lunes, 11 de mayo de 2015

Un trozo de su Imperio



El buen amigo da la razón a mis miedos. Yo no quisiera que el artículo diario diese al traste con Rayos y truenos, que es lo que más aprecio, pero el blogg se resiente. Me ofrece su consejo. Tengo que seguir hablando de los libros que leo. El barbero del rey de Suecia es imprescindible. También algún atisbo de vida literaria, hombre. Algún aforismo suelto, desde luego. Me falta mala leche, eso está claro. Hablo demasiado de mis hijos. Cuelgo demasiados dibujos de Carmen. Lo entiende, porque lo demás lo vuelco en los artículos, pero aún así... Yo tomo notas mentales y doy cabezadas de asentimiento y de arrepentimiento, alternas.

Aprovecho que vuelvo en el tren leyendo Lugar de lo sagrado de Lutgardo García, para poner en práctica nuestras buenas intenciones. 

Carmen me quita el libro a cada rato. Dice, mirando la gran foto que abre el libro: "Qué guapo". A Leonor y a mí nos hace gracia tanto embelesamiento, y pedimos motivos. Contesta: "Eres tú de joven, ¿no?". Me río  (1) porque Lutgardo en un momento del libro habla de su cara de niño; (2) porque recuerdo a César Fernández Moreno que contaba que cuando un argentino lleva un libro bajo el brazo es el suyo, y Carmen parecía haber deducido lo mismo de su padre; y (3) porque, al enterarse de que no soy yo, retira el piropo. Pero no me devuelve aún el libro ni el lápiz:





Quizá fue otro empeño inútil tanto buscarme un ex libris. El mío tendrían que ser los garabatos de mis hijos, que marcan de veras los libros que sí leo. Dejan sin mácula, denunciantes, los que sólo compro: ésos que leo con los ojos

Por fin, en un oportuno traqueteo del tren, recupero el volumen. Ahora Enrique pide su porción de la herencia. Le enseño a leer la palabra "todo" sobre un verso de Lutgardo: "todo empieza en tus brazos". La t con la o, to, la d con la o, do: to-do, todo. Se pone muy contento. Intento hacer un chiste szymborskiano (a propósito, ¿alguien puede animarme a leer, por favor, la biografía que acaba de salir?). El chiste: "Quique, ya puedes leer "todo", ¡todo! ¿te das cuenta? ¡Sabes leer!". El chiste no lo coge. Ni su madre. Ni nadie del coche, aunque van todos atentos (qué remedio, los pobres) al jaleo que nos traemos. Atentos y muy serios.

A duras penas, voy avanzando en la lectura. Pero sin la concentración que requiere un afeitado apurado. Me divierte el sevillanismo militante de las dedicatorias: tiene un calor especial. Y me consuela pensar que con este manuelmachadiano poema que copio aquí os daré una idea del libro: su perfecta factura, sus referencias literarias y artísticas constantes, que incluyen hasta una de Juego de tronos, su ironía fina y, al final, una dulzura emocionante que nos dibuja una sonrisa en el rostro casi tras cada poema:

La Infanta Margarita en traje azul  

 Nadie más cortesana ni coqueta 
que esta pálida infanta de ojos fríos, 
de mano lacia y de barbilla quieta.  

 Tiene el azul antiguo de los ríos 
y cierta distracción en su semblante 
de niña encarcelada en poderíos  

 que quiere hacer volar su guardainfante. 
Hay mucho de realeza y de misterio 
en su modo sereno y elegante.  

 Mas sé que, aunque su rostro sea tan serio, 
por jugar con María o con Inés, 
cambiaría hoy un trozo de su Imperio.





3 comentarios:

Lutgardo dijo...

Cuánto honor es tener un libro mío tan adecuadamente anotado por Quique y Carmen. Y hace muy bien su padre en seguir el consejo del amigo sin -como dice Martínez, el alumno de Juan de Mairena- confundir la "crítica con las malas tripas" . Gracias y un caluroso abrazo.

Los niños crean comunión dijo...

Pues si yo hubiera estado en ese vagón, aunque fuera en un asiento un poco alejado, me habría reído de buena gana, y a la primera, de lo de que Quique ya puede leer todo. Y creo que otros viajeros se habrían animado a reírse también, o a sonreírse. Habríamos compartido un momento-Quique en el tren, antes de volver cada uno a su aislamiento.

E. G-Máiquez dijo...

Muchas gracias, Lutgardo. Lo cierto es que te debo una lectura silente y atenta. Al libro, sobre todo.

Y también gracias, anónimo. Usted me habría acompañado mucho en ese tren.