Aparqué la moto en la puerta de la capillita y dejé el casco sobre el sillín. Al salir, el casco ya no estaba. “Natural”, pensarán ustedes que no saben que la capilla es la de mi urbanización y que está en una calle por la que no pasan más que los feligreses. O sea, que me lo había birlado alguien que salía de cumplir con el precepto dominical.
El chasco, sin embargo, no me lo daban en la fe. Por motivos personales, no olvido aquella historia, creo que del Cardenal Newman, aunque la he oído contar también de Chesterton, en la que uno de los dos conversos, antes de dar el salto, consulta sus dudas a un amigo. Éste se extraña: “¿Católico romano?, si ésa es una Iglesia de sinvergüenzas, fíjate que las mujeres, cuando van a comulgar, no dejan el bolso ni el abrigo en el banco como hacen las señoras protestantes: los agarran bien no vaya a ser que se los roben.” Entonces el futuro converso contestó: “Pues ésa es mi Iglesia: la de los pecadores”. Como digo, yo sabía esa historia, así que lo del casco, por ahí, fue lógico.
Mi snobismo era el sorprendido. ¡Que en mi urbanización, tan chic, me birlaran el casco, ay, qué decadencia de costumbres, con lo familiar y decente que fue! En su época dorada los de Madrid la llamaban Costa Casta, O tempora, O mores.
Me quedaba, pensé, el consuelo ético: el mal más vale padecerlo que infligirlo. Menos pierde el robado que el ladrón, me susurré muy digno al oído, recordando aquello que se decía Juan Ramón Jiménez de “Yo pierdo siempre en la vida corriente, pero gano en lo eterno”.
Sin embargo, la imprevisible memoria, con lo que se atranca la memoria cuando se la necesita, reaccionó rápida con una idea de Max Jacob en un magnífico libro que leí, como su propio nombre indica, hace muchísimos años. En Consejos a un joven poeta, el vanguardista francés, cubista y converso, llamaba la atención sobre el hecho de que quien da muchas facilidades para ser robado está escandalizando al prójimo. Si yo hubiese sido más prudente, habría evitado que otro cometiese un hurto. El argumento es irrefutable y me volví a casa sin casco y con cargo de conciencia.
Me he hecho, eso sí, dos buenos propósitos: comprarme enseguida otro casco y ser más vigilante de mis cosas y más exigente de mis justos derechos. Por mi economía, pero sobre todo por no escandalizar al próximo prójimo. Lo escribo medio en broma, vale, pero lo pienso muy en serio.
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13 comentarios:
Qué bueno.
Honbre, Máiquez, que no roban en esa urbanización. ¿Que no roban? Pues has tenido suerte y sólo te han robado el casco, hombre...
Siendo niño ESPINELETE
y en esa urbanización
le robaron a traición
su espléndido patinete.
Cumplidos los seis o siete
le birlaron la cometa.
Y la peor pataleta
fue cuando al año siguiente
robaron impunemente
su querida bicicleta.
Je, je. Yo no dejo la pocketPC en el banco ni para los dos minutos de ir a comulgar. Aunque sea misa tempranera con feligresía habitual. Me la meto en el bolsillo, hasta el fondo.
Hay qué ver las juventudes cristianas dándose al hurto. Digo juventud porque me imagino yo que alguien de edad no se va a poner a robar cascos, y como la juventud en estos días va tan ligera (de cascos claro). También hay que tener en cuenta que hay mucho feligrés aburrido por ahí, que se aburre de la misa y se sale a ver que le regala la puerta de la iglesia. Yo si salgo a mitad de misa y me encuentro un casco sin vigilancia seguro que pienso, regalo divino. Yo es que soy así que pienso fácil para no complicarme la vida!!!
Vaya faenón!!.
Lo de la Iglesia de los pecadores me gustó. No conocía la anécdota.
Cómo era el casco??.
No sé. A lo mejor le has salvado la vida alguien.
Menos mal que B. P-P. me consuela, aunque no sé porque era un quitamultas de lo más endeble.
Y sí, Espinelete, el artículo tendría que precisar más, pues yo no me refería a que no nos robaran sino a que no nos robábamos. En todo caso, bienvenida sea la imprecisión que ha dado esa respuesta decimal tan graciosa.
Rebelde, rebelde, ligero de cascos...
Como siempre muy interesante, sí señor.
Si es por ayudar/educar al prójimo las dos cosas valen.
Primero quitarle las libertades para evitar que robe, bien. Pero a medida que va creciendo, dejarle a su libre albedrío la decisión; que así culmina una verdadera educación.
Supongo que tan profundo pensamiento después del robo no le impediría observar las reglas de tráfico, mucho más mundanas, y se iría andando con la amoto de cabestrillo, que una sudadita es mano de santo para la gripe, y de paso da ejemplo en tan essstirada urbanización.
Si el camino no era muy largo, quizás adivinara a ver su coche,una alegría para el cuerpo, intacto y ¿aparcado? donde se quedó la noche anterior.
Como siempre, una delicia leerte. Y más cuando haces cócteles imposibles con motos, cascos, feligresía, caída y escándalo.
La anécdota la había leído referida a Oscar Wilde, como casi todas la réplicas brillantes. Le comentaron que cómo podía ser católico romano, y contestó: La Iglesia Católica es para los pecadores como yo: para los gentlemen ya está la anglicana.
Soy, como habrán comprobado ustedes, muy sensible a los elogios, pero el de Néstor me ha llegado todavía más al alma (si cabe). Lo del cocktail está bastante cercano a mi idea de la literatura.
Mil gracias anónimo. Su comentario, en cambio, me ha llegado al fondo de la memoria. Suena a Wilde, efectivamente. Claro que él se convirtió in articulo mortis, cuando no estaba para mucho wit. Quizá lo puso en boca de alguno de sus personajes, pues con la idea de la conversión flirteo toda la vida.
También me ha llegado, aunque no diré en qué parte, el comentario del fiero Manupé. No cargué con el amoto, pero no lo confesaré aquí no vaya a estar montando guardia la poli de tráfico y le den otro metido a mis puntos (pocos).
Siento profundamente que un comentario mio te pueda molestar de verdad y te aseguro que no era esa mi intención.
Hasta ahí podiamos llegar. No volverá a suceder.
Ups, Manupé, malentendido tenemos. Tu comentario no me molestó en absoluto. Es más, me hizo mucha gracia con el cabestrillo y la essstirada barriada. Dije lo de la parte innombrable y lo de fiero por contrastar con los elogios y el dato wildeano. Me pueden el afán de simetría, ay, y no me expliqué bien. Siento haber parecido que me sentaba mal. Perdón.
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