1.- Demasiadas películas.- Se juntan este puente en casa diversos invitados, que en principio no se conocen de nada, unos por un lado, otra por otro. Sin embargo(demasiadas películas), me dio ayer por imaginarme: mira que si se conocen, no sé, que uno sea ex-novio de la otra, en plan Cuatro bodas y un funeral, o que en la Universidad (todos han estudiado, naturalmente, Derecho) uno se copiara de otro y suspendieran ambos, o que, o que... Llamé inmediatamente por teléfono al más íntimo, y, uf, qué alivio, no se conocen de nada nunca. ¡Qué alivio y qué entretenidos vamos a estar con las presentaciones!
2.- ... de una misma opinión.- Preparando el fin de semana, llamé por primera vez en mi vida a reservar mesa al restaurante Antonio y enseguida, antes de que dijera el nombre, me espeta el camarero: "Creo que su esposa ha reservado hace media hora". Yo: "No puede ser". Él: "¿Leonor B.?" Yo: "Anda. Pues sí que es mi mujer. ¿Cómo lo ha adivinado?" Él: "Habéis reservado la mesa exactamente del mismo modo".
3.- Un poco de color local.- Podría decir que, puesto que escribo en la prensa regional, un tono local y no más es lo que he intentado en mi artículo, arsa y olé, de hoy.
4- Pero mentiría. Tenía interés en colar de rondón una defensa de mi propia y universitaria weird mixture of faith and frivolity. Así describía el padre de Evelyn Waugh aquel verano en el que su hijo no hizo más que serving at the altar & going to picnics. Salvando las distancias, me parece una mezcla estupenda para un futuro escritor.
5- Y encima callaría algo. Tenía escrito otro artículo más serio, pero el repugnante caso de Austria lo hacía trivial. Y del asunto en sí no podía escribir: ante tamaña manifestación del mal no tengo nada que proponer que no sea una atónita mezcla de indignación e insultos. Así que decidí huir a las antípodas, esto es, irme a la feria, donde los equipos de música a toda pastilla y la alegría de los buenos amigos y el vino de Jerez ahogarían un poco la angustia y el vértigo.
miércoles, 30 de abril de 2008
martes, 29 de abril de 2008
Presbicia
El último libro de Luis García Montero, Vista cansada (Visor, 2008) tiene un poema, "Nube negra", que quiso ser canción de Sabina:
A pesar de su empeño, tampoco me entusiasma Luis García Montero como poeta amoroso por lo que tiene de convencionalismo burgués. Sus poemas de amor resultan demasiado satisfechos de sí mismos, demasiado orondos [“y que seas tú quien decida / lo que voy a ponerme” —p. 125—, “Y que nadie me pida explicaciones. / Razón de amor. Quien lo probó lo sabe” —p. 130—, etc.]. Quizá él no se dé cuenta de que hay que darle más mordiente a la cosa porque ya se considere rompedor per se: por su segundo matrimonio y la ruptura al fondo. Y, ojo, ojo, que no lo digo yo, que a mí plim, sino él mismo, desde Completamente viernes:
Vista cansada, con todo, tiene aciertos. Yo no debo de saber nada de amor, pero también estoy empeñado en el arte de ser justo, así que me hace muy feliz aplaudírselos. Faltaría más.
El título me parece extraordinario, un símbolo perfecto, lo mejor, y no insisto porque se lo homenajeé sin querer, sin darme cuenta, al usarlo en un artículo mío hace unos meses.
Descubrí luego dos versos muy jugosos en la página 63:
Cuando busco el verano en un sueño vacío,Otro poema, "No se viajar sin ti" aspira a tener un toque d’Ors (véase "Media vida"):
cuando te quema el frío si me coges la mano,
cuando la luz cansada tiene sombras de ayer,
cuando el amanecer es otra noche helada,
[…]
sólo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra,
allí donde no quedan mercaderes
que venden soledades de ginebra
al otro lado de los apagones
al otro lado de la luna en quiebra,
[etc.]
A media noche estaba a medio serPero hay que reconocer que en general los poemas procuran ser de Luis García Montero.
en medio de la nada.
No sé viajar sin ti,
ni contarte las cosas por teléfono.
Y a mí me entran las dudas —a lo mejor por eso se titula así. Un perdido es exactamente el que no sabe dónde está. ¿No querría haber dicho quizá el insigne poeta: “Me parece más triste / no saber lo que soy”? Vamos, digo yo…..........DUDAS
Vas a ser un perdido.
No me importa.
Me parece más triste
no saber dónde estoy.
A pesar de su empeño, tampoco me entusiasma Luis García Montero como poeta amoroso por lo que tiene de convencionalismo burgués. Sus poemas de amor resultan demasiado satisfechos de sí mismos, demasiado orondos [“y que seas tú quien decida / lo que voy a ponerme” —p. 125—, “Y que nadie me pida explicaciones. / Razón de amor. Quien lo probó lo sabe” —p. 130—, etc.]. Quizá él no se dé cuenta de que hay que darle más mordiente a la cosa porque ya se considere rompedor per se: por su segundo matrimonio y la ruptura al fondo. Y, ojo, ojo, que no lo digo yo, que a mí plim, sino él mismo, desde Completamente viernes:
Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,
empeñado en el arte de ser feliz y justo,
al otro lado de tu voz,
al sur de las fronteras telefónicas.
Vista cansada, con todo, tiene aciertos. Yo no debo de saber nada de amor, pero también estoy empeñado en el arte de ser justo, así que me hace muy feliz aplaudírselos. Faltaría más.
El título me parece extraordinario, un símbolo perfecto, lo mejor, y no insisto porque se lo homenajeé sin querer, sin darme cuenta, al usarlo en un artículo mío hace unos meses.
Descubrí luego dos versos muy jugosos en la página 63:
Juan Carlos, el teórico, descubría dos versosY finalmente tiene un poema completo muy chulo, que me emocionó, entre otras cosas, porque lo leí con el telón de fondo de Los bárbaros de Baricco. Con cualquier telón de fondo, creo yo que funcionará bien:
en los malos poemas y en las buenas canciones.
..........RESUMEN DE LOS HECHOS
He hablado con la muerte por teléfono
y he recibido e-mails de amor que se borraron
sin dejar una lágrima de papel amarillo.
Nadie olvide los tiempos, pero nadie se engañe:
al final sólo importan el amor y la muerte.
lunes, 28 de abril de 2008
No me cuentes penas
Ayer, mientras picaba la antigua reseña pictórica que tenía a mi abuela como protagonista involuntaria [y, por lo visto setenta y tres años después, secretamente halagada], mientras la picaba, digo, me picaba la envidia. O tempora, o mores, cuando se podían escribir críticas mordaces con toda naturalidad en la primera página de un periódico, y no estos tiempos rosáceos, en que un reparo de más, tralará, te cuesta el puesto de crítico, o eso parece. Leyendo Vista cansada, que tiene una buena, mala, quiero decir, reseña, lloraban mis ojos cansados. Y entonces se me apareció mi conciencia en forma virtual —y virtuosa siempre— a cantarme, ahora que hay feria en El Puerto, esta severa sevillana: "No me cuentes penas, / cuéntame alegrías, / que yo a nadie le cuento / las penitas mías". Porque, a qué viene quejarme, me amonestaba, si las reseñas que quiera las puedo publicar en esta tormentosa bitácora, sin más dibujos. “Claro que pierdo los 50 € que ganaba y los libros que me enviaban las editoriales”, apostillé yo a la cantarina conciencia. Y ella, dándome media verónica, embestía: “Esos 50 €, ¿no te los gastabas tú en una cena? Pues recuerda que estás a régimen, muchacho, y agradece su pérdida, que buena falta te hace”.
domingo, 27 de abril de 2008
Una crítica de arte
VARELA.- PAISAJES Y RETRATOS
El asesinato de Marita Llopis
"El Día", Alicante, 8 de junio de 1935
Varela—paisaje amarillo y azul: peña pelada del Benacantil y mar rizado: luminosidad; luz tamizada por verde de almendros y parrales—, Varela: concreción en el lienzo del alma del paisaje alicantino, ha expuesto en el Ateneo una colección de cuadros: retratos y paisajes: dominan aquellos por su tamaño, estropean la exposición por su carencia de alma, de vida…
En los paisajes de Varela, a través del color, de la tela, vibra algo —alma decimos nosotros los que creemos que las cosas tienen alma—; en los retratos que pinta Varela, en lo que copia que tiene un alma percibible a todos, lo que vibra, lo que conocemos con movimiento propio, la figura está muerta: no es extatismo; es frialdad de carencia de vida interior; es falta de… alma; es muerte.
Todos sabemos que Varela no sabe pintar retratos: cuantas veces lo ha intentado, le ha seguido a su obra el fracaso. Pero en las otras exposiciones, el retrato fue algo así como un intento —desde luego, frustrado—. Ahora predomina el retrato, si no por la cantidad, por el tamaño y por la carencia de arte.
Es esta la peor de las exposiciones de Varela: sus paisajes no superan a los que ya conocemos: son unos un remedo de sus magníficas audacias impresionistas. otros casi una caricatura de sus magníficos juegos de luz.
Los retratos ¡impresionistas? No. Desacierto. No llamemos con nombre impropio alguno lo que es carencia de facultades en el autor: los retratos, un desacierto; ni siquiera el de Carmencita Raggio se salva. Infiltrar, marcar el carácter, la personalidad del autor, no consiste en deformar, en falsificar el alma de la persona retratada, en matar lo que es vida en aquello que se retrata, y eso es lo que Varela hace con sus retratados: los mata, mejor los… asesina.
Pero el asesinato con todas sus agravantes se muestra en una tela que en el catálogo se dice es el “Retrato de Marita Llopis”.
Marita Llopis es una chiquilla guapa: carita de gloria —diríamos en verso—, de talle flexible, de andares de reina española: Marita Llopis, sonrisa, melodía, luminosidad levantina, es algo que nos hace sonreír también: a su paso sentimos como una caricia de felicidad, un aura leve, perfumada que besa y refresca nuestras mentes sudorosas.
Y en el retrato ¡impresionista? nos presenta una mujer, carita de tonta —la tonta de cualquier pueblo—, en una postura forzada —Marita Llopis es toda naturalidad, elegancia—, en una actitud de misticismo idiota.
En el retrato no hay más que un pequeño detalle —¡tan pequeño y tan lejano!— del mohín característico de Marita, de su manera de colocar los labios.
Nosotros hemos observado a Marita Llopis en las horas de paseo, bajo las palmas de la Explanada; en las horas del trajinar en el hogar, en los momentos en que, religiosa, creyente como buena española, doblaba sus rodillas ante el altar; siempre, siempre resplandecía en su rostro una luz —sonrisa— de dicha, de alegría, tenue, fina, aristocrática, propia de su temperamento selecto: nunca, nunca la hemos visto como nos la “impresiona” el cuadro de Varela.
Varela no ha comprendido el alma de Marita Llopis; Varela, temperamento materialista, no puede comprenderla, y artísticamente, la ha asesinado.
Tengo un amigo íntimo, inseparable, que es poeta; está escribiendo desde que ha visto el cuadro a que nos referimos un romance que se titula “El horroroso crimen del pintor Varela”.
¡Pobre Marita Llopis: lo que han hecho con su carita bonita, con su cuerpo juncal y su sonrisa tan bella!
-----------------------------------------Rogelio López
---0---
Marita Llopis era mi abuela. Alguna vez nos contó la historia del retrato y la reseña, y todavía sentía mucho la que le dieron al buen pintor Varela a cuenta suya. Todo aquello le pareció horrible, sí, sí, pero ahora, entre sus papeles, ha aparecido, muy bien doblado, “El Día” del 8 de junio de 1935.
sábado, 26 de abril de 2008
Príncipe y mendigo
Cortos y perezosos, fuimos a entregar un paquete a una gran señora. El portón de la casa impresionaba, pesaba como una lápida. Al fondo de los altos pasillos, en una sala en penumbra, nos atendió, contenta de recibir un regalo de su vieja (con perdón) amiga, la abuela de mi mujer. Teníamos otras cosas que hacer y empezamos a despedirnos, pero ella dijo: “Quedaos un ratito… Tomad algo”. Nos excusamos, insistió, y fue entonces cuando me di cuenta de que nos lo estaba rogando, literalmente, con un punto de angustia. Nos lo rogaba, recuerden, la gran señora, a nosotros, humilde matrimonio de clase media.
El tono que percibí en su voz se me quedó dentro; y me pasé toda la tarde descubriendo que, donde menos se espera, salta una súplica. Cuando aparqué, el guardacoches me exigió la voluntad con ese tono amenazante, a medias displicente, con que disimulan (muy bien) su desamparo. Comentaba José María Pemán que, antes que estas exigencias laicas, de tan torvas miradas, él prefería que la limosna se la pidieran por caridad y la agradeciesen con un “Dios se lo pague”. Por eso, cuando luego, a la puerta de una iglesia, vi a una mendiga clásica, que no levantaba los ojos del suelo, le di enseguida el doble que al aparcacoches.
No sólo ni sobre todo es dinero lo que la gente pide sin pausa. Hay quien necesita, tras una ventanilla, un “por favor”, o una sonrisa amable a pesar del trato. Otros, un efervescente saludo desde la acera de enfrente. En casos especiales, conviene cruzar la calle y tomarse, incluso, un café. Uno pierde mucho tiempo; y los nervios, con tanta cafeína, se te ponen a flor de piel, pero resulta asombroso cuánto lo agradecen. Mi sensación esa tarde era la de caminar por mi pueblo como un príncipe oriental, arrojando monedas, saludos, bendiciones...
La sensación resultaba tan deslumbrante que ni tan siquiera me la oscureció la certeza de que uno era el primer mendigo: el que necesitaba que los demás necesitasen de su cariño, el que recibía más al dar limosna, el mayor beneficiario de sus minúsculas caridades. De hecho, esta certeza paradójica me hacía sentirme aún mejor: yo era un príncipe, sí, y en la mejor sociedad, entre otros príncipes. Y era, a la vez, un mendigo, sí, también, pero con qué benefactores espléndidos. Dios se lo pague.
El tono que percibí en su voz se me quedó dentro; y me pasé toda la tarde descubriendo que, donde menos se espera, salta una súplica. Cuando aparqué, el guardacoches me exigió la voluntad con ese tono amenazante, a medias displicente, con que disimulan (muy bien) su desamparo. Comentaba José María Pemán que, antes que estas exigencias laicas, de tan torvas miradas, él prefería que la limosna se la pidieran por caridad y la agradeciesen con un “Dios se lo pague”. Por eso, cuando luego, a la puerta de una iglesia, vi a una mendiga clásica, que no levantaba los ojos del suelo, le di enseguida el doble que al aparcacoches.
No sólo ni sobre todo es dinero lo que la gente pide sin pausa. Hay quien necesita, tras una ventanilla, un “por favor”, o una sonrisa amable a pesar del trato. Otros, un efervescente saludo desde la acera de enfrente. En casos especiales, conviene cruzar la calle y tomarse, incluso, un café. Uno pierde mucho tiempo; y los nervios, con tanta cafeína, se te ponen a flor de piel, pero resulta asombroso cuánto lo agradecen. Mi sensación esa tarde era la de caminar por mi pueblo como un príncipe oriental, arrojando monedas, saludos, bendiciones...
La sensación resultaba tan deslumbrante que ni tan siquiera me la oscureció la certeza de que uno era el primer mendigo: el que necesitaba que los demás necesitasen de su cariño, el que recibía más al dar limosna, el mayor beneficiario de sus minúsculas caridades. De hecho, esta certeza paradójica me hacía sentirme aún mejor: yo era un príncipe, sí, y en la mejor sociedad, entre otros príncipes. Y era, a la vez, un mendigo, sí, también, pero con qué benefactores espléndidos. Dios se lo pague.
viernes, 25 de abril de 2008
Una de Camba
Contaba Camba que él confeccionaba sus artículos con gran felicidad: estaba seguro de que nadie los leía. Pero en una ocasión recibió una carta de un señor de Lugo [¿o era de Vigo?] que se confesaba lector suyo. Aquello conmocionó a Camba y a punto estuvo de arruinar su carrera, de estragar sus nervios. Ya no podía escribir nada —ni una línea— sin pensar en su señor de Lugo. Se preguntaba: "¿Le gustará esto? ¿Estaré a su altura? ¿Qué pensará mi señor de Lugo de este retruécano?"
No contó en cambio Camba cómo consiguió superar el trauma. Si murió su señor de Lugo o dejó de leerle o si él, Julio Camba, nunca se recuperó del todo. Y como no puedo preguntárselo, os rogaría a vosotros, sigilosos visitantes de este blogg, un poco de secretismo. Ahora no logro escribir sin pensar en X, cuyos poemas resisten incluso sus desgarradas lecturas, y brillan en la noche; sin hacerlo en Z, exactísimo catedrático experto en el uso, ay, ay, ay, del español; sin hacerlo en Y, tridoctor, filósofo, filólogo, filántropo. Y pienso, sobre todo, en vosotros, los que quizá aún estéis agazapados tras cualquier esquina, en la barra de un bar, bajo el árbol de un campus, o al otro lado del teléfono móvil, esperando la ocasión propicia para saltar sobre mis desprevenidas inseguridades y asestarme el golpe fatal: “A propósito, visito tu blogg de vez en cuando”.
No contó en cambio Camba cómo consiguió superar el trauma. Si murió su señor de Lugo o dejó de leerle o si él, Julio Camba, nunca se recuperó del todo. Y como no puedo preguntárselo, os rogaría a vosotros, sigilosos visitantes de este blogg, un poco de secretismo. Ahora no logro escribir sin pensar en X, cuyos poemas resisten incluso sus desgarradas lecturas, y brillan en la noche; sin hacerlo en Z, exactísimo catedrático experto en el uso, ay, ay, ay, del español; sin hacerlo en Y, tridoctor, filósofo, filólogo, filántropo. Y pienso, sobre todo, en vosotros, los que quizá aún estéis agazapados tras cualquier esquina, en la barra de un bar, bajo el árbol de un campus, o al otro lado del teléfono móvil, esperando la ocasión propicia para saltar sobre mis desprevenidas inseguridades y asestarme el golpe fatal: “A propósito, visito tu blogg de vez en cuando”.
jueves, 24 de abril de 2008
El astuto Juaristi
Estaba Jon Juaristi en una cálida sobremesa jerezana animándonos a que leyésemos Los bárbaros de Alessandro Baricco. Nos hizo un tráiler publicitario. A partir de asuntos muy periféricos, como el fútbol o el vino, Baricco diagnostica la profunda mutación social en curso, que consiste en la pérdida del alma. Nos contaba Juaristi, que el italiano defiende, por ejemplo, que el vino, antes, era un producto exclusivo que sólo existía en las tres grandes culturas vitivinícolas: Francia, Italia y España. De pronto se ha extendido a escala planetaria por unas causas y con unas consecuencias muy concretas y exportables.
Me compré el libro, faltaría más. Y cuál no sería mi sorpresa cuando descubro que para Baricco las culturas del vino son únicamente dos: Francia e Italia. Como a esa altura el libro me tenía enganchado, no lo tiré a la papelera.
¡Qué astuto, Juaristi! Estoy seguro de que cayó en eso y calló. Es imposible que él no notara la profunda injusticia con España, y sólo me pregunto si la retocó por motivos de marketing o como quien corrige una errata. ¿Sabía el sabio que si me cuenta que no se cuenta a España como gran cultura del vino, se compra el libro la madre de Alessandro? ¿O simplemente le pareció un error pueril que podía corregir sobre la marcha, sin darle más importancia, como quien mete una hojita que pone “fe de erratas”? Yo creo que es lo primero, je, je, qué pillín, Juaristi.
También es pillín Baricco, por cierto. No nombra a Dios ni una sola vez, pero deja claro que el alma que se está perdiendo [con lo grandielocuente que suena eso] no es la de Homero -casi inexistente, dice- ni tampoco -atención- el alma tal y como la entendía Dante. Es sólo el alma romántica, el alma prometeica de la modernidad. Y así, sí, vale: uno mira la mutación con otros ojos, por supuesto.
Me compré el libro, faltaría más. Y cuál no sería mi sorpresa cuando descubro que para Baricco las culturas del vino son únicamente dos: Francia e Italia. Como a esa altura el libro me tenía enganchado, no lo tiré a la papelera.
¡Qué astuto, Juaristi! Estoy seguro de que cayó en eso y calló. Es imposible que él no notara la profunda injusticia con España, y sólo me pregunto si la retocó por motivos de marketing o como quien corrige una errata. ¿Sabía el sabio que si me cuenta que no se cuenta a España como gran cultura del vino, se compra el libro la madre de Alessandro? ¿O simplemente le pareció un error pueril que podía corregir sobre la marcha, sin darle más importancia, como quien mete una hojita que pone “fe de erratas”? Yo creo que es lo primero, je, je, qué pillín, Juaristi.
También es pillín Baricco, por cierto. No nombra a Dios ni una sola vez, pero deja claro que el alma que se está perdiendo [con lo grandielocuente que suena eso] no es la de Homero -casi inexistente, dice- ni tampoco -atención- el alma tal y como la entendía Dante. Es sólo el alma romántica, el alma prometeica de la modernidad. Y así, sí, vale: uno mira la mutación con otros ojos, por supuesto.
miércoles, 23 de abril de 2008
Abril, el mes más cruel
Como una vez al año no hace daño, se lo toman con un entusiasmo tremendo. En el Día del Libro no les caben a los políticos ni a los funcionarios todas las actividades programadas. Las celebraciones, por tanto, rebosan e inundan el mes de abril de presentaciones, ferias, recitales, conferencias, homenajes, mesas redondas, talleres de animación a la lectura, visitas a colegios y a institutos y hasta pasacalles. A los aficionados tanta literatura no nos deja leer.
La fascinación por las efemérides suele ser fastidiosa, pero hay que reconocer que esta vez la fecha lo merece. Qué milagro que murieran en 23 de abril Cervantes y Shakespeare, nada menos. Falta Dante para completar el trío de ases; o Bashō para lograr una escalera de color. Lo curioso de Cervantes y Shakespeare es que ninguno de los dos fue un fundamentalista de la literatura. Por culpa de un atracón de libros de caballerías se volvió loco don Quijote. Cuando a Hamlet le preguntaron qué leía, soltó un desdeñoso: “—Words, words, words”. Para colmo, Shakespeare dejó, de pronto, de escribir y se retiró del mundanal ruido.
A Santa Teresa de Jesús le prohibieron los libros en romance, y se ponía mala la pobre de pensar que, como ignoraba el latín, no iba a tener qué llevarse a los ojos. Entonces una moción divina le indicó que no pasase pena, que Jesús le daría un libro vivo, que era Él. La santa quedó encantada, como es natural. De esta historia aprendemos que las letras no son todo, que la vida va antes. Blas de Otero lo avisó en vigorosos versos: “Digo vivir, vivir como si nada/ hubiese de quedar de cuanto escribo.// Porque escribir es viento fugitivo,/ y publicar columna arrinconada”. Y Chesterton lo esculpió en un aforismo redondo: “Un hombre puede convencerse de su filosofía, mejor que con cuatro libros, con un libro, una batalla, un viejo amigo y un paisaje”.
Qué paradoja. Los grandes escritores no han caído de hinojos en esa idolatría del libro que, por estas fechas, embarga a quienes no leen o sólo leen best-sellers. El escritor ruso Florensky, ordenaba a su hija Olia: “Lee lo menos posible”. Olia no le hacía el menor caso, como se comprueba en la vibrante correspondencia que intercambiaron. La chica devoraba páginas sin pausa.
Ojalá un día yo, en vez ir de la ceca a la meca haciendo inútiles llamadas a la lectura primaveral, pudiese gritar, como Florensky, en los institutos: “¡Muchachos, leed lo menos posible!” Lo gritaría muy en serio, si supiese que no me iban a hacer caso. La vida es mucho más importante y maravillosa que los libros, efectivamente, pero eso se aprende como en ningún otro sitio en los libros.
La fascinación por las efemérides suele ser fastidiosa, pero hay que reconocer que esta vez la fecha lo merece. Qué milagro que murieran en 23 de abril Cervantes y Shakespeare, nada menos. Falta Dante para completar el trío de ases; o Bashō para lograr una escalera de color. Lo curioso de Cervantes y Shakespeare es que ninguno de los dos fue un fundamentalista de la literatura. Por culpa de un atracón de libros de caballerías se volvió loco don Quijote. Cuando a Hamlet le preguntaron qué leía, soltó un desdeñoso: “—Words, words, words”. Para colmo, Shakespeare dejó, de pronto, de escribir y se retiró del mundanal ruido.
A Santa Teresa de Jesús le prohibieron los libros en romance, y se ponía mala la pobre de pensar que, como ignoraba el latín, no iba a tener qué llevarse a los ojos. Entonces una moción divina le indicó que no pasase pena, que Jesús le daría un libro vivo, que era Él. La santa quedó encantada, como es natural. De esta historia aprendemos que las letras no son todo, que la vida va antes. Blas de Otero lo avisó en vigorosos versos: “Digo vivir, vivir como si nada/ hubiese de quedar de cuanto escribo.// Porque escribir es viento fugitivo,/ y publicar columna arrinconada”. Y Chesterton lo esculpió en un aforismo redondo: “Un hombre puede convencerse de su filosofía, mejor que con cuatro libros, con un libro, una batalla, un viejo amigo y un paisaje”.
Qué paradoja. Los grandes escritores no han caído de hinojos en esa idolatría del libro que, por estas fechas, embarga a quienes no leen o sólo leen best-sellers. El escritor ruso Florensky, ordenaba a su hija Olia: “Lee lo menos posible”. Olia no le hacía el menor caso, como se comprueba en la vibrante correspondencia que intercambiaron. La chica devoraba páginas sin pausa.
Ojalá un día yo, en vez ir de la ceca a la meca haciendo inútiles llamadas a la lectura primaveral, pudiese gritar, como Florensky, en los institutos: “¡Muchachos, leed lo menos posible!” Lo gritaría muy en serio, si supiese que no me iban a hacer caso. La vida es mucho más importante y maravillosa que los libros, efectivamente, pero eso se aprende como en ningún otro sitio en los libros.
[Hoy sin trampolínk porque una errata con el pobre ¿Bash?]
lunes, 21 de abril de 2008
Flashes
Tenía un gran interés por observar los ojos de Arcadi Espada, insuperablemente dotados para el pleonasmo: ven lo visible como ninguno (y no ven lo invisible como ninguno).
*
En la emoción del encuentro recordé a Antonio Machado: "El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve."
Y me entró la inquietud.
*
De Espada me sorprendió el romanticismo que esconde bajo capa. Romanticismo de último mohicano: "La mía será la última luz que se apague de los lectores de periódicos". "Sólo quedan diez que nos tomemos en serio los periódicos..., Santiago González y yo”.
*
Tenía que haberlo sospechado, porque qué románticas estas dos frases de Contra Catalunya: “Uno está con los que pierden y ahí no puede suceder nada malo. Si a uno le abandona la razón objetiva, siempre le quedará la razón moral”.
*
A la mañana siguiente, la lectura de Inmaculada Moreno en mi IES. Los alumnos se volvían, desvalidos y vulnerables, a preguntarme: "¿Qué significa 'desvalidos'?, ¿Y 'vulnerables'?, ¿Y...?, ¿Y...?" Una barrera semántica, que se dice, o muralla china. En principio, no había nada que hacer, pero qué callados y atentos estuvieron. Era el efecto amansador del ritmo, que Inma maneja como nadie.
*
Por la tarde, leían en Jerez Amalia Bautista, Javier Salvago y Jon Juaristi. Como no hay tres sin cuatro, José Mateos presentaba.
*
La explicación del misterio de Javier Salvago —extraordinario poeta que pasa desapercibido en demasiados recuentos— se desveló un poco en su lectura. Lectura tan desengañada como desmañada, sin la más mínima (y quizá necesaria) autocomplacencia. Él no es, desde luego, su mejor agente literario. Quien estaba a mi lado exclamó: "Esto es caviar comido a puñados".
*
El secreto de Juaristi: un humor desmadrado que, oh paradoja, no se desmadra casi nunca. Siempre está al servicio de un anhelo de civilización.
*
Tras recordarnos que Auden pedía que todo poeta hiciera explícita su idea de Paraíso, Juaristi nos recitó su locus amoenus particular. Terminaba: "Vivir quiero conmigo / y con mi colección de armas de fuego".
*
Amalia Bautista recogió el guante paradisíaco, y recitó el poema “Luz del mediodía”. Auden estaría contento con ella, pues ha titulado Luz del mediodía, (Universidad de las Américas Puebla, 2007) su última antología, o sea, el título es su imagen del Paraíso.
*
Mi imagen del Paraíso en la poesía de Amalia Bautista es "Jardín de Puerta Oscura". Empieza: “Los milagros existen. Esta tarde,”… No se puede pedir más a un comienzo. Y acaba: “y en el murmullo de la fuente escucho / tu corazón, igual que cuando apoyo / la cabeza en tu pecho”. No se puede pedir más a un final.
*
Luego me monté en la moto, para seguir tumbándome en las curvas.
*
En la emoción del encuentro recordé a Antonio Machado: "El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve."
Y me entró la inquietud.
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De Espada me sorprendió el romanticismo que esconde bajo capa. Romanticismo de último mohicano: "La mía será la última luz que se apague de los lectores de periódicos". "Sólo quedan diez que nos tomemos en serio los periódicos..., Santiago González y yo”.
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Tenía que haberlo sospechado, porque qué románticas estas dos frases de Contra Catalunya: “Uno está con los que pierden y ahí no puede suceder nada malo. Si a uno le abandona la razón objetiva, siempre le quedará la razón moral”.
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A la mañana siguiente, la lectura de Inmaculada Moreno en mi IES. Los alumnos se volvían, desvalidos y vulnerables, a preguntarme: "¿Qué significa 'desvalidos'?, ¿Y 'vulnerables'?, ¿Y...?, ¿Y...?" Una barrera semántica, que se dice, o muralla china. En principio, no había nada que hacer, pero qué callados y atentos estuvieron. Era el efecto amansador del ritmo, que Inma maneja como nadie.
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Por la tarde, leían en Jerez Amalia Bautista, Javier Salvago y Jon Juaristi. Como no hay tres sin cuatro, José Mateos presentaba.
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La explicación del misterio de Javier Salvago —extraordinario poeta que pasa desapercibido en demasiados recuentos— se desveló un poco en su lectura. Lectura tan desengañada como desmañada, sin la más mínima (y quizá necesaria) autocomplacencia. Él no es, desde luego, su mejor agente literario. Quien estaba a mi lado exclamó: "Esto es caviar comido a puñados".
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El secreto de Juaristi: un humor desmadrado que, oh paradoja, no se desmadra casi nunca. Siempre está al servicio de un anhelo de civilización.
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Tras recordarnos que Auden pedía que todo poeta hiciera explícita su idea de Paraíso, Juaristi nos recitó su locus amoenus particular. Terminaba: "Vivir quiero conmigo / y con mi colección de armas de fuego".
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Amalia Bautista recogió el guante paradisíaco, y recitó el poema “Luz del mediodía”. Auden estaría contento con ella, pues ha titulado Luz del mediodía, (Universidad de las Américas Puebla, 2007) su última antología, o sea, el título es su imagen del Paraíso.
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Mi imagen del Paraíso en la poesía de Amalia Bautista es "Jardín de Puerta Oscura". Empieza: “Los milagros existen. Esta tarde,”… No se puede pedir más a un comienzo. Y acaba: “y en el murmullo de la fuente escucho / tu corazón, igual que cuando apoyo / la cabeza en tu pecho”. No se puede pedir más a un final.
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Luego me monté en la moto, para seguir tumbándome en las curvas.
viernes, 18 de abril de 2008
Como Jesulín
Mi intención era escribiros la crónica de mi encuentro con Arcadi Espada de anoche. Sin embargo, en esta pre-semana de Día del Libro (¡y uff la que viene!) voy como Jesulín en la moto cuando quiso batir el récord de número de corridas en una temporada. En media hora, tengo que estar presentando a Inmaculada Moreno en mi IES. Aprovechando que Arcadi defendió un poco los links, ahí va éste.
jueves, 17 de abril de 2008
miércoles, 16 de abril de 2008
Me harto de balón
lunes, 14 de abril de 2008
Liado con los links
--------------------------------(Apuntes para una mesa redonda)
La cultura siempre ha sido referencia y diálogo, pero ahora los links convierten ese diálogo en un automatismo que se impone.
En las páginas de papel las intertextualidades o incluso cualquier nombre propio ("Un nombre propio es una imagen", recordaba Álvaro García) nos mandaban, bien que mentalmente, a otro texto o a una fotografía o a un recuerdo o a una biografía. El click sonaba en la memoria.
(Releo el párrafo anterior y veo que los paréntesis tienen un punto de link pre-digital, con su cita dentro.) También funcionan como links sobre el papel, fuera de la cabeza del lector, las notas a pie de página.
Lo último da pie para empezar a poner pegas, que es a lo que vine. Las notas a pie de página son casi siempre auténticas zancadillas a la lectura. La literatura debería ser algo fluido, donde palpita una temporalidad propia, una música interior que no se aviene bien con el arriba y abajo, abominables flexiones, de las notas. Del mismo modo o todavía peor, los links resultan incómodos grilletes en los tobillos: no nos dejan andar por el texto, además de privarnos del placer de la evocación y el reconocimiento.
Quizá fuese conveniente, pues, evitar los links cuando la información a la que nos remiten puede encontrarse con una sencilla búsqueda del interesado, si lo hubiera o lo estuviese. Si el escritor del blog lleva su natural bondad hasta el extremo de evitarle al lector el tenue trabajo de teclear en la barra de Google, podría hacer al menos su enlace con otro color, se me ocurre. Lo mismo cuando el enlace tiene un mero valor documental. Lo mismo el trampolínk, que es una simple señal de tráfico.
Los enlaces son capaces de cumplir, afortunadamente, funciones importantes. Primero, como susurraba anteayer, cuando son los aplausos de la blogosfera. Tienen entonces una misión de vida o muerte: marcar la excelencia. El click-click o el trash-trash del machete que abre un camino a través de la jungla. Por último, el link debe aspirar, incluso, a la entidad de recurso literario. ¿Cómo? Cuando juega con el factor sorpresa: ilumina si la página a la que te lleva revierte significación (y no sólo información) sobre la propia.
La cultura siempre ha sido referencia y diálogo, pero ahora los links convierten ese diálogo en un automatismo que se impone.
En las páginas de papel las intertextualidades o incluso cualquier nombre propio ("Un nombre propio es una imagen", recordaba Álvaro García) nos mandaban, bien que mentalmente, a otro texto o a una fotografía o a un recuerdo o a una biografía. El click sonaba en la memoria.
(Releo el párrafo anterior y veo que los paréntesis tienen un punto de link pre-digital, con su cita dentro.) También funcionan como links sobre el papel, fuera de la cabeza del lector, las notas a pie de página.
Lo último da pie para empezar a poner pegas, que es a lo que vine. Las notas a pie de página son casi siempre auténticas zancadillas a la lectura. La literatura debería ser algo fluido, donde palpita una temporalidad propia, una música interior que no se aviene bien con el arriba y abajo, abominables flexiones, de las notas. Del mismo modo o todavía peor, los links resultan incómodos grilletes en los tobillos: no nos dejan andar por el texto, además de privarnos del placer de la evocación y el reconocimiento.
Quizá fuese conveniente, pues, evitar los links cuando la información a la que nos remiten puede encontrarse con una sencilla búsqueda del interesado, si lo hubiera o lo estuviese. Si el escritor del blog lleva su natural bondad hasta el extremo de evitarle al lector el tenue trabajo de teclear en la barra de Google, podría hacer al menos su enlace con otro color, se me ocurre. Lo mismo cuando el enlace tiene un mero valor documental. Lo mismo el trampolínk, que es una simple señal de tráfico.
Los enlaces son capaces de cumplir, afortunadamente, funciones importantes. Primero, como susurraba anteayer, cuando son los aplausos de la blogosfera. Tienen entonces una misión de vida o muerte: marcar la excelencia. El click-click o el trash-trash del machete que abre un camino a través de la jungla. Por último, el link debe aspirar, incluso, a la entidad de recurso literario. ¿Cómo? Cuando juega con el factor sorpresa: ilumina si la página a la que te lleva revierte significación (y no sólo información) sobre la propia.
sábado, 12 de abril de 2008
viernes, 11 de abril de 2008
Eco de un eco de Eco
O mejor sin cabriolas: la entrada de hoy reseña la reseña del último ensayo de Eco, Umberto. El título es estupendo: Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia. El contenido, si nos tenemos que fiar de la crítica entusiasta de Germán Gullón, no. Dice que en vez de un sólido manual de teoría para traductores, "nos hallamos con un volumen donde el oficio de traductor viene explicado a través de ejemplos prácticos". Vale. Lo que no vale son los ejemplos que el crítico pondera extasiado: qué mal que funcionan los traductores automáticos de internet y, oh, oh, traducir la expresión inglesa It rains cats and dogs como "llueve(n) gatos y perros" resulta inapropiado. La información resulta utilísima: no la de los gatos y los perros, sino la del libro. Si nadie presenta pronto pruebas en contra, yo me voy a ahorrar 25'90 € y 592 páginas de Eco. Um, suena bien.
jueves, 10 de abril de 2008
Insomnio (adenda)
Otro clásico del insomnio, junto a la hipoteca y a la contabilidad de ovejitas, es la canción de cuna, naturalmente. Y entre ellas la que en Boston, un 16 de agosto, se marcó JRJ, poeta recién casado. Léase:
.............BERCEUSESin embargo, anoche, a la altura más o menos de "¡Oh jardín estrellado!", se me cruzó como un fogonazo una seguiriya de don Francisco Molina, cantaor de Jerez. Estoy empezando a preocuparme por este amor obsesivo mío a la brevedad. Aunque sólo un poco, porque estos tres versos son enormes, no se los salta un gitano. Escuchen:
No; dormida,
no te beso.
Tú me has dado tu alma
con tus ojos abiertos
--¡oh jardín
estrellado!--
a tu cuerpo.
No, dormida no eres
tú... No, no, ¡no te beso!
-- ... Infiel te fuera a ti si te besara
a ti...
.........No, no,
no te beso...--
Desperté y te vi.
Por si estabas soñando conmigo
te dejé dormir.
miércoles, 9 de abril de 2008
lunes, 7 de abril de 2008
Belloc & Julieta
Los versos deberían tener música. Esta
vez la tienen: su música es Julieta.
Verse should be set to Music. This is set
To Music: and the Music’s Juliet.
***
¿Existieron las Musas? ¿Y las Gracias?
¿Y Afrodita? ¿Y Diana?
Ningún mortal las vio.
Hoy a Julieta he visto yo.
Are there Muses? are there Graces?
Are there immortal faces?
No man mortal saw them yet.
I today saw Juliet.
***
Visiones imborrables: vi mi pueblo a la vuelta
de un viaje por el mar, y el rostro de Julieta.
Two visions permanent: his native place
Found after days at sea, and Juliet’s face.
***
SOBRE SU RETRATO
¿No se parece a ti, verdad? Me alegro,
pues como tú no hay nada bajo el cielo.
ON HER PICTURE
It isn’t like you: So? I’m glad to say
There’s nothing like you upon earth today.
***
EL TELÉFONO
En la ciudad de tantas voces, yo
estaba solo como los astros en lo oscuro.
Sonó entonces tu voz, igual que el sol
llena los cielos aunque es sólo uno.
THE TELEPHONE
To-night in million-voicèd London I
Was lonely as the million-pointed sky
Until your single voice. Ah! So the sun
Peoples all heaven, although he be but one.
***
UNA ROSA PARA SU SENO
Corre, cándida rosa, y a la más bella di
que aquel que más la amaba no estuvo nunca allí.
ON A ROSE FOR HER BOSOM
Go, lovely rose, and tell the lovelier fair
That he wich loved her most was never there.
***
JULIETA
¿Cómo estuvo la fiesta en Portman Square?
No lo puedo decir; pues Julieta no fue.
Y la de Lady Gaster, di, ¿cómo resultó?
No lo sé, pues Julieta junto a mí se sentó
JULIET
How did the party go in Portman Square?
I cannot tell you; Juliet was not there.
And how did Lady Gaster’s party go?
Juliet was next me and I do not know.
***
SOBRE OJOS
Los ojos negros grandes aventuras prometen;
los azules un Cielo; y los tuyos son verdes.
ON EYES
Dark eyes adventure bring; the blue serene
Do promise Paradise: and yours are green.
***
Tres Gracias, nueve Musas, siete Pléyades…,
pero Julieta es única, bajo un cielo sin gente.
Three Graces, Muses nine, of Pleiads seven,
But Juliet one, beneath an empty Heaven.
***
EL DIAMANTE
Esta joya, Julieta, adornará
efímeras bellezas del futuro;
mientras tanto, a ti siempre, ya inmortal,
te adornará mi verso: todo tuyo.
THE DIAMOND
This diamond, Juliet, will adorn
Ephemeral beauties yet unborn.
While my strong verse, for ever new,
Shall still adorn immortal you.
***
Julieta, adiós; que seas al futuro le pido
educada con todos, pero amable conmigo.
Goodbye my Juliet; may you always be
Polite to all the world but kind to me.
***
EL TIEMPO LO CURA TODO
Fue mi vergüenza; ahora, en cambio, me envanezco
de haberte amado más y siempre más que el resto.
TIME CURES ALL
It was my shame, and now it is my boast,
That I have loved you rather more than most.
vez la tienen: su música es Julieta.
Verse should be set to Music. This is set
To Music: and the Music’s Juliet.
***
¿Existieron las Musas? ¿Y las Gracias?
¿Y Afrodita? ¿Y Diana?
Ningún mortal las vio.
Hoy a Julieta he visto yo.
Are there Muses? are there Graces?
Are there immortal faces?
No man mortal saw them yet.
I today saw Juliet.
***
Visiones imborrables: vi mi pueblo a la vuelta
de un viaje por el mar, y el rostro de Julieta.
Two visions permanent: his native place
Found after days at sea, and Juliet’s face.
***
SOBRE SU RETRATO
¿No se parece a ti, verdad? Me alegro,
pues como tú no hay nada bajo el cielo.
ON HER PICTURE
It isn’t like you: So? I’m glad to say
There’s nothing like you upon earth today.
***
EL TELÉFONO
En la ciudad de tantas voces, yo
estaba solo como los astros en lo oscuro.
Sonó entonces tu voz, igual que el sol
llena los cielos aunque es sólo uno.
THE TELEPHONE
To-night in million-voicèd London I
Was lonely as the million-pointed sky
Until your single voice. Ah! So the sun
Peoples all heaven, although he be but one.
***
UNA ROSA PARA SU SENO
Corre, cándida rosa, y a la más bella di
que aquel que más la amaba no estuvo nunca allí.
ON A ROSE FOR HER BOSOM
Go, lovely rose, and tell the lovelier fair
That he wich loved her most was never there.
***
JULIETA
¿Cómo estuvo la fiesta en Portman Square?
No lo puedo decir; pues Julieta no fue.
Y la de Lady Gaster, di, ¿cómo resultó?
No lo sé, pues Julieta junto a mí se sentó
JULIET
How did the party go in Portman Square?
I cannot tell you; Juliet was not there.
And how did Lady Gaster’s party go?
Juliet was next me and I do not know.
***
SOBRE OJOS
Los ojos negros grandes aventuras prometen;
los azules un Cielo; y los tuyos son verdes.
ON EYES
Dark eyes adventure bring; the blue serene
Do promise Paradise: and yours are green.
***
Tres Gracias, nueve Musas, siete Pléyades…,
pero Julieta es única, bajo un cielo sin gente.
Three Graces, Muses nine, of Pleiads seven,
But Juliet one, beneath an empty Heaven.
***
EL DIAMANTE
Esta joya, Julieta, adornará
efímeras bellezas del futuro;
mientras tanto, a ti siempre, ya inmortal,
te adornará mi verso: todo tuyo.
THE DIAMOND
This diamond, Juliet, will adorn
Ephemeral beauties yet unborn.
While my strong verse, for ever new,
Shall still adorn immortal you.
***
Julieta, adiós; que seas al futuro le pido
educada con todos, pero amable conmigo.
Goodbye my Juliet; may you always be
Polite to all the world but kind to me.
***
EL TIEMPO LO CURA TODO
Fue mi vergüenza; ahora, en cambio, me envanezco
de haberte amado más y siempre más que el resto.
TIME CURES ALL
It was my shame, and now it is my boast,
That I have loved you rather more than most.
[Versiones publicadas en el último número de Númenor]
domingo, 6 de abril de 2008
sábado, 5 de abril de 2008
Insomnio
Lo que casi nunca ocurre, si ocurre, es al menos lo que se dice una experiencia, por muy fastidiosa que resulte. En cambio, “todo lo cotidiano es mucho y feo”, escribió don Francisco de Quevedo, que, por razones obvias, no alcanzó a conocer el Opus Dei y su entusiasmante propuesta de santificación de lo ordinario. Varias noches seguidas de insomnio no deben de ser fácilmente soportables sin una santidad extraordinaria. Hemos leído las quejas de Borges contra el insomnio de fierro o a Cioran condimentándolo con cítricas reflexiones suicidas o a Juan Bonilla (por no ir tan lejos) haciendo un juego de palabras (y una rima): “el insomnio es una pesadilla”.
Pero el insomnio —solo de vez en cuando y porque se abusó del café solo— tiene su encanto. Para empezar, un encanto literario, con tantos ilustres precedentes a los que sentirse unido por un hilo de ojos abiertos y raros ruidos repentinos. Y sobre todo el encanto de una mente inusualmente activa. Qué riqueza, de pronto, de problemas y preocupaciones. Desde los estrictamente económicos, como ese gran clásico del insomnio, la hipoteca, hasta otros más intelectuales, como la planificación rigurosa de los temas de mis artículos para los próximos lustros. Una noche de insomnio da para pensar también en el agua que suelta la lavadora y en aquella respuesta correcta que no se nos ocurrió en su momento, hace dos años, en una cenita con amigos, y para comprobar entremedias muy a menudo y minuciosamente si uno dejó la puerta bien cerrada con llave.
Google ha mejorado la calidad del insomnio. Antes, a uno se le atascaba un nombre o una cita y ya podía empezar a dar vueltas en la cama como en una parrilla. Hoy basta volver a levantarse hasta el ordenador y —tras comprobar, de paso, otra vez, la puerta— preguntarle a la pantalla, como a un espejito mágico, la cuestión ésa tan trascendental. Con las dudas resueltas, la noche deja tiempo para el sentimentalismo. Emociona oír la respiración plácida de tu mujer, velarle su saludable descanso y asombrarse de que la vida haya unido dos destinos tan dispares: el suyo, fotogénico y sereno, y éste mío, inquieto e insomne.
Mañana me arrastraré por las esquinas... Vale, sí, pero ¿quién me quita lo bailado, las minuciosas reflexiones y los sentimientos al por mayor? ¿O esta completa seguridad de que la puerta estuvo muy bien cerrada toda la noche? Si inusual, el insomnio es un sueño.
Pero el insomnio —solo de vez en cuando y porque se abusó del café solo— tiene su encanto. Para empezar, un encanto literario, con tantos ilustres precedentes a los que sentirse unido por un hilo de ojos abiertos y raros ruidos repentinos. Y sobre todo el encanto de una mente inusualmente activa. Qué riqueza, de pronto, de problemas y preocupaciones. Desde los estrictamente económicos, como ese gran clásico del insomnio, la hipoteca, hasta otros más intelectuales, como la planificación rigurosa de los temas de mis artículos para los próximos lustros. Una noche de insomnio da para pensar también en el agua que suelta la lavadora y en aquella respuesta correcta que no se nos ocurrió en su momento, hace dos años, en una cenita con amigos, y para comprobar entremedias muy a menudo y minuciosamente si uno dejó la puerta bien cerrada con llave.
Google ha mejorado la calidad del insomnio. Antes, a uno se le atascaba un nombre o una cita y ya podía empezar a dar vueltas en la cama como en una parrilla. Hoy basta volver a levantarse hasta el ordenador y —tras comprobar, de paso, otra vez, la puerta— preguntarle a la pantalla, como a un espejito mágico, la cuestión ésa tan trascendental. Con las dudas resueltas, la noche deja tiempo para el sentimentalismo. Emociona oír la respiración plácida de tu mujer, velarle su saludable descanso y asombrarse de que la vida haya unido dos destinos tan dispares: el suyo, fotogénico y sereno, y éste mío, inquieto e insomne.
Mañana me arrastraré por las esquinas... Vale, sí, pero ¿quién me quita lo bailado, las minuciosas reflexiones y los sentimientos al por mayor? ¿O esta completa seguridad de que la puerta estuvo muy bien cerrada toda la noche? Si inusual, el insomnio es un sueño.
viernes, 4 de abril de 2008
¿Ojos que no ven?
Lo bueno, si largo, dos o tres o cuatro veces bueno. Con esta filosofía sigo avanzando demoradamente por el delicioso y didáctico Borges de Bioy Casares. A la altura de la página 1432, en la entrada del sábado 25 de marzo de 1972, anota Bioy.
Pero no, el inteligente Borges no condesciende del todo al autoengaño. Justo antes de cambiar rápidamente de tema y comentar cualquier historia de Mariana Grondona, añade muy levemente:
Borges, que llegó ayer de los Estados Unidos, donde le dieron el título de doctor honoris causa de la Universidad de Michigan, está muy animoso. Borges: “El acto del doctorado fue evidentemente político. Si lo hubiera sabido, no iba. Nos dieron el título a cuatro personas: dos blancos, un piel roja y un negro. Yo creo que sólo por racismo, porque toman en cuenta las razas, nos eligieron”.Me da la risa. Parece que Borges no contemplaba la posibilidad de que la causa de su doctor honoris fuese que lo contabilizaban de hispano, completando así la colección de las razas del continente. Él, desde luego, se cuenta, faltaría más, como blanco. No en vano lleva 1432 páginas dejándose caer con un racismo grande. Como cuando explica a unos brasileños que Brasil no le gusta porque está lleno de negros. "Eso no les agradó", constata después.
Pero no, el inteligente Borges no condesciende del todo al autoengaño. Justo antes de cambiar rápidamente de tema y comentar cualquier historia de Mariana Grondona, añade muy levemente:
“¿No es rara la proporción? Por lo menos sospechosa…"
jueves, 3 de abril de 2008
Confesional
A estas alturas del curso mis alumnas de Cuidados Auxiliares de Enfermería me han cogido cariño. Eso —contra lo que puedan pensar— es terrorífico. En mitad de la lección, cambian de tema o me gastan bromas: “Si quieres, te lo recuerdo el próximo día, que a ti se te olvida todo, Enrique”. Cuando empieza —por estas fechas siempre— ya sé que antes o después se producirá la pregunta embarazosa.
Fue ayer. Una alumna, en una clase sobre las estrategias de la negociación (tema VI de “Relaciones en el Equipo de Trabajo”), levantó la mano: “Eh, digo yo: tú, ¿tienes hijos?” Como las demás se alborozan y guiñan, se conoce que ya lo han hablado en algún recreo.
A la inquisidora podría contestarle: “A ti qué te importa”, pero como me importan mucho las cosas de todas ellas, no voy a negarles la recíproca. Descartado el corte, contesto: “No, no tengo hijos”. Saltan todas. La más cara dura: “¡Se te va a pasar el arroz!” La más dispuesta: “Pero ¿a qué esperas?”. Y la más tierna: “Los niños…, son tan monos, ¿no?”
Entonces sí que me apetece volverme a la pizarra a dibujar el esquema de la estrategia de la inacción. Pero no me resigno a que se lleven para siempre la idea de que su profesor de RET era un bon vivant comodón que no tenía hijos para llegar al IES en un cochazo, escribir más libritos, jugar al golf y salir por las noches con su mujer —de la que, porque nos vieron una vez en la cola del cine, ya saben mucho: que es inesperadamente alta y elegante. Así que, arrostrando el impudor, me confieso: “Quisiera tener hijos. De hecho, hago todo lo que puedo [aquí se ríen bastante]. Pero los niños, por alguna razón misteriosa, no vienen”.
Algunas se apresuran a revestirse con dignidad de profetisas y me auguran muy serias: ya vendrán. Ya veremos, digo. Otras (las que prefiero) sonríen melancólicas y, sonrojadas, subrayan algo en sus apuntes. Pero la mayoría no se entera. Siguen dale que te pego con lo del arroz y los ánimos, venga, y lo mono de los bebés y el elogio de la baja por paternidad. No es que sean torpes mis alumnas; es que son muy jóvenes. No han aprendido todavía que los deseos a veces no se cumplen. Lo aprenderán, las pobres, pero conste que yo se lo evitaría, si pudiera. A fin de cuentas, a estas alturas del curso uno también les ha cogido cariño.
.
Fue ayer. Una alumna, en una clase sobre las estrategias de la negociación (tema VI de “Relaciones en el Equipo de Trabajo”), levantó la mano: “Eh, digo yo: tú, ¿tienes hijos?” Como las demás se alborozan y guiñan, se conoce que ya lo han hablado en algún recreo.
A la inquisidora podría contestarle: “A ti qué te importa”, pero como me importan mucho las cosas de todas ellas, no voy a negarles la recíproca. Descartado el corte, contesto: “No, no tengo hijos”. Saltan todas. La más cara dura: “¡Se te va a pasar el arroz!” La más dispuesta: “Pero ¿a qué esperas?”. Y la más tierna: “Los niños…, son tan monos, ¿no?”
Entonces sí que me apetece volverme a la pizarra a dibujar el esquema de la estrategia de la inacción. Pero no me resigno a que se lleven para siempre la idea de que su profesor de RET era un bon vivant comodón que no tenía hijos para llegar al IES en un cochazo, escribir más libritos, jugar al golf y salir por las noches con su mujer —de la que, porque nos vieron una vez en la cola del cine, ya saben mucho: que es inesperadamente alta y elegante. Así que, arrostrando el impudor, me confieso: “Quisiera tener hijos. De hecho, hago todo lo que puedo [aquí se ríen bastante]. Pero los niños, por alguna razón misteriosa, no vienen”.
Algunas se apresuran a revestirse con dignidad de profetisas y me auguran muy serias: ya vendrán. Ya veremos, digo. Otras (las que prefiero) sonríen melancólicas y, sonrojadas, subrayan algo en sus apuntes. Pero la mayoría no se entera. Siguen dale que te pego con lo del arroz y los ánimos, venga, y lo mono de los bebés y el elogio de la baja por paternidad. No es que sean torpes mis alumnas; es que son muy jóvenes. No han aprendido todavía que los deseos a veces no se cumplen. Lo aprenderán, las pobres, pero conste que yo se lo evitaría, si pudiera. A fin de cuentas, a estas alturas del curso uno también les ha cogido cariño.
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