martes, 24 de octubre de 2006

Coplas a la muerte

De todos los poemas que descienden de Las coplas de Jorge Manrique, mi preferido es el “Epitafio” que Manuel Machado dedicó a Alejandro Sawa:
Jamás hombre más nacido
para el placer fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
[…]
La razón de mi preferencia es que, por alguna parte del poema, hay unas gotas de ironía, de “todo es como y según” y tono menor, que eluden el enfrentamiento directo con el original. Manrique es insuperable y sólo se puede uno poner a su sombra diciéndose: “Ya… y ¿qué?” Lo sabía perfectamente el más listo de la clase, Jaime Gil de Biedma, que citaba cada vez que podía “A José Nogales, muerto”, otro poema por el estilo del mismo Machado.

Por eso, el poema de Dámaso Alonso “Adiós al poeta Rafael Melero” no me gusta del todo. Me resulta a la vez demasiado serio y demasiado ripioso y su blasfemia sí-pero-no para mí es no.

Sin embargo, ayer, en el funeral de un torero, fallecido en accidente de tráfico en Venezuela y al que enlazo triunfador, se me metió en la cabeza una estrofa y no podía dejar de repetírmela. Es, sin duda, la mejor del poema, pero nunca pensé que pudiese servirme para tanto. ¿Cuántos poemas que hemos desdeñado están ahí, agazapados en un rincón, esperando el momento de mostrarnos su potencia y su verdad? La sextina manriqueña que me repito es:
¿Qué bestia gris burriciega
trota idiota, y te nos siega
al trompicón?
¿qué negro toro marrajo
te metió ese golpe bajo,
a traición?

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