sábado, 22 de agosto de 2020

Hacer un Gaya

 

Cuando estaban exiliados en México, ni Gaya ni sus amigos tenían dinero ni para ir al cine. Era un lujo que aquellos intelectuales no se podían permitir. De modo que ponían sus monedas en común y compraban una entrada. Luego la sorteaban y el afortunado entraba en la sala. Los demás esperaban fuera y, después, escuchaban la explicación y la crítica.

Ramón Gaya parecía tener más suerte que sus amigos. Hasta que se enteró que le hacían trampas en las suertes porque todos preferían que él les contase la película. Aquello le sentó fatal, pero a mí me encanta. Incluso imagino que alguno quizá pudiese pagarse alguna vez la entrada, pero preferiría oír a Ramón.

El otro día fuimos a un restaurante muy de postín y leyenda Leonor y yo por una especie de amable carambola y, desde entonces, hemos contado la experiencia a diestro y a siniestro con todo lujo de detalles lo menos siete u ocho veces.

Ayuda mucho que el menú sea bastante postmoderno y que, como en la política de La Moncloa, dé una enorme importancia «al relato»; pero, aún así, Leonor y yo nos esforzamos y nos compenetramos, discutiendo un poco a lo Pimpinela Escarlata, incluso, para darle más dramatismo. He caído en que tal vez estemos haciendo un Gaya (de lo bien que lo hacemos) y que oírnoslo contar termine siendo  para algunos (según nos dicen) una experiencia sustitutiva.



3 comentarios:

José de Lacy dijo...

Enrique, ¿podrías decirme, por favor, cuál es el libro que has citado hoy en twitter? Te lo preguntaría por ahí, pero no tengo cuenta. Muchas gracias de antemano.

Por cierto, tu conferencia sobre la nobleza de espíritu me pareció estupenda. Ya había leído tu artículo de Nueva Revista, pero el añadido —creo recordar que en el artículo no citas a tu amigo el gran poeta— el añadido de Dante me pareció increíble. Considera tu semenza.

Me encantaría que me explicaras algún día —porque no me cabe duda de que habrá alguna razón— por qué no llevaste toda la cuestión de la nobleza de espíritu al plano sobrenatural.

Pero, en fin, ya dijo Odiseo en su descenso al Hades, cortando una conversación con un muerto, que “no es bueno hablar en vano”. Alguien que es más que Odiseo también lo dijo, creo recordar.

E. G-Máiquez dijo...

¿El de Pemán? "El señor de su ánimo".

Me encanta tu pregunta de la nobleza. Creo que ese estado del espíritu no es exclusivo de los cristianos, aunque desde luego su máxima razón de ser estriba, como dijo Boecio, en que somos hijos de Dios. Pero el honor es una especie de santidad por lo civil. Hay una llamada universal a la aristocracia, y me parece bueno que, sin dejar de reconocer que es un ideal al que los católicos, por el fondo y por la historia, nos sentimos especialmente impelidos, vale para todos. ¿No te parece?

José de Lacy dijo...


Tenías ya mi asentimiento asegurado: me parece. Además, la nobleza de espíritu inclinará seguramente a lo verdadero, lo bueno y lo bello; por lo que quien la busque sin engreimientos —o combatiéndolos— seguro algún día topará con la Verdad, el Bien y la Belleza.

Muchas gracias por el libro (y por tantos: eres la única persona que “me” recomienda un libro que luego leo —bueno, tú y Kloster y dos más).

El hecho de ser hijos de Dios es “la semenza” que no debemos dejar de considerar. A los jóvenes se nos tiene que repetir, y mucho —también lo hacía Peterson, a su manera— que con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo podemos quitarnos de encima a ese “hombre viejo” y ser gente admirable: ser “perfectos”. Si no se nos recuerda esto, nos dejamos arrastrar por la otra verdad que señala con el dedo y sin parar nuestros pies de barro, nuestra debilidad y dependencia.. ¿Era ésa una tensión pascaliana?

Y muchas gracias, aún más, por tu respuesta amable.

Casi me olvidaba de citar a Dávila: el honor es el manto respetable de la vanidad. (Yo, español, no puedo evitar representarme una capa. ¡Conocemos tantas!)