron —vaya si se volvieron, recalca orgulloso el hijo— con un coche. Era una cuestión de pundonor. Atravesaron conduciendo, casi sin parar, porque tenían muchas ganas de llegar, media Europa. Mi alumno, con todo, dice que no merece mucho la pena ir a Alemania a por un Mercedes, que no trae cuenta, lo desaconseja. Yo lo oía como el que lee un cuento de Flannery O’Connor. (Es una lástima que en el blogg no se escuche el acento sureño.)

II
Instruyendo a los de Soldadura sobre la conveniencia de poner todo de nuestra parte para conseguir las cosas que uno desea, un alumno aportó la historia del amigo de su tío, ambos soldadores. Ese joven quería casarse con una universitaria, explicó mi alumno, aunque yo supongo que entonces, al principio de la historia, simplemente le gustarían las universitarias, como tonto. Fuera lo uno o lo otro, a la hora del bocadillo en Astilleros, él se repeinaba y se iba todos los días, todos, al bar de la universidad, que está a diez minutos en coche. No perdonaba un día. Ahora, resumió el alumno, satisfecho como si él fuese el protagonista o al menos su tío, está casado con una universitaria la mar de guapa y que gana sus buenos billetes. Bien, ¿recuerda o no recuerda (y eso que nos faltan los detalles de la conquista) un cuento del Decamerón?

jueves, 22 de abril de 2010

Ramón Eder

De la última (ay, en todos los sentidos) entrega de Renacimiento me han gustado muchas cosas, pero me ha sorprendido Ramón Eder, al que no tenía el gusto. Excelentes aforismos. El Barbero se ha lanzado en plancha:
Un político es un ciudadano menos.
*
Si nos alejamos mucho de la tentación caemos en la siguiente.
*
No ir al teatro es una forma de hacer crítica teatral.
*
Lo imperdonable de los que acuden sistemáticamente tarde a las citas es que lo hacen porque a ellos les irrita esperar.
*
Un aforismo es lo contrario de un mamotreto.
*
Los escritos que un buen escritor tira a la papelera son mejores que los que publica un mal escritor, y precisamente por eso es mejor escritor.
*
Contradecirse es la única manera de no tener ideas fijas.
*
También es cursi tener miedo a ser cursi.
*
El aburrimiento es un malestar producido por la ausencia de dolor.
*
Somos inmortales todos los días de nuestra vida, excepto uno.


Y de wikipedia (lo siento), no he podido resistirme a este colofón:
Sonreír es vencer la ley de la gravedad.

domingo, 18 de abril de 2010

Mañana, aniversario

Recuerdo muy bien la elección del Benedicto XVI. Habíamos tenido reunión o claustro o consejo escolar en el IES y me monté en el coche y encendí la radio. Justo entonces estaban dando la noticia. El corazón se me puso a repicar como una campana. Sonó el timbre de mi móvil y era un amigo que había supuesto mi alegría y me llamaba para contarme que se le había ocurrido lo de "Ratzinger Z", que qué me parecía. Me parecía muy bien, cómo no, y si llego a saber la que le esperaba, pues mejor me hubiese parecido. Camino de casa, paré en la de mis padres y mi madre salió a la puerta saltando de alegría. La recuerdo perfectamente, con un chaleco sobre los hombros, a la luz dorada de la tarde, riéndose, mientras el día se iba poniendo golonciélago. Luego vimos la noticia por televisión, de pie, como he visto que ven los forofos del fútbol los momentos más emocionantes. Aquella alegría de entonces es imborrable, todavía me dura, y tenía más motivos de ser aún de los que mi madre y yo, abrazados, imaginábamos.

viernes, 16 de abril de 2010

A dos voces

—¿Un proyecto de futuro?
Convertir mi vanidad
en orgullo.

—¿Y la humildad?
—Demasiado para mí.
—Di que sí.

jueves, 15 de abril de 2010

El escritor

Aunque no lo diga en la crítica, también me fastidia que se titule El escritor. La literatura brilla por su ausencia. Si no recuerdo mal, al susodicho nunca le vemos ejerciendo y sólo una vez tachando a vuela pluma dos o tres folios de su predecesor. Del marketing libresco, se ve más, pero es la politica, como en la vida real, la que se come la película. Y como en la vida real, es una pena. La figura del negro tiene fuerza dramática de sobra para atreverse con temas tan apasionantes como los derechos intelectuales, la vanidad del escritor, el orgullo del creador... que ya se explotaron magistralmente en Cyrano de Bergerac.

Por otra parte, estoy sensible con el tema: hace poco me propusieron a mí un negocio (salvando las distancias) similar. Sirvió para ver la importancia de las palabras: "El que trabaja como un negro no puede trabajar de negro", me excusé. Se lo pasé a un amigo menos ocupado, que contestó: "¡Sí, hombre, no trabajo de blanco, voy a trabajar de negro!"

miércoles, 14 de abril de 2010

Chestertónico

El gran Benítez Reyes nos ha dejado esta greguería sorprendente y feliz, o sea, esta verdad: "La condición [de intemporales] a veces representa un defecto en el día preciso en que se publica un artículo y a veces una virtud al día siguiente de publicarse". A mí, esto me consuela mucho en el día preciso de publicarlo, aunque al día siguiente me inquiete y desazone.

Parecerá mentira, pero la columna de hoy lleva segundas intenciones, y terceras, cuartas y quintas. Sería divertido retarles a ver si adivinan cuál fue el móvil principal que me movió a perpetrar esto, y cuáles fueron luego intenciones cogidas al vuelo, que las pintan calvas. Pero es miércoles, es temprano, estamos en crisis, y no para jueguecitos literarios, me temo.

Así que lo confesaré del tirón. Aunque he disfrutado con el codazo a d'Ors, con el aplauso a Chesterton, con el pellizco a JM de Prada, con la palmada en la espalda a JM Díez, con la defensa (en estos tiempos tristes en que nos empujan a la vergüenza) de la alegría universal del cristianismo, el móvil verdadero es... unos minutos de publicidad. Concretamente, a la maravillosa repostería tradicional del Convento del Espíritu Santo, sito en la calle Pozos Dulces, además.

martes, 13 de abril de 2010

La moral del microcuento

"Ningún ser merece nuestro interés más de un instan­te, o menos de una vida", afirmó Nicolás Gómez Dávila. El escritor de microrrelatos se apresuró a darle la razón con entusiamo: "¡Y que ese instante sea tan intenso que no se nos olvide en la vida!"

lunes, 12 de abril de 2010

Greguerianas

Dice Cristóbal Serra que “la naturaleza ofrece aforismos. Aforismo es […] la gallina y […] el más perfecto de los aforismos: el huevo”. De acuerdo en lo del huevo, pero la gallina es una greguería. Y el gallo, una frase francesa.
*
Refrán: greguería gregaria.
*
Máxima: greguería con aires de grandeza.
*
Aforismo: greguería fina.
*
Taco: una greguería gorda.
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Graffiti: greguería + conffeti.
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Slogan: extranjerismo
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Cita: greguería egregia.
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Sueños: algarabía de greguerías.
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Verdad: greguería sorprendente y feliz.
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Chiste: greguería de sal gorda.
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Tontería: una greguería por la culata.
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Gongorismo: greguería con gorguera.
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Haiku: greguería levísima.
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Soleá: greguería de mucho sentimiento.
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Frase: agente de la greguería secreta.
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Greguería: brevedad con uniforme de gala y condecoraciones.
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Verso: greguería sencilla, musical, transparente... [o sea, un imposible, pero ya nos ha demostrado Gaya que "sólo en lo imposible es posible el arte"].
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Firma: autogreguería.
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La greguería no puede ser ni muy obvia (“El papel reciclado es una tostada muy delgada de pan integral”) ni demasiado insólita (“Los gorriones rebotan como pelotas de goma”). Debe buscar el punto medio entre lo Gómez y la Sorna.
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Milagro: greguería inolvidable.
*
Greguería inolvidable: milagro.
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Nicolás Gómez Dávila: otro nivel.
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Nombre propio: greguería usual de identidad.
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Diminutivo: exageración.
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Piropo: greguería provenzal.
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Insulto: piropo retorcido.
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Elogio: greguería personalizada.
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Epitafio: la última greguería.
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Greguerianas: serie de treinta greguerías.

domingo, 11 de abril de 2010

News on Neuman

Pobre barbero, viviendo últimamente al filo de la navaja... Hoy sólo trae el rasurado de una página del periódico, o sea, el escamondado de lo que ya peló otro barbero, en este caso, Pilar Vera, que lo hizo muy bien. La vida no le da para más, pero la entrevista a Andrés Neuman en el Diario de Cádiz llama la atención. Quizá tardéis menos en leer toda la entrevista que esta selección:
A mí me interesa no tanto la revelación del misterio, como su consecuencia.
*
Una vez desmontado el artefacto no hay manera de que vuelva a funcionar el mecanismo. Por eso me gustan las historias resueltas a medias, que piden relecturas.
*
Soy más constante que veloz.
*
Escribir es para mí un ejercicio terapéutico, no tanto de desahogo personal, como de tranquilidad de espíritu. Escribo porque si estoy ocioso lo paso mal. Mi espíritu judeo-cristiano me machaca si no trabajo.
*
Un escritor es un cleptómano […] Gracias, Dios, por crear al prójimo.
*
A mí no me gusta escribir, pero [cita a Paul Auster] si no escribo lo paso peor.

Vuelve a gastar la broma de que Van Gogh, si no hubiese pintado, se habría cortado las dos orejas, que ya perpetraba en El equilibrista. Tratándose de alguien que se suicidó, no deja de ser un extraño ejemplo de las virtudes terapéuticas de la creatividad.

sábado, 10 de abril de 2010

viernes, 9 de abril de 2010

Dos de d'Ors

El libro lo reseño/publicito en una columna de Alba. Aquí, recojo dos haikus que a d'Ors se le han caído de las manos:
El salto
del pez en el estanque
se ve en pasado.

Anochece.
En el parque las risas
suenan más claras.

jueves, 8 de abril de 2010

Que siga la seguidilla

Ordenando viejos papeles, he encontrado esta nota del verano 2ooo, recién llegado del viaje de novios:

DIARIO DE UN POETA RECIÉN CASADO

Lo mejor de los viajes
son los regresos
(y mucho más ahora
que en todo empiezo).
¡Qué extraordinario
encontrarte, de pronto,
fregando platos!

[Machismo (¿hay que avisarlo?) no hay, sólo deslumbramiento. Y eso, con lavavajillas y una década más, sigue. Por algo es una seguidilla.]

miércoles, 7 de abril de 2010

Cómo ha sido

Ni calefacción ni
aire acondicionado:
¡la primavera!

Abraham Pérez Lozano

Los libros de los amigos los leo fatal: corriendo para contestarles, suponiendo que estarán esperando, con el alma en vilo, las primeras respuestas. Quizá no, y sólo sea que yo generalizo mis inseguridades. Pero no lo puedo evitar.

Algo así tuvo que pasarme con Apariencias (Renacimiento, 2005), el libro de relatos de José Cereijo. Apenas recordaba que me gustó mucho. Pero el otro día, cuando estuve con el autor, también dio tiempo a que me citara un cuento suyo de allí, "Cuatro gatos", y nada, como si me hubiese comido la memoria el ídem. Después, M-M se deshizo en elogios del Cereijo narrador. Me decidí por la relectura.

Y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. (No exagero, ocurre simplemente que las mejores decisiones de mi vida han sido muchas.) He visto claro que es uno de los libros más personales del pudoroso Cereijo, y también es tan poético como el que más de los suyos. Por eso no disuena un poema stricto sensu que nos cuela, con una introducción que no hace falta, pues los datos indispensables (la amistad fingida del anónimo escritor de provincia con Borges, que éste se entera póstumamente, etc.) están en el poema. Tal vez Cereijo lo escribió como un monólogo dramático, y luego pensase que iría mejor arropado entre sus cuentos, y doblemente arropado, porque es, cuenta, el relato de un sueño. A mí, ropajes aparte, me ha emocionado mucho y, en la medida de mis posibilidades, lo antologo aquí y lo dejo exento, para que brille como el poema de una pieza que es:
............ABRAHAM PÉREZ LOZANO

Allá, en la lejana provincia, para distraer el tedio,

o simplemente para adornarte ante los ojos de tus amistades con el prestigio de un nombre conocido,

decías a todo el mundo que habíamos sido amigos, en los años perdidos de tu juventud,

y quizá te conmovías tú mismo al imaginar las escenas que luego contabas

de ese lejano tiempo compartido.

Yo, aquí, muchos años después, cuando ya soy el que te sobrevive,

he pensado también, al escuchar el relato de esos años en que no estuvimos juntos,

en la lejana, delicada amistad que tú de esa manera quisiste consagrarme,

y en que de veras me habría gustado compartirla contigo.

Y, como si realmente te hubiera conocido, escribo estas palabra para recordarte y agradecértela,

y te tiendo la mano con la secreta esperanza de que, allá donde estés, puedas ver ese gesto

que confirma todo lo que contabas, y que en realidad fuimos amigos, aunque yo no lo supiera nunca,

hasta hacerme sentir hoy la nostalgia de todos esos años en que, sin yo saberlo, te acordabas de mí.

Esa pura amistad, diferente de todas, es un don que agradezco,

y quiero que estas líneas que escribo en tu memoria digan que si algún día, cuando yo también haya llegado a donde tú estás, podamos encontrarnos,

me alegrará saber de ti, evocar viejos tiempos y darte las gracias porque, durante tantos años,

hayas guardado por los dos esa antigua memoria.

martes, 6 de abril de 2010

Hacer la Pascua

Mala noche. Calor. Bajo a ver si nos dejamos encendida la calefacción. No. Me acuesto. Ruidos. Bajo a ver si los perros están haciendo algo. No: duermen como benditos. Subo. Bajo a tomarme un Almax.

Madrugón. Leonor (y Carmen) se van al trabajo. Leo un poco. Doy una cabezada. Me despierto de golpe y mal. Corro a la ducha, recitándome el verso de Jesús Beades: “… llegas tarde llegas tarde”.

Llamo al 123 para dar de baja un servicio que no di de alta. Hablo con un contestador automático largo y tendido. Hablo con una señorita cortante y tenso. No es el departamento adecuado: 123, llame otra vez. El contestador automático, mi viejo amigo. Una nueva señorita que me dice que no lo he entendido, que no lo he entendido, que no lo he entendido. Le pregunto si es de carne y hueso o un contestador de nueva generación. Es un hueso duro de roer. No ríe. Yo tampoco. Al fin consigo darme de baja, exhausto.

Sin solución de continuidad, llamo al seguro. Comunica. Comunica. Cogen. Termitas no cubre. Goteras no cubre. Pintadas en la valla no cubre. Ah. Adiós.

Llego al IES. La mujer de Pepe, el del bar, está en el hospital muy fastidiada. Con la vida, no hay bromas.

Trabajo en un documento que, misteriosamente, se traga mi ordenador.

Voy a clase pensando en mi hora y media, media y hora, que se dice pronto, de trabajo que se ha ido al limbo cibernético. Por un juego de espejos siento que también voy a perder el tiempo, que se ha abierto un sumidero...

Una alumna comentó en su casa que yo había comentado que leía la Biblia [¡como Jünger, ¿recuerdan?, qué casualidad!] y me trae un manuscrito de su padre, sí, como oyen, con una nota en la que el autor dice haberse enterado de que soy un lector de la Biblia y donde me ofrece sus obras “por si me atrevo a ir más allá”.

A la vuelta paro para comprar el pan nuestro. El coche no arranca. Tengo que volver andando. Hace viento del Este, el mismo que secó el Mar Rojo.

Encuentro a un vecino de mi padre. Nos saludamos. Me comenta que a ver cuándo gano el Nobel, que tiene ganas de fardar de vecino escritor. Yo le confieso que tengo también ganas de ganarlo, por mis alumnos más que nada, para que vean a quién no echaban cuenta cuando estaban en la escuela. No sé por qué al vecino de mi padre no le hace ni pizca de gracia el comentario. Se despide.

Pongo al fuego unas pechugas de pollo.

Viene a cobrar el jardinero.

Quemo las pechugas de pollo.

Leonor (y Carmen) llegan. Leonor (espero que sólo ella) pasó también mala noche y no está para verle la gracia al pollo calcinado.

En vez de dormir la siesta, reescribo lo del limbo, con humor de purgatorio.

Dejo el coche en un taller.

Me llaman del taller, que ya está, pero Leonor (y Carmen) han salido y no vuelven y no voy a llegar a la hora y mañana necesitaba el coche y… Leo (y Carmen) llegan, y salimos corriendo, y llegamos al taller por los pelos.

Pago.

Llamo a un amigo que tiene un hijo convaleciente. Justo cuando me salta el contestador, se me acerca un rumano en un semáforo con la intención de lavarme el parabrisas. Grito: “¡No! ¡No! ¡Por compasión, no!” Dudo si rellamar a mi amigo para darle las pertinentes explicaciones.

Por gusto y para hacer un poco de régimen en la cena, compro habas frescas (recuérdese que nací en Murcia). Pero las habas no son de Murcia y están duras como chinos. Me pimplo un bocadillo de foie-grass.

Hoy es el cumpleaños de Pukka (11 años). Para que lo celebre, le despiezo el pollo calcinado. Lo disfruta, qué bien, algo que sale medio qué. Pero luego se pone a relamer el plato hasta que le saca brillo. Lame, sigue lamiendo, lamiendo el recuerdo del pollo, el recuerdo obsesivo del pollo calcinado, y a mí me entra un ataque de nostalgia.

Son las 11 y diez y tengo que escribir la columna de mañana, pero aquí estoy detallando mi día, asombrado, sin dar crédito.

Leonor (y Carmen) me informan de que la perra se ha puesto en celo. Como Carbón es macho, mucho, echaremos una próxima quincena la mar de animada.

Todo me sale en la nariz, me advierto. Tanto rollo con la felicidad y el Lunes de Pascua, sin esperar ni un día, me ponen a prueba. ¿Mi alegría es sólo cuando todo sale bien o tiene raíces más hondas (y en forma de cruz)?

La prueba la he superado a medias, suspiro y me doy unos golpecitos en la espalda para darme ánimos, aunque sabiendo que esto es nada, que mérito no tengo mucho (entre paréntesis está Carmen, que consuela de todo), y además estoy convencido de que mañana escampa. Mérito el de Job.

domingo, 4 de abril de 2010

Aquí y allí, antes y después

Mi artículo me dio pena. Más que nunca hubiese querido que cada frase encerrase una felicidad, esto es, que la sintaxis fuera translúcida, pero no, ay. Luego caí en la cuenta que el artículo al menos transparentaba (o transpiraba) la disciplina, y me alegré.

Además, me sirvió para hacer un descubrimiento. La felicidad es siempre la misma aquí y ahora. La diferencia de la de los cristianos es que empieza antes y, sobre todo, que no acaba ni aquí ni más allá. Entonces volví a recordar a Chesterton y dos poemas de El fiero caballero que marcan los no límites:

................ANTES DE NACER

Si hubiese árboles altos y hierba corta
como en un increíble cuento,
si hubiese un mar azul, azul marino,
y azul celeste hubiese un viento,

si colgase del aire un fuego afable
que calentase todo el día,
si le creciese barba verde al prado...,
¡oh, qué bien sé lo que yo haría!

Duermo en la oscuridad, soñando que
hay ojos grandes y además
sombrías calles y calladas puertas
con gente viva por detrás.

Que venga una tormenta y me despierte,
y lloraré todo el derroche
de los sueños de vida que he soñado
en los imperios de mi noche...

Y si una vez pudiese caminar
por esos sueños unas millas,
sería el más alegre peregrino
del País de las Maravillas.

No me oirías palabras de desdén
ni una palabra lastimera,
si encontrara la puerta de ese mundo
alucinante, si naciera.


..............EL ESQUELETO

Ni abejorros ni ruiseñores
son tan felices como yo;
que aquí, tumbado entre las flores,
me río eternamente. No
diré por qué. Vuestro despiste
por el momento es esencial,
ya que la muerte es un buen chiste
de Dios. La gracia está al final.

[Las versiones son míos y, encima, libérrimas. Para las vv.oo. hágase cliq en los títulos.]

sábado, 3 de abril de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

Otras muchas cosas

El final del Evangelio de San Juan nos deja boquiabiertos: “Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir”. El corazón se acelera de curiosidad. ¡Cuánto nos gustaría oír, una por una, todas esas cosas! Y la inteligencia se pregunta, divertida, si San Juan no estaría echando la rúbrica a su libro con una hipérbole bien cervantina, si me permiten el anacronismo. O incluso con aires machadianos: “A las palabras de amor/ les sienta bien un poquito/ de exageración”.

Se responde uno que no. No, desde luego, por razones teológicas: el mínimo acto de Jesús, por ser Dios, era infinito, más alto y más hondo y más ancho que el mundo entero. No exageraba San Juan ni un poco.

Pero tampoco exageraba desde un punto de vista estrictamente terrenal. Jorge Luis Borges, en su famoso cuento “Funes el memorioso”, habla de un hombre con una memoria tan buena que necesitaba un día entero para recordar un día entero. Sus recuerdos eran tan exactos que coincidían segundo a segundo con lo recordado. Borges se quedó corto. La realidad es tridimensional: la percibimos de golpe con ocho sentidos, los cinco clásicos y el común y el del humor y el de la medida. Mientras, la memoria es apenas un hilo y, por tanto, para recordar un rato, tiene que anudar sucesivamente todas las perspectivas, lo que lleva su tiempo. La realidad es una escultura; la memoria un texto o, como mucho, un cuadro.

Además, lo que hacía Jesús venía de muy lejos, como avisaron los profetas, y llega hasta aquí mismo. Yo tecleo estas palabras gracias al impulso de algún acto de Jesús. Pero no hay que viajar por el tiempo ni arriba ni abajo, pensemos sólo en la extensión horizontal: qué infinidad de detalles guardarían sus contemporáneos de Él, y se contarían luego unos a otros con todo lujo de detalles. A cuántas cosas y con qué pena tuvo que renunciar San Juan porque un libro no daba abasto. “De contarlo todo no terminaría nunca”, se lamentaría. Por eso acabó con un suspiro.

jueves, 1 de abril de 2010

La vida es lo junto

Anteayer fue un día esquinado; ayer, redondo. Cuando al acostarme me pregunté por la causa de tanta euforia, me encontré con un buen puñado de motivos. Sin descartar que alguno más se me escape, fueron éstos:

1- Después de dos días sin café, nos llegó por fin el paquete de Nespresso y, además, me tomé otro en el bar “El Rempujo”. Qué bien me sentaron, Dios mío; hasta recité en voz alta el único poema de un tío de mi abuela: AL CAFÉ: “Hazme promesa formal/ de no faltarme en la vida/ porque eres una bebida/ para mí fundamental”.

2- El problema con el IBI se solucionó (previo pago) y, entre unas gestiones y otras, se me ocurrió un artículo, titulado Magna latrocinia.

3- Para hacer las susodichas gestiones, Leonor y yo dimos varias vueltas andando por El Puerto, que estaba descascarillado por tanta lluvia, pero esponjoso bajo la luz azul de una primavera que se ha hecho de rogar.

4- “Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita”, parecían canturrear los botones verdes que han salido a dos de las glicinias que el año pasado saqué de unas semillas. ¡Han pasado el invierno!Entonces fueron para mí muy importantes porque sentí la vida nueva entre mis manos, y lo siguen siendo.

5- Fui leyendo vuestros comentarios aprobatorios a mi artículo, que me animan muchísimo. Gracias.

6- San Pablo, nada más empezar la lectura, me dijo: Debemus autem nos firmiores imbecilitates infirmorun sustinere, et non nobis placere (Rom 15, 1).

7- Los cristaleros trajeron la tapa de la mesa que he diseñado con el carpintero de mi ies, y quedó preciosa. Qué de cosas estupendas parece que uno va a poder escribir cuando estrena utensilio.

8- Leí al sol.

9- En misa, me encontré con varios veraneantes que ya van llegando, y a la salida nos saludamos efusivamente, sin fingir.

10- Con otros veraneantes fuimos a cenar (peces).

11- En la mesa de al lado estaban unos amigos de unos amigos y, de pronto, al saludar al marido, contra toda esperanza, a pesar de la fuerza de la costumbre y del índice de probabilidades, recordé su nombre. (Él me llamó Pedro.)

12- Durante toda la cena, dos de los veraneantes nos estuvieron contando a tres de los indígenas, que oíamos con la boca abierta, el deporte que hacen y su plan de entrenamientos y sus lesiones y fisioterapeutas y su material deportivo de última generación. Uno de ellos es maratoniano y el otro se prepara para el triatlón. Yo tuve la sensación de no haber hecho tanto ejercicio en mi vida, aunque fuese de oídas y, para ponerme a tono, no pedí postre.

Son cosas pequeñas. Casi ninguna de ellas explica esa alegría honda. Sin descartar tampoco que la dosis de felicidad correspondiente al día anterior, como no la usé, se almacenara para el siguiente. Releyendo uno por uno los motivos, me hago preguntas. Por ejemplo: ¿cómo puede ser que algo tan bioquímico como un chute de cafeína me cause efectos tan espirituales? Y me las contesto sobre la marcha: lo del café puede ser, y qué. El hombre es eso, la mezcla, y la vida es esto, lo junto, como señaló Luis Rosales. Además la bioquímica tiene su humor... Así que, en la estela de mi tío bisabuelo, le casqué una copla, ea:
Para la memoria, el fósforo…
¡Tiene gracia la bioquímica,
pues un recuerdo se enciende
como —zas— una cerilla!