De lo primero que me alegro es de que milagrosamente no hubiera víctimas en el atentado. Después de confirmarlo con rápidos SMSs, también me alegré mucho de que el objetivo terrorista fuese la Universidad de Navarra, mi querida antigua Universidad. Que los malos te distingan con su rabia y, más concretamente, los terroristas —tan primarios— con sus coches-bomba es una estruendosa prueba de que las cosas se están haciendo bien.No diré que es la única prueba ni la mejor porque existen el cariño de los buenos y el aprecio de los inteligentes, pero es una prueba muy rotunda. Alguno podría decirme: “Hombre, Máiquez, mejor que no nos pongan bombas”. Y yo replicaría: “Si es porque ETA está aplastada y todos sus miembros en la cárcel, por supuesto”.
Pero mientras repte, me honra que mi Universidad la provoque. Es como en el ejército, si me perdonan el símil. Todo militar se enorgullece de que su compañía está en primera línea de fuego, y no otra.
Decirlo en Cádiz es más fácil, claro, pero yo, desde mi puesto, hago lo que puedo y, aplicándome la doctrina O’Connor de que mi gran oportunidad para la santidad es que me hagan mártir, estoy convencido de que mucho mejor que morirme de una larga enfermedad o de un inútil accidente de tráfico, sería caer por Dios y/o por España en un atentado terrorista. Eso sí, por si me leen los muy cabrones, conste que prisa no tengo ninguna.