viernes, 30 de noviembre de 2007

A distancia

Empieza a dar pena no vivir en Madrid, roca española. Hoy podría ir, a las 18:30 al Paseo del Prado a concentrarme frente al Ministerio de Sanidad. Me consuelo aquí, en mi despacho, traduciendo aforismos de Mario Quintana. Por ejemplo, éste:

------------------------BEBÉ
Cosita deficiente, inconsciente, inerme, inválida, trabajosa, querida.

jueves, 29 de noviembre de 2007

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Quien aguanta gana

Repetía Camilo José Cela que en España quien aguanta gana. Como casi todo lo suyo, la frase es triste y más aún porque a menudo es cierta. Es el caso de las víctimas del terrorismo. La del sábado pasado fue su séptima gran manifestación, y eso exige una perseverancia admirable. Nuestra sociedad consumista reclama noticias y eventos novedosos, de usar y tirar, por lo que mantener un clamor ciudadano constante es muy complicado.

El PSOE ha objetado que no había motivos esta vez para otra manifestación. José Blanco la llamó insensata y absurda. Uno querría más respeto para Ortega Lara y la familia de Miguel Ángel Blanco y para todas las víctimas, pero con independencia del talante de cada cual, el caso es que motivos hay. El Gobierno se niega a revocar la resolución del Congreso a favor de la negociación, con lo cual deja al Estado en esa posición humillante de la mano flácida y tendida hacia quien no te la quiere estrechar. Tampoco muestra el Fiscal General fervientes deseos de ilegalizar al PCTV y a ANV, brazos políticos de ETA.

La manifestación puso en evidencia el doble fracaso de Zapatero. El presidente se empeñó en su proceso y para ello quiso ponerse en medio, entre las víctimas y los asesinos. Como era de esperar, con los asesinos fracasó pronto, en la T-4 de Barajas. Y ha fracasado con las víctimas, que no se han sentido nunca amparadas por él. Con frecuencia la equidistancia es el punto que más dista de la equidad, sobre todo si se pretende entre inocentes y culpables.

El sábado también se puso de manifiesto cierto doble juego del PP. Tienen razón los socialistas al denunciarlo. Las apariencias (tan importantes en política) indican que la oposición no ha estado como una piña con las víctimas. Esos problemas de agenda de Rajoy y Gallardón fueron mezquinos. Rosa Díez, por ejemplo, no los tuvo y fue.

Pero más importante que las posturas malabares de algunos políticos es el nítido aviso que se daba a ETA. A estas alturas la banda tiene que haberse percatado de que por mucho que cualquier Gobierno esté dispuesto a sentarse con ellos, hay un movimiento cívico que, con una perseverancia imparable, defenderá el Estado de Derecho, el cumplimiento íntegro de las condenas y la memoria y la dignidad.

Por último, moralmente sabíamos que el que sufre un mal es más fuerte que quien lo perpetra, aunque a veces no se vea claro. Las siete manifestaciones convocadas por la AVT han venido a demostrarlo. Contra la hostilidad de demasiados y la tibieza de algunos, frente al aburrimiento, a pesar del frío o del calor, pidiendo justicia y firmeza, jamás venganza, las víctimas lo aguantan todo. Por eso ganarán. Lo merecen.
[Grupo Joly]

martes, 27 de noviembre de 2007

Desarmado

—A ver, Romero, ¿quieres hacer el favor de concentrarte y dejar esa sonrisita para el recreo, hombre? ¿Pero qué estás haciendo?
—Pues… leyéndote —y saca el tío un recorte bastante manoseado con mi artículo sobre los alumnos.
Así las cosas, ¿cómo reñirle a Romero? Y tras unos momentos de desconcierto, reanudo la clase.
—Bien; todos los que no estén aprovechando el tiempo como Romero, que atiendan…

lunes, 26 de noviembre de 2007

Elogio del potaje

Una crisis económica asoma por el horizonte y los adeptos al materialismo y al consumismo feroz tiemblan como si el cielo fuese a caer sobre sus cabezas. Muchos compatriotas nuestros atisban los nubarrones con más miedo que vergüenza. Y hay quien asegura que, si esos nubarrones descargan pronto, ganará el PP las elecciones de marzo y si se retrasan un poco, el PSOE. O sea, que todo es economía y sólo economía y nada más que economía. La verdad es que viendo lo que ha hecho ZP en estos años, si es así —como me temo—, no es para admirar mucho al electorado nacional.

Pero yo venía a hablar del potaje, que ahora, gracias a la inflación y al precio del barril de petróleo, se ha convertido en un tema aceptable para un artículo de prensa. Cuando el crudo sube, el cocido se dispara; y sólo entonces podemos nosotros, los columnistas, hablar de la olla. Sin embargo, su importancia, como la de todo, es independiente de la cartera. Bien lo avisaba Antonio Machado: “Todo necio/ confunde valor y precio”. Un buen plato de garbanzos es un valor sustancioso y merece siempre un elogio y esperemos que nunca una elegía.

Riesgo de extinción ya lo corre. La vida moderna, con sus ritmos sincopados y sus frenéticos horarios de trabajo, no deja tiempo a una cocina demorada. Mi mujer es una joven ejecutiva y eso me sirve para presumir mucho, pero para comer fatal. Entre precocinados y congelados y cenas frías pasan mis días laborables. Si le sumamos que se han puesto de moda los restaurantes japoneses, puedo pasarme semanas sin probar bocado caliente.

No es una anécdota más o menos triste. Nada ocurre por casualidad y esta manía nueva de los españoles de ir abandonando la cocina mediterránea indica un desarraigo cultural y, además, simboliza una bajada drástica de las temperaturas afectivas. La familia se hace, entre otras cosas, alrededor de una buena sopera humeante.

Quizá la crisis nos salve y nos dejemos de sushi, steak tartar, carpaccio, cocktails de marisco y canapés, y volvamos a los humildes garbanzos de antaño. Um. Las depresiones económicas no son una broma y suponen noches echando cuentas y muchos caprichos de los que desengancharse, pero tampoco son el fin del mundo. ¿Quién sabe si no serán el comienzo de una vida más saludable?

domingo, 25 de noviembre de 2007

El dolor del antólogo (y II)

Creí que la serie sobre Pedro Sevilla iba a tener tres entregas, pero ayer con La luz con el tiempo dentro (1996) descubrí, con sorpresa, que lo tengo todo más claro: los sís, los nos. Hoy, con Tierra leve vuelve la pesadumbre. Qué pena dejarme fuera estos versos:

De “Huertas de San Vicenç”:
Mordido por el tiempo, lejano de la luz,
reconforta saber que hubo un pasado
feliz e irrepetible.

De “Demonios”:
Podríamos vencerlos, escalar la alta noche
y dejar que la luz nos acribille…

Pero dime qué haríamos entonces.

Y de “Día de lluvia”:

el murmullo apacible de esta lluvia

viernes, 23 de noviembre de 2007

El dolor del antólogo

Voy ultimando mi antología de Pedro Sevilla para la colección de rayas de Renacimiento. Es un oficio duro éste de antólogo. Qué tristeza dejar atrás algunos pocos poemas, que tal vez piense uno, sin demasiada seguridad, que no funcionan del todo, pero que tienen momentos extraordinarios sin duda. Para intentar calmar los remordimientos, traigo aquí —a medias con el Barbero, aprovechando su método— lo que más duele que se me escape entre los dedos:

Del poema “Gloria marchita”:
No hemos hecho el amor, pero te debo un libro.
Es decir que te debo
unos días de otoño,
cierta felicidad y unos veinte poemas
dictados por la lluvia cuando más me dolías.
De “Maniquí”
En los supermercados —debe ser la opulencia—
me crece la ironía.
De “No era la lluvia, amor”
y lanzar improperios contra los jovencitos
que aguardan en la calle
—como tú en otros días, los zapatos
mojados de ternura— a una chica que llegue
con el pelo vertido como un jarrón de miel
sobre la espalda.

De “Naturaleza”
Les conté, en confianza, que me asusta la Luna
De “Consejos inútiles”
Tanta tarde gloriosa dilapidada en versos
Éstos de su primer libro, Septiembre negro (Renacimiento, Sevilla, 1992). Continuará.

jueves, 22 de noviembre de 2007

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Elogio de los alumnos

En noviembre, mes de los difuntos, resucita mi amor por la enseñanza. No es tan, tan milagroso porque doy clase en Formación Profesional, una isla habitable en el océano del fracaso escolar. Aún así, los dos meses anteriores, entre el papeleo iniciático, la puesta a punto de horarios y el suspense por cómo saldrán los cursos, nunca estoy muy eufórico.

Lo peor es el suspense. Al principio, esperando que las apariencias engañen, contemplo atónito a un alumnado anónimo que me examina a mí. Hay peinados que ponen los pelos de punta, piercings penetrantes, tatuajes inolvidables, carpetas con fotografías y dibujos como para susurrar: “Vade retro!”. Y qué pensarán ellos de mi triste curva de la felicidad o de la camisa a rayas. Esos momentos de estudio recíproco son los más graves y gélidos de todo el curso.

Hasta que al fin sonríen y es que el hielo ha hecho crac. Empieza lo que los pedagogos llaman proceso de enseñanza-aprendizaje, en el cual enseño unos temarios y aprendo más de lo que doy. Resulta emocionante verlos individualizarse, a ellas —por razones obvias— primero, luego a ellos, poco a poco emergiendo, casi siempre para bien, de la masa gris y compacta, hasta que cada uno es cada cual, con su nombre —porque ya me lo sé— y su historia, sus problemas y sus ilusiones.

Me asalta entonces una nueva crisis, ahora de entusiasmo. La tentación es dejar medio aparcados los contenidos de mis módulos socioeconómicos (con perdón, que así se llaman) y darles buenos consejos de cultura general y filosofía práctica. Explicarles con mis palabras o con las del poema “Fin de carrera” de Víctor Botas, que, aunque lo lógico es que de las aulas salgan preparados para la ganancia de un dinero, uno quisiera dejarles también con la mente bien despierta para las cosas que de verdad importan en la vida.

Pero soy funcionario. Debo vencerme y ceñirme a la programación y a los objetivos, que es para lo que me pagan. Lo hago sabiendo que no es del todo equitativo, pues los alumnos, a cambio de esos contenidos mínimos prescritos en un Decreto-Ley, me recuerdan que el sentido común —diga lo que diga el dichoso aforismo— es bastante común, y me inoculan esperanza, que falta me hace, y me animan a protestar, aquí mismo, en el periódico, o en otras partes, porque a gente así de buena se le presenten sólo modelos sociales utilitaristas y tristísimos.

Llegarán otras crisis, las navidades, los exámenes y los nervios del final de curso, como es natural, y tanto ellos como yo haremos lo que podamos, que será suficiente. Cuando se vayan, tan contentos, y yo me quede, melancólico, no seremos exactamente los mismos.
[Grupo Joly]

lunes, 19 de noviembre de 2007

Escrito a tientas

Buscar las gafas es un clásico. No sólo de la vida sino de la literatura, valga la redundancia. Véase a José Luis Tejada ("y no encuentro los lentes con que buscar los lentes") o el maravilloso poema ad hoc de José Antonio Muñoz Rojas. Se ve (es un decir) que, mientras se buscan las gafas borrosamente, puede pensarse con gran claridad. Tal vez no se encuentren porque no están hechas para ser vistas, sino para ver, como los poetas.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Ranas

Ayer, cenando, volvíamos, uf, al Divorcio Universal, y entonces una amiga saltó: “¿Y si tu marido te sale rana, eh, eh?” Yo me quedé colgado de esa expresión curiosa. Supongo que en el fondo del estanque, quiero decir, de la expresión, subyace que la otra persona (o grácil renacuajo) cambió hasta el extremo de una metamorfosis o metáfora resbaladiza. O viceversa, que no se transmutó en principe encantado (esto es, desencantado) al contacto del beso. O ambas cosas a la vez. Para el segundo supuesto, sería más exacto exclamar: “Se quedó rana”.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Mutatis matandis

La sombra de Jane Austen es alargada. Su influencia se percibe por todas partes: en el brillante Wilde, en la encantadora descripción de la Comarca de El Señor de los Anillos, en Brideshead, por supuesto, o en el hilarante Blandings de P. G. Wodehouse. Pero donde más en Agatha Christie, porque ya no se trata sólo de un tono social, la landed gentry y tal o la pátina de humor y eso, sino que estamos mutatis mutandis ante el mismo mecanismo narrativo, que es un tácito juego con el lector. Con la Austen uno se pregunta quién se casará con quién; con la Christie, quién mató a quién.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

El Divorcio Universal

En España, país de pasiones, se rompen, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, siete matrimonios de cada diez. El número de los divorcios se está acercando tanto al de las bodas que las proyecciones auguran que para 2010 se habrán igualado. Y no quiero ni pensar en 2011. ¿Importaremos parejas felices a las que amargaremos aquí? ¿Cómo se conseguirán, si no, más rupturas que matrimonios para que sigamos progresando?

Conmigo, en todo caso, que no cuenten, que me saquen de los vaticinios, que yo no juego. Lo sencillo es divorciarse. Con el método exprés, te descuidas un minuto y, zas, ya estás soltero, teniendo que ir al gimnasio a estas alturas y a los bares de copas y a comprarte un descapotable a ver si rehaces tu vida y ejerces el dichoso derecho a la felicidad.

La indisolubilidad es tan difícil como pronunciarla. Lo cuentan los sociólogos, ojo, no yo, que estoy encantado con mi mujer (a la que mando desde aquí un afectuoso saludo). Y lo confirma lo que vemos y escuchamos por la calle. El divorcio se está convirtiendo en la muerte natural del matrimonio; lo milagroso —o como mínimo lo más original— es lo de toda la vida.

Para lo que no ayudan en absoluto ni las canciones ni las películas con esa exaltación suya llorona del amor adolescente a todas las edades. Escuchen las letras, reparen en los argumentos, lean los best-sellers…, y recuerden que Oscar Wilde demostró que la naturaleza imita al arte —al arte malo, añadiría uno. Para remate, cuando en la televisión sacan un matrimonio, es para mofarse de él, como en ese bodrio de “Escenas de matrimonios” de tanto éxito.

Lo más triste del programa de marras es que desvirtúa la solución. Reírse es sanísimo, pero no del matrimonio, sino en el matrimonio. El libro Mi familia al derecho y al revés de Ephraim Kishon sería un buen ejemplo (en todos los sentidos) y bastante más divertido. Hay que proponer otro modelo amoroso más amable y duradero: no sólo el del deslumbramiento inicial, que estuvo muy bien, sino el de la lumbre encendida todos los días.

Aunque ya casi no me acuerdo, me suena que nada halagaba tanto la vanidad como esos escasos meses en que la otra persona te admira sin fin. Luego, pronto, cae en la cuenta de que Miguel de Cervantes fue mejor escritor, que repites los chistes, que te quejas mucho de la hernia de hiato, que tu exquisita especialidad era un congelado de Bofrost. Comienza lo arduo. Pero también lo interesante, porque el reto, la auténtica aventura es saltarse a la torera los altibajos sentimentales, empeñarse en los proyectos, quererse más y más y más y, al final, destrozar las estadísticas.
[Grupo Joly]

martes, 13 de noviembre de 2007

Dos encuentros

Como no podía llevársela por la mañana, había quedado con el mecánico en que aparcaría la moto a la puerta del taller esa noche. Luego metería la llave por la ranura y él ya se encargaría de todo al día siguiente. Y ahora yo estaba allí, esperando que Leonor me recogiese, un poco inquieto de dejar mi moto en un callejón tan oscuro y solitario. De pronto, salió de no sé dónde una sombra: el yonqui que pide en el semáforo de la avenida Valdés. En los pueblos se conoce de vista hasta a los marginados. Ése, una vez, le tiró a la cara a un amigo de mi padre la moneda de diez céntimos que le había dado. Ahora, desde lejos, me pedía un cigarro. “No fumo”, contesté mientras me guardaba la PDA en el fondo del bolsillo. Vino hacia mí con la mirada gacha, diciendo: “No hay que asustarse…” “¿Asustarme yo?”, pensé en un ataque de orgullo, “…te doy con el casco y, y...” “No hay que asustarse”, insistió él, “de fumarse esta colilla del suelo”, y se agachó casi a mis pies, “que el cuidado no sirve de nada, que uno coge lo que tiene que coger, si lo sabré yo, picha”. Y se alejaba calle abajo.

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Eso fue antes de anoche. Ayer por la mañana iba al Instituto, pero me animé con la bruma tan bonita de noviembre y entré a tomarme un café rápido en un hotel de la playa, dispuesto a leer un poco de La piel de los tomates, de Jiménez Lozano. Aprovechando la temporada baja, había allí un grupo de disminuidos, con sillas de ruedas unos, otros con muletas. Pedí muy serio mi café y con el rabillo del ojo observaba a una madre con su hijo, más o menos de mi edad, Marcelino le llamaba. La señora había olvidado algo en la habitación y le dijo a Marcelino, gesticulando mucho, que esperara quieto. Se fue. Marcelino sin perder un minuto se acercó a mi mesa, cojeando, y agarró la PDA con su mano buena. Con la otra tocaba la pantalla y le hacía gracia que se encendiera, que cambiase de función. “Ten cuidado”, le pedí, “es un aparatito muy delicado”. No me contestó. “¿De dónde eres?” Tampoco. “¡Cómo le obsede la PDA a Marcelino!”, pensé. Le invité a sentarse, en parte por educación, yo ahí sentado y él de pie, y en parte por la PDA, para que cayese de menos altura. Tampoco se inmutó. Le separé la silla y entonces, sonriendo, sí que se sentó. Dejó la PDA en la mesa y se puso a mirarme con su único ojo bueno. Se le veía contento. Entonces, por fin, me volví a mi café, que todavía estaba hirviendo. Llamé al camarero, para pedir leche fría, y naturalmente ni caso. Volví a llamarlo, y Marcelino, de repente, tomó un enorme interés, que emocionaba, en avisar para mí al camarero. La que llegó corriendo entonces fue la madre: “¿Qué haces aquí sentado, Marcelino!”, y se volvió hacia mí: “Es sordo también”.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Especialidad

En una esquina de El Puerto atisbé ayer una tienda de las de todo a cien que se llama “La esquina”. Hasta ahí no es un derroche de originalidad. Lo curioso es el subtítulo: “Especialidad en todo tipo de artículos”.

Y no crean que me reí, qué va. Me puse a pensar, muy melacólicamente, en el oficio de columnista.

sábado, 10 de noviembre de 2007

jueves, 8 de noviembre de 2007

Ubicacionista

“Hablando de bibliotecarios dice: ‘¿Qué intelectuales son ésos? Son clasificadores, ubicacionistas’”.
Me ha encantado leerlo, porque matiza todo ese prestigio culturalista que les dio Borges a los bibliotecarios con eso de que ordenar los libros es ejercer la crítica literaria. Y para colmo de dicha, la frase es del mismo Borges [véase Borges, de Bioy Casares, en la entrada del sábado, 3 de septiembre de 1960], que así se nos humaniza bastante, tan contradictorio como todos. Y sobre todo me gusta porque me viene como anillo al dedo: yo tendré —D. m.— que colocar —tiemblo al pensarlo— mis volúmenes y todavía titubeo. No sé si hacerlo por temas, por orden alfabético, por idiomas, por fechas de nacimiento del autor, a la buena de Dios, por colecciones, por orden de llegada, por géneros literarios, por algún criterio mixto… Como crítico literario no estoy teniendo la cabeza muy clara, no. Pero al menos como ubicacionista lo haré bien, qué remedio.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Moratinos en la costa

Cada vez que visito Zahara de los Atunes, como el día esté medio claro, se produce el mismo ritual. “Mira, mira”, señala alguno, “se ve Marruecos”. Todos se entusiasman. Y el más metafísico apostilla: “Está al lado”. Yo me quedo de lo más mohíno. Entre los encantos de Zahara no cuento por ahora la proximidad marroquí.

Para un iberista como yo, la vista de Vila Real de Santo António desde Ayamonte, con el Guadiana de guarda fronterizo, es saudosa, esto es, melancólica. Y siendo una especie en extinción, quiero decir, español, y lector de Cadalso, la figura del Muñón de Gibraltar desde La Línea me da ardores, si no patrióticos (que en estos tiempos sonarían excesivos), al menos de estómago. Nunca soy menos anglófilo que en Gibraltar, único pueblo andaluz que —en palabras de Gerardo Diego— ha conseguido ser feo.

Pero mientras que mis sensaciones en Ayamonte y en la Línea se quedan en lo histórico-sentimental, en Zahara son analíticas. Parece que no existe una frontera en el mundo con mayor diferencia de renta per cápita que la nuestra con el Reino de Marruecos, lo que no es, desde luego, un factor de equilibrio. Si a eso unimos un régimen de libertades manifiestamente mejorable, y el conflicto del Sáhara, tan árido, y las aspiraciones expansionistas sobre Ceuta, Melilla y las Canarias, y, además, el bullir de un incipiente islamismo, la suma sale negativa, casi una resta.

La labor diplomática resulta capital. Y está saliendo calamitosa: ya teníamos enfadados al Frente Polisario y nada menos que a Argelia. Ahora, viendo lo sumiso y demorado que se muestra Moratinos, que andaba de viaje privado por la costa marroquí y siguió descansando mientras Mohamed VI mandaba llamar a consultas al embajador en Madrid, viendo a Moratinos, digo, uno tiene más confianza en el movimiento de las placas tectónicas —que vaya ensanchando el Estrecho— que en nuestra política exterior. Las placas tectónicas se mueven con una velocidad media entre la pachorra de pachá del ministro y la eficacia del presidente Sarkozy, tal y como la hemos comprobado en la crisis del Chad.

Por suerte, ni España es sólo el Estado ni el Estado es sólo el Gobierno, y algunas cosas han quedado bastante claras tras la visita de los Reyes a Ceuta y a Melilla. El mismo mosqueo sordo de Marruecos es una demostración irrefutable de la necesidad del viaje. Resulta una extralimitación en las relaciones de buena vecindad que el vecino decida qué habitaciones de nuestra propia casa podemos utilizar y cuáles no. Sueño con un día en el que, cuando alguien repita: “Mira, se ve Marruecos”, atisbemos el horizonte sin la más mínima inquietud.

martes, 6 de noviembre de 2007

Leonor y yo (transcripción literal)

—Mi abuela me dio compota.
—Qué bien.
................... —¿Quieres?
........................................ —No.
.................................................. —¿Te gusta?
—Muchísimo.
....................... —Ya. Se nota.

lunes, 5 de noviembre de 2007

El chasco del casco

Aparqué la moto en la puerta de la capillita y dejé el casco sobre el sillín. Al salir, el casco ya no estaba. “Natural”, pensarán ustedes que no saben que la capilla es la de mi urbanización y que está en una calle por la que no pasan más que los feligreses. O sea, que me lo había birlado alguien que salía de cumplir con el precepto dominical.

El chasco, sin embargo, no me lo daban en la fe. Por motivos personales, no olvido aquella historia, creo que del Cardenal Newman, aunque la he oído contar también de Chesterton, en la que uno de los dos conversos, antes de dar el salto, consulta sus dudas a un amigo. Éste se extraña: “¿Católico romano?, si ésa es una Iglesia de sinvergüenzas, fíjate que las mujeres, cuando van a comulgar, no dejan el bolso ni el abrigo en el banco como hacen las señoras protestantes: los agarran bien no vaya a ser que se los roben.” Entonces el futuro converso contestó: “Pues ésa es mi Iglesia: la de los pecadores”. Como digo, yo sabía esa historia, así que lo del casco, por ahí, fue lógico.

Mi snobismo era el sorprendido. ¡Que en mi urbanización, tan chic, me birlaran el casco, ay, qué decadencia de costumbres, con lo familiar y decente que fue! En su época dorada los de Madrid la llamaban Costa Casta, O tempora, O mores.

Me quedaba, pensé, el consuelo ético: el mal más vale padecerlo que infligirlo. Menos pierde el robado que el ladrón, me susurré muy digno al oído, recordando aquello que se decía Juan Ramón Jiménez de “Yo pierdo siempre en la vida corriente, pero gano en lo eterno”.

Sin embargo, la imprevisible memoria, con lo que se atranca la memoria cuando se la necesita, reaccionó rápida con una idea de Max Jacob en un magnífico libro que leí, como su propio nombre indica, hace muchísimos años. En Consejos a un joven poeta, el vanguardista francés, cubista y converso, llamaba la atención sobre el hecho de que quien da muchas facilidades para ser robado está escandalizando al prójimo. Si yo hubiese sido más prudente, habría evitado que otro cometiese un hurto. El argumento es irrefutable y me volví a casa sin casco y con cargo de conciencia.

Me he hecho, eso sí, dos buenos propósitos: comprarme enseguida otro casco y ser más vigilante de mis cosas y más exigente de mis justos derechos. Por mi economía, pero sobre todo por no escandalizar al próximo prójimo. Lo escribo medio en broma, vale, pero lo pienso muy en serio.

sábado, 3 de noviembre de 2007

viernes, 2 de noviembre de 2007

El barbero del barbero de Colombia

Darío Jaramillo se mete en el gremio de la barbería y selecciona varias frases de entre la extensa obra poética de Rafael Cadenas. Pueden leerse en su muy meritorio prólogo a Obra entera. Mi reseña entera a ese libro puede leerse aquí. Y aquí, en el blogg, sin más comentarios, haré un poco de barbero de segunda generación y, entre las frases recortadas por Jaramillo, reseleccionaré:


Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente.

*

Florecemos en un abismo

*

Vivir en el misterio: frase redundante.
*

No se puede escribir cosa valedera sin haber estado en el infierno.

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Sólo en un sitio puede ser derrotada una sociedad: en el pecho de cada hombre.

*

Desde que vi mi pobreza dejé de sentirme pobre.

Y ya por mi cuenta y riesgo, de primera mano, recorto estas otras:

El poeta moderno habla desde la inseguridad.

*

Los lectores de poesía buscan en el fondo revelaciones.

*

La dificultad ya indica conciencia del lenguaje, y desconfío de muchas solturas.

*

El cómo es importante, el cómo es la literatura.

*

La literatura va siempre de adentro hacia fuera.

*

Literatura: la manera más entrañable del habla.

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Es posible recordar a cada instante que olvidamos y así recordar.

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Todo hombre es antiquísimo, pero no lo quiere saber.

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Lo esencial no es de ninguna época.

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Si lo que existe nos parece poco, ¿qué puede sosegarnos?

*

Lo inmediato, esa cima.

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Si no fueras elemental, ¿qué podrías decir?

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El brillo no es importante, sino para sentirse importante. Importante es sentirse.

*

La actividad febril te destierra.

*

La humildad es un refinamiento.