miércoles, 2 de abril de 2014

Inocencia


Le debo mucho a mis malos instintos. Tiendo a trasvasar mi rabia, por ejemplo. O sea, el famoso caso del cabrón que le pega una patada al perro al llegar a casa porque le ha ido mal en el trabajo o viceversa. Como me parece algo especialmente innoble, me reprimo, a medias con la voluntad, a medias con la inteligencia. Y por eso, porque debo estar alerta y necesito vigilarme tanto, termino viéndoles a todos los que se cruzan conmigo una maravillosa aura de inocencia, que es la que tienen. Nunca es suya la culpa de la rabia que guardo, constato asombrado, agradecido. Y para entonces ya he de reprimirme de nuevo, aunque ahora para que no se me salten las lágrimas de ternura y atenderles sin demasiadas metafísicas, escuchando lo que me cuentan, que es lo suyo. Y así vamos. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Ciertamente, estar alerta nos previene de reaccionar con lo peor de nosotros mismos. Don Quijote viene a consolarnos:los primeros movimientos no son en mano del hombre.
Jilguero.