“Dormir es un sueño” escribí en Twitter hace unos días a las cinco de la mañana buscando un rinconcito donde llorar. Hoy, en cambio, he podido soñar un rato en la siesta. Un sueño —eso sí— angustioso: la mesa de cristal de mi despacho me había caído encima, aprisionándome, y sobre ella estaba la lámpara, en precario equilibrio. No sé por qué a eso de la lámpara le daba tanta importancia, quizá porque intentaba que al menos algo no se cayese, quizá por un simbolismo que se me escapa. Yo me retorcía y gritaba pidiendo ayuda: “¡Leonor, Leonor, Leonor…!”, fuerte, débil, dolorido, quejumbroso, enfadado... Pero todo era para nada. A lo lejos se oía a Leonor afanada en atender a Enrique, y a Carmen, sus risas y sus llantos —todo exige atención—. Y nada más. Me he despertado contento. Y no tanto por no tener encima el grueso cristal aplastante, sino por descubrir que al menos estoy por encima de mi subconsciente, egoísta, agobiado, llorón y celoso. Ha sido una inyección de moral para mi súper-yo. Un sueño reparador, que se dice.
domingo, 3 de julio de 2011
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2 comentarios:
Sabrosísima pipa esta, que uno, ni mucho menos por aquello del "mal de muchos, consuelo de tontos" saborea con verdadera solidaridad.
También debemos mejorar el subconsciente, he leído. Supongo que actuando enérgicamente sobre nuestra parte consciente.
Jilguero.
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