miércoles, 2 de septiembre de 2020

Belleza de ida y vuelta

 

Ver un matrimonio donde uno de los dos cónyuges es espectacularmente guapo y el otro, normal o feúcho, levanta automáticas sospechas janeaustenizadas. Lo bueno de conocernos todos es que muchas de esas sospechas se disuelven enseguida.

Ahora que, de la noche a la mañana, apenas hay veraneantes, volvemos a vernos más y mejor los aborígenes. Me cruzo con un chica (ya señora, algo más joven que yo) pampanantemente guapa (porque tiene una belleza de estatua griega, entre pámpanos y laureles). Lo curioso es que le tocó la lotería genética, pues su familia no lo es de guapos, sino de muy normales, como todos.

Y lo bonito viene ahora. Su marido no es guapo, sino que guarda una estricta simetría con el nivel de la familia de ella. Supongo que, si alguien que no los conoce se los encuentra, se extrañará y aventurará sus teorías novelescas. En realidad, el amor a los suyos le ha creado una cierta ceguera por su propia belleza o, al menos, una indiferencia sentimental absoluta. Que es preciosa.





1 comentario:

Juan Ignacio dijo...

Qué bueno esto porque quizás indague sobre el matiz janeausteniano del tema. Al momento frente a estas cosas mi reacciones eran limitadas. O bien pensaba en lo de la belleza interior, en lo cual creo, o si estaba malo recurría simplemente a la vulgar "ley del embudo: la más hermosa con el más bol..." bueno, bueno, no es muy fino, y nace generalmente de la envidia. Saludos,