domingo, 7 de agosto de 2016

Torcaz


Otra de las grandes ventajas de la inmovilidad —me felicité— es la naturelaza. Apartado de la reunión familiar (política), leía un cuento de Blixen a la sombra de plata ácida de un acebuche. A dos metros de mí, bajó una torcaz a beber agua en un charco. Era preciosa, grande, colorida. Estaba, de pelearse contra el levante, agotada y sedienta. Era emocionante ver el buche palpitando como un corazón del agua y su ojo negro, inmóvil, pero brillando más a medida que saciaba la sed. Se agachaba un poco más de lo normal, por rozar el agua, por estar más cerca del frescor. En éstas, llegó mi cuñado, armando bastante jaleo. A la paloma torcaz no le compensó huir y siguió bebiendo, y mi cuñado, con independencia de su acelere, la contempló y apreció la belleza de la estampa japonesa tanto como yo, el inmóvil. De paso, me dio una lección: hay que felicitarse menos uno mismo y celebrar sin más la belleza, que es lo que importa.


1 comentario:

Josefina dijo...

¡Excelente!