jueves, 30 de abril de 2009

Náufrago en Sanlúcar

Todo me sale mal últimamente —así que si tienen otras cosas que hacer, dejen de leer esta entrada: no se perderán nada extraordinario. Seguro que me sale, además, prolija.

Me sale mal lo pequeño y lo mediano, lo importante sigue bien, no preocuparos. El otro día, sin ir más lejos, Leonor se apuntó a una excursión al Coto de Doñana con mis compañeros de instituto, y eso está fenomenal. Como ella sale tarde de la bodega, se llevó un bocadillo para remediar el almuerzo. A mí, en cambio, uno de los compañeros había tenido el alucinante detalle de invitarme a comer en el que considera el mejor restaurante de Sanlúcar de Barrameda, el Loli. No se lo iba a discutir, primero, porque he trabajado poco el famoso sector de la restauración sanluqueño; y segundo, porque a caballo regalado no le mires el diente, y a langostino, menos.

Pero, como digo, todo me sale mal. Después de repetidas revueltas por retorcidas callejuelas, di (tarde) con el restaurante Loli, que estaba cerrado a cal y canto por descanso semanal. Echo mano del móvil, llamo a mi compañero y mecenas y, vaya, sale una chica muy amable, con acento catalán. Vuelvo a intentarlo, y vuelve a salir la chica que me asegura que no conoce de nada a Pepe Sánchez Rivera. O sea --llegamos a la conclusión juntos, entre ella y yo-- que he apuntado mal el teléfono.

Me encontraba solo en Sanlúcar, mal aparcado, hambriento, a una hora y media de que llegase Leonor y de que saliese el vapor que nos llevaría al Coto. Ponerse a buscar colegas por el laberinto de los restaurantes sanluqueños era pensar lo excusado: imposible y un punto patético. Acabé en un McDonal’s.

Como entenderéis fácilmente, me sentía de pena. Para colmo, pensando en la alegre camaradería alrededor de los langostinos, no me había llevado el libro que paseo ahora (Will this do? de Auberon Waugh). Por suerte, en la cola del McDonal's, recordé que había recibido un libro esa mañana, y que lo tenía en el coche. Volví a por él y rasgué el sobre con ansiedad. Se titulaba, muy apropiadamente, Las cuartillas de un náufrago. Me inundó un agridulce sentimiento de empatía.

Nada más hojearlo, di de bruces con una cita de Claudio Rodríguez que ya conocía y que a él lo explica muy bien, pero que en mis circunstancias me pareció tremenda: “Miserable el momento si no es canto”. Todo apuntaba a un hundimiento emocional. Sin embargo, tuve un satori en la hamburguesería: "Mejor", me dije, "miserable el momento si no es santo", más en Bloy (“Sólo existe un dolor y es no ser santo”) que en El don de la ebriedad, es cierto, pero más en mi mano también. Bendije la mesa. El libro, de Jesús Aparicio, por otra parte, me gustaba, oye, y el Mc Royal (snob que es uno) se dejaba comer. Como estaba pegado al ventanal y hacía calorcito, leí con emoción este final de poema:
Aquí y ahora
te invita a su mesa
un sol descalzo.
Y ya puestos, cómo no sentirse interpelado, entre tantos fritos, ante el saludable “Un círculo de fruta”:
[…]
La fresa en primavera.
[…]
El melón en verano.
[…]
Las uvas en otoño.
[…]
La naranja en invierno.

Cada fruta a su tiempo.
Cuando me di cuenta, se me había acabado el tiempo y tenía que correr hacia Bajo de Guía para no perder el vapor. Allí estaban todos, también mi frustrado anfitrión. Saludos y disculpas. Con el tiempo justo, apareció Leonor, y embarcamos rumbo a Doñana. Yo había toreado esas dos horas astifinas y, a partir de entonces, me apliqué la frase de Thoreau: "No es fácil escribir en un diario lo que nos interesa a cada momento, pues escribirlo no es lo que nos interesa", y cerré el block de notas hasta peor ocasión.

miércoles, 29 de abril de 2009

Ayer Trivial cultural en mi IES

Pregunta: ¿Cuál fue el otro nombre de san Pablo?
Respuesta [con toda la emoción de “Ésta me la sé”]: ¡Sauron!

[Y uno se imagina el respingo de Tolkien en el cementerio de Wolvercote. Y la risa de san Pablo en el Paraíso.]

Antirretrovirales

En el artículo de hoy hablo del Decamerón porque es verdad que no lo he leído (como demuestra, ay, que me haya comido una c de Bocccaccio de un mordisco). Lo leeré ahora gracias a que a la ocasión la pintan calva con esas recomendaciones de aislamiento de sabor bajomedieval. También podría haber hablado de El cuaderno gris, cuya espita la enciende precisamente la gripe española, a la que con más memoria histórica que prudencia mentó ayer la OMS. Y qué bonito que aquellas dos epidemias tremendas nos hayan dejado dos obras extraordinarias. Como hijo de farmacéuticos (igual que Mario Quintana), no dejo de espantarme ante esta capacidad de la literatura de reaccionar frente a las enfermedades, a veces incluso de curarlas. El hombre, ¡cómo saca bien del mal!; aunque yo sigo prefiriendo ahorrarme el mal, eh.

martes, 28 de abril de 2009

Ricorditi di me

He vuelto a mi vieja universidad, que no es vieja. El viejo empiezo a serlo yo, y por eso a mi universidad, aunque sea en primavera, la veo entre las neblinas románticas de la lejana juventud. Lo bonito ha sido que en dos ocasiones dos compañeros de entonces me han reconocido por la calle a pesar del tiempo pasado y de los kilos ganados. Esos saludos afectuosos suyos han sido una sorpresa y han producido un efecto rejuvenecedor que ríete del aloe. Mis años de estudiante no fueron —por lo visto— una raya en el agua…

Yo, que tengo una memoria muy mala, he visto claro que quien se acuerda de ti te hace un regalo. He recordado entonces que siempre me emocionó aquel verso de la Divina Commedia con el que el alma de Pia de Tolomei le ruega a Dante en el Purgatorio: “Ricorditi di me, che son la Pia”. El lector siente que ella le pide una gran misericordia. Y ya lanzado a los recuerdos sobre los recuerdos, he recuperado las palabras del buen ladrón en el Calvario, que no fueron otras, ni más ni menos, que éstas: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.

Emociona comprobar que, entre tantos asuntos urgentes que reclaman nuestra atención, entre esas contraseñas y pines numerosísimos que no podemos olvidar bajo ningún concepto, entre los nombres propios y los cumpleaños de nuestros jefes y entre las continuas distracciones de la incesante actualidad, en la cabeza de alguien se defendió mi nombre y dos o tres anécdotas comunes durante más años que la guerra de Troya. Quien te recuerda te bendice; ahora lo sé bien; se me había olvidado.

domingo, 26 de abril de 2009

La prosa

Leo duerme y yo leo hasta que cae un trozo de papel muy bien doblado de entre las páginas del libro. Es una lista antigua de la compra escrita con su letra, que es muy buena, y empiezo sin querer a pensar que ha muerto [siempre tengo presente —perdonadme— la biografía rasgada de Leonor y Machado por las mismas razones idiotas pero inevitables por las que hay quien me asocia a Cien años de soledad] y al leer la nota —aquel encargo que quizá no hice o que seguramente haría protestando— comienzo a verme viudo, triste, cansado, pensativo, viejo y, desde luego, solo. Y con el corazón en vilo, releo:

Patatas para cocer y para freír
Zanahorias
Leche evaporada
Ideal
Avecrem
Requesón
Lechuga
Lechuga
rizada
Nueces
Canónigos
Tomatitos cherry
y siento un estremecimiento que me salta las lágrimas. Jamás ningún poema mío consiguió conmoverme tanto como esta noche esta lista de la compra. La muerte, el tiempo, la desgracia la han convertido en un poema único porque pudieron hacerlo de un plumazo. Pero Leonor duerme a mi lado y yo por una vez me alegro de que no todo en casa sea poesía.

De que exista la prosa.

viernes, 24 de abril de 2009

Huella española

Si recuerdan ustedes mi último artículo (lo que les agradecería de corazón), nos encontrábamos mi mujer y mecenas y yo en Sicilia, en Palermo, saliendo de los oficios del Viernes Santo de La Martorana. Muy cerca está el Ayuntamiento, en un palacio llamado de las Águilas porque en sus esquinas tiene unos poderosos escudos de España, sí, de España, que sostienen unas orgullosas águilas, dicho sea con perdón.

Sicilia ni puede ni quiere ocultar que fue española muchísimo tiempo. De hecho, lo fue, si nos ponemos puntillosos, antes que España, porque era aragonesa desde el siglo XIII. Por supuesto, ha sido más cosas, incluso indígena, sicana y sícula, y luego griega, romana, bizantina, musulmana, normanda y, tras tres siglos hispánicos, finalmente italiana. El resultado es único.

Podría mantenerse que tanta presencia española obedece a la pereza por ir borrando huellas, cambiando nombres de calles y desmontando monumentos. Por ejemplo, del enorme escudo de España que preside la Porta Nova algún día se cayó una de las dos columnas de Hércules, las del plus ultra. Caída ha quedado. Ahora es un escudo mono-columnista, con lo que no queda nada ultra, sólo plus. Pero qué estupenda la pereza si sirve para dejarle un futuro a la historia, y no como aquí, con nuestros diligentes dirigentes, sacando enérgicas leyes de memoria histórica para borrarlo o emborronarlo todo.

Lo que ha sido, fue; y empeñarse en olvidarlo sólo puede conducir a retorcidos complejos freudianos. Los sicilianos, desde luego, complejo no tienen ninguno. Se alegran de veras de saberte español y, por si eres víctima de la LOGSE, te explican a las primeras de cambio la compleja historia en común con extraordinaria simpatía, mientras te meten en el coche —si te descuidas— para llevarte al restaurante por el que acabas de preguntarles o a otro. Claro que para no tener complejos debe de ayudar bastante haber sido la Magna Grecia, nada menos.

La semana pasada reconocía que no arranqué con muchas ganas de viaje. Pero si a las ruinas griegas, a los mosaicos bizantinos, a la Anunciación de Antonello da Messina, se une la arquitectura civil de influencia española, que también se deja sentir y cuánto en ese barroco encendido de sus iglesias —a rebosar, por cierto—, ¿quién no se entusiasma? Diría que con tanta huella, yo, tan español incorregible como Menéndez Pelayo, acabé sintiéndome como en casa. Pero ojalá: en casa no se siente tanto a España.

jueves, 23 de abril de 2009

Todo es para siempre

Primero pensé poner mi prólogo, pero me ha parecido demasiado largo. Demasiado largo para el blogg, ojo, porque en cantar las alabanzas de Pedro Sevilla se queda bien cortito. Por suerte, en esta recién estrenada antología de rayas de Renacimiento el poeta se defiende solo. Para muestra un soneto inédito; y entre sus aciertos --valdría el primer verso, sin ir más lejos, con su rima interna, para empezar, y su aliteración--, yo me quedo con la fuerza poética del "sin embargo" justo en el eje del poema, distendiendo la cara de lápiz profesional del Hermano Isidoro hacia la clarividente misericordia. Por último, las once sílabas finales del dictamen del fraile valen por todo un prólogo, ¿verdad?

Ahí va el soneto de PS:

................CLAUSTRO DE PROFESORES

Primero me probaron de portero...
En mayo me ingresaron en el coro
por si había en mi voz algún tesoro,
e incluso me tentaron para el clero,

mas pronto se hizo público el certero
informe del Hermano Isidoro:
"Ni clero, ni balón, ni voz de oro.
¡Es el niño más tonto de Tercero!

Sin embargo, fijaos cómo le brilla
la mirada si copia en su cartera
unas rimas que enlaza y agavilla

con impropia nostalgia, con inquieta
y letal persistencia... Este Sevilla
salió, ¡vaya por Dios!, salió poeta".

miércoles, 22 de abril de 2009

La maldición del diario

Los demonios del diarista no son ni su trabajito de hormiga, cada día un trocito, y al otro día otro trozo, y otro al otro; ni que la cigarra, en vez de cantar lo suyo, le cante las cuarenta con un queme extraño. Eso está bien y él lo ha querido.

Su única maldición consiste en pensar que, cuando no se le ocurre nada, no le ocurre nada. Confundir la falta de inspiración con la de respiración. Olvidar que el interés de su día no depende del interés de su diario.

Dante

Ya sabéis que cuando la actualidad me ataca, leo la Divina Commedia, así que gracias a Chávez, imparable bilateral, he vuelto al Inferno. Bueno, y al Día Internacional del Libro, que también me ataca los nervios.

(Y para decir toda la verdad, reconózcamos que el viaje a Sicilia me animó a la relectura.)

martes, 21 de abril de 2009

Mala follá, una hipótesis

En mi reciente visita a Granada no he tenido ni una sola experiencia directa de la proverbial mala follá de los granadinos, sino todo lo contrario. Llegaba tarde a todas partes porque las personas a las que preguntaba cualquier dirección eran tan amables, te la explicaban con tanto lujo de tantos detalles, con tanta premiosidad, que te daban las tantas, nunca mejor dicho. Sin embargo, creo que estoy en condiciones de aventurar una hipótesis del origen de ese estado de ánimo tan, por lo que cuentan, característico.

Paseando por la ciudad, quizá porque era entre semana y primavera, percibí como nunca el ambiente universitario. Y cuando digo como nunca incluyo mi visita guiada a Oxford e incluso mis años en Pamplona, mi sancta sanctorum académico. Cuando estudiaba en la Universidad de Navarra lo vivía todo desde dentro, pero ahora lo veía desde fuera, desde muy fuera, y ahí estaba la clave.

Una juventud tan nueva, y entre unos edificios tan viejos y solemnes, por lo que el contraste resulta mayor, es un recordatorio incesante y creciente de que uno ya no es joven, no. Los granadinos, aunque estén en su ciudad, y bien bonita que es, siempre tendrán la sensación —como la tuve yo— de destierro, de expulsados de un paraíso en el que, para colmo, viven. Yo he estado allí sólo dos días, pero me di cuenta de que un poco de mala follá es lo menos que te entra.

domingo, 19 de abril de 2009

Ser hombre y ser poeta

A Franco Loi me lo recomendó d'Ors hace dos años. Compré por internet un libro suyo, pero estaba en dialecto milanés, con versiones del autor al italiano, y no entendí ni papa. Ahora Pre-Textos publica una traducción realizada por Esther Morillas, que es una poeta en prosa a la que tengo en mucha consideración. Se titula perfectamente Ser hombre y ser poeta.

Como me he encontrado a varios visitantes que hacen caso de mis comentarios críticos y hasta se compran los libros que menciono, seré extremadamente sincero, a pesar de lo incómodo que resulta. El libro tiene muchos versos memorables y cinco poemas extraordinarios, cinco, pero qué poemas. Además del que copio de la pág. 212, pueden encontrarse los otros en las páginas 127, 151, 173 y 187. A mí cinco poemas me compensan un libro, pero ya eso depende de cada uno.

Y ahora, mi poema preferido:
¡Cómo me gusta el mundo! ¡el aire, su respiro!
¡árboles, hierba, sol, casas, hermosas calles,
la luna que se aparta, la hiedra entre las casas,
me gusta lo salado del mar, los disparates,
las copas entre amigos, los abetos con viento,
y todo lo de Dios, también las pequeñeces,
los tranvías que pasan, los cristales que brillan,
los hombros que de prisa van con los ojos bajos,
la mujer que te altera lo que sientes:
está allí, el mundo, es como si esperase
que tú lo mires, que le prestes atención,
que está siempre pero olvidarlo es fácil,
distraerse pensando, adormecerse…
Pero cuando aparece la sombra de la noche,
¡cómo te llama el mundo! cómo ampliado
ese cielo te cubre con su auténtica
belleza sin fingir al pensar en sí mismo,
y pleno entonces cambias de semblante.

viernes, 17 de abril de 2009

Autóctonos

En el corazón de Palermo, está —esplendente de arte bizantino— la iglesia de Santa María del Almirante, más conocida como La Martorana. Y allí dentro estaba yo el Viernes Santo, a pesar de que no me gusta el turismo, esa manera incómoda de no enterarse de nada. Lo había advertido a menudo, pero no fue óbice para que mi mujer me regalase un viaje por mi cuarenta cumpleaños. “¡Toma!”, dijo al darme los billetes. Y por eso estábamos allí los dos, dispuestos a asistir a los oficios, según el rito griego heredado de san Juan Crisóstomo y san Basilio.

La liturgia era riquísima; el brillo de los mosaicos deslumbrante; los olores a incienso y perfume, embriagadores; los cantos, tan hondos que me arrastraron al pozo donde se abisman la soleá y la saeta. Siguiendo a nuestros compañeros de banco, nos santiguábamos sin cesar, nos levantábamos, nos sentábamos. Entender, entendíamos poco. Apenas los rasgados Kyrie Eleison y, de pronto, algunos alegres Alleluia, con que alternaban los lamentos, supongo que como un presentimiento de la próxima resurrección. Lo supuse, y recordé la graciosa copla de Muñoz Seca: “Virgen de la Macarena/ ponte la cara bonita,/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita”.

Pero antes de la Resurrección había que pasar por la tumba. En un momento dado, todos los fieles desfilamos por debajo de un icono que representaba el Santo Entierro, y que sostenían dos sacerdotes barbados como popes. Teníamos que inclinar la cabeza mucho y agacharnos; y la sensación era, talmente, la de descender a una gruta muy profunda. Se erguía uno impresionado.

Justo antes habíamos salido a la plaza en procesión con ese mismo icono, simbolizando el traslado del Cuerpo de Cristo hasta el Sepulcro. Dos mujeres llevaban enormes jarrones de flores, un diácono incensaba, otro asperjaba agua de rosas y todos cantaban canciones antiquísimas. Los turistas nos hacían fotos, completamente atónitos. Ante la extrañeza del público, que nos miraba sin dar crédito a sus ojos, mi mujer me susurró: “Y nosotros en la procesión, como los más autóctonos del lugar”.

Así era. Pertenecer a la Iglesia es encontrarte en casa en cualquier rincón del mundo, en cualquier idioma, con cualquier rito. Pertenecíamos, efectivamente, a la comunidad. Éramos, ¡aleluya!, todo lo contrario que unos turistas.

jueves, 16 de abril de 2009

Poema

Pocos habrán cumplido mejor el sueño de Jaime Gil de Biedma de no ser poeta sino poema, pocos mejor que mi compañero de conferencia de esta tarde, Luis Rosales Fouz, el hijo de Luis Rosales, llamado en sus poemas Luis Cristóbal. Es un personaje principal de su poesía, especialmente, nada menos, de El contenido del corazón y de La casa encendida. Como si fuera poco, Dámaso Alonso le dedicó un poema que, aunque parece un juego, uf, tiene tela. Ha sido siempre una guía en mis relaciones con mi sobrino.
LOS CONSEJOS DE TÍO DÁMASO A LUIS CRISTÓBAL

Haz lo que tengas gana,
Cristobalillo,
lo que te dé la gana,
que es lo sencillo.

Caso nunca les hagas
a los mayores.
Los consejos de Dámaso
son los mejores.

Tira, mi niño, tira,
si te da gana,
los libros de papito
por la ventana.

Cuélgate de las lámparas
y los manteles,
rompe a mamita el vaso
de los claveles.

¿Que hay pelotón de goma?
Chuta e impacta.
¡Duro con la pintura
llamada abstracta!

Rompe tazas y platos
¡viva el jolgorio
y las almas benditas
del purgatorio!

La mejor puntería
te la aconsejo
si es que se pone a tiro
cualquier espejo.

Aún hay más divertido:
coge chinillas,
y con un tiragomas
¡a las bombillas!

Pero ahora se me ocurre
algo estupendo,
donde papá se encierra
vete corriendo.

¡Macho, cuántos papeles!
Tú, con cerillas,
vas y a papá le quemas
esas cosillas...

¡Verás qué cara pone!
¡Qué gracia tiene!
Anda, sin que te vea,
mira que viene.

Vamos a divertirnos
tú y yo, mi cielo.
Es un asco este mundo:
conviene que lo

pongamos boca abajo.
¡Es tan sencillo!
Vamos a hacer un mundo
nuevo, chiquillo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Magia

Ayer tenía que contrastar un último dato de la conferencia que doy mañana sobre Rosales. Abrí el libro de Antonio Sánchez Zamarreño que había zamarreado a base de bien hace unas semanas, y todo lo que leía de paso (que ya había leído) me sonaba a más hondo, le detectaba un enorme interés y más conexiones. “Claro”, suspiré, “eso es porque los libros hay que leerlos dos veces: de ida y de vuelta”.

No tenía demasiado mérito esa conclusión porque ya en Sicilia nos dimos cuenta que cada vez que nos pateábamos una calle de nuevo le descubríamos (como la misma expresión —y ahora, después de haberla usado miles de veces, caigo— indica) le veíamos, digo, algo —tatatachán— nuevo. ¿Cuántas veces tendríamos que pasar para que la calle, nos preguntábamos en Sicilia, nos revele todos sus secretos?

Y ahora que he vuelto a mi pueblo, pienso al cruzar por sus calles con gesto melancólico, ¿cuántas veces he tenido que pasar para que se volvieran —nada por aquí, nada por allá— invisibles?

martes, 14 de abril de 2009

La pascua

Si ahora estoy aquí, donde ustedes me leen, tecleando esto desde mi despacho, es gracias a que mi mujer ha salido sola a hacerle unas compras a mi madre, esto es, a su suegra. Compras que me tocaba hacer a mí, como es natural. Ha ido ella para que me dé tiempo a escribir este artículo, fíjense. Y ha conseguido congelarme los dedos por la responsabilidad. ¿Qué columna estará a la altura de su detalle?

Y no es sólo eso, que al fin y al cabo el matrimonio es entrega. Ayer cené un lenguado a la plancha —valga la redundancia—, gracias a cuyo fósforo y proteínas estoy esta mañana a pleno rendimiento de mis facultades mentales. Muy lejos de mí el vegetarianismo, pero un respeto —me exijo y no completamente en broma— al sacrificio de aquel lenguado. Que lo que yo haga con su aporte energético sea digno de él. Lo ideal sería que el lenguado pudiera enorgullecerse de estas líneas.

La responsabilidad nos tiene rodeados. No solamente a los columnistas cuyas mujeres van a la compra por ellos y que cenaron lenguado a la plancha, sino a cualquiera. La vida es un regalo que unos y otros nos hacen sin solución de continuidad. Uno nos la regala, es cierto, más que los otros, pero todos contribuyen. Los cenizos —como Cioran— piensan que así nos hacen la pascua, pero nos hacen la Pascua, un regalo impagable, y al que tenemos que intentar corresponder, aunque no podamos, porque ahí está la gracia. ¡Feliz Pascua Florida!

lunes, 13 de abril de 2009

Obligación ennoblece

A primera hora de la tarde del Sábado Santo, a las tres, yo estaba a la derecha del altar mayor de la Catedral de Monreale, Sicilia, ante la tumba de san Luis IX, rey de los franceses, cruzado de Cristo. El rey ya no está allí, salvo su corazón, que se encuentra en un cofre de hierro bajo el altar. A las tres de la tarde, por tanto, justo a mi espalda.

Y a mi espalda oí, de corazón a corazón, un lema o motto que me pareció tan bien que ya es definitivamente el mío: Obligación ennoblece.

domingo, 5 de abril de 2009

La vida en diferido

Hoy sale el artículo que escribí el miércoles y el miércoles saldrá el artículo que he escrito hoy. A las 3.30 salgo de procesión, y, entre unas cosas y otras, tengo que pensar el artículo que escribiré mañana y que publicaré el Domingo de Resurrección. Las razones de todo este jaleo las explicaré pronto, pero, mientras tanto, me sirven para una reflexión generalista: vivimos con un pie en el pasado, otro en el futuro, el cuerpo en el aire y la cabeza en las nubes. El gran ausente es el presente, pobre.

Y para intentar, aunque sea haciendo una ficción, acercarme a mi vida actual, pongo trampolínk al artículo que he escrito ahora, sintiendo (mucho) lo de ahora, según lo de ahora, aunque vaya a salir, como digo, el miércoles, que estaré Dios sabe dónde. [Eso sí, cuando me vaya a las 3 a la procesión, el artículo se autodestruirá, por respeto al Grupo Joly, que me lo paga.]

sábado, 4 de abril de 2009

Justo por eso

Esta tertulia que nos traemos en la blogosfera ha ido creciendo hasta límites ingobernables. Y nuestros amigos no se pueden contar ya con los dedos de las manos, aunque uno mantiene los enlaces primigenios en su columna de la derecha como un homenaje a los merry old times. Ante tanta abundancia, no me extraña que con frecuencia clamemos contra la entrada diaria, que nos exige mucho, como escritores y, sobre todo, como lectores, y que empuja a la vieja corriente abajo. Estoy totalmente de acuerdo con esos argumentos, totalmente, y tanto que justo por eso escribo a menudo mi nueva entrada, para que la vida siga, para que la imperfección de hoy tape la de ayer.

viernes, 3 de abril de 2009

El misterioso caso del cura ubicuo

Uno protesta de cuánto Chesterton ocupa los escaparates de las librerías y, sin embargo, a las primeras de cambio, no hace otra cosa que echar de menos al padre Brown. Él podría resolver el misterioso caso del famoso cura ubicuo.

Se habrán fijado ustedes. No hay heterodoxia a la que amigos, conocidos o saludados no se apunten que deje de tener todas las bendiciones de —aseveran— “un cura que yo conozco”. Según ese cura que yo jamás me he encontrado pero por lo visto tan conocido, unos amigos nuestros se consideraban dispensados de cumplir la abstinencia de los viernes de cuaresma, residuo de los siglos oscuros, explicaban, mientras le daban al jamón que luego pagaríamos entre todos. Y eso es sólo un botón de muestra. Ese cura afirma que, si hay amor, las relaciones prematrimoniales, por supuesto; que los anticonceptivos, si hay amor, valen; que los divorcios, si no hay amor, vaya, y si hay otro amor, pues claro, qué remedio. El tan amoroso clérigo ubicuo está también —me lo han contado— a favor de la fecundación in vitro, del aborto en casos puntuales, de relativizar hasta extremos anonadantes el precepto dominical, y en contra del dogma de la infalibilidad, aunque él, según creen quienes le conocen, no se equivoca nunca.

Pero ese cura archiconocido, ¿existe? ¿O se lo han inventado entre unos y otros? Tal vez no se lo hayan inventado, pero lo han rebuscado, como hace el diario El País con sus teólogos (y últimamente con sus científicos). Después de revolver por todas las sacristías de España, alguno habrá dado con alguno que le habrá dicho, o sólo a medias, o un cuarto de mitad, lo que quería; y así ha calmado su conciencia, que no calificaré de inquieta, aunque no encuentre asiento. Después la voz se ha ido corriendo y “un cura que yo conozco” es, en realidad, “el cura que parece que conoce uno que conoce un conocido mío de oídas”. En cualquier caso, no me extraña: con lo que charla el hipotético cura es lógico que no haya tenido tiempo de hojear el Catecismo de la Iglesia Católica, ni tan siquiera el Compendio.

El padre Brown, más optimista que yo, no se habría creído de esa misa la media. En “La cruz azul” desenmascara a un falso sacerdote porque habla mal de la razón y la ciencia. El padre Brown desconfiaría, con razón, de la autenticidad de alguien que ha entregado su vida por una doctrina y una fe que luego destroza. Y realmente es raro.

jueves, 2 de abril de 2009

Ubi sunt?

A Piedad Bonnett, a la que le reseño, hala, Las herencias (Visor, Madrid, 2008), lo que más le admiro es el título para una antología: Lo demás es silencio (Hiperión, Madrid, 2003). Y no le va a la zaga el poema que viene a continuación, sobre todo ahora que a muchos alumnos, que se van a la Formación en Centros de Trabajo, les voy diciendo con impensable melancolía "adiós".

................LOS ESTUDIANTES

Los saludables, los briosos estudiantes de espléndidas sonrisas
y mejillas felposas, los que encienden un sueño en otro sueño
y respiran su aire como recién nacidos,
los que buscan rincones para mejor amarse
y dulcemente eternos juegan a la ruleta rusa,
los estudiantes ávidos y locos y fervientes,
los de los tiernos cuellos listos frente a cualquier espada,
las muchachas que exhiben sus muslos soleados
sus pechos, sus ombligos
perfectos e inocentes como oscuras corolas,
qué se hacen
mañana qué se hicieron,
qué agujero
ayer se los tragó,
bajo qué piel
callosa, triste, mustia
sobreviven.

miércoles, 1 de abril de 2009

Mala bares

Hace dos años, veíamos siempre, cuando paseábamos a los perros por la playa, a una chica nerviosamente guapa muy aficionada a los malabarismos. La primera vez nos llamó la atención [a mí me la habría llamado de todos modos, confieso] porque lo hacía mucho mejor que su pareja, un joven que ponía gran interés, pero al que se le caían los montones de mazos continuamente. A veces se hacía daño en una mano y la sacudía de arriba a abajo y se la soplaba como si se hubiera quemado. La chica le reprendía y le daba enérgicas lecciones. Poco tiempo después, ella seguía allí, con sus mazos innumerables y sus malabares, pero el chico era otro. Y otro. Y tal vez otro. Recuerdo que alguno de ellos se extenuó, y se tumbó en la arena, con los brazos en cruz, mientras ella seguía dándole vueltas y revueltas a los mazos por los aires con un hermoso mohín de reprobación. Después dejamos de verla, y a mí me gustaría saber si buscó otro escenario para sus malabares o si renunció a ellos por amor.

[Esto lo hubiese incluido en mi artículo de hoy, pero se me ha caído.]