martes, 8 de agosto de 2006

Reloj

Cuando andaba escribiendo mi primer libro, caí en la cuenta de que el reloj de pulsera es talmente una esposa que te encadena al mundo. Me puse muy contento con mi descubrimiento y estaba deseando tener ocasión de exponerlo al mundo en algún poema. No hubo ocasión. Luego me alegré porque la imagen me pareció manida y demasiado evidente. Ayer, sin embargo, me di cuenta de que en el desorden libertario del veraneo estaba dejando olvidado mi reloj en la mesilla sistemáticamente. Cuando fui a ponérmelo, algo dentro de mí se rebeló y recordé aquella idea juvenil. De pronto esa imagen conceptista se me hacía palpable con una intuición puramente poética. Ya no importa que no fuese original, porque es verdadera.
[Otra cosa es que ahora no me parece mal estar un poco esposado al mundo y que veo esta rebeldía anarcoide como una ineficiente debilidad mía. Pero de esto ya hablaremos otro día.]

8 comentarios:

Carlos RM dijo...

Bienaventurados los que pueden olvidar sus relojes, porque de ellos es el reino del verano.
[Comentario envidioso escrito en el trabajo...]

Jesús Beades dijo...

Mi reloj marcando la cuenta atrás, y tú hablando de esposas...

El verano se hace notar como un sacramental en hechos físicos de este tipo. Como ir en traje de baño, con esa relajación de no usar botones y cremalleras, sino elásticos, y colores de cortinglés que no llevaríamos nunca al trabajo. Las chanclas, el acostarse tarde, el helado de madrugada, la entrada en el blog a la 1:27 a.m... ¡Ay, playa, concepto lejano para mí!

E. G-Máiquez dijo...

La primera frase de Beades merece que se explique: el hombre se casa en octubre...

El comentario de CRM no requiere explicación sino que le acompañemos en el sentimiento.

Anónimo dijo...

Lo malo de vivir sin prestar atención a esa especie de grillete que es el reloj es que requiere la ayuda imprescindible de alguien que sí le preste atención. Chesterton fue uno de los afortunados. Sólo tuvo un reloj en su vida. Cuenta en su Autobiografía que cuando era joven, durante la guerra de los boers, se lo robó en un tumulto "un partidario de la política de Anexión". Ya no volvió a preocuparse por la hora de nada. Pero ¿qué habría sido de Chesterton sin su esposa Frances?

Corina Dávalos dijo...

A ver si este recuerdo estival se materializa en ese poema escurridizo que tienes pendiente. Mientras yo sigo esposada a la mesa de trabajo. Ánimo CRM, ya somos dos.

Buentes dijo...

Estoy empezando a preocuparme, yo que antes me veía muy bien sin reloj y sin depender de nadie, me estáis haciendo ver la gran paradoja: cuánto menos quieres depender de algo, más dependes de otra cosa...
EL CASO ES DEPENDER... empezaré a ponerme de nuevo el reloj, tal y como me dice mi madre...

Juan Ignacio dijo...

(...) recordé aquella idea juvenil. De pronto esa imagen conceptista se me hacía palpable con una intuición puramente poética. Ya no importa que no fuese original, porque es verdadera.

Qué bien lo dices. Me hubieran venido bien estas palabras para relatar ciertas experiencias recientes.

Disquisiones a posteriori: quizás no haya nada más "verdadero" que lo que tenga que ver con el "origen", por lo tanto tu idea sería verdadera y original a la vez.

Saludos.

Anónimo dijo...

Pues sí, pero la fidelidad a la esposa es una virtud, mientras que la infidelidad al reloj también es una virtud durante el tic-tac veraniego