martes, 30 de abril de 2019

Es un auto feo


Hace diez años, la abuela de Leonor, que siempre me distinguió con su cariño, me dijo que mejor no la recogiese yo para ir a una boda, que ya iba en el coche con otro (con un coche mucho mejor). Me picó un poco.

Ayer, Carmencita me dijo que si podía aparcar mi coche (el mismo) dos calles más allá, el día de su primera comunión. «Es que está muy viejito». Como es mi niña, está vez no me piqué. Lo vi como una prueba irrefutable de buen gusto, de noble afán de excelencia y, sobre todo, de ganas de que en su primera comunión todo sea reluciente y espectacular.


lunes, 29 de abril de 2019

Lo importante


Llego al IES de buena mañana e identifico en un pasillo uno de los profesores con los que puedo hablar con complicidad de nuestro voto, que está hablando con otros dos amigos que no son nada cómplices, pero nos lo perdonan. Me acerco dispuesto a soportar un poco de sal en mis heridas, que me echarán éstos.

Nada más llegar veo que no. El cómplice habla con gran amargura del susto enorme de salud que se ha llevado con un hijo, que estuvo a riesgo de muerte. No era el momento de hablar de Ortega Smith, obviamente. 

Como sabemos que la historia acaba bien, veo de reojo que los saladores están deseando dejar de hablar del drama, para reírse un poco de mí. Aunque todos entendemos que el padre no quiera hablar de otra cosa y que la política le importe muy poco. Pienso que, en efecto, la política tiene mucha menor importancia que los asuntos graves de la vida y la muerte, pero, a la vez, que es mucho más fácil, por su propia naturaleza, encontrar en la política un ámbito común de interés de media intensidad. Hago esa reflexión con cierta mala conciencia.

Por suerte, cuando ya va terminando su crónica, nos cuenta el padre que su preadolescente el domingo por la noche estaba muy indignado con los resultados electorales y jurando en arameo y que él lo oía con lágrimas en los ojos de alegría, aunque políticamente jodido, porque su hijo estaba tan enfadado, gracias a Dios, lo que era un signo de recuperación.

Con un suspiro de alivio general, volvimos entonces a la política.


viernes, 26 de abril de 2019

La Providencia me dice «Psch, psch»


Sé que, aprovechando que cada vez quedamos menos en la intimidad del blogg (O we few, we happy few, we band of brothers), estáis deseando que os cuente mi almuerzo en el Palacio Real y yo estoy deseando contároslo. Pero quiero hacerlo bien y tan concentrado que, si me pongo, se me va a olvidar lo que me acaba de pasar. Y es alucinante.

Estoy leyendo The Year of Our Lord 1943 de Alan Jacobs, que os recomendaré encarecidamente en Nueva Revista el lunes o el martes. Con gran entusiasmo lo leo, pero con gran lentitud, por su profundidad y por su importancia y por mi mala cabeza. Suena el timbre. Vaya. Es un libro. Vaya. Lo abro. No lo había pedido. Vaya. Más lecturas para mi agobiado horario, vaya.

Encima, tengo que luchar contra el mono de entrar continuamente en Twitter, en Facebook, en la página del diario, en Whatsapp, etc. Como me he levantado para coger el paquete, ya entro en todo el paquete de mis redes sociales. Media hora perdida más tarde, con esfuerzo, me despego de las pantallas. He decidido tratármelo como una adicción. Y cuando retomo la lectura lo primero que me encuentro, ¡lo primero!, es una crítica devastadora y lúcida de Auden a... ¡Bryant Conant!... y, precisamente, por la prioridad que da a la tecnología sobre el humanismo y la poesía. Parece que no me voy a tener que leer este tocho, suspiro.




Me concentro, agradecido y voluntarioso, en Jacobs, que hace un alegato final contra la tecnología. Yo recuerdo aquello que me parecía tan exagerado de John Senior de darle un martillazo a la pantalla de la televisión, pero ahora (por un instinto de supervivencia intelectual) me lo parece cada vez menos. Jacobs, además, hablaba todavía de la tecnología general, sin entrar en logoritmos ni redes, que se le escapan y que llevan al paroxismo sus advertencias. Acabo el libro.

Voy corriendo con el mono a abrir mi móvil, y lo primero que me encuentro es este tuit:





Que me recuerda que el testigo de Jacobs lo coge perfectamente Hadjadj. Se me había olvidado, ay (prologuista desastroso), y cómo redondea el francés el argumento. 

Estas asombrosas casualidades, como si la Providencia estuviese leyendo sobre mi hombro, y diciendo: «Psch, psch», me pasan constantemente, pero hoy he corrido a apuntarlas.



martes, 23 de abril de 2019

Lara Cantizani


La presentación ayer del libro de Manolo Lara Cantizani fue de todo: íntima, lírica, emocionante y, sobre todo, graciosa. Qué tío. Con su tumor cerebral consiguió hablarnos de poesía y hacernos reír, como propone este haiku que escribió cinco minutos antes de entrar al quirófano:

Amor y humor
contra todo lo peor.
Vuelvo en un rato.

Se despertó de la anestesia dictando haikus, que la enfermera apuntó y le pegó con esparadrapos para que no se le perdieran. El cirujano, cuando fue a verlo, gritó: "Qué te ha pasado en el brazo". "Nada, son haikus".

También nos contó que ya no hace deporte, y que se dedica a ir por España vendiendo su libro de haikus cuyos beneficios dona a la investigación contra el cáncer. Ahora es culturista: hace turismo con la poesía por bandera. Ni en su libro ni en sus palabras una queja. Apenas, en ciento y pico páginas, un guiño japonés:

A la ventana,
llegan palomas blancas. 
(Bueno, son grises.)

Nos reímos especialmente con las confusiones que produce su sabia costumbre de firmar con sus dos apellidos. Carmen Calvo le escribió: "Querida amiga, cómo se nota la mano femenina en tus libros". Le invitaron a leer poemas un ocho de marzo y cuando le vieron aparecer con barba se llevaron un susto. Le preguntaron, aún indecisos: "Pero, ¿tú eres un hombre, no?" Por suerte, entonces, llevaba el pelo muy largo, y, además, siempre ha escrito poemas a las mujeres, de las que es firme partidario, y que leyó entonces.

Lara Cantizani, amante de los haikus, es demasiado grande para ser él otro haiku. Es una sextina.

lunes, 22 de abril de 2019

Minimalismo máximo


Justo ayer hablábamos de minimalismo y me encuentro hoy en la lectura del Evangelio del día un ejemplo máximo.

Las mujeres se encuentran a Cristo resucitado y éste les dice: «Alegraos». Ea, ni una explicación ni una anécdota ni una broma de humor negro ni una recriminación ni una referencia a la Pasión o a las profecías. Es un buen ejercicio pensar en la de cosas que nos pondríamos a contar nosotros en el caso de una resurrección. A Jesús le basta con dar un brochazo de luz: «Alegraos».


Luego se ve en la obligación de decirles: «No temáis», no fuese la impresión a imponerse a la dicha, pero no deja de ser una defensa de su minimalismo. Y luego, para tranquilizarlas más, les pone un encargo, que eso ayuda mucho a centrarse.

Pero no pueden ahorrarse más las palabras, aunque para Él, que es la Palabra, y en esa circunstancia, es más fácil.




domingo, 21 de abril de 2019

Menos para más


No hablaré de minimalismo para no cogerle los dedos críticos, pero de la poesía más pequeña, en voz baja, más desnuda me interesa todo lo contrario: su posibilidad de absoluto y de abarcarlo todo. Reducir los medios para llegar a fines reducidos es simple redundancia. La clave es el contraste. El mundo en el gran de arena, la hoja de hierba y la realidad o el trozo de pan incluso y la Divinidad. A esa comunión entre el menos y el más apuntan dos poemas de dos poetas estupendos en sus dos libros más recientes.

Juan Marqués, en El cuarto de estar (Pre-Textos, 2019):

DICKENSONIANA

En la naturaleza
la mirada descansa,
como quien vuelve a casa.

Para limpiar los ojos,
basta un árbol;

para saber volar,
es suficiente un pájaro.


Y Antonio Manilla en Suavemente ribera (Visor, 2019)

CLARABOYA

La luna que ilumina las montañas
con esta luz de otoño
y todo lo hay más allá de ellas:
el verdor de otros valles y el agua de los ríos
cuyos nombres ignoro, poblados y ciudades,
cielos desconocidos,
innumerables gentes
y, al fin, el mar que invita a los viajes.

Los anchos horizontes del desván
a través de un pequeño ventanuco:
el universo entero cabe en ellos.

viernes, 19 de abril de 2019

Hacer un Adán


Decidimos no ir a los oficios en los Jesuitas, donde va el todo el Puerto, e ir al convento de las capuchinas. Amparados en la circunstancia y en el carisma de la orden (Ángel dixit), me eché una chaqueta por encima y ya, sin corbata ni nada. Fueron unos oficios emocionantes, muy íntimos.

A la salida estaban unos  íntimos, precisamente, que viven en Madrid. Qué alegría saludarlos. Ambos hermanos muy bien puestos. Como son amigos y dos y tres años mayores que yo en el cole, se metieron directamente con mi ropa, sin miramientos: «Te estás volviendo un rojo». Me puse rojo de vergüenza. Y les expliqué que como eran unos oficios casi clandestinos... Me dijeron, rápidos y certeros, que por quién me arreglaba yo, eh, si por Jesús o por la alta sociedad. Tan acorralado me sentí que incurrí no en el primero de los pecados, pero sí en el segundo: hice un Adán. Señalé a mi mujer, que es su pariente, además, y dije: «Ella me dijo que no me arreglase».

Nada más perpetrar esa frase, cruzó por mi mente el ángel con la espada flamígera. Había cometido la falta menos caballerosa de la Historia Universal. Me volví rojo como un tomate. Menos mal que la confesión y la expresión «acabo de marcarme un Adán» les hizo gracia a todos. 

Hoy he ido impecable.


jueves, 18 de abril de 2019

Ante la rosa


Leo de nuevo Mi planta de naranja lima. Mis hijos me piden que lea en alto y, asombrados de que esta vez sea la historia de un niño, se arraciman a mí lado. Muy bien. Pero llego a la parte de la flor para la profesora y la galleta, y empiezo a llorar. Los niños, pasmados, me tocan las lágrimas con las yemitas de los dedos y les hace gracia mi nariz colorada.  Recuerdo al sacerdote que preguntaba cuánto hacía que uno no lloraba y me río, entre lágrimas. Pero para mis hijos tengo un recuerdo mejor, para que no confundan las lágrimas con una debilidad cuando son una delicadeza. Es esa copla argentina:

Mi caballo es andaluz,
de los que trajo Mendoza,
que no tiene miedo al tigre,
pero tiembla ante la rosa.

Les convence. Que siga leyendo, pues. Pero empiezo a no poder por el nudo en la garganta. Se ofrecen a ir leyendo ellos a páginas sucesivas y así pasamos el duro trance de ese capítulo.

Cuando llega su madre, se lo cuentan enseguida. Han visto a papá llorar, que no lo habían visto nunca, dicen. Cuando Leonor se alarma, enseguida, la calman. No, no, ha sido, naturalmente, ante la rosa.


miércoles, 17 de abril de 2019

Jibia


Paseando por la playa de Zahara, mis hijos fueron recogiendo huesos de jibia o esqueletos de choco o lo que los más figurativos llaman barcas de sepia. Eso era muy propio ponérselo a los canarios antiguos en la jaula, si me perdonan la memoria histórica.

Carmen y Quique estaban emocionados porque los había grandísimos, como de chocos de Julio Verne, y corrían de arriba abajo, adelante y atrás. 

Tanta emoción se pagó y, a la vuelta, Carmen me dio todos sus tesoros, y me cogió la mano, mientras que Quique, todavía más cargado, se iba quedando atrás y atrás. También es cierto que Quique no necesita ir muy cargado para irse quedando atrás en los paseos. Lo que hizo que mi cuñado dictaminase: «Quique los tiene de plomo». No sé si algún lector no andaluz necesita que le explique qué quiere decir esa expresión o qué, concretamente, tenía de plomo mi hijo.

A Carmen sí se lo tendría que haber explicado. Dijo, deduciendo que lo que tenía de plomo su hermano eran sus siete u ocho esqueletos de choco: «¡Los míos me los lleva papá!» Por supuesto, no le expliqué nada a la niña, porque son cosas que no se detallan a una señorita; y también --lo reconozco-- porque para un irremediable heteropatriarcal como yo, ser el portador de los plomos de la niña que llevaba de la mano me pareció, si me perdonan la ordinariez, una preciosidad y, sobre todo, una responsabilidad de la que no quiero descargarme.




domingo, 14 de abril de 2019

Epitafios



Mi amor por las palabras definitivas me hace estar muy pendiente de los epitafios, esperanzado. Hace poco me escribí uno solemne y quijotesco:

No hubo batalla que no diera 
aunque la mayoría las perdiera.

Sigo pensando que me puede valer, si la vida me da para ganar alguna batalla al menos, por amarrar esa minoría que se presupone tan optimistamente. Pero en el libro de José Alcáraz he hallado este epitafio: «Así está bien», que me encanta en su estoicismo iluminado por dentro, resignación y signatura.

He pensado que a mí no me valdría, porque siempre me falta tiempo, como en los exámenes de la carrera. ¿Qué tal este?


No me ha dado tiempo...
(En la eternidad 
espero tenerlo).

sábado, 13 de abril de 2019

Quintana y yo


Esta estupenda crítica de Cavalcanti el Nuevo, que acierta hasta en el carboncillo, me recordó una reciente anécdota que servirá para ilustrar hasta qué punto siento míos los poemas de Mario  [él escribía su nombre sin acento] Quintana.

Me encontré con una antigua (aunque ella siga estando muy joven) novia y su  marido. Me contaron que estaban estudiando portugués, les conté que estaba traduciendo portugués y, una cosa por la otra, me comprometí a mandarles el libro en cuanto que saliese. 

Y estaba dispuesto a cumplir la promesa, como todas. Hasta que, con el libro en las manos, caí en la existencia de este poema, que no le iba a hacer ninguna gracia al marido; ni a ella, ni a mí, ni a mi mujer, pero que es un poema como un templo:




«¿Qué hacer, qué hacer?», estuve preguntándome durante dos o tres semanas. Al final les mandé el libro, con la esperanza fundada de que no lo leerían o de que pasarían por encima de este poema, preocupados (estudiantes de portugués, al fin y al cabo) por algún arduo problema de traducción exacta de un matiz difícil. 



viernes, 12 de abril de 2019

Bandidos familiares


En el retiro espiritual de anoche, nos interpeló el sacerdote: «¿Cuánto tiempo hace que no lloráis, vosotros, ya tan hombres, eh?» Tuve que reprimir la tentación de levantar la mano y decir: «¡Diez minutos!» Había dejado (con gran dolor, por cierto) la lectura de Una familia de bandidos de 1793, con los ojos arrasados en lágrimas por la suerte de los vendeanos, para ir, a contrapelo de mi sentimiento, al retiro, precisamente.




Aunque lo que me empujo a ir, paradójicamente, fue la novela que me retenía, donde tanto ardor se pone en el cumplimiento del deber. Y el día anterior, me llevó a misa. La marquesa, viendo que todos hacen tantas fiestas al encuentro del joven conde con el rey, les recuerda que Cristo Rey está todos los días en la Sagrada Hostia y que nos hacemos los remolones. Salté de un brinco. Los guiños de la Providencia son magistrales, porque yo también ando muy excitado con mi próximo encuentro monárquico.





Ahora, para rebajar el tono contrarrevolucionario, una observación literaria. Cuántos caballos salen en esta novela autobiográfica o autobiografía novelada, y con qué tino se habla de ellos. Aunque sólo fuese por eso, ya se sabe (saborea) que es verdad lo que nos cuenta María de Saint-Hérmine. Ojalá un ensayito de un experto jinete sobre «Equitación y Una familia de bandidos». 





Un detalle entre muchos. Genoveva ha salido a esperar de la llegada de Arturo, su marido. Éste, a lo lejos, no la reconoce bajo su ancho sombrero de campensina, pero inmediatamente a su yegua, claro, y alborozado pica espuelas deseando encontrarse con su mujer.

Es un detalle, pero bien real. Me ha recordado, salvando las distancias, cuando el corazón me da un vuelco por la carretera cuando reconozco el coche de Leonor, que casi siempre es, y a veces no.






lunes, 8 de abril de 2019

Alegría


Carmen está mala, no ha ido al cole.

Cada mañana, temprano, cuando se levantan, Enrique viene corriendo a rezar conmigo y Carmen remolonea. Yo me temía que era poco piadosa y me daba pena.

Sin embargo, esta mañana, como pasó tan mala noche, ha tenido un despertar mariano, a las 12, hora del Ángelus. Ha amanecido radiante, descansada. Lo primero que ha hecho, como su hermano a las siete menos cuarto, ha sido venir corriendoa mi mesa para rezar:


Bendita sea la luz 
y la Santa Veracruz, 

etc.

He caído en la cuenta de que no es falta de piedad, sino sobra de sueño, como, por otra parte, me pasa a mí por las mañanas. He dicho un «amén» gozoso, que ha sonado a Aleluya.

Qué bien que se pusiese mala.

* * *

Mientras yo corregía los poemas de mi próximo libro, ella los leía, su barbilla apoyada sobre mi hombro. Con voz triste me ha dicho: "No rima casi ninguno; vas a tener que empezar de nuevo".

* * *

A la hora de comer, se ha sentado muy contenta con su madre y conmigo. Había lentejas y mis hijos, que consideran que la poesía, sobre todo si rima, es sagrada, han hecho un conjuro de "Lentejas / si quieres las tomas / y si no las dejas". Es el único plato, por tanto, del que no podemos obligarles a tomar ni dos cucharadas. "Lo dice el poema", alegan y yo, encantado de ese poderío poético, doy mi brazo a torcer. Su madre tuerce la cara. Pero hoy Leonor estaba inspirada y a contestados: "Lentejas,/ si quieres las tomas / y si no... te las meto por las orejas". Carmen ha comprendido que se había quedado sin argumentos.

* * * 


domingo, 7 de abril de 2019

Claro está




No busques el momento. La Poesía 
cuanto peor estás, mejor se escribe. 
Presumida, le encanta dejar claro 
que ella es imposible.



jueves, 4 de abril de 2019

Al sol


Leo al sol, con el sol de espalda,  con gafas de sol para que no me deslumbre el reflejo en la página, con un viento fresco de cara. No me duele nada. No me agobia nada. No miro el reloj. No miro el móvil. Me encanta lo que leo. Me apasiona. Leo con todo el cuerpo, incluso con los pelos (de la cabeza) de punta, por el viento estremecidos, por la emoción también. Cuando cierro el libro me pregunto, escéptico repentino, si no me habrá gustado tanto por la placentera coyuntura. Recuerdo, justo a tiempo, mientras me resisto a abandonar el sol, que siempre he defendido que a los poetas hay que juzgarlos por su mejor poema. Quizá debamos hacer lo mismo con las lecturas: considerar que la inmejorable es la buena. La calidad de un libro es la que refleja en la mejor de las circunstancias, a pleno sol.


lunes, 1 de abril de 2019

Frenazo

Lo máximo de un poema es cuando te hace hacer algo. Te empuja. Hoy unos versos de Antonio Manilla en Suavemente ribera (Visor, 2019) me han hecho dar un repentino frenazo, aparcar el coche apresuradamente y pasearme entre las tumbas. He visitado a mi madre y a mis abuelos en el cementerio. 

Ayer le había leído a Manilla:


Aguarda, caminante,
y piensa en el viajero de mañana
que ha de pasar junto a tu tumba un día
que espero muy remoto:


querrás que se detenga y haga un alto,
comparta su calor contigo, diga
tal vez unas palabras
que te acerquen la vida que hay ahí fuera.


Si no por mí, desconocido al cabo,
ten compasión de ti.

Claro que en mi caso, no se trataba de desconocidos, ni mucho menos. Son ellos, además, los que han tenido compasión de mí.


domingo, 31 de marzo de 2019

Juan 4, 40-42



Siempre funciona abrir el evangelio al azar y ver que quiere Dios decirte, aunque el azar y Dios son agua y aceite o, mejor dicho, precisamente por eso. Pero incluso dejando de lado el providencialismo, eso funciona porque el Evangelio siempre tiene algo que decirte, en cada línea.

A veces, con todo, asombra. Llego a hacer un curso de retiro de un fin de semana breve. Un poco escéptico sobre mis posibilidades reales de cambio interior. Abro el Evangelio para empezar a hablar. Y, pum, el pasaje en que los samaritanos piden a Jesús que se quede con ellos, y se quedó dos días. DOS DÍAS. Y se convirtieron muchos y le decían a la samaritana que ya no era por su palabra, sino por lo que habían visto y vivido.

Más allá del retiro, una lección para valorar dos días, que pueden ser una vida.


sábado, 30 de marzo de 2019

Flores



No hay habitaciones suficientes en el curso de retiro espiritual que estoy haciendo, y me proponen compartir una. Lo siento por mis noches de lectura, pero, como soy un buen y silencioso, si no bello, durmiente, digo que sí. Cuando llamo a Leonor, se lo cuento. Oigo un silencio hondo al otro lado de las ondas. Pregunto. “Es que un poco sí roncas”. Ah, eh, oh. Han pasado 19 años de matrimonio y me entero ahora y de rebote, por sorpresa. Por supuesto, respeto a los que prefieren que les regalen cosas o que les digan “cariño” constantemente, pero yo, como estas flores silenciosas, no veo otra prueba de amor más romántica y graciosa.



viernes, 29 de marzo de 2019

Pereza como método de trabajo


No llego, no llego a entregar un trabajo. Llamo a la redacción a decir que me vence el plazo que vence y me dan sólo tres días más. Buenos son. Lo curioso es que el primer día de prórroga lo dedico a no hacer nada. ¿Paradoja? ¿Incoherencia? ¿Irresponsabilidad? Yo diría (aunque aquí soy juez y parte) que no. Se trata de que lo más me faltaba para entregar mi trabajo era pereza.

Esto es tiempo, reflexión con el subconsciente, distancia.


jueves, 28 de marzo de 2019

Bata


Cruzo por un barrio popular a media mañana. Al volver una esquina casi me doy de bruces con una señora que está en pijama, con una bata cruzada y en zapatillas. Pido disculpas y, cuando miro, es una chica de unos treinta años, muy guapa y sonriente. La desproporción entre su descuido indumentario y su brillo personal me deja felizmente descolocado. Por supuesto, se puede hacer sociología o imaginar que si sale a cenar con su marido ya se arreglará más o lo que sea. Pero yo me quedo en que todos tenemos que dar esa desproporción vistos a la distancia justa o por el lado interior. No vamos, no, a la altura de nuestra dignidad de hombres ni a nuestro valor espiritual. Quien más, quien menos, va en bata y zapatillas por la calle.


domingo, 24 de marzo de 2019

Microhumillaciones y moralejas


Escribí un artículo que era un elogio de las microhumillaciones. Una amiga me preguntó enseguida que quién me había microhumillado a mí, eh, que tendría que vérselas con ella. Y entonces caí en que el mejor elogio del artículo era que no recordaba en absoluto qué lo había motivado.

Era un artículo que se me quedó atrás y que tuve que recuperar en el último momento porque el que tenía escrito para ese día, por una carambola mediática, podría entenderse al contrario de cómo yo lo había pensado. Ahora he deducido que no lo mandé en su momento quizá porque estaba muy fresca la herida y quién sabe si incluso mi microhumillador o microhumilladora podría atar cabos. No me acuerdo de nada en absoluto y eso merece un aplauso. 

Es la mejor moraleja de mi artículo moralista: justo la que no digo ni siquiera sabía, lo que no deja de ser, oh, otra moraleja más.

viernes, 22 de marzo de 2019

Espejo oscuro


Mi cara se refleja en el ordenador mientras escribo, espejo oscuro. Quizá un de los problemas de la literatura actual sea que se escribe sobre el reflejo desvaído del propio rostro. ¿Cómo no pecar así de sentimentalismo egocéntrico, de subjetivismo desmadrado? Me encantaría escribir una tesis sobre el particular, pero me quedaré con la hipótesis porque tenía que escribir otras cosas. Cogí el espejo y lo eché al suelo, a reflejar mis pies.

Volví a escribir a mano. Tanto como se ha escrito sobre el papel en blanco y todavía nadie le había agradecido que no fuese reflejante.





jueves, 21 de marzo de 2019

Poesía & Síndrome de Down & viceversa


Qué regalo que el Día Mundial de la Poesía coincida con el Día Mundial del Síndrome de Down. Es perfecto por lo conceptual y por lo sentimental. Hasta mi alergia a estos días mundiales la cura la bendita confluencia.

Para celebrarlo, aunque es bien duro y puede herir las sensibilidades más sensibles, este poema de José Luis de la Cuesta:


PARA MONGO 

Sueñas en tu plácido escondite 
con un sol, con un mar, 
una tormenta, 
porque laten en tu sangre. 
Sueñas con el país extraño 
al que pronto llegarás.  

Amniocentesis 
es el nombre del delator, 
del agente que gritará en la frontera: 
«¡Esa mujer lleva un tonto escondido!»  

Porque eres una amenaza, Mongo, 
eres Orestes a una noche de Micenas, 
eres William Munny delirando 
a dos millas de Big Whiskey.  

Oh, Mongo, Mongo, 
lloro por los torpes eufemismos 
que ya no te aplicará tu profesora, 
por los niños que no te mirarán con asombro, 
por las niñas a las que no perseguirás, 
por esa cinta elástica que ya nunca 
ceñirá las enésimas gafas de colores 
a tu alocada cabeza. 

Jose Luis de la Cuesta, Cosas que me has contado (Los papeles del sitio, 2015).

martes, 19 de marzo de 2019

regalo


Quique me ha traído, como su hermana, los clásicos dibujos y manualidades para el día del padre. Se ha ido corriendo a merendar, que hay cosas sagradas. Luego ha vuelto como un rayo y se ha puesto a hacer la tarea, sin que yo le dijese nada, y la ha terminado en un periquete.

Cuando he demostrado mi sorpresa, me ha dicho que era por el día del padre.

Cuando he demostrado mi súper sorpresa, me ha dicho que ayer había hecho los ejercicios más difíciles, para dejarse hoy los más fáciles y hacerlo todo así de rápido.

Cuando he demostrado mi extra sorpresa, me ha contado que se le ocurrió ayer en el autobús y que ha estado dos días planificándolo con todo detalle.

Los dibujitos y eso estaban bien, pero a ver quién supera esto.


domingo, 10 de marzo de 2019

C-y-r-a-n-o, C-y-r-a-n-o


Hemos vivido un momento freudiano en la cena, más concretamente, de la sección «Matar al padre». Hacía media hora había tenido que reñir a Quique, y ahora parecía que estaba todo olvidado.

En la cena, Quique ha empezado a comentar lo grande que era mi nariz. Con gran habilidad de metáforas e imágenes. Yo, que le veía las intenciones quizá subconscientes, no he podido más que recordar a Cyrano de Bergerac. Él ha seguido. Cuando recordaba grandes narices de nuestra familia, él contratacaba. Yo no había visto, aunque risueña, tanta furia.

Y así estábamos hasta que ha soltado: «Pareces el Villano de Bergarás ése». Ese lapsus lingue me ha parecido ya demasiado Freud para una cena de una familia decente. He desenvainado mi acero.


jueves, 7 de marzo de 2019

Difunto


Hace una semana fui a misa a mi antiguo colegio antes de ir al instituto. Me dolía bastante el pecho. Cuando entré en la capilla estaba llena de alumnos, de profesores, de personal auxiliar y hasta de personas de fuera. Habían tenido que abrir las puertas correderas del fondo y poner sillas en el comedor. Allí me senté yo. A través de la lejana megafonía me enteré de que la misa la ofrecían por Pedro y me temí lo peor, pensando en algún alumno recientemente fallecido en algún accidente. Me uní a las preces a pesar del dolor creciente en el pecho.

A la salida, no me quedé a saludar a nadie, porque había decidido ir a Urgencias. Resultó que tenía arritmia:



Tenía que haber ido antes, y tal, y tendría que volver por la tarde al cardiólogo. Ahora tengo que tomar menos cafés, y pasear más. Ya está.

Hoy he vuelto a misa a mi viejo colegio y he preguntado por Pedro. Me han dicho que era don Pedro, un profesor que lo fue mío desde siempre, que era amable y severo y del que guardo un gran cariño.

Pero me ha encantado mi confusión con un alumno, no sólo por la emoción a flor de piel que se respiraba en la misa, sino también porque he pensado que, en efecto, ante la muerte, uno siempre es un alumno, un niño.


martes, 5 de marzo de 2019

De vuelta


Que haya vuelto Adaldrida a su blog, tras años, es estupendo. No porque los blogs sigan de moda, que es todo lo contrario, sino porque siguen, que es mucho más importante. Y por la razón exacta de Rocío: «Éste es mi lugar».

La paz que se encuentra en los blogs falta en las redes sociales. Entrar en ellos es volver a casa. Y no sólo a la de uno en el de uno, sino a la de uno en los blogs de los vecinos. Esta reseña de Pablo Velasco, a Dickens, ha alegrado mi mañana.

Y esto de Dickens que él barberiza me ha regalado la primera carcajada del día: "... el amigo inseparable del señor Stryver, y con lo que bebían juntos desde el día de San Hilario hasta el día de San Miguel se habría podido poner a flote un navío de tres puentes".

sábado, 2 de marzo de 2019

Una de intrahistoria


No es que este escribiendo muy poco en el blogg, sino que publico las entradas del blogg por ahí, donde me vencen plazos sin piedad. A partir de ahora, lo del blogg que saque a pasear lo traeré después a casa. Como este artículo de hoy:



Una de intrahistoria
Estaba viendo el proceso al procés en directo, envidiando especialmente a los enviados especiales que, haciendo lo que yo hacía por gusto, se sacaban un sueldo. Así estaba cuando llego mi mujer para descubrir, con cierto asombro, tal vez fingido, que me había olvidado de sacar la basura, de recoger la cocina y de poner la olla con los avíos para el puchero. Alegué la trascendencia constitucional del momento, pero me redujo al orden con la machacona contundencia del juez Marchena.
También había olvidado, ahora que ella me lo recordaba, hacer la compra, así que tuve que salir de prisa y corriendo. Mi hija se apiadó de mí, y me acompañaba. Fuimos en vespa. Yo, un poco cabizbajo por una triada de motivos: el disgusto que le había dado a mi mujer, el juicio que había dejado en el instante más jugoso y la pereza que siempre da ir a la compra.
En eso, encontramos a una amiga que estaba paseando a sus hijos, cuatro. Nos paramos a saludarla (y a darle ánimos). Enseguida empezó a decir que qué maravilloso plan, un paseo en vespa, padre e hija, con el buen día que hacía, el primero esplendoroso de la pre primavera. Entonces, mi hija y yo, que íbamos pensando en la compra urgente, levantamos la mirada y era cierto: la primavera, el sol, las flores, la brisa y, sobre todo, ella conmigo y yendo en mi vieja vespa, que suena a juventud, divino tesoro. Cuánta razón tenía mi amiga, y qué buena había sido mi mujer obligándonos a coger la carretera de inmediato y a no perdernos tanta maravilla.
Retomamos el camino con otro espíritu. Pasa con llamativa frecuencia. Visto uno desde fuera es mucho más feliz que si se deja apabullar por las circunstancias y reconcomer por las minucias. El secreto de la felicidad es el don de la ubicuidad. Ser capaz de irse de uno mismo para mirarse desde fuera. Los ojos de una amiga de excelente humor ayudan mucho, pero no son un requisito imprescindible. Mi hija se agarró (abriendo mucho los brazos) a mi cintura y apoyó su cabecita en mi espalda.
Hicimos la compra rápido y bien, pero volvimos dando un pequeño rodeo porque había que aprovechar el día. Llegamos a casa y me di cuenta de que no tenía nada que envidiar a los enviados, aunque su trabajo sea tan interesante y pinturero. Puede que ellos, pobres, estuviesen añorando a su hija, los encargos domésticos y la vespa. Mi mujer nos recibió con los brazos abiertos y hasta nos dijo: «Qué bien. Sois un encanto».

martes, 26 de febrero de 2019

Cano


Estoy muy impresionado por la entrevista a José María Cano: Aunque hay otras cosas estupendas, para mi uso personal me he recortado éstas:

Cuando haces lo que debes, y lo que debes hacer es incómodo, el destino es lo único que se pone de tu lado.
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Tener deseos es sentarse encima de la vida. Tener miedo es sentarse debajo.
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bienquedismo politicorrecto
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Sigo siendo un iluso contumaz aunque lo enmascare con perseverancia.
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Haciendo lo que toca, ni el torpe se equivoca.
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Yo mismo, que voy ya cerrando muchos balances, me pregunto si la excitación que las vanguardias me suscitaron en mi juventud, era legítima o mera pedantería.
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[como pintor] Trabajo buscando el margen entre lo real y lo verdadero. [...] En lo semántico, entendemos por verdad la incuestionable realidad. Pero a la hora de la verdad, valga la redundancia, la verdad es algo bien diferente. Tiene vida propia. [luego habla del relato, y no es talmente eso, es esa vida de la verdad, tan bien vista por Ramón Gaya]
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Mi manager me decía que le llamaba la atención cómo anteponía la prioridad, valga la redundancia.
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RL-RA=PL. Relato menos realidad igual a política.
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El que es culto por necesidad lo es mucho, mientras que el pedante va siempre gastando por encima de su presupuesto.
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La paciencia es valentía, elegancia y constancia a partes iguales. Tiene aspecto de ser un medio pero le gusta ser tratada como un fin. La paciencia trae consigo el más preciado de los dones: más paciencia.
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De pronto, la carrera sigue.


lunes, 18 de febrero de 2019

Cansancio y humor


Para el buscador y degustador del sentido del humor de Cristo, la lectura de hoy (Marcos 8,11-13) sería algo así como el grado cero de su sentido el humor:

Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo para tentarlo. Suspirando desde lo más íntimo dijo: «¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará señal alguna» Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se fue a la otra orilla.

Parece que esta vez Jesús no está para bromas. Ese suspiro desde lo más íntimo demuestra un desaliento total, como el consecuente marcharse dejándoles. ¡Qué fácil la imitatio Christi en esta ocasión! Falta decir «dejándoles... por imposibles», y no lo dice porque eso Él nunca lo haría, pero casi, casi, por los pelos...

Claro que podría señalarse la sublime ironía de que el Signo por antonomasia les dijese en sus propias narices que no se les daría ningún signo. Es como la carta de Poe, pero de carne y hueso. O sea, que les dice que no les dará la señal que le piden por dos cosas: por la mala idea que traen y porque se la piden del cielo y Él es de la tierra, pero se la da porque Él a todo el que le pide le da.

Que esa es la interpretación correcta lo demuestra que Mateo (12, 38-42) y Lucas (11, 20-21) recojan esta pista que añadió: se les dará una señal única, la del milagro de Jonás. Pero eso no quita para el cansancio de Jesús, porque esa pista es muy retrospectiva, sólo serviría para quien se acordase después de la resurrección, siempre que creyese en ella, y tuviese un gusto exquisito para las metáforas del humor negro: la muerte como ballena. También tiene su aquél que después de mentar a la ballena se echase al mar.

No sé si a Marcos se le escapó viva la ballena o la sumergió para dejar en la superficie el cansancio de Jesús, sencillamente. A nosotros, sin duda, la ballena nos hubiese distraído bastante, pero gracias a Marcos vemos que Jesús también se agotaba y suspiraba, aunque no pudiese evitar contestarles a la pregunta como quien no quiere la cosa.


viernes, 15 de febrero de 2019

Abrahamcito


Carmen nos cuenta la historia de Abraham y su hijo. Le pregunto cuál era el nombre de ese hijo, y vacila. Su hermano, con toda seguridad, interviene: «Abrahamcito».

Nos reímos con Enriquito, y tanto, que a mí se me desborda la ternura hasta extremos heterodoxos. Si se hubiese llamado Abrahamcito, ¿no hubiese temblado mucho más la mano de Abraham?


jueves, 14 de febrero de 2019

Enamorarse es fácil


Veo este estupendo poema de K C Iribarren en Twitter:




Y no me resisto a darle una réplica:

Lo sabe bien la monogamia: 
por eso apuesta 
a muerte 
por no salir jamás 
de su historia de amor.




domingo, 10 de febrero de 2019

Dante



Estaba ojeando The Two Towers cuando apareció mi hijo (7) y le pedí que me tradujese el título. Con total seguridad me dijo: la Divina comedia. De inglés está regular, pero tiene claro el canon.


viernes, 8 de febrero de 2019

Evangelio del día


Mi tesis es que para que algo salga mal tienen que hacerse muchas cosas mal. La vida es muchísimo más misericordiosa de lo que pensamos y Murphy es sólo un oportunista que hizo su ley para que escurriésemos el bulto y la responsabilidad.

Se ve claramente en el Evangelio de hoy:

La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».Y le juró:«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».Ella salió a preguntarle a su madre:«¿Qué le pido?».La madre le contestó:«La cabeza de Juan el Bautista».Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». 
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. 

Herodes podía no haber tenido su lío con Herodías, que es hasta aliterado y casi cacofónico. Podía no haberse excitado tanto con la danza de la niña. Podía no haber sido un bocazas. Podía no haber jurado. Pero aún así, si hubiese sabido algo de Derecho y hubiese sido humilde, le podría haber dicho a la niña: «Nemo dat quod non habet. Medio reino es mío y te lo daría, pero la cabeza de Juan es de Juan y eso escapa al ámbito de juramento tanto como si me pidieses la luna lunera». Seguro que no hubiese desairado tanto a los invitados. Los más sensibles hubiesen suspirados aliviados de librarse del espectáculo del decapitado; los más religiosos, hubiesen dado gracias de no tener ser siquiera cómplices de atrezzo; los más romanizados, hubiesen admirado el latinajo; y, por último, los más juristas hubiesen admitido que el argumento era impecable. Herodías se habría molestado, sí, pero quizá la niña hubiese podido pedir algo más útil, que le hiciese más ilusión, más apropiado para su edad.

Si Herodes hubiese atendido en su clase de Derecho...


domingo, 3 de febrero de 2019

Poema


Ayer, en el coche, con los amigos de mis hijos, de excursión. Nos cuentan que en el colegio han escrito un poema a la madre. Los más osados nos los recitan, plenos de rimas en -or (flor, amor, mejor), muy largos. Le preguntan a Carmen. «Yo lo he escrito a mi padre». El corazón me da un vuelco. Le pido que lo recite. «No me acuerdo», miente. Luego, dando un paseo, me lo recita a mí, tras muchas dudas. «No te va a gustar...». Dale. Y le da:

Mi papaíto 
es muy rarito, 
pero si él va 
yo voy p'allá.

Me encantó. 





viernes, 1 de febrero de 2019

Lógica



A UN IRRITADO 
 Tendrías que escoger. Si crees que son mis versos 
en extremo mediocres y que soy un fracaso, 
¿por qué tachas de falsa mi modestia? O soy bueno 
e hipócrita o soy —sinceramente— malo. 
Negarme la humildad tras negarme el talento 
parece ensañamiento.