miércoles, 30 de septiembre de 2020

Ámbitos de competencia

 

Donde menos se espera salta la liebre, y anoche recordaba una lección de Derecho Administrativo. Aquella que explicaba que el principio de jerarquía no rige sobre el principio de competencia, de modo que una autoridad superior no manda sobre una inferior en aquellas materias de su exclusivo ámbito.

Y no lo pensaba (ya lo siento) a cuenta de la libertad de conciencia, aunque cabría, sino por mi perra Aspa de Borgoña. Resulta que dentro de casa me obedece con una diligencia germánica. Musito: «A la cama» y salta como un gato del sofá y se va a su rincón de dormir. O «calla» y calla. O «sit» y se sienta. Pero si está en el jardín, todo es diferente. La llamo y acude perezosa, retardada y se queda a medio camino. Está, piensa ella con buena doctrina jurídica, en su ámbito de competencia. Cuando estamos en la playa o en la calle, es todavía peor. Se hace soberanista y tengo que llevarla atada con la correa.



domingo, 27 de septiembre de 2020

Razón de la pereza

 

De los tres grandes proyectos literarios que tengo en mente, uno va bastante bien, otro va muy regular y otro no va en absoluto, porque lo tengo abandonado. Lo interesante es que me hace sufrir mucho el que va regular y un poquito también el que va bien (¿va bien de verdad?). Sin embargo, el abandonado me deja en un estado de indiferencia que se confunde con la felicidad.

Es la jugada maestra de la pereza absoluta. Nada como la nada para no preocuparse de nada.



sábado, 26 de septiembre de 2020

L'uomo delle fontane

 

Anoche me puse arreglar la manguera de la ducha y destrocé el grifo. Llamé tarde al fontanero y esta mañana ha tocado al timbre muy temprano y lo ha arreglado todo en un periquete.

Cuando se iba le he dado las gracias por venir tan pronto y me ha sorprendido: «Eso es por ser vosotros. Los otros que esperen, que no hay tanta prisa».

No niego que pueda haber un poquito de vanidad en lo mucho que me ha gustado la contestación, pero creo que hay mucho más. El fontanero era un auténtico uomo delle fontane, esto es, un señor que no va por ahí bailando al son que le tocan, sino que él decide sus ritmos y sus homenajes, y da audiencias o no las da, como un señor. He estado tentado a rendirle pleitesía, pero he preferido la compasión: «Hombre, Paco, no les hagas esperar mucho, que tu trabajo es muy necesario para cualquier casa y muy importante para la paz familiar». «Ya, ya», ha zanjado.





jueves, 24 de septiembre de 2020

Recogidas del suelo

 

Me cuenta Carmen (10) que hace cinco años vio claro algo que no se le quita de la cabeza. Fue que las heridas están desparramadas por el suelo y en las esquinas de las cosas y que, cuando uno se cae o tropieza, es como si se le pegaran a la piel. Luego, en realidad, no es que se curen, sino que terminan despegándose y volviendo al suelo.

Tampoco se me va a quitar a mí de la cabeza a partir de ahora.


miércoles, 23 de septiembre de 2020

Menos mal


Los niños sí se acordaban de mi contraseña de usuario del portátil del Instituto, que puse para que no entrasen los niños.

(Pero la mañana que pasé en el IES creyendo que la había liado con el ordenador y probando compulsivamente cientos de posibilidades para mí se queda.)

martes, 22 de septiembre de 2020

Como yo

 

Explico en la primera clase y me escuchan con algo parecido al fervor, muy atentos, asintiendo. Les pregunto si lo han entendido. Afirman, sonriendo, felices, orgullos, que sí. En un rapto de cinismo les pido: «Explícadmelo vosotros, por favor». Caras de horror, titubeos, tartamudeos y rendición rápida. Caras de desolación. «Oh --les digo-- no os preocupéis. Yo también soy muchísimo más inteligente cuando atiendo, pienso y guardo un fecundo silencio. Nos pasa a todos». Vuelven a sonreír. Lo han entendido.



lunes, 21 de septiembre de 2020

Otoño

 

Este año mis hijos han descubierto la melancolía. Es un sentimiento hermoso que acompaña mucho y que dora el pasado. Me parece bien.

Ayer, dimos un paseo y ellos iban delante con las bicicletas. En un recodo del camino de La Calita encontramos sus bicicletas aparcadas y ellos habían bajado a despedirse románticamente del mar.

Véase a Carmen, diminuta, líricamente sentada ante la inmensidad:


Y véase a Enrique como un cuadro de Caspar David Fiedrich, pero cruzado con Chesterton, sin necesidad de subir a la montaña: 


Pagado el tributo a la melancolía, volvimos a casa a cenar tan contentos.



viernes, 18 de septiembre de 2020

Canción

 

Me he despertado con esta canción en los labios, como un exótico regalo de la noche:


Mis amigos que he perdido

ya habitáis en el pasado

donde os nimba la nostalgia;

y eso no es moco de pavo.


jueves, 17 de septiembre de 2020

Volverse

 

Entre la mascarilla, el gel, los libros, los papeles, cuando llevaba diez minutos en el coche yendo al IES, me di cuenta de que me había dejado el móvil en casa. Como la mañana va a ser muy larga y los niños y Leonor, lo iba a necesitar. En la primera rotonda, me di la vuelta, resignado y acelerando.

Cuando llegué a casa, vi que había dejado sin darme cuenta una puerta abierta y una ventana abierta, una luz encendida y una perra dentro de la casa. Me alegró mucho.

Se confirmaba mi idea de que volverse, a pesar del prestigio acelerado del progreso, es de las cosas más sensatas que uno puede hacer.

lunes, 14 de septiembre de 2020

No debe molestarse

 

Dice Tarkowski, reflexionando sobre el actor:  «Su única tarea consiste en vivir y en confiar el director. El director elige aquellos momentos de su existencia que expresen con más claridad la idea de la película. El actor no debe molestarse a sí mismo, no debe exagerar su libertad, una libertad que es incomparable, casi divina».

Esto puede aplicarse punto por punto al poeta. Pero  entonces ¿quién es el director? Ah...


domingo, 13 de septiembre de 2020

Malhumor creativo

 

Mi suegra nos ha ofrecido un armario inmenso que ya no le cabía en su casa. Si no lo queríamos, lo vendería en un mercadillo. La historia del armario viene de lejos, porque el padre de Leonor, desde muy chico, se lo alababa siempre a su abuela, y ésta, cuando murió, se lo dejó en herencia a ese nieto suyo tan aficionado a los muebles de caoba. 

A Leonor, por piedad filial, le daba una pena inmensa que el armario saliese de la familia. Le ha encontrado sitio en casa, pero costa de removerlo todo a fondo (ya se sabe que el equilibrio de los muebles es inestable y están todos relacionados entre sí -véase un revistero mínimo, pues imagínense un armario máximo-). Ahora está cambiando los cuartos de los niños.

La casa quedará mejor con el meneo, pero Leonor está de un humor de perros. A la séptima vez que iba a decirle que tenía que estar contenta, que cabía todo y muy bien y que, al final, sería una obra maestra, me he callado. Me he acordado del malhumor creativo, aunque uno esté escribiendo una comedia, y de cómo la tensión puede resultar casi insoportable.

Me he sentido muy solidario con sus nervios y su angustia insomne. «Psch», le he dicho a los niños, «mamá está creando».



martes, 8 de septiembre de 2020

Una Virgen guerrera

 

Este año, aunque es el ocho de septiembre, la Virgen de los Milagros no se ha asomado al balcón del río. No ha habido procesión de la Virgen de los Milagros, pero ha sido un día que ha hecho mucho honor a la fama belicosa de nuestra patrona, tal y como la cantó Alberti:

La Virgen de los Milagros

es una Virgen guerrera.

Bajo del cielo a la frente

coronada de un castillo.

Yo he cerrado los horarios en mi departamento; y eso no ha sido ni mucho menos la mitad de la otra batalla en la que me he enrolado, ya veréis; además de las escaramuzas de los encargos diversos.

En casa, tenemos un cuadrito de su procesión, que Carmen había colgado en mi despacho hace dos días. De modo que, de pronto, he tenido un precioso consuelo, mirándolo:


Hace un rato hemos rezado el rosario como si fuese, les he dicho a los niños, la fiesta de cumpleaños de la Virgen. «Es como traerle flores», ha dicho Quique. Estaban acostados, a oscuras, aunque Quique se ha empeñado en rezarlo de pie.

Cuando hemos llegado a las letanías, se han pedido leerlas en mi móvil. Con la luz de cara, leyéndolas, Quique parecía talmente un Georges La Tour. Como el móvil lo tenía él, no he podido sacarle una foto, que es lo que me hubiese gustado; y he seguido rezando.

Pero la imagen era esta:


Lo mejor es que se confundió leyendo y dijo: «Madre del conservador», que me parece una equivocación la mar de acertada.

De remate, me he ido del cuarto cantando «Cumpleaños feliz», y los niños se reían de mí, lo que está muy bien de fin de fiesta.

Pobres placeres repetidos

Alrededores de José Luis García Martín”. Edición y prólogo de Hilario  Barrero | impronta Hay muchos José Luis García Martín, que él, para más inri, juega a multiplicar en el caleidoscopio de las traducciones de ida y vuelta y en sus citas con fantasmas. Eso no nos permite, sin embargo, elegir al que preferimos, porque el escritor es uno, y hay que leerlo entero si se quieren entender sus partes múltiples. Sí cabe abrigar la esperanza de que el más nuestro sea el centro del resto de su obra.


Para mí el García Martín originario es el hombre satisfecho de su suerte que puede verse en sus diarios y en una parte escogida de sus poemas. Cuando se lamenta, siempre hay un retintín irónico, pero qué auténtica resulta su capacidad de superar cualquier desgracia con una hora de lectura. Si muestra más miedo (también irónico) al amor feliz que al desamor, es porque éste ofrece más posibilidades literarias. Lo dijo nuestro Mario Quintana: “El sufrimiento de los poetas es muy relativo. Pues si un poeta consigue un día expresar sus dolores con toda felicidad, ¿cómo podría ser infeliz? Que el viejo Camoens lo diga con sus inmortales penas de amor. ¡Sus felices penas de amor!” A nadie se le oculta que hay una veta de acero cervantino debajo de tanta conformidad con su suerte: “Tú mismo te has forjado tu destino”, se dice también a sí mismo García Martín en su propio viaje al Parnaso y añade, con su pizca de vanidad: “y tampoco te ha salido mal, eh”.

La capacidad de incorporarlo todo, incluso el daño, en un proyecto vital esplendente explica el mayor misterio de José Luis García Martín: su incansable labor crítica. Hablar de un libro que nos ha encantado, como hacemos tantos, es bien fácil. Porque de la abundancia del corazón habla la boca, como dijo el Otro, pero también porque no cuesta nada leerlo ni releerlo. Poner mal un libro malo es otro cantar: exige haberlo examinado, y con un cuidado meticuloso de forense, para no actuar en contra de la presunción de inocencia. Si no fuese por la poesía de García Martín, pensaría que hace falta un atisbo sadomasoquista para ser un íntegro crítico literario. Gracias a su poesía, uno entiende que, en realidad, todo —lo malo y lo bueno, lo falso y lo verdadero, lo hueco y lo pleno— forma parte de una vida completa.  Hace mucho tiempo nos lo enseñó Marcial: “Ne laudet dignos, laudat Callistratus omnes/ Cui malus est nemo, quis bonus esse potest?”, o sea, “Para no alabar a los que lo merecen, Calístrato alaba a todos./ Para quien nadie es malo, ¿quién puede ser bueno?”; pero alivia ver el silogismo clásico encarnado en nuestro tiempo.

El poema que tengo siempre en la memoria como bandera de esta actitud de García Martín es “Lo imposible”, de Principios y finales. Para todos los felices con el aquí y ahora, es un himno de combate: “Por odio de lo fácil detesto la aventura”. El mejor programa de la épica de lo cotidiano. Compruebo, sin embargo, que Ángel Alonso, que tiene el envidiable buen gusto de pisármelo todo, lo ha escogido ya. También tradujo los aforismos del susodicho Quintana que yo ya tenía casi listos, adelantándoseme a la edición. Lo que estuvo bien, porque su versión es preciosa, dicho sea de paso.

Lo de ahora, con este poema, también está muy bien. No sería yo un digno lector de García Martín si incurriese en la mínima queja. Así me voy a otro poema todavía más propio para mí, y lo celebro. En El pasajero hay un texto que habla de Dios, ya digo, un tema más mío, aunque se titule “A un dios desconocido”, y ruega así:

 

Dame siempre placeres rutinarios.

Lo que ocurre una vez, no ocurre nunca.

La luz que ciega, la explosión de dicha,

el asalto en un recodo del camino,

ángeles, cimas, intensidad, adioses,

déjalos para otros más valientes.

Dame pobres placeres repetidos,

no un único diamante en la memoria.

Dame días iguales, no este instante sin tiempo,

terco, distante, azul, inexistente.

 

Cuánto le habría gustado este poema a Chesterton. Como expone en un célebre pasaje de Ortodoxia, Dios, en efecto, como acusa García Martín, desconoce la monotonía, ésa a la que, por amor a lo imposible, algunos aspiramos. Pero Dios, porque tampoco se aburre jamás, repite —explica Chesterton— los mismos milagros originales una y otra vez, de modo que llegan a parecernos leyes inmutables de la naturaleza y hasta pobres placeres repetidos, y no flamantes prodigios inagotables. Sólo una cosa no cambia, el amor desconocido de Dios por cada uno, que le lleva a tamizar su esplendente luz que ciega. Qué fortuna que yo tuviese que renunciar a mi elección primera, pues ascendí de un altivo grito de combate a una honda acción de gracias. ¿Quién le diría a José Luis García Martín que acabaría rezando tan ortodoxamente con un poema suyo? (Bueno, no sé, porque de pronto sospecho que no le sorprendería en absoluto.)


[Publicado en Alrededores de 

José Luis García Martín,

el número homenaje 

de la resvista Cuaderno de humo]

Ejem

 

Mucho rollo del niño con la verdad kantiana, pero ayer, en clase de inglés, le preguntó la profesora la edad de su madre y contestó, impertérrito: "She is twenty years old".

Lo oí desde mi despacho claramente.



domingo, 6 de septiembre de 2020

El asno de Buridán c'est moi

 

Han pasado casi quince días y sigo sin decidir qué me gusta más. Un amigo preguntó a mis hijos si mi famosa fideuá de cangrejo al caldo de moharras y vino fino estaba tan buena como yo presumía.

Ellos dijeron (me contó después) que sí, sin duda, deliciosa.

Mi amigo no se rindió y replicó: «Sólo como hipótesis de trabajo, si la fideuá de vuestro padre estuviese mala, me lo diríais».

Carmen dijo: «No, no te lo diría jamás».

Quique dijo: «Sí, sí te lo diría, porque mi padre quiere que digamos la verdad siempre».

Entiendo que algunos de los lectores del blogg se dividan entre carmenófilos y quicófilos, pero yo no sé con qué respuesta quedarme. Ambas me entusiasman, como al pobre asno el montón de avena y el cubo de agua. Cuando creo que al fin me he decidido por una, veo la belleza de la otra respuesta, y así voy.

La única solución es que mi fideuá siga siendo espléndida. Eso es cortar el nudo gordiano.



sábado, 5 de septiembre de 2020

Mártir


Una amiga de Leonor nos llama para salir a cenar. Leonor le dice: «No podemos, esta noche iremos a una obra de teatro?» Y rápidamente le contesta: «Pero ¿una obra buena o de un amigo de Enrique?». Por supuesto, esto no quiere decir nada de la obra, como se demostró después, ni siquiera de mis amigos. Apenas del concepto que de mí tienen las amigas de Leonor. Una mártir, la consideran. Lo cual, aunque sea por otras cosas, no anda tan equivocado.


viernes, 4 de septiembre de 2020

Higinio me representa

 

Murió don Julián Urbistondo, Donju, sacerdote-institución del colegio mayor Belagua. Comentaba con un amigo mis ganas de hacerle un homenaje por escrito y lo hubiese hecho de no haber leído antes lo que escribe Higinio Marín.

No hay más que añadir: «No le toques ya más,/ que así es la rosa», como dijo JRJ.

Simplemente lo digo aquí con la intención de que leáis el texto de Higinio, sí, claro; pero también como ejemplo (en este blog tan metaliterario) de lo que es o tiene que ser la escritura. 

El texto de Higinio me representa no porque yo tenga pereza de ponerme a escribir ni tan siquiera porque dice exactamente lo que yo diría o por la vanidad de asumir que jamás lo haría igual. Me representa porque cuenta lo que yo no podría escribir ni por talento ni, sobre todo, por mi biografía. Él conoció más y mejor, más hondo y más tiempo a Donju y lo asimiló de maravilla. Pero al hacerlo, sobre mi experiencia, mucho más episódica y tintinófila y aquel poema de Manolo Fontán que me recitó varias veces, Higinio ha construido una nueva realidad mía, me ha enriquecido.

Rezaré el SeñormíoJesucristotodoslosdíasantesdedormir todas las noches a partir de ahora y será un recuerdo vivo de Donju. Y también de Higinio, pero principalmente de Donju gracias a Higinio, diluido el escritor en mi emoción y en mi vida súbitamente elevada. Y eso que hace conmigo el texto podrá hacerlo con quienes no trataron a Donju, pero lo lean. Así es la literatura. Todo escrito que no consiga eso (en la medida de su tema) es sólo un informe administrativo.



miércoles, 2 de septiembre de 2020

Belleza de ida y vuelta

 

Ver un matrimonio donde uno de los dos cónyuges es espectacularmente guapo y el otro, normal o feúcho, levanta automáticas sospechas janeaustenizadas. Lo bueno de conocernos todos es que muchas de esas sospechas se disuelven enseguida.

Ahora que, de la noche a la mañana, apenas hay veraneantes, volvemos a vernos más y mejor los aborígenes. Me cruzo con un chica (ya señora, algo más joven que yo) pampanantemente guapa (porque tiene una belleza de estatua griega, entre pámpanos y laureles). Lo curioso es que le tocó la lotería genética, pues su familia no lo es de guapos, sino de muy normales, como todos.

Y lo bonito viene ahora. Su marido no es guapo, sino que guarda una estricta simetría con el nivel de la familia de ella. Supongo que, si alguien que no los conoce se los encuentra, se extrañará y aventurará sus teorías novelescas. En realidad, el amor a los suyos le ha creado una cierta ceguera por su propia belleza o, al menos, una indiferencia sentimental absoluta. Que es preciosa.





martes, 1 de septiembre de 2020

LLegaba septiembre


Se iban unos amigos de Madrid y salimos a despedirles a la puerta. A mis hijos les ha dado mucha pena que se vayan sus nuevos amigos y era la primera vez que les pasaba. A su madre y a mí nos ha emocionado un poco ver el nacimiento de una sensación que nosotros hemos sentido mil veces, pero de la que nunca nos preguntamos cuándo fue la primera vez. Así hemos entrado en casa y hemos hablado del sino de unos y de otros. Los veraneantes se van y nosotros nos quedamos, y son dos penas distintas, pero muy buenas.


Les he puesto esta canción que hasta ahora oía yo solo todos los años como un rito.