sábado, 4 de julio de 2015

Titus Andronicus




Llevo cinco o seis días queriendo escribir de Tito Andrónico, la obra de Shakespeare, y tan bien lo querría hacer que no lo hago. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Para no retrasarlo más, unas notas apresuradas. 

La obra, que apasionó al público de 1593, no goza del aprecio de la crítica. Lampedusa la despacha de una puñalada siciliana y Bloom se mete en su jardín de la ansiedad de la influencia. Al Dr. Johnson le espantaba y los victorianos, por la cuenta que les traía, vetaron su representación. En realidad, sin el criptocatolicismo de Shakespeare no hay nada que entender. El público de la época tenía muchas más claves que los modernos que se permiten el lujo de despreciar a un público diez veces más sutil y perspicaz. Pearce, cuando se decida a comentarla, va a dar con un filón. 

El catolicismo está tan claro como que es literal. Aaron el Moro le dice a Lucio, el personaje más luminoso del drama, que confía en él porque es papista [sic] "y tiene dentro esa cosa que llama conciencia". Qué bien, ¿verdad?

De Tito no se dice que sea papista, aunque esas cosas van en la familia, como sabía muy bien Shakespeare. Pero no interesa decirlo porque Andrónico recae en la venganza, que, por mucho que él se resista y por muy justificada que esté, cristiana no es. Incluso las flechas con oraciones y súplicas que manda al cielo y que, en asombrosa parábola, caen sobre sus enemigos, tienen que ser oraciones y súplicas a los dioses paganos. En cambio, sus protestas de lealtad a un emperador depravado porque es el legítimo heredero son un correlato del patriotismo inglés de los católicos ingleses, divididos en sus lealtades. Y también son católicos sus esfuerzos heroicos para que sus hijos, agraviados, se mantengan dentro de ese doble círculo de lealtades.

El emperador Saturnino se pierde por su debilidad con las mujeres. Tamora y la lujuria lo manejan a su antojo, lógicamente. 

Hablan mucho los críticos de la parodia gore que es la obra. Bloom, ya puestos, la considera hasta humorística, como si fuese una de Tarantino (digo yo). Nuestros críticos mimados no tienen ni idea de lo que hacían con los jesuitas en Tyburn. Las mutilaciones de Lavinia las verían de forma muy distinta a finales del XVI en Londres. Muy distinta.

Y qué escena la soledad de Tito pidiendo clemencia a los otros patricios, que siguen sorda y ciegamente al Emperador en su deriva. Mejor quejarse a las piedras, concluye Tito, como pensarían los aristócratas recusantes de entonces, que tanto trató William Shakespeare. Bloom, de pasada y de casualidad, tiene un acierto pleno cuando habla de Job. 

Tras esa escena, otra de mucho calado. Los Andrónicos que quedan vivos se plantan casi hieráticamente en una encrucijada de caminos: en un extremo, Lavinia, deshonrada y mutilada; en el otro, Lucio, que marcha al exilio; en el tercero, Marco, el hermano de Tito, que ha dado un paso atrás y se ha convertido en un espectador apesadumbrado y pasivo; y por último, Tito, que no ve más salida que caer en la locura. Hacen una cruz auténtica.

El recurso de Tito a la locura, ¿recuerda a Cervantes? Recuerda a Erasmo.

Qué frescura el amor de Lavinia y Bassanio. Es un rompimiento de gloria, una isla de dulzura, que se queda en nuestra memoria todo lo que dura la obra. Enmarcada así entre dos promesas: el amor virginal de ellos y la coronación de Lucio. 

La venganza de Tito está inspirada en la de Progne, pero sutilmente el cristiano Shakespeare corrige al pagano Ovidio. Itis era inocente. Demetrio y Chirón, repugnantemente culpables. Que le cortasen la lengua a Lavinia —si mi interpretación general es acertada— es una imagen de la atroz censura. Y que ella, muda, muestre su desgracia a través de las páginas de Ovidio es la defensa más hermosa de la lectura y de la intertextualidad que imaginarse pueda. Y que escriba con muñones el nombre de sus agresores y mordiendo el bastón con la boca, ¿no parece un autorretrato expresionista de Shakespeare? Por cierto, que como Dante presumió de haber superado al Ovidio de las Metamorfosis con el episodio de los ladrones y las serpientes (¡cómo es Dante también, tratar las citas y referencias literarias hablando de ladrones, eh!), Shakespeare podría haber fardado de superar a Ovidio en Titus Andronicus. Mucho más asqueroso que comerse a un niño inocente, tragarse a un par de degenerados y viciosos adolescentes. Y más duro, si me permiten la escala, que lo haga una madre que un padre. Shakespeare consigue ser más justo que Ovidio y a la vez más espeluznante. Pero como es inglés y no italiano, no presume.

Por cierto, en la estupenda película de 1999, dirigida por Julie Taymor, esos hijos de Tamora son unos fanáticos del heavy, y yo pensaba si no estamos ante una metáfora redonda del mal. ¿La modernidad se reconoce —se confiesa— —se complace— como malvada a través de su música más militantemente moderna?

Sé que es un pregunta muy larga e imposible y que nos llevaría muy lejos, disculpen. El mundo, en cualquier caso, seguirá sin entender Titus Andronicus; pero no nosotros, nosotros, sí.


5 comentarios:

AFD dijo...

A pesar de Lampedusa, de Bloom y de quien sea, es de mis obras preferidas de Shakespeare. Me gusta más que Macbeth, Hamlet, Otelo. Será mi apego al mundo clásico. Sólo el Rey Lear me gusta más, a veces.

E. G-Máiquez dijo...

Bravo por ti, Alfredo. Será por ese apego o por otro, pero qué bien. Olvidaba decir que al Dr. Johnson le espantaba y que los victorianos vetaban su representación, naturalmente.

Anónimo dijo...

Qué rollazo.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Tendré que leerla. Por cierto, eso de querer hacerlo tan bien que nunca lo escribes me recuerda lo que cuenta Kiko Méndez Monasterio sobre Tom Wolfe. No enlazo porque aquí en los comentarios cuesta horrores.

Anónimo dijo...

Y quién te obliga a leer toda la entrada?