lunes, 29 de junio de 2015

Suave es la noche


Para terminar el análisis de los resultados de la evaluación ordinaria, teniendo en cuenta que las notas se acabaron de meter anteayer, como quien dice, y mi natural procrastinador, tuve que quedarme hasta bien tarde por la noche. 

Cómo puede consolar una frase. Me la dijo a la salida de misa, Gonzalo Altozano, cuando le conté el panorama que se extendía ante mis horas, y es de Amando de Miguel: "Nos hacemos profesores porque no queremos dejar de ser alumnos". Encaré mi noche con el espíritu del estudiante de Derecho que fui, rejuvenecido. 

En los momentos flojos, lo tomaba como un castigo a mi pachorra, y me venía arriba. 

Esa misma tarde me había pegado [qué verbo más exacto] una buena siesta y luego tuve cargos de conciencia. Pero ahora, en mitad de la noche, me alegraba de la siesta. No hay que juzgar[se] demasiado rápido.

Las noticias de Grecia. 

Salía al jardín, a la luz de la luna, y me felicitaba de estar despierto. Oh, luna, consuelo de los insomnes. 

Por cierto, de pronto caí en la cuenta de que el corazón no para de latir, y que forzarte a una noche en vela también es un acto de solidaridad con él y con nuestros pulmones, tan sacrificados y tan poco reivindicativos. 

Pasado de horas, me entró —solo— la risa tonta. Me contó Leonor que anteayer se perdió Quique en el centro comercial y que ella y su amiga se inquietaron bastante. Cuando lo encontraron, ya en el coche, le reñían: "Qué miedo hemos pasado". Carmen terció: "Hasta yo me he asustado". Y está muy bien la observación, pues los niños viven mucho más tranquilos. Un indicador de peligro auténtico es ese: cuando los niños se asustan. Ahora, a toro pasado, sin haberlo vivido, a las cuatro de la mañana, me reía.

Como los malos estudiantes (exactamente), descubrí muy tarde lo que me gustaba la materia. Qué exactas son las matemáticas. Calculaba los tantos por ciento de aprobados, de suspensos y de muy suspensos; y no dejaba de pasmarme (¡letras puras!) de que todo cuadrase tan bien y que la suma diese 100 % y eso. A veces, como si me sobrase el tiempo, hacía las cuentas dos veces o tres, de distintas maneras, para regocijarme en el mismo resultado. 

Las matemáticas son mágicas. Cambias una coma de sitio o un verso y te cargas el poema, pero las cuentas, orden de factores creo que le llaman, cómo resisten, qué fuertes.


2 comentarios:

Ana R. Agüero dijo...

Qué preciosa descripción. El trabajo gozoso

Anónimo dijo...

Qué maravilla, tener un poeta en la jefatura de estudios.Hay que ser muy poeta, para verle la poesía a la memoria de fin de curso.