viernes, 12 de abril de 2019

Bandidos familiares


En el retiro espiritual de anoche, nos interpeló el sacerdote: «¿Cuánto tiempo hace que no lloráis, vosotros, ya tan hombres, eh?» Tuve que reprimir la tentación de levantar la mano y decir: «¡Diez minutos!» Había dejado (con gran dolor, por cierto) la lectura de Una familia de bandidos de 1793, con los ojos arrasados en lágrimas por la suerte de los vendeanos, para ir, a contrapelo de mi sentimiento, al retiro, precisamente.




Aunque lo que me empujo a ir, paradójicamente, fue la novela que me retenía, donde tanto ardor se pone en el cumplimiento del deber. Y el día anterior, me llevó a misa. La marquesa, viendo que todos hacen tantas fiestas al encuentro del joven conde con el rey, les recuerda que Cristo Rey está todos los días en la Sagrada Hostia y que nos hacemos los remolones. Salté de un brinco. Los guiños de la Providencia son magistrales, porque yo también ando muy excitado con mi próximo encuentro monárquico.





Ahora, para rebajar el tono contrarrevolucionario, una observación literaria. Cuántos caballos salen en esta novela autobiográfica o autobiografía novelada, y con qué tino se habla de ellos. Aunque sólo fuese por eso, ya se sabe (saborea) que es verdad lo que nos cuenta María de Saint-Hérmine. Ojalá un ensayito de un experto jinete sobre «Equitación y Una familia de bandidos». 





Un detalle entre muchos. Genoveva ha salido a esperar de la llegada de Arturo, su marido. Éste, a lo lejos, no la reconoce bajo su ancho sombrero de campensina, pero inmediatamente a su yegua, claro, y alborozado pica espuelas deseando encontrarse con su mujer.

Es un detalle, pero bien real. Me ha recordado, salvando las distancias, cuando el corazón me da un vuelco por la carretera cuando reconozco el coche de Leonor, que casi siempre es, y a veces no.






2 comentarios:

Fátima Rodríguez dijo...

Hermoso desde todo punto de mira.

josemaria dijo...

Este libro promete. solo hay que leer el "prólogo" que la autora escribe a sus nietos.