jueves, 20 de febrero de 2014

Gris perla


Nunca, como cuando estoy triste, se me saltan, a cada rato, las lágrimas de felicidad. 
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Ayer, en el cursillo matrimonial, comentamos a San Pablo: "el amor no pasa nunca", se transforma; y qué pena no haberles podido contar lo de hoy. Cuando Leonor no come en casa, tiene el detalle de dejar encargada una comida que a mí me gusta especialmente y que a ella no. Los huevos fritos con patatas, por ejemplo. O el cordero. Ese aprovechar su ausencia para tener un detalle conmigo me enternece más que si se sacrificase comiendo a disgusto. Lo veo más gracioso, más conyugal. 
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A la salida, saludo al mendigo, y me vuelve la cara, displicente. Ha hecho muy bien: yo pretendía presumir delante de los que me acompañaban de su amistad, y eso no se hace. Me ha calado. 
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Verdad y mentira también hacen a veces una buena pareja. 
Carmencita me cuenta al llegar del colegio que unas niñas le han dicho que es muy fea. Pregunto si tienen ojos esas niñas, si tienen cabeza, si suenan a hueco cuando les propinas un golpecito, si habrían dormido poco, ¿tenían hambre?, ¿hiperventilaban?, ¿tenían legañas?, ¿saben qué es la belleza?, ¿la verdad?, ¿el bien?, ¿qué, la elegancia innata?... Carmen se ríe, satisfecha, sin contestar a mis preguntas. Por la noche, le digo: "¿Y esas niñas que te decían que tú...?" Y me contesta: "Nadie me decía nada, papá". O sea, que o me mintió antes o me miente ahora. Pero no investigo. Lo mismo me entusiasma que juegue a pescar mis piropos con el anzuelo de la indignación o que mi indignación haya reducido a la nada el motivo. Me encantaría, ahora que lo pienso, que fuesen las dos cosas a la vez, ya puestos a pedir. 
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Me he enamorado de un personaje de novela y a la vez tengo la certeza de que no hay nadie en la tierra que se le parezca más que Leonor. 
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¿O viceversa?
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Voy a tener poquísimo tiempo a partir de ahora (y ésa es la causa de todos mis lamentos); y qué presto acude en mi auxilio Jünger, que en una ocasión parecida, pero peor, en la II guerra mundial, dijo gallardamente: "Habrá que traspasar el trabajo a los ojos". 
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También viene John Donne: "The sea is as deepe in a calme as in a storme". 
La novela es a nuestros diarios lo que la épica fue a las primeras novelas. 
(La poesía, en cambio, no cambia.)
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Repaso mi día y veo que es imposible echarle, por mucho que él lo haya intentado, un cálculo negro. Gris perla, como máximo. (Ya lo expliqué en la entrada más mía que haya escrito jamás.)


1 comentario:

Ana Agüero dijo...

Qué bonito cuentas lo cotidiano trasfigurado, Enrique. Disfruto muchísimo con tu blogg, todos los días entro a ver qué sonrisa me sacas... Y querría comentar cada día, pero nunca lo hago.
La entrada de ayer, que también me encantó, me recordó aquello de la madre Maravillas de Jesús, cuando estaba tan cercana a la muerte y le preguntaron sus monjitas qué quería que pusieran de ella en la nota interna que escriben para los Carmelos todos, cuando muere una, y contestó: "Digan que tenía grandes deseos".