viernes, 26 de junio de 2009

No tengo arreglo

Veo en Esperando nacer una excelente nota de lectura sobre Cuentos de guerra de Léon Bloy, que leí hace tiempo. Voy asintiendo a todo: Hernán sabe de Bloy lo que no está en los escritos. Su cuento preferido es “El obstáculo”, del que no recuerdo nada. Voy corriendo, lo releo y realmente es admirable.

¿Cuál era mi cuento favorito? “La misa de campaña”, me respondo. Al mirar el índice compruebo que en verdad se titula “La misa de los cadetes caídos”. Aunque lo recuerdo perfectamente —título aparte—, lo releo. Habla de una compañía de jóvenes e ingenuos hijos de papá de las provincias del Oeste, que se han alistado por patriotismo, pero, de paso, para defender el Trono y el Altar, esas máximas revolucionarias, que dijo Baudelaire. Todos han adornado sus sombreros con altivos penachos de plumas, un punto pretencisosos . Creyéndose alejados aún del combate, empiezan a celebrar una misa de campaña, pero una bala perdida le salta la cabeza al sacerdote justo cuando acababa de exclamar: “¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué te turbas?” Tras el desconcierto natural, el joven marqués Enguerrand de Bellefontaine, soberbio joven de veintidós años, aprovechando que, a pesar de todo siguen en retaguardia y que el hermoso altar está montado con primor, pide permiso para ir a buscar a algún otro sacerdote y continuar la misa.

Vuelve veloz con el párroco de una localidad cercana. Este al oír lo de la inesperada bala de su predecesor, ha contestado con calma: “Mi querido muchacho, estemos en paz o en guerra, la Misa se dice siempre en presencia del enemigo”.

Empieza de nuevo la misa. Según la liturgia, a partir de cierto momento el sacerdote no puede, bajo ninguna excusa, interrumpirse. Es entonces cuando aparece allí mismo una multitud de alemanes que ha roto las líneas defensivas. Los muchachos “decidieron, sin decir palabra, hacerse matar, no por Francia, ni por el Rey, ni siquiera por los Ángeles y los Santos del cielo, sino lisa y llanamanete para que esta misa pudiera terminarse”. Acabada la misa, cuando el sacerdote se volvió para despedir a los asistentes con su bendición, no vio sino las frentes sudorosas de los alemanes tras una muralla de moribundos y caídos.

(Al terminar el cuento escogido por mi memoria, he recordado lo que escribió aquí en un comentario Julio Martínez Mesanza una vez: “No somos lo que leemos; leemos lo que somos”. En esta entrada he vuelto a hacerme un autorretrato. (Me he dibujado muy favorecido, eso sí.))

3 comentarios:

Adaldrida dijo...

qué bien explicas el cuento, me han dado ganas enormes de leerlo, y para eso está el barbero, ¿no...?

Embajador dijo...

Casualidades, yo también conocí a Leon Bloy a través de Hernan que sabe más de lo que parece (y lo que parece es mucho). Tírale de la lengua, o del email que merece la pena. Totalmente de acuerdo en que el cuento de la misa de los cadetes es el mejor, y los hay extraordinarios.

CB dijo...

A Dios gracias (por el título lo digo).