martes, 16 de junio de 2020

Espejito, espejito


De José Antonio Olmedo (Málaga, 1951) sólo me sé una soleá, pero siempre me la recito. Reza:

Miro el espejo otra vez

y no logro ver la joya

que tú me dices que ves.

Ahora que estoy recopilando poemas de amor conyugal, véase, la tentación es considerarlos todos conyugales. Es el peligro de las búsquedas: los encuentros de pie forzado. Con este poema tengo dudas de si lo es o no. ¿Por qué? Porque ese “otra vez” implica el paso del tiempo y las dudas crecientes. En un poema de amor romántico, uno no está para mirarse en el espejo, sino para contemplar, deslumbrado, a la amada y viceversa. En esta primera parte, el poema tiene un parentesco estrecho con una soleá de José Luis Tejada que ya no presenta dudas acerca de su condición conyugal.

Descubrí que me querías.

Ni lo entendí al descubrirlo,

ni lo entiendo todavía. 

El problema es la segunda parte de la primera soleá: «la joya» que ella dice que ve. ¿No es eso un estadio muy incipiente de cualquier relación?

Estoy hecho un mar de dudas. Supongo que la soleá se escribió justo en la frontera en que la relación dejaba de ser romántica (la joyita) y empezaba a ser conyugal (el espejo). ¿Lo meteríais en mi antología?


3 comentarios:

Baltasar G.M. dijo...

Yo sí lo metería en tu antología. Tus objeciones me parecen débiles frente a la fuerza que tiene el poema a pesar de su brevedad.

También metería estos dos que recuerdo ahora:

Aventura

El compañero de mi vida lee un libro sobre Kafka.
Al cruzar el pasillo yo lo miro de refilón:
tiene su rostro la expresión de un niño,
ese gesto que teníamos cuando leíamos tebeos,
lee como si el libro fuera un libro de aventuras.
Y algo en mí rie para adentro,
algo se pone alegre, muy alegre.
Me bebo un vaso de agua
y brindo por la dicha que me espera.

Francisca Aguirre



Él amaba tres cosas en la vida:
los cantos de Vísperas, los pavos reales blancos,
los viejos mapas de América.

Y detestaba el llanto de los niños,
el té con sabor a frambuesa
y las crisis femininas de histeria.

...Y yo era su esposa.


Anna Akhmatova

Anónimo dijo...

Sin dudarlo. No puede haber un tú más conyugal que quien sabe ser espejo del bien, a pesar de todo.

E. G-Máiquez dijo...

Pero qué maravilla de dos poemas. Aunque quiero ceñir mi antología a la poesía hispanoamericana contemporánea, el de Anna Akhmatova lo colaré en el prólogo. Los dos me han entusiasmado. Quedo en deuda con usted.