miércoles, 10 de junio de 2020

Ahí me quiero ver


Voy con mi hijo Enrique a misa. 

Parece concentrado en su oración, pero se vuelve y me pregunta a quemarropa: «¿Por qué sabemos que nuestra religión es la verdadera?» Yo me quedo perplejo, aunque me divierte la paradoja de que si no lo hubiese llevado a misa, jamás me habría hecho esa pregunta. Educar en la fe es educar para las dudas, me susurra, tan seguro de sí mismo, Unamuno. Ahí me quiero ver, explicándoselo después, como le he prometido.

Sigue la misa y observo, con el rabillo del ojo, que se revuelve para hacerme una pregunta. Tiemblo. Pero el arte viene —como es su deber— en mi auxilio. Quiere que le explique la escena del cuadro que tenemos a la derecha.

Está extrañado de que haya mucha más gente en el Infierno que en el Cielo. Le explico que es el Purgatorio. «Ah, pero sigue habiendo más gente que en el Cielo. ¿Y qué hace un ángel en el Purgatorio?» Sacar gente de parte de la Virgen, contesto, mucho más cómodo.

«Eh, eh», insiste, escandalizado: «¿Qué pinta un papa en el Purgatorio?» Contraataco: «Puede haber papas pecadores, como pescadores santos». «Ya, ya, pero el papa se confesará ¿o qué?»

Afortunadamente un rato de silencio y de descanso. No mucho. Se agita. Me llama con la mirada. «Papá ¿cómo era el infierno de Dante para los glotones?» Sé por qué lo dice.

Otro silencio. «¿Y el infierno de Dante para los ladrones?», me pregunta. Me pregunto: ¿Qué habrá mangado?

No ha terminado aún la misa ni el tampoco: «Papá, si algo es pecado y te dicen en el trabajo que lo hagas o te despiden, ¿lo harías?» ¡No!, contesto tajante y el niño aprueba con una mirada orgullosa mi determinación. Glotón, pero prefiere el hambre; o echarse a robar. Ahí me quiero ver también (no quiero verme), pero rendirse preventivamente no es nada gallardo. Empezar con la casuística antes de tiempo demuestra una predisposición a la negociación que nunca augura nada bueno.

Acaba la misa. Acción de gracias.


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