Sería muy bonito reunir en un volumen los numerosos poemas que unos y otros le hemos ido dedicando, desde “A José Mateos, tan delicado” de Francisco Bejarano —que no sé si sería el primero, pero sí fue el primero que yo leí— pasando por “Para José Mateos” de
Pedro Sevilla hasta el que le ofrece Raúl Pizarro o el de Leopoldo de la Torre, que ahora no sé cuál de los dos es más envidiablemente joven. Todos juntos formarían una amplia antología poética. Si generalmente es el gusto de un crítico el que decide qué poemas se antologan, no estaría mal para variar que fuera esta vez el de cada poeta: el gusto que se ha dado —el gustazo— de dedicar un poema a alguien querido.
El proyecto tendría mucho interés crítico porque permitiría ver en acción una de las principales líneas de fuerza de la poesía española contemporánea, como yo explicaría en el prólogo, si me lo pidiesen, o en una reseña para
Poesía Digital, si no. Por los poemas dedicados a José Mateos que conozco, sería un volumen de muchísima calidad. Esos poemas suelen contarse entre los mejores de sus autores.
En la vida nada ocurre por casualidad, y menos aún, si cabe, en poesía. La calidad de esos textos devuelve lo que puso José Mateos, con su influencia poética o con su trato personal, con ambos en la mayoría de los casos, para que nuestros libros tuviesen un nivel aceptable.
José Mateos, tan dedicado: y no sólo por los poemas que a él se le dedican, sino también por el tiempo y el cariño que él dedicó a nuestros poemas. Que yo conozca, a nadie se le puede aplicar mejor el verso de Umberto Saba: “
Tu hai come il dono della santitá”. Su entrega y su paciencia han sido siempre ejemplares y ejercidas con tanta naturalidad que parecen eso, un don.
Jorge Luis Borges repetía a la menor ocasión que el hecho más trascendental de su vida había sido la biblioteca de su padre. El hecho más trascendental de mi vida literaria fue el encuentro con Mateos, que ha sido para mí un maestro, aunque de paisano. Me explico: en esta época alérgica a la jerarquía, los maestros molestan por su necesaria superioridad. José Mateos, tan delicado, sabe hacerse amigo de sus discípulos y no levantar la mínima suspicacia de estos tiempos horizontales.
¿Me ha provocado celos ver cómo su magisterio, desde aquellas casi clases particulares que me daba en la codirección de la revista
Nadie parecía, ha ido expandiéndose con su taller literario de Jerez y ahora por los escaparates de las mejores librerías, a través de su
Escuela de la Docta Ignorancia? Quiero pensar que no, siquiera sea por hacerme digno de una de sus enseñanzas más suyas de palabra y de obra: “Lo que se guarda, se pierde”.
[Contribución al libro-homenaje que sus alumnos del taller literario de Jerez han dedicado a José Mateos.]