viernes, 28 de septiembre de 2012

Competitividad


Llevo tres años escribiendo un diario (explicación aquí, pág. 14). Llevo tres semanas que le he descubierto todavía una utilidad más, apasionante. Cada mañana leo ese mismo día de los años 2010 y 2011, y me hago el propósito (ya sabéis que mi especialidad son los buenos propósitos) de mejorarlos. Como en el golf, compito contra mí mismo y tengo el comodín de mi hándicap. A veces aquellos días fueron anodinos, y lo tengo chupao. Otras veces lo tengo complicado, y es todo muy reñido y emocionante. Se trata de trabajar más y de que ocurran más sucedidos, pero, sobre todo, de estar más atento, de ver la gracia de todo, de andar ágil. Vivo mucho la partida, lo confieso. Ayer perdí por goleada, aunque por lo menos me llevé la alegría de descubrir que no soy tan competitivo. Lo importante es participar, me dije, tan campante. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Al pinchar en el enlace a la revista sólo se ve la portada. Me gustaría leer tu aportación en ese número. ¿Alguna solución?

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Casualmente ayer publiqué en mi blog una entrada con el mismo título:"Competitividad". Aunque en mi caso trato sobre cerrajeros del siglo XVIII.

Es curioso.La competitividad,virtud moderna donde las haya, está mal vista. Estoy convencido:su ausencia,o su deficiente presencia, es una de las causas de los males de España.

Reciba usted mis saludos.

E. G-Máiquez dijo...

Lo copio aquí, anónimo. Gracias por el interés.

Y sí, Retablo, estoy de acuerdo. Está mal vista, y yo caigo un poco en ello en el artículo. Me excuso y me alegro de que no tenerla hasta el punto de que perder (conmigo) me haga mala sangre.

Le pongo el artículo al sr. Anónimo y me voy a los cerrajeros.

ME LO DECÍA MI ABUELITO dijo...

“Me lo decía mi abuelito, / me lo decía mi papá, / me lo dijeron muchas veces / y lo olvidaba muchas más”, presumía a voz en grito una canción satisfecha de Georges Brassens. Era el espíritu del 68, en el que desobedecer a los padres y abuelos se consideraba lo más. Yo, en una cosa desobedecí a mi abuelo, y todavía me arrepiento.

Me animó muchas veces a que llevase un diario. Y como me conocía, precisaba que no fuese con florituras literarias ni metafísicas, sino que anotase los hechos, simplemente. Él lamentaba no haberlo hecho, pues, a pesar de su buena memoria, se le mezclaban acontecimientos o los había olvidado y no terminaba de aclararse en qué decenio había pasado esto o lo otro.

Este 1 de enero empecé, por fin, lamentando haber perdido el hilo de ciertos acontecimientos importantes del año anterior. Y ahora, a punto de terminar mi primer cuaderno, estoy pletórico. Lo primero que he aprendido, como suele ocurrir en estos casos, es lo tonto que fui. Hubo un tiempo en que calmaba mi conciencia por no seguir el consejo de mi abuelo apelando a mi (supuesta) humildad: “Es que yo no me doy importancia”, presumía. ¡Falso (yo y mi argumento)! En cuanto empiezas a llevar un diario, compruebas que los protagonistas son los demás. ¿Y uno? Pues uno igual que d’Ors en su poema “Autobiografía (en la que salgo de extra)” que, después de haber hablado de sus hijos y sus colegas y horarios, añade: “Y yo —se me olvidaba—, / que también intervengo / en la escena: aquel codo /que asoma en el rincón”.

Resulta asombrosa la cantidad de gente que se cruza uno en un día y la de cosas que caben en sus raudas horas, siempre y cuando se tenga la mirada deslumbrada. Una mirada, por cierto, que te educa el diario. En el instante de escribirlo te sientes en la encrucijada entre la memoria y el olvido, lo que carga de trascendencia y temblor hasta la nota más nimia. Y antes, como sabías que ibas a escribirlo, ya fijaste mucho más en todo. Y luego, meses después, qué sensación de recuperar tu pasado de un golpe de vista. Un diario te hace vivir, como mínimo, tres veces más.

Como mi abuelo, les animo a que lleven un diario: nunca es tarde para empezar. El abuelo de Abel Hernández también le animó, y le hizo caso, y gracias a eso ha publicado "El caballo de cartón", un libro precioso. Debe ser que estoy mayor, porque doy consejos de abuelete, pero qué importa, si es un buen consejo. Y añado de mi cosecha: mejor en un cuaderno pequeño, para que la tarea no abrume.
Nos ayudará, además, a que el libro de la vida, del que se habla en el Apocalipsis, no nos pille del todo por sorpresa. Un diario no es un examen de conciencia, pero sí de existencia. Y qué alegría llevarlo al día, ir aprobándolo.

María dijo...

Felicito tu constancia, 2010, 2011. Bravo!!
Aprovecho para pedirte que felicites a tu hermano Jaime por su "Oh mundo". Por fin he conseguido mi ejemplar, el num 312. Lo estoy disfrutando.