domingo, 30 de abril de 2006

El tiempo vuela

Y ésa debe ser la explicación de que, como detectó Foxá, el reloj de pulsera suene como el corazón de un pájaro.

Comentario de texto (II)

Galaxia Gutemberg no ha tenido una idea misericordiosa al unir en El canto y la ceniza a la gran Anna Ajmátova y a la excéntrica Marina Tsvetáieva. Pecando de ingenioso, podría sugerir que el canto va por la una y la ceniza por la otra. Lo que es indiscutible es que la primera se "come" a la segunda, cuyos poemas parecen grititos nerviosos después de leer la natural solemnidad, como de reina, de la Ajmátova. Los poetas ya padecen demasiado nuestra irracional tendencia a compararlos entre sí (generación contra generación, el mejor de cada grupo, el más importante de cada pueblo, o, si el parentesco lo permite, el hermano más lírico) como para fomentarla con volúmenes conjuntos como éste. En cualquier caso, cuando menos se espera, la Tsvetáieva se salva con este poema, muy difícil, que parece que se hunde, pero no:


TENTATIVA DE CELOS

¿Cómo te va la vida con otra?
Más fácil, ¿verdad? Golpe de remo.
¿Cuándo —¿pronto?— por un puente seguro
se alejó de ti el recuerdo

de mí, una isla que flota?
(En el cielo, no en el agua.)
Almas. No amantes,
sino hermanas son nuestras almas.

¿Cómo te va junto a una
simple
mujer? ¿Sin divinidad alguna?
Tras haber derrocado a tu reina
(tú mismo privado del trono),

¿cómo vives?, ¿te preocupas?,
¿te enfadas? ¿Cómo estás al levantarte?
Con ésa que te ha atado al cuello
su tributo inmortal, el tedio, ¿cómo te va,

pobrecito mío? —“Estoy harto de convulsiones,
de dolor, voy a agenciarme un hogar.”
¿Cómo te va con cualquiera,
a ti, que fuiste elegido por mí?

¿Es la comida más comestible?
Y si te cansa, mala suerte.
¿Cómo puedes vivir con un idolillo,
tú, digno antes del Sinaí?

¿Cómo vives con ésa, tan distinta a nosotros?
¿Una extranjera, costilla de tu pecho?
¿La vergüenza, ese azote de Zeus,
aún no te ha herido la frente?

¿Cómo te va la vida? ¿Estás sano? Y las musas,
¿te llaman aún a veces? Y la dicha,
¿se hace ver? ¿Alguna vez? ¿Y esa llaga
inmortal —la conciencia— qué, mi pobre?

¿Cómo vives con un producto
del mercado? ¿Pesa mucho?
Tras el mármol de Carrara,
¿cómo te va con una prótesis de yeso?

Del mismo bloque tallamos a Dios,
para romperlo acto seguido.
¿Va bien una cienmilésima
para ti, que conociste a Lilit?

¿Estás ya harto de esa mercadería
novedosa? Cansado de mi magia,
¿cómo te va con una mujer terrestre
que carece de sextos

sentidos? Venga, con franqueza, ¿sois felices?
¿No? ¿Cómo se vive en un abismo sin profundidad,
amor mío? Cuesta, ¿verdad?
¿Te cuesta tanto como a mí con otro?

19 de noviembre de 1924
[Trad.de Monika Zgustova y Olvido García Valdés]


Puedo equivocarme, pero creo que el poema, técnicamente interesante, bordea el riesgo de un divismo ridículo y que, incluso, en algún momento comienza a dar vergüenza ajena. Su falta de piedad para con la rival, reflejada incluso en dos palabras en cursiva llenas de intención, parece implacable. El último verso, o los dos últimos, siendo más exactos, redimen, sin embargo, a todo el conjunto, que alcanza entonces una gran emoción y una profunda comprensión del alma humana. Cuando se vuelve a leer, ya todo (o casi todo) encaja. Lo que consiguen esos dos versos finales, si no estoy equivocado, es invertir sorprendentemente el discurso. En realidad, la poetisa al ponerse por las nubes y al rebajar a su rival, estaba alabando a su antiguo amor, de forma encubierta, con un orgullo impostado que al final no es capaz de mantener. El poema es una enorme hipálage. La descripción de los convulsos celos, siempre complejos, contradictorios y destructivos, resulta conseguidísima.

sábado, 29 de abril de 2006

Perros y gastos


Mis perros no saben leer, y eso que han devorado más libros (todos los que alguna vez dejé por el suelo) que muchos estudiantes. Por esta vez me alegro de su analfabetismo. Para empezar, se están ahorrando los disgustos que da el encontronazo diario con la prensa. Y ahora se ahorrarán la lectura de este artículo, que a ellos no iba a hacerles ni pizca de gracia.

Mis perros se piensan muy útiles —como cada uno de nosotros, por otra parte—. Creen que nuestro hogar se encuentra firmemente defendido por sus ladridos a deshora y que son cazadores tremendos. La realidad es que, con la vida moderna, los perros han devenido en absolutamente inútiles: su defensa de la casa es, en la práctica, un ataque a la tranquilidad de sus propietarios (y de los vecinos, me temo), y su instinto cinegético no sirve más que para tener a los gatos de los alrededores al borde de un ataque de nervios.

Los perros son gastos, más que nada. Pienso en el pienso, en los zapatos que se zampan, en las consultas del veterinario, en las guarderías caninas, y en los complementos a la moda, como correas, juguetes, collares, casitas, camas y cobertores, entre otros. Su mantenimiento y sus comodidades son tan gravosos para el presupuesto familiar como el nacionalismo catalán para las arcas del Estado. Si alguno de mis lectores está en estos momentos librando con sus hijos la clásica batalla en contra de la adopción de una mascota que todo progenitor libra en algún momento de su heroica trayectoria, sepa que cuenta con mi apoyo. Y no sólo por mi afición a las causas perdidas, sino porque, como comprobará enseguida —en cuanto pierda la batalla—, me he quedado corto en la descripción de gastos y de trabajos del propietario de un perro.

Y, sin embargo, el hombre es el único animal que tropieza varias veces con la misma perra, quiero decir, con esta perra o manía de tener perros. Y, encima, tan contento. Se diría que va inscrito en nuestro código genético. La razón es nada más —y nada menos— que sentimental. El corazón del hombre está hecho para querer y no tiene límites en su desbordamiento. La misión de los perros es, aunque ellos se vean muy fieros, recibir cariño.

Lo devuelven con creces. Nos toman por los reyes de la creación y nos miran entregados. Una imagen muy frecuente, que emociona, es la del mendigo acompañado por sus devotos perros, que reconocen en él lo que nosotros apenas vemos: su enorme dignidad de ser humano, que ni la pobreza ni la marginación amortiguan. Y a propósito, también por esto me alegro de que mis perros no sepan leer. Si ojeasen este artículo, no sólo se llevarían el chasco de que en casa no apreciamos su insomne vigilancia, sino que, a lo peor, también descubrían que el escritor al que homenajean con saltos de bienvenida y al que aplauden con sus sonrientes rabos… no es para tanto.


[Publicado en el semanario Alba]

[Y si prefiere los gatos, pinche aquí]

Primates hermanos

Puede que en el pleno ejercicio de sus derechos civiles algún gran simio me demande por vulneración a su honor. Indignado, diría: "¿Qué discriminación monófoba es esto de hablar de los chuchos y ni una referencia a nosotros y a nosotras, vuestros camaradas y vuestras camaradas de la Comunidad de Iguales?"

--Simplemente no os nombré, primates hermanos, porque ya está aquí la restallante prosa del gran Duque, Aquilino.

viernes, 28 de abril de 2006

La violinista

Me lo pidió un compañero de instituto que me auxilia constantemente con la informática y con el que a menudo charlo de literatura. Así que, en contra de mis hábitos, no me escabullí y me resigné a formar parte del jurado del concurso de relatos del centro. Lo esperable es que me diera para hacer una reflexión sobre lo que nuestros alumnos tienen en la cabeza, hablar de su afición a la violencia, también a la ortográfica y a la sintáctica, y de la influencia del cine malo y de los juegos de rol. Pero donde menos se espera, salta la liebre. No sabemos si será la liebre flautista (mejor dicho, violinista) o si se tratará de alguien con verdadero talento narrativo. Lo cierto es que la autora, de sólo 2º de ESO, ha escrito un relato que emociona. A mí y al resto del jurado. Puede que la docencia nos haya ablandado el jucio. Yo creo que (al menos en este caso) no; juzguen ustedes:


EL VIOLINISTA


Ocurrió en París, en una calle del centro. Un hombre sucio y maloliente tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo se encontraba su boina, con la esperanza de que las personas que pasaran por allí le arrojasen algunas monedas para llevar a casa.

El pobre hombre trataba de sacar alguna melodía, pero era imposible identificar a cuál se refería, debido a lo desafinado que se encontraba el violín y a la forma aburrida en que lo tocaba.

Un famoso solista, que junto a su mujer y unos amigos, salían de un teatro cercano, se pararon frente al hombre que tocaba el violín. Todos arrugaron la cara al escuchar esos sonidos tan raros. Y no hicieron otra cosa que reírse. Así que la esposa del solista le pidió a su marido que si podía tocar algo. El marido le echó una mirada a las pocas monedas que había en el interior de la boina del pobre hombre y decidió hacerlo.

Le pidió el violín y él se lo prestó con cierta tristeza. Lo primero que hizo el solista fue afinar. Y después con mucho saber tocó una melodía muy bonita con el viejo instrumento. Los amigos empezaron a aplaudir y las personas que pasaron por allí comenzaron a agruparse para ver aquel espectáculo. Al escuchar la música las personas de las calles cercanas también se acercaron y de pronto se abarrotó el trocito de calle por el pequeño concierto.

La boina no se llenó sólo de monedas, sino también de muchos billetes. Mientras el solista creaba melodías tras melodías con mucha alegría. El pobre hombre estaba aún más feliz y no paraba de dar saltos de alegría y de decir:
—¡Ése es mi violín! ¡¡Ése es mi violín!!
Lo cual era cierto.

Paciencia y barajar

Ayer, un comentario apócrifo nos llevó al blog de Vicente Luis Mora justo a tiempo de leer (o ver) su reacción a una reseña de García Martín, que está allí colgada.

La dura reseña de JLGM a Singularidades me parece natural. Y mi amigo Vicente Luis Mora seguro que lo asume. Cuando uno se alista en la vanguardia con la intención de liarla es de esperar que se produzcan escaramuzas, emboscadas y choques frontales. Nadie puede pretender estar en el frente con la tranquilidad del que se queda en su propia casa, leyendo a Horacio. El audaz vapuleador vapuleado ahora puede pensar , como consuelo, que si sirviese en la retaguardia, lo tratarían con cierto desdén distante, que a lo mejor es peor, no sé.

Quizá el único retaguardista actual que, más o menos, se ha salvado de eso es Andrés Trapiello, a fuerza de talento, de diarios vapuleantes y porque cuando él reivindicó Las tradiciones, aquello pareció un nuevo y muy sorprendente -ismo, el tradicionalismo, diríamos.

jueves, 27 de abril de 2006

Popsía

Prometí que hablaríamos de Sabina. A un cantautor hay que juzgarle por las canciones que compone, no por sus libros de poemas ni por la pose de intelectual comprometido de izquierdas. Ser fiel a ese principio con Sabina cuesta mucho, porque él va de lo que va, de poeta y de faro ideológico de la posmodernidad, y se lleva a muchos al huerto. En el prólogo a Ciento volando catorce, Luis García Montero le llamó sin rubor “Baudelaire con guitarra”. Y los locutores de los Cuarenta Principales siempre exclaman, a modo de epíteto homérico, “Sabina, nuestro poeta urbano”. Pero de su faceta como vate dio cuenta definitiva este soneto clandestino, que circuló hace unos años y que retrata con exactitud lo que hay [o no].

ROCK & ROLLO

De catorce haces ciento tú volando,
Baudelaire con guitarra y con palmeros.
Lo malo es que los versos van en cueros
sin coros que los vayan arropando.

No se escribe con micros ni tocando
la batería, el bajo o los panderos,
sino oyendo, en silencio, a los luceros
y con ellos la voz acompasando.

Ve con tu música a otro arte: al cante
que sabes dar, pues para ser poeta
vender miles de libros no es bastante.

Y puestos a pedir, en tu maleta
mete a algún camarada: de cantante
sería Jovellanos con trompeta.


También va de intelectuprogrecomprometido. La mejor parodia de su pensamiento es, claro, su propia obra, pero tampoco se queda corto el desternillante libro de Ignacio Vidal-Foch, Turistas del ideal.

Puntualizado lo cual, nos podemos centrar en sus canciones. Si Joaquín Sabina es creativo y talentoso como músico, es algo que nos tendrá que explicar Beades, por ejemplo, porque yo de acordes no entiendo nada y sólo me permito el lujo de hablar de aquello que entiendo a medias. Sobre sus letras, lo primero que hay que dejar claro es que no son poemas, ni mucho menos, digan lo que digan los pinchadiscos. Un poema requiere, como explicaba Jaime Gil de Biedma, que su música salga de dentro, que no sea un sobreañadido. Lean, sin música, cualquier letra de Sabina, y verán como no resisten (ni ustedes, ni la letra). Un poema, además, ha de ser una unidad, donde todo tiene un sentido y una meta, y las letras de Sabina son, en el mejor de los casos, enumeraciones —verdaderamente— caóticas, con ripios a punta pala. En poesía, como escribió Javier Salvago, “un mal verso puede hundir un poema”, mientras que a esto, que llamaremos popsía, si la música lo acompaña mínimamente, no hay quien lo hunda.

Así las cosas, a pesar de todo, hay que dar a cada uno lo suyo. Sabina, en sus canciones, alcanza momentos inspirados. El asunto tiene su importancia social, pues para mucha gente esos instantes de las letras de las canciones son el único contacto con algo análogo a la poesía. Y tiene importancia también para nosotros, porque, como creo recordar que decía Yeats, quien ama la poesía está dispuesto a recorrer cualquier desierto para encontrar aunque sea un destello.

Pondré ejemplos. Es un hallazgo de Joaquín Sabina decir que tardó en olvidar a su amante “diecinueve días y quinientas noches”. En ese contraste entre el ajetreado día y las noches memoriosas e insomnes hay verdad, y gracia, y dramatismo. En la misma canción, tiene una imagen muy bonita, cuando cuenta que ella, al irse, “sacó del espejo su vivo retrato”. Y, luego, un quiebro chulesco, en el tono de El mal poema, que es muy sugerente: “lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”. Con ese trazo captura todo el ambiente recalentado de la noche, de la movida, con su humo y su música a tope. En otra canción, de tema canalla, como todas las suyas, tiene este hermoso piropo: “Porque una casa sin ti es una oficina”. Son fragmentos, vislumbres de poesía, aunque no poesía. En el mejor de los casos, popsía. En lo que vale, se le agradece, por supuesto.


miércoles, 26 de abril de 2006

Cómo no adelgazar con esfuerzo


Ahora que se acabaron la Cuaresma y la Semana Santa, empieza el tiempo del ayuno y el abstinencia. Cuando termina una vacación, toca pensar en la próxima, y ya es el veraneo el que ocupa nuestra imaginación. Y no nos imaginamos, no, de ningún modo, rollizos por la playa. Urge perder estos kilos de más.

Pero eso, como todo, es más fácil de decir que de hacer. O no, porque empezar a hacerlo es sencillísimo. Las primeras horas de un régimen son de una felicidad total: uno se siente atlético, respira mejor y oye los rumores de aprobación que su futura esbeltez provocará en los compañeros (y compañeras, desde luego) de trabajo. Sólo por esos iniciales instantes de optimismo tal vez compensa ponerse a régimen.

Al principio, si el régimen es el de la sandía o el del pollo o el de los batidos, a uno hasta le gustan las sandías, los pollos o, incluso, los batidos. Hasta que acaba abatido. Pronto. A la segunda o a la tercera toma está que no puede ver una sandía ni en pintura. Entonces se da cuenta de que tuvo que haber optado por el régimen del pollo, que era el bueno. Con suerte, si algún vecino decidió hacerlo, podrá cambiar los quince kilos de sandías que amontonó en la nevera por los pollos del otro, que ya debe haber decidido pasarse al de la fruta.

Los más perspicaces terminan dándose cuenta de que el problema no es estrictamente dietético sino psicológico, y abandonan el estudio del método de Montignac, que requiere más horas que el de Descartes, tiran las fotocopias con un menú frugal para un mes eterno, y se ponen en manos de hipnóticos, de cienciólogos disociados o de acupunturistas. O cuelgan una foto de cuando delgados a la puerta de la despensa. Sabios métodos que, hay que reconocerlo, tienen una enorme eficacia durante las primeras horas. A la hora de cenar, los efectos, sin embargo, han desaparecido por completo.

Yo, después de haber pasado —fugazmente, salta a la vista— por estas experiencias, he desarrollado una hipótesis. Lo que engorda es ponerse a adelgazar. La irrefutable prueba es que ningún delgado de los que conozco (y envidio) se puso nunca a dieta. Y viceversa: en cuanto se empeña uno en adelgazar, no puede dejar de dar vueltas a las calorías y a si tiene o no tiene hambre y a cómo lo lleva. El resultado es que, antes que después, está abriendo la nevera. Es como aquel juego endiablado que consiste en prometerle un regalo a un niño si es capaz de no pensar en nada: resulta imposible, porque para no pensar en nada hay que pensar en no pensar… Por su propia lógica, un régimen te obsesiona con la comida, y el obseso acaba obeso.

Lo mejor, háganme caso, es no darle al físico tanta importancia, que él se cuida con un poco de deporte. Además, antes del verano, tenemos aquí encima nuestra realidad nacional, esto es, las ferias sucesivas. ¡Y qué grandes tapas!

[Artículo publicado hoy en el Grupo Joly]
P. D. Preparando la entrada que me solicitó don Álvaro Villalobos sobre la relación entre el haiku y la greguería, ya enviado este artículo, encontré esta frase de Soler y Pérez, que me habría sido de gran utilidad para defender mi tesis. Dice: "Aquella niña se ponía cada vez más gorda, de la satisfacción que le daba ir adelgazando". Lo mismo me pasó a mí cada vez que hice régimen.

Simio lo veo, no lo creo

A risa se está tomando la gente la idea del grupo socialista de que España se adhiera al Proyecto Gran Simio. Como lo mío --parece que por destino-- es llevar la contraria, permitidme que me ponga serio dos minutos. Después de leer la "Declaración de los Grandes Simios Antropoides" no es para menos.

Primero. La cosa demuestra la alergia grave que se tiene a la palabra "deber", a su concepto. En realidad, no digo yo que no tengamos que portarnos mucho mejor con los grandes simios (y con las pequeñas gallinas y los medianos cerdos), pero eso no puede ser en base a sus derechos, que propiamente no tienen ni pueden tener, sino a nuestro deber de respetar a los animales. "Pero si hay un deber, será", apostillara algún colega licenciado en Derecho, "será porque existe un derecho". Efectivamente, nuestro derecho a la dignidad de no rebajarnos tratando cruelmente a ningún animal, ni planta, ni cosa.

Segundo minuto. Si yo debiese alguna ampliación de mis derechos individuales, sociales o nacionales al Gobierno Zapatero, este cachondeo generalizado me amoscaría . Lo que está en la picota no es la dignidad de los grandes simios, "compañeros genéticos de la humanidad", que a los simios esto ni les va ni les viene. En entredicho está lo que entiende este Gobierno por "ampliación de derechos". Pero que nadie se amosque conmigo, ojo, que yo no me río en absoluto.

martes, 25 de abril de 2006

Vi Veri Veniversum Vivus Vici


Ved "V de Vendetta". No sólo —lo aviso— por la película de James McTeigue y los hermanos Wachowski, a veces excesivamente violenta y a veces excesivamente rosa, ni tan siquiera por el ambivalente personaje del cómic de Alan Moore y David Lloyd, que aún no he leído, que acabo de comprar por internet, ni mucho menos por el plato frío (aquí más bien hirviendo) de la venganza. Es por Goethe, por el matrimonio Arnolfini y por éste que vive en mi adosado de al lado, con su niño llorón, por William Shakespeare, por las viejas armaduras, por las viejas ediciones, por la sombra de Chesterton, por la música de Peter Tchaikovsky, por el jazz, por los huevos y las tostadas, por la lluvia, por la repulsa a la investigación con seres humanos, por los libros atestados de cuartos o al revés, que no se sabe, por las películas de capa [española] y espadas, por la vigorosa doctrina del tiranicidio, por 1984, por Un mundo feliz, por Fahrenheit 541, por Dolor, de José Javier Esparza, en la editorial Áltera, porque la gente no debería tener miedo de su Gobierno, por el amor que mueve el sol y las demás estrellas, por Guy Fawkes y su pólvora, por la pólvora de los fuegos artificiales (los de la película y los de mis veranos en Villajoyosa, desde una playa de piedras con mis padres), por Inglaterra, por el latín, que reza: “Por la fuerza de la verdad, mientras viví, vencí el universo”, por los grandes ideales, por las niñas gorditas y con gafas, que son una fuerza secreta, y por Natalie Portman, por supuesto, con pelo y, vale, sin pelo, como sea, por lo mejor de los Estados Unidos, que todos los vainas odian, y por lo que sobrevive de España, país que no se ve en la película, pero que lo parece, por cómo nos desesperan los políticos, por la fe ciega en la gente corriente, que mueve montañas. Y, sobre todo, porque, en última instancia, pase lo que pase, la verdad nos hará libres.

El Lía del Libro

Ayer me liaron para una de esas lecturas públicas de El Quijote. Mi padre leía también, así que fuimos juntos en el coche. Yo echaba por la boca, no rayos ni truenos, sino sapos y culebras. ¿Por qué no nos dejaban tranquilamente en casa, leyendo a Cervantes, en vez de condenarnos a buscar aparcamiento, a llegar agobiados por la hora, a leer tres frases descuajeringadas y a saludar sonrientes a las élites culturales de la población? Mi padre aguantaba mi chaparrón con resignación cristiana.

Media hora más tarde yo salía entusiasmado del acto. Cervantes, a pesar de todos y de los párrafos tartamudos, se había ido abriendo camino trabajosamente y terminaba agarrándote la atención y haciéndote desear que su prosa prosiguiese. Pero eso no fue todo. Mi padre leyó antes y le tocó un pasaje en el que don Quijote dudaba si imitar a Roldán o a Amadís o a Orlando. Yo me acordaba de las tesis de Cesáreo Bandera y de su fina perspicacia. Creía, con vana envidia, que ningún trozo podía ser mejor, sobre todo cuando leyó ese lema tan mío de: “si no acabó grandes cosas, murió por acometellas.” Pensé incluso hacerme el loco y empezar a leer con retroceso, otra vez por esa cita, tan épica como misericordiosa, que ya es raro. No me atreví.

Y, sin embargo, sin salir del mismo capítulo XXVI de la primera parte, cuando llegó mi turno me encontré leyendo algo que parecía escrito para que me sintiese reafirmado, que falta me hace, pues ensertaba en breve punto casi todo lo que me interesa, y con su tono menor y su ironía para más exactitud. Cuando uno, como es mi caso, no cree en la casualidad, éstas coincidencias estremecen. "Yo, como Dios, ni juego al azar ni creo en la casualidad", dice V de Vendetta. Entre todo El Quijote, fíjense el trocito que me tocó precisamente a mí en una tómbola de cientos de páginas y de decenas de lectores y de doce horas de ininterrumpidos relevos: “En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y díole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse. Y así, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando en las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea.”

domingo, 23 de abril de 2006

Algo he madurado

Leo en un blog, que me enlaza, esta apreciación crítica de mi obra: "Enrique García-Máiquez, autor de pequeñas joyas literarias, sobre todo en el campo del haiku." Y, a pesar de que la vanidad de un poeta no tiene fondo, la crítica me halaga. ¿Qué importa si pequeñas cuando joyas, sobre todo si puede que el muchacho tenga razón? ¿Y por qué no va a valer que algún haiku mío me justifique? ¿No sería suficiente?

Y en medio de todo este razonamiento alrededor de mi ombligo caigo en el recuerdo de que, una vez, en la universidad, me comentaron que tal persona había dicho que yo era "un diamante en bruto", y aquello me sentó fatal, porque, por lo visto, entonces yo me consideraba muy pulido. Qué bruto.

El barbero del rey de Suecia (II)

Hace ya varios días que prometí esta serie de barbería, pero no me había atrevido con ningún libro aún. Aprovechando que he repasado algunos de cantes flamencos para la entrada metapoética de ayer, se me ha ocurrido ofreceros, Majestad, un libro de Juan Peña, titulado Letras flamencas.

Lo primero que hay que decir de este libro es que al estar editado por La Veleta es, en su misma librocidad, una delicia. Fijaros como será, que no me hace falta el asesoramiento experto de Abel Feu, para saber que es una joya de edición. En portada, el título hace la curva de una guitarra, y en la primera página interior hay un gran punto negro que recuerda el agujero de la guitarra de una manera que parece que va a salir música en cualquier momento.

Y sale, porque las letras de Juan Peña son muy buenas. Al pobre Juan Peña le han echado por encima la sombra de Javier Salvago, como a otros la de Miguel d'Ors, para empequeñecerlo. Él, sin embargo, va a lo suyo, como tiene que ser, y escribe cosas magníficas que no hay quien ensombrezca, si se lee bien. Al ofreceros esta selección, me temo que habrán concurrido, además de los rígidos criterios de calidad, los indefinidos caprichos de mi gusto. Eso pasa siempre, pero cuando, como aquí, hay mucho que elegir, pasa más.

En cualquier caso, Majestad, puede usted adquirir una idea muy aproximada de lo que es este poemario, si escucha atentamente y medita estas siete coplas flamencas:

Yo nunca me compadezco,
que si soy un desgracio
será que me lo merezco.

*

Cositas del matrimonio:
yo sé bien que tú te alegras
cada vez que me equivoco.*

*
Toítas las noches sueño
con que te llevo al altar,
con que vengo del trabajo
y te quito el delantal.
*

Tendrás la cabeza
como las espigas
conforme más llena
más triste y caía.

*

Por mucho que nos queramos,
en esta casa tan chica
vamos a acabar mu hartos.

*

Me gustaría tener
poquita imaginación
que estoy siempre imaginando
que me pasa lo peor.


* Creo yo que para entender el quid de esta copla, hay que estar casado. Los solteros que esperen y ya verán la gracia que les hace en unos años.

No es bueno que el hombre esté solo

Nada bueno. Me había hecho la ilusión de un fin de semana de horas de laboro, que es mucho lo que tengo pendiente: un prólogo a una traducción de Chesterton, los últimos retoques a mis versiones de los poemas de Mario Quintana y una reseña a Monda y desnuda, el libro de Cesáreo Bandera sobre el Quijote, que quiero hacer por una cuestión de estricta justicia: de todo lo que salió el año pasado con ocasión del aniversario, nada se le puede comparar en finura crítica y en buena prosa.

Pero sin Leonor en casa, me dedico a subir y bajar la escalera, a encender y apagar la tele, a abrir y cerrar la nevera, a entrar y salir de mi blog... Todo esto a ella le da (además de cierta vanidad femenina muy graciosa) rabia porque dice, con sentido común: "aprovecha cuando me voy y así, cuando esté en casa, podríamos salir más". Y tiene toda la razón, pero sin ella aquí me desinflo. A cambio, está muy guapa cuando se enrabieta un poco.

sábado, 22 de abril de 2006

Haikú vs. Soleá

Aunque me haya dado trabajo, agradezco a mi compatriota, compañero y colaborador Fernando do Vale que ayer sacara a la palestra el asunto de las relaciones del haiku con la soleá. Para convencerle de que no importa que el haiku sea del Extremo Oriente, de más alla de muchas fronteras e idiomas, le cité uno de Miguel d’Ors que puede funcionar, además, como símbolo y bandera de ese contrabandismo:
Para el aroma
nocturno del jazmín
no hay alambradas.
Luego, pensé que habida cuenta del tiempo que el haiku lleva entre nosotros (cerca de un siglo) no se le puede considerar ya como una tradición extraña. Y si me permiten un argumento anti-vanguardista o, mejor dicho, retaguardista, tiene más títulos para ser español que el verso libre, aún más nuevo, y que, sin embargo, nadie discute nunca, desgraciadamente.

Con respecto a la relación de amor-odio entre el haiku y la soleá y a la posibilidad de que la existencia de la segunda haga innecesario al primero en estos lares, la clave está en que cada cual tiene un carácter muy distinto. Lo más prudente, por tanto, es que cada uno siga su camino y se guarden las distancias, para que no salten chispas. La diferencia más evidente es de tono. En líneas generales, mientras la soleá es musical, ingeniosa y desgarrada, para la risa o el llanto; el haiku es visual, ingenuo y delicado, para la sonrisa o la melancolía.

Lo más que se puede hacer, cuando uno es un maestro, es un haiku por soleares, forzando un poco la línea, pero sin rasgarla. Véase éste de Jaime García-Máiquez:
El tiempo es oro.
¿Qué hace el náufrago ahora
con el tesoro?
Y viceversa. Se puede cantar una soleá en el tono leve, casi silencioso, del haiku, buscando, más que el pellizco, el temblor. Pongamos un ejemplo inmejorable: esta soleá humanísima de Juan Peña:
Todavía no es tarde.
A la vida le quedan
los niños y los parques.
El gran peligro, cuando se bordean las líneas, es el del juego del siete y medio: pasarse, que es peor. En La amistad silenciosa de la luna, imprescindible colección de haikus, José Cereijo fuerza a veces la mano y le sale alguno que parece hecho para cantarse en la fragua:
Dos ojos negros,
intensos, penetrantes,
de calavera.
Y otra vez viceversa. Mi admirado José Luis Tejada tiene una soleá que no es, ni mucho menos, la mejor de las suyas:

La primavera en tus manos.
Una ramita de almendro
entre tus dedos de nardo.

No es sólo que sea, en el estrecho límite de tres versos, repetitiva y excesivamente floreada, sino que su espíritu es demasiado delicado para el palmeo de tantas manos. Tras podarla un poco, miren qué maravilloso haiku resulta:
La primavera:
una ramita de almendro
entre tus dedos.

Historia clínica

El doctor, al preguntarme la edad, para rellenar la ficha, apostilló, muy serio:
—Dígame la verdad, por favor, ya sabe que a los médicos y a los curas no se nos puede engañar.
—Sí, 13 de enero de 1969.
—Entonces, usted es de los míos…

¿De los suyos? ¿Sería de mi quinta?, pensé, inquieto, escrutándole como a un espejo para comprobar la imagen que a mis años se ofrece al mundo… ¿O sería que soy de su signo del Zodíaco?, afición ésta que tampoco es muy tranquilizadora si la tiene tu médico…

— … De los míos— prosiguió— porque no ha protestado usted en cuanto he nombrado a los curas. Muchos pacientes se quejan automáticamente: “¿La verdad?, ¿a los curas?, ¿por qué?, eh, ¿por qué?”

Ahora que os lo cuento tal y como ocurrió, he caído en que la respuesta correcta hubiera sido:
—La verdad, claro, pero ¿por qué sólo a los médicos y a los curas, eh?

Despedida

Mi mujer me ha dejado. Por este fin de semana. Y lo peor es que no ha sido por culpa de Dante, que tendría cierto estro trágico, sino para ir a la despedida de soltera de Ana Liniers. “¿Despedida de soltera?”, dirán algunos, “¿pero la elegante de tu familia no era tu mujer?” Lo es, sí, pero…

Yo he hecho de la necesidad virtud y me he pasado toda la semana sin protestar apenas por el plan. A fin de cuentas, mi mujer y sus amigas son virtuosas y no hay mucho que temer. En el fondo, sí que estaba muy fastidiado por esta cosa espúrea y cutre que se nos ha colado en España. ¡Cómo si no hubiese ya bastantes celebraciones con la delicada pedida de mano y la exuberante comilona que suele seguir (y eclipsar, me temo) al sacramento del matrimonio!

Al final, sin embargo se me ha notado un poco el disgusto. Cuando estaba despidiendo a Leonor, ayudándola a meter la maleta en el coche le he preguntado:

—¿Y qué broma le vais a gastar a la pobre Anita Liniers?

—Nada, creo que la vamos a disfrazar de cateta…

—Pues buscaros otro disfraz, porque, entre diez amigas en una despedida de soltera, en una despedida de soltera -he insistido-, una chica vestida de cateta no va a resaltar nada en absoluto…

Medio de cambio

Que en Hispanomérica se le llame plata es una preciosidad, que tendríamos que importar. Por cómo resuena, desde luego, pero sobre todo porque implica que está en segundo lugar, que debe haber algo más valioso.

Aquí, sin embargo, dinero rima con primero.

viernes, 21 de abril de 2006

Abel Feu nos escribe:

Queridos tres*:
va enlace con un premio
que ya ha pasado.

Llegamos tarde...
Si no, hubiese ganado
alguno vuestro.

(Perdimos éste...
Pero el último tren
no hay quien lo pierda.)

Mi pobre haiku,
compuestito y sin alma,
se quedó en tierra.

Grandes abrazos:
abrazos heptasílabos
y pentasílabos.

*[Nota del Transcriptor: En principio, los tres destinatarios del correo electrónico, que mi imprudencia publica, éramos José Mateos, Jaime García-Máiquez y un servidor.]

[Otra N. del T.: Abel Feu se me queja con este haiku: "¡Rayos y truenos! / Un haijin sorprendido en / haikus menores", que no está nada mal. Aprovecho para avisar que el haiku central no me parece menor, ni mucho menos. Y que el último, que lo es, no deja de ser encantador, ¿no?]

Versos para sobrinos

Ayer, en el Puerto, en la Fundación Rafael Alberti, presentaba un libro de poemas para niños mi amiga Inmaculada Moreno. Pensé que tal vez podría hoy contar la presentación aquí, pues tengo poca vida literaria —esa contradictio in terminis— y, para una oportunidad, estaría bien hacer algo de trapilleo con las anécdotas y los personajes del Parnaso local.

Pero no. Para empezar, María Asunción Mateo, la viuda del poeta, no acudió, de manera que el morbo se desinfló bastante. Cierto que la chaqueta rosa del director de la Fundación se podría comentar, pero también él tendría algo que decir de mi clásica teba marrón, y no merece la pena meterse en los armarios de nadie.

Además, los poemas infantiles de la Moreno me apasionaron y, claro, con la emoción ya no pude estar pendiente de qué hacía o decía la gente para venir luego a contarlo acá. Estoy seguro de que el libro funcionará. Es muy bueno y tiene un título que es un involuntario acierto del marketing, o al menos me lo parece: Versos para sobrinos. ¿Qué tío (entre los tíos leídos, que los hay) resistirá la tentación?

Los ilustraciones de Mercedes Perea, que su atento marido proyectaba desde un ordenador, me parecieron extraordinarias. Ya las verán, pues colgaré alguna aquí. Tienen un aire inquietante a la alquimia geométrica de Escher, pero sin perder la magia blanca que los niños merecen.

A mitad de la lectura, que fue muy tierna, porque los sobrinitos de Inmaculada salieron a leer varios poemas, yo no pensaba más que en la reseña que escribiré de este libro, defendiendo la tesis de que, tal vez, en la poesía infantil se refugia cierta inocencia y candidez que es necesaria a la poesía de mayores, pero que con tanto cinismo y cálculo y metaliteratura no somos capaces de insuflarle. La reseña se la propondré a Javier García Clavel, para Poesía Digital, para cuando me toque colaborar de nuevo.

La presentación del libro la hizo José Mateos, pero como yo llegué tarde y el acto poético fue puntual, me la perdí. Lástima grande. Una curiosidad: Hiperión, que es la editorial que saca el libro, se ha retrasado, de modo que fue la presentación de un nasciturus, hecha con las pruebas de imprenta. Los libros -dicen- están al llegar...

Durante la copa de después, tuve que aguantar algo cada vez más habitual: que la gente me riña por mis artículos en la prensa. Un recién conocido me dijo que “últimamente estaba desvariando”, y me asusté por si acaso me estuviese desinflando, perdiendo fuelle con la costumbre. Luego, con la confianza que dan diez minutos y dos copas de fino, me contó que él era del PSOe de toda la vida, y eso lo explica todo. Una señora con el pelo corto y rojo [ustedes la imaginan] me recomendó mucha tranquilidad con respecto a las reformas de los Estatutos, que me leía muy alterado. Es curioso que ahora el discurso de los progres se haya convertido en “No pasa nada”, en una recomendación de la ataraxia, la conformidad y el inmovilismo cívico. Quién los ha visto, y quién los ve.

Como la cosa no amainaba, me refugié entre los poetas. Estaba Ángel Mendoza, que es mi estricto coetáneo y con el que empecé en esto. Él, simpático, siempre recuerda, por hablado y por escrito, que yo nací en enero y que él lo hizo en diciembre, de modo que soy un año más viejo. Eché de menos a mi primo Fernando López de Artieta, que anda en Madrid, como siempre, y que se ríe mucho con estas cosas de la biobibliografía.

También estaba Josefa Parra, que no sabía que Quiñonero nos había sacado en su blog a ambos como ejemplo de poetas sensibles que estarían dispuestos a desollarse en cuanto se hablara de política. No le hizo gracia, y a su novio aún menos . Al despedirnos, me dijo: “Si hay que matarse, nos mataremos a besos”. Que es un comentario algo barroco, pero ciertamente dulce y hasta turbador…

Y ya está bien. A uno la vida le encanta, pero contarla es una redundancia. No escribiré un diario: respiren tranquilos.

La conversión del cristiano viejo

Un giro de 360º (pero absolutamente imprescindible, sin embargo)

Política exterior

“This is Germany’s chance,” says Christoph Schlitz, of Die Welt. “Who else is there to lead Europe but us? The British Government is in a state of permanent agony, the French are blocking themselves and the Italians look wobbly.”
Italia está wobbly, vale, pero España está missing. Se me rompe el corazón (de Europa).

Y dale con Dante.

A la hora de comer, una lectora de mi blog (esto es, mi mujer) me comenta: “Estás obsesionado con Dante”. Y vaya, yo me asusto, porque se cuenta por ahí que la primera mujer de Julio Martínez Mesanza alegó, en el juicio de la separación, que su marido no hacía otra cosa que leer la Divina Commedia. Pero la mía me tranquiliza: “Me parece bien, los demás están obsesionados con El Código da Vinci. No hablan ni escriben de (o contra) otra cosa.

Y entonces me da un vahído de vanidad. Desde el principio pensé que a El Cólico da Vinci se le está dando una importancia que no tiene, ni de lejos, y que empacha. Como la vida es tan breve, apenas si hay tiempo para ocuparse de los grandes. A los del ruido y el jaleo, se les debe aplicar el consejo que Virgilio de a Dante en el Canto III:

Fama di loro il mondo esser non lassa;
misericordia e giustizia li sdegna:
non ragioniam di lor, ma guarda e passa.


Memoricen, sobre todo, el último verso: “No hables de ellos, sino mira, y pasa”. Y pasemos, amigos, pasemos de ellos.

San Anselmo

Hoy es su día. Así que si me lee algún Anselmo, felicidades. También a todos los intelectuales cristianos: San Anselmo es santo al que debemos especial devoción, pues nos protege. Me explico. Como teólogo y filósofo no fue un éxito, precisamente. Su explicación legalista del sacrificio de la Cruz contiene, como escribió el entonces Cardenal Ratzinger en su libro Introducción al Cristianismo, intuiciones decisivas tanto bíblicas como humanas, pero “desfigura las perspectivas e ilumina la imagen de Dios con una luz sospechosa”. Y su prueba ontológica de la existencia de Dios da todo el sabor de un juego de manos, o de neuronas, que provocó justamente “Argumentum Ornitologicum”, un irreverente cuento de Borges, ese gran jugador. Sin embargo, el hombre fue un gran santo, de manera que podemos estar tranquilos, siempre que nuestras tesis y argumentos sean de buena fe, aunque no funcionen o no resulten tan indiscutibles como quisiéramos, no se interpondrán en nuestro camino a la santidad.

jueves, 20 de abril de 2006

Nuevo ensayo dantesco (II)

Ayer, me encontré con un señor de visita, sentado en el sillón de mi despacho. Mi mujer no me había dicho que me esperaban, pero como aquel hombre sorpresivo transmitía serenidad, no me asusté. Además, me disponía a leer la prensa y me alegré mucho de que una visita me librase del diario encontronazo con la actualidad.

--Me he tomado la libertad de venir para aconsejarte que no te preocupes tanto porque censuren tal o cual pasaje de mi Commedia...

--Oh tú eres, entonces, mi maestro, tú mi guía...

--Bueno, bueno, no me plagies, hombre, no me plagies. Lo importante es que no te preocupes por el futuro de mi libro: yo me pasé la vida exiliado, incómodo para un bando y para otro, comiendo la sal de mano ajena, subiendo y bajando la escalera de otra casa. Es lógico que la Commedia sufra un poco la suerte de su autor, en unas épocas por una razón, en otras por otras. Quien se retrata, al fin y al cabo, es cada época...

--Y otra cosa, Enrique --dijo volviéndose desde la puerta, cuando ya se iba-- tú, que te acabas de preciar de ser discípulo mío, recuerda las palabras del único Maestro verdadero: "el discípulo no es más que su maestro." Así que vete, vete preparando.

Yo tampoco sabía que nación era esto

El Eztatuto andaluz nos va a declarar, por lo visto, realidad nacional. Arsa, salero. No hay nada más alejado de los intereses y los sentimientos de los andaluces. Después de estos meses en los que he andado dolido por España, como un hombre de la generación del 98, ahora resulta que lo de los catalanes es como esto de aquí, papel mojado (aunque del Boletín oficial) imponiendo algo como realidad que es, en el mejor de los casos, virtual.

Los nacionalistas de Barcelona, se han enfadado porque quieren ser diferentes, ea, como Fraga:
"Catolonia is not
Spain, is diferent".

La cosa tiene su lado dramático, desde luego, y escribiré un artículo serio sobre el asunto en el periódico... Pero dentro de dos o tres semanas, cuando deje de reírme de los hunos y de los hotros.

Comentario de texto

Después de escribir mi réplica a la soleá de Antonio Machado, me quedé intranquilo, algo me decía que mi versión había quedado muy por debajo, pero muy por debajo, de la del maestro.

Así que me dispuse a pesarlas en la balanza del juicio poético. En cuanto puse cada una en su platillo, el de la soleá de Machado se hundió con la veloz determinación de un ancla: pesaba mucho más. "Claro", pensé, "hay que descontarle el legítimo oro de la originalidad".

Pero pesando sólo la genialidad, sin el oro, mi soleá seguía siendo volteada. No podía ser por el sustrato filosófico, como le expliqué a mi hermano Jaime en el comentario de la nota de ayer... Entonces caí en la cuenta de que el secreto poético está en el segundo verso, en el "y ven conmigo", lleno de emoción y de camaradería, también de humildad.

Después del corte tajante, descortés, del primer verso, en el que se desprecia "la verdad" del oyente, viene ese guiño sentimental. Resulta tan eficaz y cálido que el poeta se siente obligado a dar, de nuevo, en el tercer verso un requiebro chulesco: "la tuya, guárdatela". Hay que reconocer que el hallazgo técnico de rimar con "guárdatelá" es grácil como una media verónica, pero el corazón imbatible del poema está en ese segundo verso emocionado.

Y es que, al fin y al cabo, la poesía, aunque tenga su prurito filosófico, es --como sabía mejor que nadie don Antonio-- cosa cordial.

miércoles, 19 de abril de 2006

Variación

(A Félix Bayón, in memoriam)

Antonio Machado escribió aquello tan bonito de:
¿Tu verdad?, no, la verdad
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.


Yo no lo comparto del todo y, con permiso del maestro, escribiría:
¿Tu verdad?, sí, y mi verdad
y la de aquél… Que al buscarla,
la de nadie está de más.

Lo malo es que a menudo, por miedo o por molicie, no decimos ni la nuestra; y así no hay manera de encontrar la de todos.

[Del artículo publicado hoy en los periódicos del Grupo Joly]

martes, 18 de abril de 2006

La Pascua

Me empeño en felicitar la Pascua a todos los que me cruzo, alumnos y compañeros, y nadie deja de extrañarse. Y tienen razón: suena raro. Hay que reconocer que aquí la Pascua se hace (o nos la hacen) más que se celebra y felicita.

En los museos de Italia ya me sorprendió la cantidad de representaciones de Cristo resucitado, en contraste con nuestro interés por los crucificados. Como en todo, cuánto cuesta encontrar el perfecto equilibrio. Pero hay que intentarlo. Insisto, pues: ¡Feliz Pascua!

Gorriones

Momentáneamente, la Divina Commedia no me consuela de la actualidad. Se ha convertido, ay, en actualidad. Así que no me ha quedado más que el último recurso: mirar por la ventana.

Y éste es infalible. He estado viendo a unos gorriones, que es un pájaro muy mío [el pájaro y el poema, sí; el diseño de la página, no]. Eran dos, una pareja que con la primavera estaba en pleno cortejo. Ha sido estupendo contemplar los pavoneos del macho, tan concentrado en su conquista, danto saltitos como de dibujos animados o cine mudo alrededor de la gorriona, paseándole la calle. Ahuecaba las alas, más chulo que un sheriff, y el resultado es que su figura era aún más rechoncha y divertida, aunque él estaba perfectamente serio, por supuesto. Estéticamente, la beneficiada era la pájara, que en contraste con tanto alarde, posaba muy fina y delicada, digna, dejándose --poco a poco-- querer... Los cantos del macho no eran, desde luego, gran cosa, un intento de canto más bien. Pero a la gorriona y a mí nos han gustado mucho.

Tu nombre me sabe a yerba

Esta mañana muy temprano, en la misa del Convento del Espíritu Santo, hemos pedido en el memento de difuntos, por "nuestra hermana Ginesa Campiña". Y me ha parecido un nombre precioso, que vale por una serranilla del Marqués de Santillana. Y oírlo, desde luego, bien ha valido el madrugón.

Nuevo ensayo dantesco

Nada más fastidioso para la gente que oír eso de "Ya os lo dije". Pero no me puedo resistir a la tentación, porque efectivamente yo soy aquel que anteayer no más decía de la actualidad de Dante, y el que ayer, más o menos, volvía a insistir, refiriéndome además al mismísimo Canto XXVIII.

Y ahora Dante ha saltado a la rabiosa actualidad a cuento de esta viñeta publicada en Studi Cattolici (naíf si comparada con Gustave Dorè) en la que se cita (no se dibuja, ojo) el momento de la Commedia en el que sale Mahoma.


Tendría mucho que opinar sobre el asunto, amparándome en mi libertad y responsabilidad personal, por supuesto. Pero baste por hoy mi propósito de ir memorizando la obra sacra de Dante, antes de que la prohiban por completo. Si empezamos con las expurgaciones, ¿por qué censurar sólo el pasaje de Mahoma? ¿Por miedo a los terroristas suicidas? ¿No hay acaso muchos otros cantos que podrían herir la sensibilidad de los suicidas, precisamente, o de los adúlteros, o de los banqueros, o del lobby gay, o de los perezosos como yo, sin ir más lejos...?

Lo peor de la ciencia-ficción es que termina sucediendo. Ya teníamos aquí el Mundo feliz de Huxley y el Gran Hermano de Orwell, y ahora parece que comenzamos con la quema de libros, como en Fahrenheit 451. Mira que lo avisó Javier Salvago: "Hay que tener cuidado con los sueños / porque a veces resulta que se cumplen". Y las pesadillas siempre...

Si nos repartiéramos, como en la novela de Ray Bradbury, el trabajo de memorizar y si sólo expurgaran el Canto XXVIII, yo me pido el pasaje de Bertran de Born. Pero seguro que luego atacan otros cantos, y a Shakespeare, y a Cervantes, y a Pablo de Tarso... Cuando tengamos, oh lectores de la Resistencia, que esconder toda la Commedia entre los pliegues de nuestros recuerdos insumisos, yo me estudiaré, si me dejáis elegirla, la entrevista con Brunetto Latini, que no le gustará nada a Zerolo, pero que es respetuosa, emocionante, bellísima.

domingo, 16 de abril de 2006

Domingo de atasco y de Resurrección

Por andaluz y por orteguiano, cada vez me siento más conforme con mi naturaleza vegetal, de hondas raíces hincadas en la tierra. Los turistas y mis amigos viajeros como pájaros pasarán el día más importante de la Semana Santa metidos en un atasco, con la melancolía de la vuelta y el mal humor de los cláxones [¿sic?]. Los sedentarios celebraremos este día de recién recuperada tranquilidad paseando por una playa que, de nuevo, huele a mar.

Réplica

Dijo Jules Renard:
"Existe la falsa modestia, pero no el falso orgullo"
y a mí me gustaría saber francés y estar sentado con él, tomando café en una salita de su casa, llamada La Gloriette, para replicarle al maestro que no existe el falso orgullo porque es una redundancia. Todo orgullo, si bien se mira, es falso.

[Dicho lo cual, pueden pasar ustedes a leer la siguiente entrada]

sábado, 15 de abril de 2006

LA HORA UNÁNIME

[Luis Rosales, El contenido del corazón]
Los niños, campanitas; los mayores, ayuno; en las torres, campanas. En torno a ellas, el mundo solo y desamparado. En la calle, las casas con las puertas cerradas, y nosotros adentro, silenciosos, casi anteriores al bautismo, esperando algo más de una hora después del desayuno. Tenían que dar las diez en el reloj de la Catedral. Como la espera era larga, nos sentábamos. Sin jugar, sin hablar, sin vivir. La mesa de nogal nos ordenaba a todos: los padres, los sirvientes, los hermanos. Entre nosotros el silencio. Las palabras no se podían decir: únicamente se temblaban para comunicarnos de algún modo. Era como si el día anterior continuase aún y la camisa no nos llegaba al cuerpo. Cuando los niños callan, sienten miedo. Cuando los niños callan, se inutilizan; diríase que los ojos ya no les sirven para nada, pero siguen teniendo manos, siguen sintiendo manos que los tocan por dentro. Sentaditos, calladísimos, rígidos, no nos caíamos de nuestros cuerpos porque los trajes nos sostenían. Los más pequeños, más callados. Mientras dura el silencio, el mundo crece en torno nuestro —una gota de lluvia puede caer cumpliendo años— y nosotros, en la penumbra del comedor, sentíamos que el callar iba calándonos los huesos, hasta que al fin mamá nos decía: —Vamos—, y entonces comenzaba la procesión. Pequeños, apagados y silenciosos, más descalzos que el agua, íbamos de puntillas, muy despacito, hasta llegar a los balcones. Allí nos deteníamos: los labios mudos, bisbiseantes, y el corazón igual que en un columpio. A quien piensa en ese día en algo malo, se le pudren las manos. Detrás de las ventanas todo estaba desierto. Parecía que en el mundo hubiera habido un apagón, y nosotros allí, con la nariz pegada a los cristales. Las campanitas eran de barro —todas de igual tamaño— y ahora estaban calladas, cieguecitas, como arropándose en el silencio, mientras mamá, que miraba el reloj de cuando en cuando, nos decía: —Preparados—, aunque era inútil la indicación, pues desde varias horas sólo vivíamos esperando este instante. Las campanitas en las manos; las manos, preparadas; las almas, en su almario, y aquel silencio de Dios muerto, aquel silencio deshabitado haciéndose metal en los oídos, hasta que al escuchar la palabra misteriosa: —Ya—, se abrían todas las ventanas de la calle a la vez, para que el campaneo sonara arriba como el campanilleo sonaba abajo, y sentíamos un muro de alegría que llenaba la calle, con un sonido súbito, restallante y estremecedor, igual, al que sentimos al cruzarse velozmente dos trenes, y en uno de ellos iba yo solo, y en otro íbamos todos, cruzándonos y entrecruzándonos para pasar a otra vida. Los oídos son tan pequeños como los ojos; pues bien, nos entraba por ellos un monte puesto en pie. Si el sonido fuera visible, no lo resistiríamos. Muy a pesar de aquel estrépito se distinguían perfectamente ambos sonidos: el toque arrodillado, hueco y lágrimo de nuestras campanitas, y el son duro, prolongado y universal de las campanas, mientras la calle iban llenándose de gente, y las porteras golpeaban con las escobas en las puertas que aún estaban cerradas, diciendo y repitiendo: —Fuera, demonios, de mi puerta—, y las puertas se abrían; y recuerdo, muy bien, que la campana gorda de la Catedral sonaba sobre todas; y los hombres, como eran hombres, bajaban a la calle; y la calle parecía convertirse en un patio; y yo queriendo estar en todas partes, queriendo estar en todas las ventanas a la vez, llorando de alegría al ver que el mundo no era un sueño; y aquel zascandileo con que temblaban en mi cintura las manos de Pepona sosteniéndome sobre la barandilla del balcón; y las ventanas con racimos de niños; y los niños llenándose de manos; y las manos que ardían; y un solecito manso y haragán; y el son de las campanas que cada vez era más alto, tilín, tolón, mientras las campanitas, rapidísimas, incesantes, sólo dejaban de tocar para romperse; y los mantones prendidos al talle y oliendo aún a hierbabuena, el taconeo, el rumor de las voces, y la calzada de la calle de Angulo que se llenaba de campanillas rotas, de risas, de pétalos de lágrimas que caían sobre el abrazo de los vecinos, y todo era un hervor porque el reloj de la Catedral sonaba ¡al fin! poniendo en punto los corazones; y ésta era la hora unánime, la hora en que nacen flores de repente, y entonces, entre las campanadas de las diez, a mí me parecía que la ciudad de Granada iba subiendo al cielo lentamente, igual que un globo, en aquel Sábado de Gloria.
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viernes, 14 de abril de 2006

Los Oficios

En la iglesia de los jesuitas, en el Puerto de Santa María, los Oficios de Semana Santa son los momentos litúrgicos más hermosos del año. En ellos, se añora mucho lo que no hemos conocido: un ritual rico y cuidado, trascendente, que nos habría hecho, seguramente, mucho más piadosos (y también menos bárbaros). Bueno, algún vislumbre hay en estos días, la música, por ejemplo, que es espléndida. Y el pueblo fiel está a tono:, pues abunda la gente elegante, devotamente vestida de luto riguroso.

Una Semana Santa invitamos al Puerto a nuestras primas más posh, las Fernández de Córdoba, y, al asistir a los Oficios, se amoscaron un poco (y así estaban aún más monas) por que no les habíamos avisado de la estricta etiqueta: no traían ropa negra o morada, y se sintieron —quizá por primera vez— un poco fuera de lugar. Repitieron otros años, y ya siempre se vistieron para los Oficios de los jesuitas de un luto impecable. Ellas, a partir de entonces, contribuían al esplendor, sin duda.

Hace unos años, pasó una anécdota que se me ha quedado grabada como ejemplo de lo difícil que es mirar lo que tenemos delante de los ojos. La hermosa iglesia de los jesuitas, con su gran retablo de estilo barroco de ida y vuelta (indiano), que tanto gustaría a ARP, estaba, como siempre para los Oficios, llena a rebosar. Los jóvenes asistíamos de pie, o porque habíamos ido dejando nuestro sitio a las señoras, o porque directamente habíamos llegado un poco tarde. Las chicas recién morenas de los primeros días de playa, o mejor, rosadas, radiantes, y, casi todas, supongo que aquel año también mis primas, muy bien vestidas de negro y blanco; nosotros, repeinados y devotos. Y justo en ese momento, el sacerdote, en la homilía, empezó a quejarse amargamente de que las iglesias están vacías y que la juventud se aleja de la religión. —“Un poco más vacía ya podría estar”, me entraron ganas de decir, “y tal vez hasta nos sentábamos…”

[Desde entonces siempre tengo la sospecha de cualquier pesimismo es un problema de miopía.]

Era esto, era esto

Y qué melancolía para los monárquicos contemplar cómo la figura del Rey se ha quedado tan hueca que aquí se puede celebrar la II República, colgar sus banderas y reivindicar sus principios sin que Juan Carlos I moleste lo más mínimo a nadie. Ni él se moleste tampoco.

jueves, 13 de abril de 2006

El barbero del rey de Suecia

No sé qué rey sueco, agobiado como todos porque el arte es largo y la vida un soplo, encontró un remedio a sus ansias de lectura. Su barbero tenía la obligación de ir —mientras rasuraba la real mejilla— resumiéndole algún libro de interés. Aunque jamás con los mejores, con muchos libros (que son los que nos agobian) es posible seguir ese método, de manera que si somos barberos unos de otros, podamos llegar a más de los que la vida nos permite. Para empezar poco a poco, en vez de un libro, resumiré una revista, “Diario de Poesía” de Buenos Aires·Rosario, nº 7, que mi suegra me ha traido de un viaje por la Argentina.

Bien, pues de esa revista, que no está nada mal, y de la que podríamos contar algunas cosas graciosas, pero más o menos intrascendentes; lo mejor, lo que usted, majestad, debe conservar son unos cuantos haikus de Joâo Guimarâes Rosa, traducidos por Daniel Samoilovich:

Turismo sentimental

Viajei toda a Ásia
ao alisar o dorso
da minha gata angorá.

[Turismo sentimental: Recorrí todo el Asia / al alisar el lomo / de mi gata de Angora]
***

Turbulência

O vento experimenta
o que irá a fazer
com sua liberdade...

[Remolino: El viento ensaya / qué hacer / con su libertad.]
***

Definiçâo

El cigarro de fumaça impalpável e brasa colorida,
que se fuma a si mesmo num cinzero,
será um poeta?

[Definición: El cigarro de humo impalpable y brasa colorida / que
se fuma a sí mismo en un cenicero, / ¿será un poeta?]
***

Con estos tres haikus se puede usted ahorrar la lectura de “Diario de poesía” y no tiene por qué dejar de disfrutar sin interrupciones de la grata presencia de suegra, que no tendrá por qué marcharse a la Argentina… ¿Es o no es un gran método el del barbero del rey de Suecia?

Salí del Inferno

Cuando el presente me agobia, leo la Divina Commedia, y ese es el motivo por el que me paso la vida leyéndola. Últimamente, la he leído con mayor avidez. Tanto que, en poco tiempo, he salido del Inferno y ahora me dispongo a cruzar el Purgatorio.

La pregunta es si ahí encontraré los mismos consuelos a mi desazón por este estado de cosas. Quiero decir que, por ejemplo, en el Canto XXVIII estaban condenados los que siembran la discordia y separan a las familias o a las ciudades o, con una interpretación anacrónica, a las naciones. A ésos se les rasga, divide y trocea en justa correspondencia o contrapasso. Y en el Canto XXXIV estaban condenados los traidores a sus países (Bruto y Casio), que son continuamente masticados por las fauces de Satán.

Como se ve, todo de las más rabiosa actualidad. Veremos si el Purgatorio se puede leer también desde nuestros periódicos y telediarios de ahora, pero adelanto mi sospecha de que tal vez sea demasiado cándido para lo que tenemos aquí, encima.

Llegó el verano; o al menos, los veraneantes

Me asomé a la playa y no olía, como suele, a algas y marea baja. Olía a protección solar... Ya están aquí.

miércoles, 12 de abril de 2006

Lo bueno, si breve, Almuzara

Si usted no es muy fanático de la literatura, no hace falta que lea la reseña en Poesía Digital. Lo que no se puede perder es esta espléndida definición que da Almuzara del arte.
¿El arte de verdad?
Un poco de misterio
y mucha claridad.

La ventana indiscreta

LA pereza nos indica qué se tiene que hacer en cada momento, pues el deber nunca apetece nada. Por eso, asumo que salir de penitente tiene que ser uno de los compromisos más ineludibles de mi calendario. Cumplida su función de indicador moral, la pereza está para vencerse, si se puede. Yo, esta vez, volví a salir en mi hermandad, más de penitencia a medida que cumplo años.

Y, sin embargo, cuando ya se está allí, uno se alegra. Dejemos a un lado, teniendo en cuenta que corren tiempos de laicismo militante, los aspectos puramente religiosos, que son los que importan, y dediquémonos, como mandan los cánones, al costumbrismo, que tampoco hay que negar. Para el cristiano que es escritor, la cosa, además, tiene mucho encanto, ya que (tras su túnica, su capa y su velillo) uno se convierte en sólo dos ojos, esto es, en una mirada, que es el sueño de cualquier poeta.

Y qué bien, entonces, se contempla la ciudad. Hay quien cree que una persona tiene raíces en un lugar cuando sus antepasados están enterrados en él. No voy a negarlo; pero también se echan buenas raíces en los largos parones de Semana Santa, cuando las imágenes parecen añorar la quietud de sus templos, y todo se inmoviliza. El paciente penitente, entonces, plantado en una esquina, pasea lo único que puede, sus ojos, por las calles, por las fachadas nunca vistas de las viejas casas, por los árboles… También mira el cielo de la tarde, de un azul inmaculado plenamente redimido. Y allá van y vuelven –indiferentes al laicismo– los vuelos libres de los vencejos, como cruces de Santiago, repartiendo sobre todos su alta bendición.

La prisa que hasta entonces no nos había dejado ver el paisaje que corremos o recorremos cada día, tampoco nos permitió fijarnos en el paisanaje. Ahora, gracias al ritmo demorado de los pasos y a través de dos incómodos agujeritos, uno puede mirar indiscretamente a sus paisanos como nunca. Y disfrutar del aspecto narrativo, que es entrañable: cuántas historias en las aceras, medio sabidas, medio adivinadas, con su punto de suspense… Tras salir muchos años, uno reconoce con ingenuo romanticismo a antiguos novios que se han casado. Y a los que se les va cayendo un poco el pelo, que también es entrañable, de otra manera. Luego está el aspecto estético: consternarse ante las últimas tendencias de la moda popular; y respirar, aliviado, al constatar que, no obstante, la belleza de ellas no puede ocultarse del todo...

Por guardar el secreto de procesión, no contaré las curiosas conversaciones que se sobreescuchan en cada parada; pero sí recordaré cómo todas, las frívolas, las familiares, las de trabajo, las políticas, las hipotecarias, todas, cuando se iba acercando el paso de palio, se interrumpían y se transformaban en una oración… Igual quisiera yo que se transformara hoy esta columna.

[Pulicado hoy en el Diario de Cádiz]

martes, 11 de abril de 2006

La poción mágica

Los efectos no duran mucho. Por eso hay que tomarla con frecuencia. Me refiero a la cultura verdadera. Ante una obra realmente buena uno siente cómo la vida le cambia de raíz, y grandes deseos de hacerse digno de lo que ha visto u oído o leído… Pero pasan las horas y los efectos se van debilitando. Cuando leo la Summa Theologica, al menos durante un cuarto de hora después, soy mucho más inteligente. Luego, se me pasa. Por su parte, el observador Julián Marías repetía a menudo que las novelas eran “vitaminas de vida biográfica”, en un sentido, pienso, muy parecido al de mi poción mágica. Ahora yo escribo esta nota bajo los efectos de Ordet, de Dreyer, que vi ayer por la noche, pero sé que pronto mis buenos propósitos se irán desvaneciendo como el humo, poco a poco, hasta que apenas quede un recuerdo débil y vuelva a ser un creyente rutinario, incapaz de rezar por una resurrección, aunque sea la mía... ¡Afortunadamente, hay muchas marmitas de poción mágica!

lunes, 10 de abril de 2006

y en Guerra con mis entrañas

Yo confiaba en que algunos socialistas, en virtud de sus ideas, no de las mías, pararían el disparate del Estatuto. Qué decepción. Alfonso Guerra votó sí, y ahora se rebota.

Me molesta especialmente que él, tan machadiano (dice), pueda estar aplicándose estos versos:
No extrañéis, dulces amigos,
que esté mi frente arrugada:
Yo vivo en paz con los hombres
y en Guerra con mis entrañas.

En paz con los prohombres del partido, pensará, y con las entrañas revueltas, qué le vamos a hacer. Pero don Antonio Machado no hablaba de eso, no, ni mucho menos.

Tendría que aplicarse un refrán. O "A buenas horas, mangas verdes" u "Obras son amores y no buenas razones". Y si a alguno le parece muy como de abuela lo de andarse con refranes a estas alturas, también le valdría aquello de uno de nuestros tatarabuelos más heráldicos. Que lo exclamó Minaya en el Poema del Mío Cid, retratando para siempre un vicio nacional:
Lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?




domingo, 9 de abril de 2006

Mile grazie

En abril, gracias mil. Por ejemplo, a los comentarios que, de pronto, cuando pensaba que el blog era otra forma íntima de comunicación con mi mujer, han ido llegándome.

Pero, especialmente, a uno que me pone tarea para casa. Quiere que comente esta foto. Viendo el estilo literario del anónimo comentarista tengo una curiosa duda: o todos los progres escriben igual o es un pariente político (nunca mejor usado el adjetivo), al que le apasionan, ay, las discusiones… Sea o no sea, la cuestión es que estoy tremendamente agradecido, por casi mil razones.

1- Por la compaña. Ya avisó Ambrose Bierce, en su Diccionario del diablo, que aunque nada más que sea por el título le gustará, que “solo” significa “en mala compañía”. Gracias, pues, por relevar a mi señora en la ardua tarea de librarme de la peor compañía.

2- Porque, me propone un tema. Yo hoy pensaba contar que ayer estuve en un circuito de multiaventura, lanzándome (o siendo empujado) por la tirolina, montando a caballo y tirando con arco. Ahora no tengo que contarlo y eso está bien: con hacer el indio -nunca mejor dicho- una vez, ya vale: no hay que recrearse…

3- Porque me permite recordar a mis amables lectores que yo no soy del PP. Noto como hay quién intenta contestar a mis argumentos citándome la autoridad de algún líder del Partido Popular que dice (o hace) lo contrario de lo que yo defiendo. Mis colegas de instituto usan esa táctica a menudo. Es una pérdida de tiempo, porque se trata de un argumento (el de la autoridad y del PP) que no practico. No por criticar al PSOe es uno popular; a menudo, es todo lo contrario. El bipartidismo es otra forma de simplismo. Prometo escribir un artículo titulado “La soledad del conservador de fondo” donde explique detalladamente mi posición ante la derecha política… Lo curioso es que hayan acabado siendo los intelectuales de izquierda los más apegados a los argumentos [¿?] de sus autoridades [¿?]

4- Y hablando de intelectuales progresistas, de argumentos y de comeniños, le agradezco también esa última expresión, tan exacta. En este sentido, le remito a Norberto Bobbio. Si lee italiano, mejor.

5- También agradézcole la oportunidad que me da de aclarar mi postura con respecto a las bodas de los homosexuales y, más aún, con respecto a los homosexuales que se casan, a los que les deseo lo mejor. A éstos de la foto, tan sonrientes, supongo que tan felices, les están dando gato por liebre. Lo que celebran no es, ontológicamente, una boda, que es lo que ellos quisieran, por lo que se alegran. De manera, que oponiéndome, como lo hago, al llamado matrimonio homosexual, defiendo, entre otras cosas, el derecho de los homosexuales a que no les timen.

6- Por último, le agredezco la foto, porque prueba un punto interesante. Alguien en vista de mi posición ontológica apuntada en el nº 5 podría decirme: “Hombre, si tú crees que, diga la ley lo que diga, no es matrimonio, ¿por qué negarle el gusto a quién quiera dárselo?” El problema de la legalidad es que, aunque no cambia la naturaleza de las cosas, crea una ficción de legitimidad que se extiende socialmente como el aceite. La prensa progresista y, detrás, como siempre, los políticos ídem, han recordado mucho que los del PP, que votaron en contra del divorcio, se han divorciado luego como locos. Y eso, justamente, prueba que tenían razón en oponerse, porque la ley no es neutral sobre nuestros comportamientos: los influye, o los refluye. Alvárez Cascos se oponía a la ley del divorcio porque oscuramente sospechaba lo que se le iba a venir encima, digo yo.

7- Podría seguir agradeciéndole pretextos para hablar, pero por hoy ya basta, si el comentarista es el que me temo, me temo que habrá que seguir en días sucesivos….

sábado, 8 de abril de 2006

Novísimo

Una lectora del blog (o sea, mi mujer) me dice que hablo demasiado de la muerte. Releo las últimas entradas y veo que sí, que estoy de lo más novísimo (en el mejor sentido, que esta vez no es el poético). Puede que sea por el espíritu de la cuaresma, que poco a poco me haya empapado, preparándome para los Oficios de Semana Santa. O puede que sea el espíritu de Quevedo, esto es, que miro los muros de la patria mía, y no hallo cosa en que poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte. O puede que.....

viernes, 7 de abril de 2006

Solución

La respuesta a la adivinanza de ayer es… Abel, hijo de Eva.

Por mi parte, después de mucho trabajo de campo, proponiéndole el acertijo a todo el que me cruzaba, no encontré a nadie que diera con la respuesta. Seguro que yo tampoco, de no haberla ofrecido enseguida Rodriguez Marín en su compilación.

Y alguna vez fue una adivinanza popular... Se vuelve uno melancólico viendo cómo adelantan los tiempos, que es una barbaridad (o una barbarie). Cuando se inventó esa adivinanza, cuando se propuso y, sobre todo, cuando se adivinó, eran tiempos más finos que los de ahora.

Porque, además de la cultura bíblica vivida, también hay que tener presente qué es la culpa y qué la inocencia, conceptos progresivamente arcanos para nosotros. Y, luego, están los dos últimos versos, telúricos y poderosos. La idea de que la Tierra es la abuela de Abel es propia de un sagaz rastreador en árboles genealógicos, que en vez de irse por las ramas, como acostumbran, hubiese bajado a la raíz. Y esa imagen de la virginidad del planeta hasta que se enterró el primer hombre podría ser del más inspirado Miguel Hernández, por lo hermosa y lo cruda. Curioso que siempre, en las cumbres, la muerte y el amor se confundan.

jueves, 6 de abril de 2006

Adivinanza

Leyendo Cantos populares españoles encuentro una adivinanza que quisiera proponer:


Un hombre murió sin culpa
cuya madre no nació;
y su abuela era doncella
hasta que el nieto murió.


A mí el texto me parece estupendo. Y me asombra su carácter popular, pues para resolver el enigma hay que manejar bastante cultura general. Más aún, hace falta instinto poético, metafórico, que no sé si tendrá el pueblo de ahora.

A lo largo de la mañana, voy a proponérselo también a mis alumnos [y alumnas, sí, y alumnas], no para someterlos a otra prueba. La prueba será para mi fe, bastante mermada ya, en el progreso.

[Mañana, si nadie da con ella antes, colgaré la solución y, en todo caso, el resultado de mis investigaciones.]

miércoles, 5 de abril de 2006

La maldición china

LOS chinos echan una rara maldición: "Ojalá vivas en tiempos interesantes". Saben de maldiciones los chinos, porque el interés de los tiempos es directamente proporcional a los problemas planteados. La bendición consistiría en vivir en una época aburrida, donde cada uno pudiera dedicarse sin interrupciones ni sobresaltos a su vida íntima y familiar, que es la que da satisfacciones.

Los tiempos que corren harían las delicias de cualquier chino malediciente. Por primera vez en toda la historia se proclama nación a Cataluña. Estrenamos, pues, un insólito Estado con dos naciones (por ahora), que es como para recuperar el águila imperial de los Habsburgo, aunque en miniatura: algo así como un pollo bicéfalo con riesgo de contraer la gripe aviar.

Pero, aun siendo interesante (o sea, gravísimo) lo que están haciendo con España, conviene levantar la vista de vez en cuando. En un mundo globalizado, el nacionalismo tiene la misma entidad que un dolor de muelas: aunque es tan punzante que no te deja pensar en otra cosa, hay patologías más graves. Incluso la dudosa tregua de ETA se queda, ante la amenaza del terrorismo islamista, en un alivio local. Convendría tomar un analgésico para que ningún nacionalismo nos contagiara su estrechez de miras.

Hablando de chinos, por ejemplo, está su gigantesco boom, que desplaza el centro de gravedad de la economía mundial. George Steiner cree que Europa no podrá competir con ellos y que ha de asumir la paulatina pérdida de poder económico, concentrándose en su riqueza cultural. No parece, sin embargo, que las nuevas leyes de educación ni los hábitos sociales estén preparando a nuestros jóvenes para el papel de grandes intelectuales del mundo.

Y no pensemos sólo en los nuevos ricos de China o de Marbella: también están los pobres de siempre. El problema de la inmigración ha llenado las costas canarias de cadáveres, pero la opinión pública no se moviliza como con el Prestige. Por su parte, la ley de clonación terapéutica, que permitirá la investigación con embriones humanos y la creación de niños-medicamento, vuelve nuestros tiempos tan interesantes como una tenebrosa novela de Aldous Huxley. Esto, como mínimo, debería provocar un apasionado debate social y, sin embargo, parece preocupar menos que Salsa rosa.

Como ven, la maldición china es casi un martirio ídem. Sobre todo, para el columnista de opinión, que, con tanto tema candente, tiene que reflexionar y que escribir sin respiro, igual que un teletipo insomne. Compensa esforzarse. Como defendía Antonio Machado, es preferible estar a la altura de las circunstancias (o mejor dicho, a la velocidad de las circunstancias) que por encima del bien y del mal. La posibilidad de hacer frente a esta marea de acontecimientos es lo que les da (y lo digo ahora sin sombra de ironía chinesca) su interés verdadero.

[Publicado hoy en el Diario de Cádiz]

martes, 4 de abril de 2006

Citas encadenadas...

El maestro Jiménez Lozano afirma en Elegías menores, citando a Safo que, "si la muerte fuera un bien, los dioses la habrían escogido para ellos".

El ingenioso Almuzara replica en Títere con cabeza: “Y lo hicieron, eligieron sucederse [sic, pero es suicidarse] en el culto de los hombres, dejar de ser por falta de costumbre”.

Yo triplico: Jesucristo sí que escogió la muerte para él, ¿no? Y sintiéndolo mucho por mi casi siempre indiscutido maestro y por mi admirado coetáneo, Safo es la única que tiene excusa, porque ella no pudo ni imaginárselo.

lunes, 3 de abril de 2006

And the time of death is every moment

Rocío Arana y yo hemos cogido la costumbre de hablar un poquito de la muerte cada vez que nos encontramos. Con Rocío, Llir entre cards, ni siquiera eso puede ser un tema macabro, sino bastante luminoso. Me preguntó qué haría yo si supiera que iba a morir en unos meses. Le contesté que, sin duda, escribir. Intentaría hacer un libro de poemas que se llamase Cuenta atrás, y a ella la idea le sorprendió y le pareció bien.

Creo yo que, en tales circunstancias, se dan las condiciones ideales para escribir un buen poemario: sin pudor, porque se editaría póstumamente; sin distracciones ajenas, pues nada importaría demasiado; sin las presiones de la moda, porque se haría con un pie en la eternidad; hablando sólo de lo fundamental y de lo irremediable…

Sin embargo, ahora, que no estoy con Rocío Arana, caigo en la cuenta de que la cuenta atrás empezó hace mucho y sigue corriendo y no se para. ¿Tengo que esperar a que me la confirme un médico? Ya me lo avisó T. S. Eliot, que sabe más, en el verso de The Dry Salvages que da título a esta entrada.

Me pongo a escribir inmediatamente.

domingo, 2 de abril de 2006

Traduttore, traditore

En el primer aniversario de su muerte, los periódicos recuerdan a Juan Pablo II con la narración de sus últimos momentos según los cuenta uno de sus médicos. Parece que el Papa dijo "Déjenme ir"; y ahí entra en juego, me temo, el traductor. Lo mejor, como siempre, hubiese sido no traducirlo; dejarlo como fue, que así es la rosa. O como mal menor, ofrecer la versión bilingüe. Y es que la expresión española tiene, me parece, un regusto amargo. (Tal vez por eso la citan tanto.) Pero en verdad dijo: "Lasciatemi andare". La traducción, como salta al oído, no está atenta a las connotaciones de las palabras. "Ir" suena demasiado a eufemismo y/o a huida, y la jota de "déjenme" parece una queja. En italiano (en "nuestra lengua italiana", como Karol Wojtyla proclamó el día de su elección), "Lasciatemi" sabe "dolce", como un guiño. Pero se pierde, sobre todo, el "andare" que más que irse, implica dirigirse hacia algo sin prisa y sin pausa, casi como una peregrinación. "Andare" supone además --piensen que lo musita un hombre enfermo, postrado, que llevaba meses en una silla de ruedas-- erguirse.

Ciertamente, desde entonces, su figura no ha dejado de crecer.

sábado, 1 de abril de 2006

Sturnus unicolor

Me paro a oir el canto voluntarioso del estornino. Y recuerdo que imita -o lo intenta- el canto de los otros pájaros y también, otras veces, el sonido de las alarmas de los coches. Curioso, que siendo más pequeño que un mirlo e igual de negro, se parezca más a un cuervo, aunque tampoco llega a su estro trágico. Finalmente, cuando he caído en la cuenta de que sus vuelos gregarios y espectaculares, que cubren nuestras ciudades como nubes inquietantes, no son más que el propósito desesperado de cada uno de ellos por ocupar siempre el centro de la reunión, ya no he tenido dudas. El estornino es el ave de los malos poetas.