miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un gran monociclo


Qué preciosidad el poemario no venal de Lutgardo García, Cuaderno de las Teresas, de forma y fondo. El libro se abre con "el nebuloso / tic-tac del incensario", como avisando que va a hablar de otro tiempo, transido de eternidades. Y quien avisa no es traidor. 

Me ilumina la "Sinfonía 'Le Matin'"

Poco a poco la máquina del día,
 
con su crescendo añil en los violines, 
va ensamblándolo todo mientras duermen 
los hijos en sus camas. Los oigo respirar 
a la vez que los cuernos y las flautas 
del primer movimiento de la sexta de Haydn 
va excavándome dentro la luz de la mañana. 
Sobre el cristal del mundo, 
Dios afina el perfil de las torres antiguas, 
equilibra las rosas con los verdes profundos 
del pincel de los cedros, 
y echa a rodar al sol, generoso y quemante, 
como un gran monociclo por la cuesta del cielo.


Pero lo álgido es la segunda mitad, con la sorpresa del cuarto verso del tercer cuarteto, del poema final "Stat Crux dum volvitur orbis", que doy entero porque es irrompible:

Así pasan las nubes y los surcos 
de espuma —sobre azul— de los aviones, 
y así pasan la lluvia, la semilla, 
y el sol que se suicida cada tarde... 

Todo sobre esta cruz que nunca es otra. 
Siempre es la misma cruz, la del Calvario, 
caminos que coinciden en el punto 
de Jesús, llaga abierta al infinito. 

Cruz trazada de piel sobre mi carne 
el día que otras manos me llevaban, 
con crismas, con velones, al naufragio 
de lo mortal en aguas del bautismo. 

Todo pasa, Señor, mas tu cruz sigue 
apuntalando el mundo cada tarde. 
Y eres faro marcando mi destino... 
Cruz, descanso sabroso de mi vida. 

1 comentario:

Ignacio Trujillo dijo...

Qué bueno Lutgardo. Qué sencillo, que hermoso, que verdadero...