El año pasado traté de instaurar la tradición de leer a finales de diciembre mi diario del año y pasmarme de todo lo que me había pasado y eso. Pero este año, que he vuelto a cumplir con la escritura diaria, he fallado con la lectura final y, cortito de tiempo como estoy, me he dedicado a leer Días bajo el cielo de José Ignacio Foronda. Es un dietario centrado en sus visitas al pueblo de su familia política, y en los paseos que allí se pega y en las lecturas. El doble secreto del libro lo confiesa esta entrada: "Caminar… aunque sólo sea para estar más cerca del horizonte. Escribir… aunque sólo sea para estar más lejos del horizonte". Y el barbero ha seleccionado estas otras también:
Hay tanta
solemnidad en este atardecer que parece que estoy asistiendo al funeral de un
emperador.
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Escribir:
volar dejando un rastro.
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Oigo el
concierto de los grillos, pero no es suficiente: me gustaría ser capaz de saber
qué sueñan las hormigas.
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Al amanecer,
un cielo abstracto. Al anochecer, un cielo abstracto. Y entre uno y otro,
encontrar el dibujo más fiel, más exacto de mis horas.
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Nube: velero
de vapor.
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—Papá —me ha
preguntado mi hijo en medio del olivar—, ¿por qué estos árboles están sentados?
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Llueve en
negrita: tormenta de verano. [Quizá para apreciar esta nota convenga recordar que d'Ors habló del shirimiri como de "lluve en cursiva"]
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A los pies
de los olivos hay un blancor singular: son las flores de las aceitunas que nunca
serán. Se trata de una florecillas chiquitinas, casi una miniatura heráldica, con
cuatro pétalos albos unidos por la base. [Hay mucha, mucha página descriptiva en el libro. Ésta me ha emocionado especialmente.]
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No necesito
levantar los ojos del libro para saber que vienen los abejarucos.
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Necesito
levantar los ojos del libro porque sé que vienen los abejarucos.
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Tengo la
impresión de que en estos paseos la grasa que quemo la transformo en egoísmo. Y
adelgazo de cintura pero engordo de soledad.
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¿Cómo
explicarles que le deben el perdón a una golondrina? [Antecedentes: cuenta que ha de levantarse de su lectura porque sus hijos se pelean. Lo hace. Y entonces cruza el cielo una golondrina que se remoja y vuelve a remojar en la piscina. Lo cuenta de maravilla. Cuando llega adonde sus hijos, ya no les riñe.]
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Las nubes
pasan como las horas, aunque las horas no pasan como las nubes.
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Ser leve y
dejar huella, igual que los gorriones en la nieve.
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Expulsados
del paraíso, sólo nos queda el paisaje.
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De purísima
y oro. En el cielo se lidia el toro del ocaso.
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Este sol de
junio hace madurar la tarde. Pero no nos quedaremos a recoger su fruto, salvo
que el fruto sea saber que el sol de junio hace madurar la tarde.
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Miro el
atardecer aquí sentado. Cada día me acerco a él. Aquí sentado.
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El que pasea
solo puede que llegue a la metafísica y el que pasea con niños puede llegar a
la felicidad.
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Pasear se ha
convertido en la única forma de estar conforme con mi destino. De estar
conforme… conformándolo.