¡Cómo me afecta que nuestro presidente parezca dispuesto a proseguir con el proceso que él llama de paz a pesar de los asesinatos de Carlos Alonso Palate y de Diego Armando Estacio! Y lo mismo a muchísimos que veremos este sábado en la manifestación convocada por el Foro de Ermua. Sin embargo, no debemos caer en el mecanismo mítico —tan bien estudiado por René Girard— de creer que haya uno solo que sea el gran culpable de las desgracias e indignidades de la sociedad entera.
Cierto que ese mecanismo lo fomenta el mismo Zapatero haciendo una política muy centrada en su persona y talante. Nos insta a confiar en su palabra porque es suya: “yo pondré mi mejor energía, creedme, mañana estaremos mejor, etc.” Se ha empecinado en confundir un grave problema con una oportunidad y en asumir el protagonismo para apuntarse el tanto. Calvo-Sotelo, que de tonto no tiene un pelo, en su discurso de ingreso en el Consejo de Estado, le ha recordado al presidente unas palabras del Quijote: “Llaneza, muchacho, y no te encumbres”. Pretende avisarle de los peligros de engolarse y personalizarlo todo tanto. ¡Si hasta la Ley de la Memoria Histórica la hace por su abuelo!
El debate político, en consecuencia, se polariza artificialmente alrededor del personaje. Habría que evitarlo: él no es el único ni el último responsable de su negociación con ETA. Lo son el partido que lo sostiene, los poliquetos nacionalistas y sobre todo una opinión pública (“la democracia es un régimen de opinión pública”, nos enseñó Tocqueville) que no termina de querer mirar lo que pasa.
Voy contra mi interés al restar importancia a Zapatero, lo sé: dedicarle artículos críticos resulta fácil, divertido y asegura el aplauso de buena parte de los lectores, más la posibilidad cada vez mayor de dar con algún votante suyo que comparta la inquietud. Le critiqué como gobernante y volveré a hacerlo, pero interesa mucho no perder la perspectiva: si España y su ciudadanía sufren una crisis de identidad y de firmeza democrática frente al terrorismo, no es principalmente por su empeño. La raíz de los males es moral y educativa, aunque eso nos lleve más lejos y nos implique a todos.
[Grupo Joly]