lunes, 12 de diciembre de 2016

119 Salmo


(Esto no es una tesis, eh, sino una intuición, apenas.)

Estaba leyendo el Salmo 119 donde con hermosas palabras y a varias voces el salmista va cantando las alabanzas de la ley de Dios y la emoción y plenitud de su cumplimiento exacto.


Con mis labios proclamo 
todas las normas de tu boca. 
[...] 
En tus estatutos pongo mi gozo.   
[...] 
Mi alma se consume anhelando 
de continuo tus leyes. 
[...] 
Corro por el camino de tus mandamientos 
porque has dilatado mi corazón. 
[...] 
Dame inteligencia para guardar tu ley. 
[...] 
He llegado a ser más docto que todos mis maestros 
porque tus preceptos son mi meditación. 

Nadie diría que el salmista considera estrechos los mandamientos de Dios ni mezquino su cumplimiento, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando tras tanta exactitud exclama "Venga a mí tu misericordia, Señor". Ah, me dije, fulminado, esto es. La misericordia no es lo que excusa del cumplimiento de la ley, sino la manera con que Dios mira al hombre, gracias a Dios. Poner a la misericordia como la excusita para dar una esquinazo a la ley no sólo rebaja la ley, sino a la misericordia, que se convierte, paradójicamente, en una auxiliar de la ley en su versión incumplimiento. 

La misericordia es perfecta, libre, autónoma, el regalo de Dios a buenos y malos, pero a todos. Y la ley es otro regalazo. No son la cara y la cruz, no son medios regalos, ni piezas de un puzzle.


1 comentario:

Josefina dijo...

Perfecto. Muy bien explicado. (Cosa que no se hace hoydía).