lunes, 28 de febrero de 2011

Piso de soltero


Ésta es la nevera de la casa del amigo que amablemente nos había invitado a cenar el viernes. No hay truco ni cartón (de huevos). La entrada del piso daba a la cocina, justo frente a la nevera, y no pude resistir la tentación fotográfica (no había otras).  Lo bueno es que era un piso de soltero con todas las de la ley y la cena se la había traído de casa de su madre. Uf. Um.

domingo, 27 de febrero de 2011

La soledad del sprinter

Tras su preciosa presentación, ya puede permitirse José Cereijo espachurrarme una chincheta. Para excusar el artículo de hoy, escrito a contrarreloj, le confesé un aforismo que llevaba tiempo pensando: "El drama del columnista: ser un corredor de fondo mientras que tus lectores te consideran un velocista". Respuesta de Cereijo: "Aunque el sprinter tenga que correr 50 m cada dos por tres, la suma no le convierte en un maratoniano". Y tiene razón. Lo terrible, como habrán supuesto, no es haber perdido una chincheta, sino una disculpa.

viernes, 25 de febrero de 2011

Malabarismos con un limón

Mi hija encuentra divertidísimo que yo haga malabarismos con un limón. O sea, que me lo pase, haciendo una grácil parábola, de una mano a otra mientras digo “ta-ta-ta-chán”. Con sus cuatro dientecillos, se ríe a mandíbula batiente y mueve los brazos, queriendo aplaudir. Y a mí me parece muy bien, no sólo porque es muy probable que yo no pueda hacerle malabarismos con más limones —con dos ya me liaría—, sino porque es imposible que exista un más difícil todavía. El amarillo perfumado de un limón, como una gota de sol solidificada, la fuerza de la gravedad, un padre que grita “¡ta-ta-ta-chán!” y, sobre todo, una hija que lo mira, ¿no es un truco de Magia y Malabarismo alucinante? ¿Quién lo ha hecho todo así de maravilloso? Si no estuviese malabarismeando, yo también aplaudiría.

martes, 22 de febrero de 2011

El divino paciente

He sacado de la biblioteca pública el primer tomo de las obras completas de don José María Pemán, 900 páginas exactas dedicadas a sus artículos de prensa. Ya no llevan los volúmenes aquella ficha con los nombres y las firmas de anteriores prestatarios. Se entiende (porque era una intromisión en la intimidad impresionante), pero hemos perdido un encanto cotilla —recuérdese que vivo en un pueblo— y, a veces, una emoción imborrable. De todas maneras, tampoco están mal las fechas, que siguen ahí, estampadas, y que dan su juego. En este tomo de Pemán son las siguientes: 20-12-1984, 3-12-1985, 9-5-1986, 4-11-1997 y 21-3-2011, que es cuando tengo que devolverlo yo. A alguien le parecerá deprimente que el libro se haya pasado catorce años en la estantería esperando que lo saquen, y eso que no sabe que casi seguro fui yo el que lo pidió prestado en el 97. Recuerdo muy bien que leí este mismo libro, y, aunque también pude hacerlo en el 86, entonces estaba más pendiente del windsurf. Sin embargo, a mí esos catorce años o veinticinco me parecen preciosos, como si la cultura fuese esa larga espera y ese silencio hondo.

lunes, 21 de febrero de 2011

Pelos de colores

[Hoy pensaba hacer un (blog) spot publicitario y anunciar mi presentación madrileña. La inagotable generosidad de CB me permite fingir indiferencia y seguir con lo mío, que son los pelos de colores. Muchas gracias.]

Me cruzo todos los días con dos adolescentes. Hace poco las dos han decidido pintarse al unísono el pelo de un color naranja, casi rojo, pero raro, porque uno juraría que da reflejos semi azules. Hasta ahí todo normal (dentro de lo que cabe). Lo curioso es que a una de las chicas ese pelo le queda bastante gracioso, pues ya se sabe que la primera juventud lo aguanta casi todo. En la otra, sin embargo, el resultado da pena. Ésta es particularmente guapa y uno lamenta (aunque jamás se lo diré) que no se dejase a sí misma como estaba. No lo cuento por cotillear. Más allá de la anécdota, hay toda una lección de estética: los adornos y las extravagancias tapan y distraen. Eso, a veces va más o menos bien, a veces —en los mejores casos— muy mal.

domingo, 20 de febrero de 2011

Sosillo

El artículo de hoy me ha salido sosito. Podría decir para excusarme que es un tema bastante serio, pero no: los temas más serios han de tener más gracia. Me salió soso y punto. Mas si os anima un poco a la insumisión, yo me doy con un canto en los dientes.

sábado, 19 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

La crítica

Jesucristo es tan perfecto hombre que hasta quiso disfrutar de algo tan humano como una buena crítica, Él que no las necesitaba. Ocurre en Marcos 12, 32. Preguntado por el mandamiento más importante, contesta Jesús, como sabemos de sobra (en teoría, quiero decir), que amar a Dios sobre todo y al prójimo como a uno mismo. Entonces va y se arranca un escriba que exclama: “¡Bien, Maestro!” y luego, exactamente como un crítico profesional, dictamina: “Has dicho bien” y repite entonces palabra por palabra, que es lo que hacemos los críticos en las reseñas, lo que dijo el Maestro. Aunque no tenía en alta estima a los escribas, a Jesús le alegró mucho esa buena reseña y la honradez intelectual del que la hizo. “No estás lejos del Reino de los Cielos”, se la agradeció, nada menos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Lighea

Documentándome para escribir el artículo de hoy, leí "Lighea" de Lampedusa. No disfrutaba tanto con la literatura desde hacía muchísimo tiempo --tres días para ser exactos, pues el domingo leí "La veneciana" de Nabókov--. Si no han leído alguno de estos dos cuentos, pasen rápido por la página del Diario, voten mi artículo por caridad, y vayan volando a esos cuentos magistrales por egoísmo (bien entendido).

El barbero no se ha resistido a hacer lo suyo con el relato de Lampedusa, aunque esto, evidentemente y por suerte para ustedes, no les dispensa de leer el original. Va:
[Paolo Corbera di Salina, tras una ruptura con una amante] Nunca la volví a ver, como tampoco he vuelto a ver un “pullover” de cachemira negro que me había costado un ojo de la cara y que tenía el funesto mérito de servir tanto a hombres como a mujeres. […] Mi sicilianísimo amor propio estaba humillado.
[Conoce a un viejo profesor] El nombre decía mucho aun a mi pobre cultura periodística […] Al día siguiente, en el periódico, hurgué en ese singular archivo que contiene las necrologías que están en “espera” […] Es inútil negarlo: nosotros los italianos, hijos (o padres) de primeras nupcias del Renacimiento, estimamos al Gran Humanista superior a cualquiera otro ser humano. La posibilidad de hallarme en cotidiana proximidad del más alto representante de esta delicada sabiduría, casi necromántica y poco redituable, me halagaba y turbaba a la vez; sentía la misma sensación de un joven estadounidense que fuera presentado al señor Gillette: temor, respeto y una forma particular de no innoble envidia. […] El orgullo, si está bien, es preferible a la falsa modestia.
[Habla el profesor] «Paolo... Eres afortunado por llamarte como el  único apóstol que tenía un poco de cultura y una pasada de buenas letras. Girolano habría estado mejor»[Al enterarse de que es un Corbera de Salina] «Bien, bien. Tengo una alta  consideración por las viejas familias. Poseen una memoria, minúscula, es verdad, pero en todo caso mayor a las otras».
 [Y esa alusión a sus alumnos que] "por un instante son jóvenes" 
[Cuenta Paolo] Se obstinó en pagarme el espresso, no sin manifestar su singular rudeza («Ya se sabe, estos muchachos de buena familia no tienen un centavo en la bolsa») […] También continuaba escupiendo. […] Me atreví a preguntarle porqué no se hacía curar ese insistente catarro […] «Pero, querido Corbera, yo no tengo ningún catarro. Tú que observas todo con tanto cuidado debiste notar que no toso nunca antes de escupir. Mis escupitajos no son signos de enfermedad, sino de salud mental: escupo por el disgusto que me provocan las estupideces que voy leyendo; si quieres tomarte el trabajo de examinar ese trasto (y señalaba la escupidera) notarás que contiene muy poca saliva y ningún rastro de flemas. Mis escupitajos son simbólicos y altamente culturales; si no te agradan, vuelve a tus saloncitos nativos donde nadie escupe, sólo porque no se quiere sentir nauseas de nada.»
[Paolo visita su casa] Desde la sala comenzaba el desfile de los libros, de esos libros de aspecto modesto y de encuadernaciones baratas de todas las bibliotecas vivas. […] entre ellos vi el teatro de Tirso de Molina, la Ondina de Lamotte-Fouqué, el drama homónimo de Giraudoux y, con sorpresa, las obras de H. G. Welles; […] tuve la osadía de manifestarle mi sorpresa de verlas ahí. «Tienes razón, Corbera, son un horror. Hay una novelita que si la volviese a leer, me haría escupir durante un mes seguido; y tú, perrito de salón como eres, te escandalizarías».
[Paolo le invita a unos erizos de mar, plato por el que había manifestado una gran nostalgia] Él los degustaba con avidez pero sin alegría, concentrado, casi compungido. No quiso ponerles limón. «¡Ustedes siempre con sus sabores añadidos! El erizo debe saber también a limón, el azúcar también a chocolate, el amor también a paraíso». […] «Eres un buen muchacho, Corbera; si no fueses tan ignorante, se habría podido hacer algo de ti».
[Confiesa el profesor] «A decir verdad, a una mujer, no me he acercado nunca, ni antes ni después de ese año». Estaba seguro que mi rostro se había quedado impasible como el mármol, pero me había equivocado. «Corbera, es muy grosero tu pestañeo: lo que digo es la verdad, verdad y también un orgullo» […] «Tú, Corberita, que probablemente has ganado tu puesto en el periódico gracias a la tarjeta de algún jerarca, no sabes lo que es la preparación de un examen de oposición para una cátedra universitaria de literatura griega. Hay que estudiar durante dos años, hasta el límite de la demencia. La lengua, por fortuna, la conocía bastante bien, casi tan bien como la conozco ahora; no es por presumir... Pero el resto: ¡las variantes alejandrinas y bizantinas de los textos, los fragmentos citados, siempre mal, por los autores latinos, las innumerables conexiones de la literatura con la mitología, la historia, la filosofía, la ciencia! Es, te repito, para volverse loco».
[Y la prodigiosa introducción al prodigio:] "...el sol, la soledad, las noches pasadas bajo el rodar de las estrellas, el silencio, el poco alimento, el estudio de argumentos remotos, mantenían a mi alrededor  una suerte de encantamiento que me predisponía al prodigio."  
[Aquí va el meollo del cuento, que no voy a resumir 1) para no aguar a nadie el placer de leerlo y 2) porque no se puede. Y acaba con esta frase:] Los libros fueron depositados en el sótano de la Universidad y, como falta fondos para las estanterías, se van pudriendo lentamente.

martes, 15 de febrero de 2011

Tic tac

El sol es el péndulo del grandfather del vestíbulo del Paraíso.
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[La imagen debe de ser muy vieja, ¡pero yo la veo tan clara...!]

lunes, 14 de febrero de 2011

Tuiteando

Terrible decepción de Amparo al ver que llego a casa sin un ramo de flores para Leonor, hoy, ¡hoy!, San Valentín.

Mis explicaciones no la convencen.

Homeopatía

Cuando me canso de tanto
como hablo, no callo. Canto.

domingo, 13 de febrero de 2011

Granito de arena

No me he resistido a poner mi grano de arena en el transitado desierto egipcio. A los que les parezca demasiado opinión, que hagan como yo, y se consuelen con la entrada de abajo. 

Primer día de estantería

La pusimos a tres o cuatro metros, en la alfombra, pero se desplazó lentamente hasta la estantería, llevando su barco (de Noé, para que vaya cogiendo nociones veterotestamentarias) en una mano. En cuanto llegó a la estantería soltó el juguete. El primer libro que Carmen sacó de una estantería fue Poemas de amor de Miguel Hernández. Es un dato. Luego siguió:


Y siguió:



Hasta este resultado final:


Me habían avisado de que cuando los niños te vacían las estanterías es el horror. Pero fue delicioso.

sábado, 12 de febrero de 2011

Haciendo cola

Qué impresionantes y lentas las colas que hay en los bancos. Es un signo (otro más) de la crisis. Yo acudo con un libro para aprovechar la espera, y compruebo con estupor que mis compañeros o colañeros, si así puede decirse, sistemáticamente tienden a saltarme en el recuento del orden que hacen cada cinco minutos o menos. Un mal pensado podría pensar que quieren aprovecharse de mi despiste, pero pensaría, como su propio nombre indica, mal. En realidad, me ven tan contento, tan sufriendo tan poco el tiempo muerto de la espera, que les parece imposible que esté haciendo cola, pues no la sufro. Si uno colase de contrabando unos buenos libros en el infierno, lo ascendía a purgatorio ipso facto

viernes, 11 de febrero de 2011

La realidad y el deseo

Siempre me ha repelido instintivamente que, ante una desgracia personal o social, alguien salte raudo a concluir que eso demuestra que Dios no existe. No es por mi fe: el ateísmo de los demás en ninguna otra circunstancia afecta a mi estómago. Al fin he comprendido el motivo. Las personas que usan ese argumento se mueren por que Dios no exista. Parece que estén, como vio Baudelaire,  interesadas. Lo demuestra su celeridad en desenfundar el argumento de marras y que nunca hacen el análisis a la inversa. Ante las maravillas de la realidad y de la vida, ante la felicidad, la bondad o la belleza, jamás exultan: “¡Esto demuestra la existencia de Dios!”. Lo que me repele, en consecuencia, es cierta instrumentalización de la desgracia.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Lo hice por la ardilla

Se me olvidó ponerle nombre a la empresa: "¡...Pues toma instalación!", sería una buena respuesta, digo, marca.

martes, 8 de febrero de 2011

Worldsurf

Consideraba aquellos veranos míos dedicados a la práctica intensiva del windsurf como una pérdida de tiempo. Podía haber estado leyendo los Pensamientos de Pascal. Pero ya no estoy tan seguro. Mi hija se pone de pie agarrándose a mis dedos como si fuesen una botavara y el movimiento, metiendo primero el culito y arqueando las piernas, que van adquiriendo firmeza a medida que va ganando la vertical, es talmente la maniobra conocida como waterstart. Luego, agarrada a la barra transversal de la cuna, dando saltitos y tambaleándose como si atravesara unas olas invisibles, es como si llevase un rumbo de través. La vida es una navegación, lo supieron los clásicos. Lo es sobre la Tierra, esta tabla de surf revoleada por el espacio. Por esta imagen de mi niña, tan clara y salada, quizá merecieran la pena aquellos veranos, tan deportivos.

lunes, 7 de febrero de 2011

Una Escocia soleada

La blogosfera tiene el tamaño del globo terráqueo. Andaba yo buscando alguna escultura de aquellos desnudos que hicieron famoso a Sir Jacob Epstein, y para las que posó el periodista inglés W. R. Titterton. Mi interés era —aviso— estrictamente profesional. Estoy traduciendo un libro de Titterton, y quería saber cuanto más de él. Casi nunca se traduce a un escritor que se ganó la vida posando para escandalosos escultores modernistas. En esa búsqueda caí en un blog escocés curiosísimo. Se llama  y está dedicado exclusivamente a excursiones realizadas en Escocia cuando luce un cielo azul y un sol de justicia (o de misericordia, mejor dicho, tratándose de Escocia). Cuelgan fotos muy bonitas de un extraño paisaje, tan verde como azul, con unos cielos mediterráneos y unos prados cantábricos. En una de esas excursiones habían fotografiado una gran escultura de Jacob Epstein. Por fin pude verla, y estaba bien, aunque sin exagerar. Pero que me quiten lo viajado: ese paseo por una Escocia irreal y cálida me ha gustado mucho. Internet nos permite hacer cosas así. Crear un país septentrional sin frío ni lluvia ni nieve ni niebla ni noches. No es una huida de la realidad, como podría objetar alguno, porque los autores del blog tienen que vivir allí todos los días del año, también los oscuros y lluviosos, que son los más. Luego han de estar dispuestos a emprender corriendo su excursión en cuanto salga un rayo de sol. Ese intento de mostrar sólo lo mejor de uno mismo y de su entorno resulta encomiable. [Encomiable, aunque imposible, más encomiable por eso. También ellos escriben sus entradas al Heart of Darkness, qué remedio.]

domingo, 6 de febrero de 2011

sábado, 5 de febrero de 2011

Los camisas rosas

Estamos esperando un varón. La ropa rosa de su hermanita —se lamenta mi mujer— no va a servirle. Podemos afiliarlo enseguida al PP, propongo. Si ustedes no van en verano a los toros al Puerto de Santa María, considerarán muy surrealista mi propuesta. Sucede que en la plaza, propiedad del Ayuntamiento, regentado por el PP, suelen verse múltiples invitados del partido en el palco o en el callejón. Llama la atención, además de su número, su querencia por las camisas de color rosa. Quizá responda a unos deseos subconscientes de ser tan progres como los rojos, aunque sin pasarse, siempre con un toque chic. Nosotros podríamos aprovechar, y amortizar la ropa de la niña. Pero mi mujer no quiere. Y luego dicen que ellas son muy prácticas.

viernes, 4 de febrero de 2011

Un inmejorable autorretrato

No, ya éste no es mío, que no cunda el pánico. Se lo pintó Giovannino Guareschi, el autor de don Camilo y Peppone, y me parece un extraordinario retrato de escritor.

Obsérvese: 1) la mirada perdida, enajenada; 2) la nariz abierta, husmeante; 3) la pluma en ristre, preparada para ensartar al vuelo las ideas, exactamente igual que en ese cuadro de san Ildefonso pintado por El Greco que tanto le gustaba a Julián Marías y que Guareschi, con casi toda seguridad, no conocía; 4) el lema nobilario y casi notarial de la obediencia (“Así me lo han contado”) y, finalmente, 5) el ángel y el demonio contándoselo, sí, a cada oído.


En mi cuadro favorito de escritor, el san Mateo perdido de Caravaggio, sólo hay un ángel soplándole al escritor y guiándole la tosca mano, pero ese escritor es santo y es el Evangelio. En la literatura ordinaria, es como lo pinta Guareschi. Y como afirmó rotundamente Gómez Dávila: “Gran escritor es el que moja en tinta infernal la pluma que arranca al remo de un arcángel”.


Gran escritor debe ser también, por tanto, el que salva a su demonio. Esto sería muy largo de explicar y no demasiado ortodoxo, aunque socrático. Como meta apostólica no está mal, ¿verdad? En el mundo invertido que es el infierno, ¿no redimirá uno en cierto modo a su demonio tentador si consigue que fracase? ¿Y un poco más todavía si aprovecha la tinta de sus tentaciones más negras y sus sinuosas insinuaciones para escribir con buena letra una obra luminosa?

jueves, 3 de febrero de 2011

El mejor retrato

Me enteré por la prensa de que Susana Díaz de Vivar había hecho mi retrato. No me lo avisó ella porque quería darme una sorpresa el día de la exposición, pero lo contó a los periodistas y a mí me lo sopló enseguida el sistema de alarmas Google, una tecnología WWW. Temblé. No porque quien me pintaba fuese una tía política, una prima de mi suegra, no por eso, no, qué va. Mis retratos me aterrorizan en todo caso (y quizá por eso hablo tanto de ellos aquí últimamente y prometo no hacerlo más).

Hoy sí, porque la foto me llegó ayer y éste me ha gustado muchísimo. Está dentro de un retrato colectivo de medio Cádiz, pero yo, como hacían todos en la inauguración, me busqué corriendo y me fijé en mi trocito:


Para empezar, estoy retratado con Leonor: es un retrato de cuerpo entero (una sola carne) y, además, con Carmencita. También salen Carbón, más a la vista, y el hociquito de Pukka. Oh, qué bien acompañado. El niño que viene está también, en Leonor. Como si eso fuera poco, vamos embarcados. Y yo, en plan pater familias voy en la proa, remando como un galeote, ¿ven?, y marcando el rumbo. O creyéndome que lo hago, porque un ángel, oh, oh, es el que en verdad guía la barca y tira del cabo. ¿Acaban ahí las maravillas? No. Otro ángel va en la popa, leyendo, muy relajado, Rayos y truenos, Dios se lo pague. A esos lectores, mejorando los presentes, aspiro. Luego, en mi tramo del río se ve una iglesia, con su cruz en todo lo alto, y en la otra orilla una niña lee Lo que ha llovido. ¿Qué más puedo pedir? No es el oficial ni el oficioso, pero podría ser mi retrato soñado, si uno supiera soñar con tantos colores, buganvillas, hibiscos, geranios y cipreses, y tanta generosidad.

Aquí el cuadro entero, sin la lupa del amor propio:



martes, 1 de febrero de 2011

Una mala mezcla

Con el embarazo, Leonor se pregunta con frecuencia si esta comida o esta otra están buenas. Le huelen mal. Calcula cuándo compramos los ingredientes, hace poco, pero aun así le huelen fatal. Lo repite varias veces y aparta el plato al fin. Yo, hambriento siempre y en principio despreocupado, sigo cenando sin oler nada, me como incluso su parte, que ahora hay que comer por dos, digo, mientras ella me mira con cara de aprensión. Hasta ahí, bueno. Después ataca mi hipocondría, que es mucho peor que Leonor, dónde va a parar, y me pregunto, muy preocupado, si no tendría razón ella. Recuerdo un regusto que... Y a las embarazadas se les afina el olfato, exclamo con espanto. Echo unas noches de unas digestiones muy complicadas, si no físicamente aún, de ánimo. Y qué miedo de fondo a la somatización, que sería el remate y me dejaría sin escapatoria.