sábado, 12 de octubre de 2013

Aparatitos


Todavía no ha terminado la mañana y ya he tenido dos impactos letales de nostalgia. 

Cuando salía para misa, me he topado con un chatarrero viejo y retorcido, con los ojos muy azules y la piel muy cuarteada, rebuscando en la basura. Le he dicho que tenía una bicicleta muy herrumbosa y que quizá se la quisiera llevar. "Por supuesto". Hemos entrado en casa y la ha cogido con prisa. Yo he recordado entonces la historia de la bici. Cuando volví del Camino de Santiago quería volver a hacerlo, pero completo y en bicicleta, y me compré una de ésas de campo, cuando empezaban. Me la robaron enseguida. Mis padres dijeron: "ea, por dejarla sin candar, a ver si se te cura la candidez", y así iba a quedar la cosa. Pero yo le escribí un soneto a mi bicicleta perdida, en la línea, salvando las distancias, de los de Rafael Morales; y mi madre, enternecida, me compró en un arrebato lírico y por su cuenta y riesgo la bicicleta que hoy se ha llevado, feliz, el chatarrero. 

He llegado tarde a misa. Siempre que me pasa eso, tomo enseguida para el fondo y siempre me daba de cara con Mabel y Santiago Neira. Mabel me sonreía, absolviéndome. Hoy al dar la curva cerrada y cabizbaja, me he encontrado a Santiago y luego el vacío de Mabel, y enseguida he visto que le acompañaba una hija y he pensado en la sonrisa de Mabel viendo que su ausencia lleva a misa a sus hijos, y puntualmente. 

Y para rematar la mañana, ha sido sentarme en casa y recibir un correo electrónico, y empezar a sonar un montón los aparatitos. Entre tableta, ordenador fijo, portátil, teléfono y teléfono viejo, que sigo usando para oír música y conectarme a internet, han sonado, no al unísono, múltiples timbres de todos los timbres, superponiéndose. Y, pum, otra nostalgia, otra. He recordado la casa de mi abuelo de Murcia, donde las horas las daban  varios relojes, pero aproximativamente, con sus intervelas, barajando las campanadas. Con cierto aire 2.0 he reconocido en mi gusto por esos timbres desperdigados por toda la casa, el gusto que le tenía que dar a mi abuelo ese tintititintineo alargado, inexacto, como guiñándole al tiempo y riéndose de sus exactitudes.