Lo peor es el suspense. Al principio, esperando que las apariencias engañen, contemplo atónito a un alumnado anónimo que me examina a mí. Hay peinados que ponen los pelos de punta, piercings penetrantes, tatuajes inolvidables, carpetas con fotografías y dibujos como para susurrar: “Vade retro!”. Y qué pensarán ellos de mi triste curva de la felicidad o de la camisa a rayas. Esos momentos de estudio recíproco son los más graves y gélidos de todo el curso.
Hasta que al fin sonríen y es que el hielo ha hecho crac. Empieza lo que los pedagogos llaman proceso de enseñanza-aprendizaje, en el cual enseño unos temarios y aprendo más de lo que doy. Resulta emocionante verlos individualizarse, a ellas —por razones obvias— primero, luego a ellos, poco a poco emergiendo, casi siempre para bien, de la masa gris y compacta, hasta que cada uno es cada cual, con su nombre —porque ya me lo sé— y su historia, sus problemas y sus ilusiones.
Me asalta entonces una nueva crisis, ahora de entusiasmo. La tentación es dejar medio aparcados los contenidos de mis módulos socioeconómicos (con perdón, que así se llaman) y darles buenos consejos de cultura general y filosofía práctica. Explicarles con mis palabras o con las del poema “Fin de carrera” de Víctor Botas, que, aunque lo lógico es que de las aulas salgan preparados para la ganancia de un dinero, uno quisiera dejarles también con la mente bien despierta para las cosas que de verdad importan en la vida.
Pero soy funcionario. Debo vencerme y ceñirme a la programación y a los objetivos, que es para lo que me pagan. Lo hago sabiendo que no es del todo equitativo, pues los alumnos, a cambio de esos contenidos mínimos prescritos en un Decreto-Ley, me recuerdan que el sentido común —diga lo que diga el dichoso aforismo— es bastante común, y me inoculan esperanza, que falta me hace, y me animan a protestar, aquí mismo, en el periódico, o en otras partes, porque a gente así de buena se le presenten sólo modelos sociales utilitaristas y tristísimos.
Llegarán otras crisis, las navidades, los exámenes y los nervios del final de curso, como es natural, y tanto ellos como yo haremos lo que podamos, que será suficiente. Cuando se vayan, tan contentos, y yo me quede, melancólico, no seremos exactamente los mismos.
[Grupo Joly]
16 comentarios:
De todos sus artículos, los dedicados a la enseñanza, este es uno de los más bellos y serios. Le pido humildemente, sé que lo hará, que anteponga la sacrosanta vocación del profesor a la pulcra y honesta tarea del funcionario, ante usted hay hombres y mujeres jóvenes que tienen todo el derecho a crecer como personas.
Claro que en junio ya no serán los mismos, ni usted, ni los que le leemos...
El Derecho laboral
en manos de este García
ha de ser fina ambrosía,
privilegio sin igual.
De la cuestión salarial
hará debate muy vivo;
de la huelga, un hecho altivo...
Y doy por cosa segura
que hará gran Literatura
del convenio colectivo.
No te disgustes con lo de "este García", es que no lograba dar con rima consonante con Máiquez. Es un espléndido artículo. ESPINELETE
Siempre he admirado la abnegada entrega de los profesores, a los que tengo por santos laicos, como mínimo. En este mundo no hay nada más útil e imprescindible que un maestro.
"Hasta que al fin sonríen"
Pobrines, tanto pelo diferencial, tanto provocar y querer marcar distancias, y en cuanto sonríen, que no tardarán mucho, ya son tuyos. Hay que ver lo que une el humor.
Ya lo decía la famosa Oda de Schiller, que más que a la alegría yo creo que le cuadra al humor, esa chispa del cielo: ...su hechizo enlaza de nuevo lo que las modas separan tajantes...
Los alumnos distinguen siempre al verdadero profesor del funcionario. Seguro que saben que tienen suerte, y que no serán los mismos, que serán mejores.
Emociona y suscribo letra por letra lo que dice el primer comentario anónimo. Lo mismo le he pedido en el fondo de mi corazón a cada uno de los profesores de mis hijos, que les dejaran algo bueno, algo más que el temario. Es preciosa también la décima. Muchos elogios para todos.
Pues harías bien en salirte del temario, porque para lo que se aprende en los ciclos...
Y de lo de "salida profesional", nada. Todo mentira. Al terminar el ciclo ya puedes ir buscando algo que no tenga que ver con el título, que será lo que encuentres.
Siempre hay un profesor al que todos recordamos, dígame: ¿existe también ese alumno inolvidable del que acordarnos toda la vida?
No, esa alumna.
Está bien que tomes prestado el endecasílabo de Amalia: "que de verdad importan en la vida". Y aún mejor que no digas -como sí hace la Bautista- cuáles son esas cosas.
Muchas gracias a todos, incluso a la combativa Altea. Veo que Espinelete ha reventado el sistema décimal, pues creí yo que el 10 de su décima sobre Chesterfield era insuperable y, no, aquí tengo ésta, que me servirá de consuelo en mis horas bajas como profesor y de meta para los momentos de euforia. Sobre alumnos (o, ejem, alumnas) inolvidables, ¿cómo no recordar el poema de Gerardo Diego, titulado un brindis.
Y qué infalible olfato el de Beades, al que no se le escapa una (cita).
Buen artículo Enrique, me ha sorprendido mucho el melancolismo que parece ser que sientes cuando nos vamos (me incluyo), porque creí que para los profesores era quitarse un "peso de encima" o, mejor dicho, varios pesos de encima.
También decirte que, por lo menos para mí, el día que me vaya voy a echar de menos esas historietas propias, y muy de casa, que te cuentas entre "ley y norma".
En fin, se te agradece este artículo dedicado a los alumnos (tus alumnos espero).
Gran artículo, me uno al primer anónimo, bonito por esperanzador y bien escrito. Y serio. Revienta un poco los programas, no te cortes.
Hay que ver, Nacho, que me sacas un fallo en cada artículo y eso que, ejem, todavía no te he puesto la nota. A pesar de todo me ha hecho gracia lo que señalas porque en una primera versión decía que los profesores nos quedamos "aliviados y melancólicos". Era más exacto, como tú adivinas, pero demasiado complejo quizá para un artículo breve. A lo mejor en junio vuelvo sobre el tema...
Espinelete, la cosa tiene muy fácil arreglo:
El Derecho laboral,
en manos de este García-
Máiquez es fina ambrosía....
¿No?
Emotivísimo.
Saludos.
Enhorabuena, gran artículo.
Pues gracias, tú.
Publicar un comentario