lunes, 7 de julio de 2008

De la pereza como método de trabajo

Así se titula un poemario de Mario Quintana, para el que escribió este prólogo, que o copio aquí con subtítulo mío: Del cortar y pegar como método perezoso del blogger. (A fin de cuentas, me lo agradeceréis más que una sudorosa entrada propia.)


No sé pensar a máquina, esto es, hago mi trabajo creativo primeramente a lápiz. Después, con la barbilla apoyada en la mano izquierda, lo paso todo a máquina con sólo un dedo.
—¿Pero eso no cuesta mucho?—Costar, cuesta, pero dura más… 
No despertemos al lector. Los lectores son, por naturaleza, dormilones. Les gusta leer dormidos. El autor que quiera conservarlos no debe propinarles el mínimo susto. Apenas las eternas frases hechas. “La vida es una carga”, por ejemplo, se puede repetir siempre. Y añadir impunemente: “dice Bias”. Bias no hace mal a nadie, como tampoco los otros seis sabios de Grecia, pues los siete, como ya se quejaba Plutarco hace seis siglos, eran unos auténticos plastas. Esto para él, Plutarco. Pero para el griego común de la época debía ser la delicia y la tabla de salvación de las conversaciones. ¿Pues no es lo mismo el buen hablar y escribir sin esfuerzo? El lugar común es la base de la sociedad, su política, su filosofía, la seguridad de las instituciones. Nadie es tomado en serio con ideas originales. No es la primera vez, por ejemplo, que un figurón cualquiera declara en una entrevista: “Brasil no escapará a su destino histórico”. El éxito de la jugada, a juzgar por la importancia que le da la prensa, es siempre infalible, aunque el lector semidespierto pudiese desconfiar de que eso no pretende decir nada, pues nada escapa a su destino histórico, ya sea un Imperio que se desmorona o una cucaracha espachurrada. 
La pereza es la madre del progreso. Si el hombre no tuviese pereza de caminar, no habría inventado la rueda. No podría viajar por el mundo entero. 
Se cuenta que a finales del siglo pasado, en un remoto país de Oriente, el viaje a la capital desde la frontera duraba nada menos que treinta días, y aún más a los lomos de un camello. Y sucedió que un ingeniero británico que a la sazón vivía allí, en nombre del progreso, se resolvió a remediar la cosa.—En fin, concluyó él, después de una audiencia con el respectivo jeque, o lo que fuese— construyéndose el camino de hierro que el país tanto necesita, el viaje hasta la frontera podrá ser hecho en un solo día. —Mas —objetó el viejo monarca, que le había oído con una paciencia verdaderamente oriental— ¿qué va a hacer la gente en los veintinueve días que sobran?! 
Lo más consolador de los largos viajes en tren son esos burritos pensativos que vemos al lado de la vía y nos ahorran así el trabajo de pensar…Cierta vez, me obsesioné con un trabajo titulado “Pereza”. Constaba del título y de los bellas columnas en blanco, con mi firma al final. Desgraciadamente, no fue aceptado por el puntilloso coordinador de la página literaria. ¿Han visto desconfianza igual? Censurar una página en blanco es el colmo de la censura. 
En resumen: lo que perjudica mi pereza perjudica mi trabajo. 
COMPENSACIÓN 
Suave pereza que, de ser malvado 
y de otras idioteces, al abrigo me pones… 
Sólo por ti, ¡qué pésimas acciones 
dejé de lado!

5 comentarios:

Bosco Suabia dijo...

¡Es buenísimo! Pero no te perdono que lo pongas la misma semana que mi loa a la holganza...

Juan Ignacio dijo...

Genial.

(Y vivan los viajes de 30 días. ¿Por qué aquí nadie te comprende cuando dices "me voy a ir a Bariloche en tren" (que es tardar 20 veces más que en avión)?

Anónimo dijo...

Te recomiendo -si es que no lo conoces ya- el poema que José Luis Parra dedica a la pereza. Está, creo -perdón por mi memoria imprecisa-, en su último libro publicado en Pre-Textos. Estupendo blog, amigo.

E. G-Máiquez dijo...

En cuanto deje de agradecerte el consejo, lo buscaré. Parra es uno de los buenos.

Evaristo dijo...

Magnifico libro. Para mi muy inspirador. Soy partidario de la pereza.
No soy el único,claro:

A la pereza

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio, el que madruga con la aurora,
aunque las musas digan que enamora
oír cantar un ave la alborada!

¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora, y otra hora!
Comer, holgar..., ¡Qué vida encantadora,
sin ser de nadie y sin pensar en nada!

¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

me arrastra bostezando; y, de tal modo
tu estúpida modorra a entrarme empieza,
que no acabo el soneto... de per...


Bretón de los Herreros