lunes, 31 de agosto de 2009
De nuevo lunes
domingo, 30 de agosto de 2009
Pito pito gorgorito
sábado, 29 de agosto de 2009
[Me aseguran que no es un chiste]
El médico, tímidamente, sabiendo que va a acabar con el efecto placebo más dulce de la historia de la medicina, le pregunta: "¿Era tiramisú seguro, señora? ¿O tamiflú?
viernes, 28 de agosto de 2009
Vaya contradiós
jueves, 27 de agosto de 2009
Corriendo
Adiós, adiós...
miércoles, 26 de agosto de 2009
Cargo de conciencia
martes, 25 de agosto de 2009
Litoral y la noche
domingo, 23 de agosto de 2009
God's spies
sábado, 22 de agosto de 2009
jueves, 20 de agosto de 2009
Scoop!
Eureka!
miércoles, 19 de agosto de 2009
La venganza del microcuento
Al final, lo comido por lo servido.
martes, 18 de agosto de 2009
Oferta reversible
Hecha la foto, procedió a comprar el género para conseguir los libros. Con los libros y la foto en su poder, procedió a entonar (vía e-mail) una leve elegía en Astaroth o, mejor dicho, un Sic transit gloria mundi algo guasón por los poetas ofertados y, en general, por la poesía. Lo que no me dice (me dice que no me lo dice) es qué hizo con lo que tuvo que comprar para conseguir Oratorio en Guadarrama, que es un libro, ay, que yo no he leído, con lo que me tiran los oratorios y Guadarrama y la Armada Española, donde servía Prados Nogueira, si no me equivoco.
Pero, teniendo en cuenta que la poesía es para pocos, y las bragas para todas, no deja de tener su encanto (kitsch) la ingenuidad del tendero. Cree el hombre en el atractivo comercial de los misereres. Y a lo mejor hasta es una buena estrategia de marketing y todo. Mi amigo se compró las bragas, eso es indudable, yo hubiese hecho lo propio y aquí está el tenderete en Rayos y truenos consiguiendo gratis un valioso espacio publicitario.
domingo, 16 de agosto de 2009
El injusto medio
Yo hago lo que puedo. Pero lo más curioso de mi artículo ha ocurrido fuera. Ni Leonor ni yo estamos especialmente satisfechos. A ella le ha parecido bien, pero que le doy demasiada importancia a un tema trivial, dice. En cambio yo me lamento (en mi fuero interno) de que trato con demasiada trivialidad un tema más gordo de lo que parece.
jueves, 13 de agosto de 2009
Crucifijación (una pesadilla)
miércoles, 12 de agosto de 2009
Tertulias en el porche
martes, 11 de agosto de 2009
Crítico en crisis
domingo, 9 de agosto de 2009
Críticas vs. elogios
[Hace meses que quería escribir esto, pero como era un punto egocéntrico lo iba dejando pasar. Ahora me vale como base del trampolínk. Hace unas semanas, publiqué un artículo sobre el fútbol en la playa en La Gaceta de los Negocios. Beades me sacó una tarjeta amarilla por no haber sido capaz de extraer, como habría hecho Chesterton, nada positivo de los esféricos. El artículo de hoy es una reconstrucción del anterior, a ver si esta vez le gusta a Beades.]
jueves, 6 de agosto de 2009
Los muertos
miércoles, 5 de agosto de 2009
Una defensa de la herencia
...........ARQUITECTURA
Comienzo a construir por el tejado:
lo primero que hago es acabar
y después viene el resto, o sea, todo.
Gira el reloj como la hormigonera
donde ruedo al revés: después de siglos
de ser católico me he convertido
a la fe que tenía; mucho antes
de escribir un poema, era poeta;
he conocido tipos estupendos
en mi grupo de amigos; por mi misma
mujer me he vuelto loco; y ahora empiezo
a dibujar los planos de la casa
donde llevo viviendo tantos años.
Lo primero que quiero es acabar
el tejado; ya tengo el cielo, el aire,
las nubes, la veleta, el humo blanco
que anuncia: “abajo, adentro, en el futuro
hay un fuego encendido”. Iré hacia él.
Pondré, cuando me muera, los cimientos.
martes, 4 de agosto de 2009
El espejito mágico
El viejo Trueno Distante había cerrado un trato redondo. El rostro pálido aquel, a cambio de unas ridículas pepitas de oro, recogidas como quien no quiere la cosa mientras pescaba truchas en el Río Colorado, le había dado una lámina de magia transparente.
El rostro pálido no era John Wayne, todavía. Pertenecía a la compañía de Francisco de Ulloa, esto es, a la primera expedición europea a Ciguatán; era moreno, bajo, joven, fuerte, oriundo de Ayamonte, gran lector del Amadís de Gaula y algo poeta. De hecho, para convencer al indio de las ventajas del canje, le había estado explicando con señas prolijas que, si se llevaba el espejo, le regalaba el mundo. El mundo entero se reflejaba allí, y el español le mostraba cómo la pradera y los soñolientos rebaños de bisontes entraban, como por arte de birlibirloque, en el recuadro que sostenía en la mano. Todo lo reflejado, insistía, se irisaba, además, de no sé qué y de misterio. Trueno Distante escuchaba como quien oye llover: no entendía una palabra de esos sonidos ceceantes. Quizá los compañeros de Fernando Vélez, que así se llamaba el rostro (relativamente) pálido, tampoco le habrían entendido la argumentación lírico-comercial. Y no sólo por su tendencia a expresarse en octavas más o menos reales, sino sobre todo por la sutileza del razonamiento.
El mismo Vélez, que era poeta, pero no tonto, quedó perplejo cuando el indio, de golpe, aceptó el trato. Pensó que por fin había encontrado un público receptivo y lamentó que Trueno Distante no entendiese el cristiano para recitarle un soneto suyo o cinco. De todas maneras, dio por sentado que se llegó a un acuerdo gracias a la eficacia de su retórica. Siempre contó que aquel fue el primer oro que ganó con las letras. (También fue el último.)
La realidad, como suele, era bien distinta. En un momento de su larga conversación en lenguas mutuamente ininteligibles, Trueno Distante atisbó su propio rostro en el espejo, pero él allí vio a su difunto, a su querido, a su añorado padre, exactamente igual a cuando era un experimentado jefe indio, aunque con unos ojos que ahora brillaban encendidos por una ilusión. Aquel objeto era una ventana al más allá, pensó, y cerró el trato lo más rápido que pudo. Se fue con su espejo, mirándose entusiasmado o mirándole ensimismado, según se mire.
La admiración de Trueno Distante por su padre no había dejado de crecer con los años. Añoraba mucho sus sabios consejos ahora que era él el jefe de la tribu, y a menudo rememoraba las reservas que el viejo Rayo Que No Cesa había mostrado a su matrimonio con Flauta Fina, aunque el jefe entendió —hombre de mundo al fin— los motivos del hijo: aquellos encantos que entonces saltaban a la vista.
Con el tiempo la delicada Flauta había ido perdiendo los evidentes encantos a la vez que se ganaba en la aldea el sobrenombre de Caña Cascante. No desperdiciaba ocasión de hacer caer sobre su marido su verbo rápido. El sufrido Trueno Distante estaba cada día más taciturno, pues reconocía la superioridad dialéctica, entre otras, de su señora.
Ni siquiera se atrevió a contarle el fabuloso negocio que acaba de rematar. Ella encontraría una forma simple y a la vez contundente de dejarle en ridículo. Capaz era, incluso, de echarle en cara que esa historia era un reflejo de un lejano cuento zen. En verdad la historia era muy distinta, pero, por si acaso, él escondió su espejito en su carcaj, junto al tabaco, y sólo le comentó la curiosa llegada en tres canoas inmensas de unos hombres tirando a pálidos y a peludos. Le dio un collar de cuentas de vidrio que le había comprado, eso sí, porque en el fondo la seguía queriendo mucho.
El humor de Trueno Distante mejoró una barbaridad gracias a la presencia a placer de su padre. A cada rato se iba a una esquina y le echaba un vistazo al viejo y ambos celebraban, sonrientes, el reencuentro. O se reían de las cosas de Caña, recordando las prevenciones paternas, que no fueron lo suficientemente firmes, tal vez.
Como es natural, la sagaz Caña Cascadora estaba mosca. A las primeras de cambio, cogió las vueltas a su marido y registró el misterioso carcaj en busca de la lámina de hielo que, por lo visto, tanto le gustaba. Al ver el espejo, Caña silbó. Se llevó una inmensa sorpresa, que la llenó de ternura hacia su marido. A partir de ahora sería para él la mejor mujer de la pradera. Se ganaría a pulso el sobrenombre de Flauta Dulce. Con qué emoción contempló ella que el vivo retrato de su madre, o sea, de la suegra de Trueno Distante, era lo que tanto le emocionaba y consolaba. “Quién hubiera imaginado —se dijo— que Trueno Distante amase tanto a mi vieja madre añorada”.
lunes, 3 de agosto de 2009
LECción
Tenía al pájaro de la felicidad cogido por la cola; se me ha soltado dejándome en la mano la pluma con la que escribo.