sábado, 14 de abril de 2007

El Barbero en Manzaneda de Torío

Si el Barbero se ha ido a Manzaneda de Torío a hacer estos recortes de El arca de las palabras de Andrés Trapiello no es porque aquel pueblo le parezca más lírico que Las Viñas o más interesante que Conde de Xiquena, sino porque el gran tema secreto de este libro es la infancia del autor. Al bajar a las raíces de su lengua materna, el poeta se encuentra con su madre, con su padre, con su niñez en el campo; y ése es el venero de emoción de este libro. Por su superficie, Trapiello va sopesando palabra tras palabra de un viejo diccionario que abre al azar. Saltan chispas. Véanse, entre otras:

Bienaventurados los pobres, porque ellos no olvidan.
*
Al cómplice no sabe uno si habría que rebajarle la pena o doblársela, por tonto.
*
Los hombres valoran tanto el coraje porque lo saben brotado directamente del corazón.
*
El camino de la flecha es hermoso no por recto sino por limpio.
*
El pío pío de las estrellas.
*
De las tabernas, la luz de las bombillas, la tristeza de los cristales, los vasos recién aclarados en agua, la denuncia de los espejos, el dolor de los suelos, el vacío de las sillas, el silencio del tabernero, la música de los sábados, el vino de los jóvenes, el mosto de las muchachas, las risas de media tarde, el canto de la tripulación; de las tabernas, las taberneras, hubiera dicho también Miguel de Cervantes.
*
Susurro: lo que hacen de maravilla los surtidores.*
La mórbida brisa de primavera besa con los labios abiertos.*
La sinceridad es una virtud que, fuera de casa, sólo encontramos en nuestros enemigos.*
Sí, no sabemos por qué los llamamos sinsabores, cuando son tan amargos.
*
De la Biblia está inspirado por Dios hasta el papel, que tiembla como el soplo divino.
*
A las cabronadas, cabriolas.
*
Al menos ser bienaventurado en uno cualquiera de los catorce apartados.
*
Adivina donde otros tratan de deducir.*
Ni el mar mira a los ojos como mira el fuego.*
Entre las paradojas terribles de la vida, ésta: la melancolía que nos produce a todos una jaula vacía. O ésta: la belleza de una jauría de beagles.
*
Desde mi punto de vista lo mejor de los aromas es cómo toman las curvas.*
Todo lo creado, crece.
*
Los rebaños, aunque parezca mentira, cuanto más numerosos, más gobernables.
*
La depresión es una tristeza sin fruto.*
Carrera, ninguna: al paso.*
El fracaso de todos los pasatiempos es que en algún momento se hacen tediosos e interminables. Se toma uno en serio la vida, y en cambio se le pasa en un abrir y cerrar de ojos.


7 comentarios:

Jesús Sanz Rioja dijo...

Jo. Dan ganas de arrinconar la pluma para siempre jamás. Otro día pon las chapuzas, a ver si me animo.

Anónimo dijo...

Gracias al barbero por este viaje a Manzaneda. Cada vez me gustan más estos Rayos y Trapiellos.

Jesús Beades dijo...

El de las bienaventuranzas es estupendo.

Corina Dávalos dijo...

"Carrera, ninguna: al paso." Me encanta, no puedo evitarlo, me seduce todo lo que arremete contra las prisas. Y el de la sinceridad y los sinsabores tienen mucha gracia. Gracias, Barbero.

Agus Alonso-G. dijo...

Leer según qué cosas de Trapiello le mejoran a uno la pluma. A ese uno tan trapiellístico, je. Se nota quizá que leí justo antes de la Semana Santa el último tomo de sus diarios. Qué delicia de cervantino. Y de moderno, por mucho que el papanatas de Marías hable de su prosa como rancia o calzada de pantuflas a cuadros.

Recomiendo también "El volador de cometas", una antología de Renacimiento (aunque sólo fuese por su preciosa edición) que ando hojeando estas semanas. Yo, que apenas conozco la poesía de Trapiello, me he quedado flipao con un poema titulado "La Virgen del Camino" (tan leonesa ella), muy... ¿místico?

Juan Ignacio dijo...

Esta vez me ha sido dificilísimo, pero creo que me he decidido ya:

Adivina donde otros tratan de deducir.

(Aunque la del aroma tomando las curvas y el fuego mirando a los ojos quedan sonando fuerte en mi cabeza...)

Anónimo dijo...

Pues a mí tanto o más que los momentos en que nuestro admirado Uno se pone lírico (ya sea al estilo barojiano o al ramoniano, o la mezcla de ambos), me gustan los retratos al vitriolo de la gente que le cae mal, o que le han gastado alguna faena. Por ejemplo, nada más empezar el último tomo de los diarios, en el mismísimo prólogo, te encuentras con joyas de la prosa de escarnio y maldizer, como cuando nos habla de “[...] una fotografía del autor en lo mejor de su edad, quiero decir de joven. Si en edición diferente los libros dicen cosas distintas, el hábito hace al monje, y las apariencias casi nunca engañan. Llevaba unas gafas de sol de moda en aquel tiempo y un gran bigote negro, grande, a lo guardia civil, y un pelo que no parecía peinado, sino ungido y pegado al cráneo. Tenía los brazos caídos y escondía en la mano la toba de un cigarrillo. La chaqueta abierta, camisa blanca, corbata y una incipiente barriguilla descolgándose por encima de la correa del pantalón. Cierto que la foto era antigua, pero el tiempo, que ha acabado haciéndolo catedrático de la universidad española y crítico literario, seguramente no ha venido sino a empeorar las cosas, y si uno hubiera sabido antes que ese hombre era tan... irreal, no hubiese escrito nada sobre él.” Nada más que por esto, ya merecen la pena los 35 euros del ala del tocho...