domingo, 28 de octubre de 2018

Vida de pueblo


La otra noche una chica muy mona nos contaba que pasa muchos fines de semana en un pueblo, huyendo de Madrid, y que es casi su segunda casa. Alguien le preguntó si conocía a muchos lugareños y dijo que no a demasiados. Tanto Jose María Contreras, de Osuna, como yo, que éramos los lugareños presentes en la cena, saltamos al unísono para decir, sin género de dudas, que ellos sí la conocerían a ella, y bien, con vida y milagros.

Me vuelto a acordar hoy en misa. En la fila, una joven también muy mona, incluso del estilo de la Madrid. No la conocía. De nada. Qué raro. Luego, me he fijado en sus padres. Suele pasar que un estirón de primera juventud te descoloque a alguien, prácticamente irreconocible, pero que sus padres sigan siendo los de toda la vida, y ya sólo te tienes que acordar de decirles la próxima vez que los veas: "¡Qué barbaridad lo mayor que se ha puesto vuestra niña!".

Estaba con sus padres, y con tres hermanos varones, todos con una pinta excelente, pero desconocidos. ¿Serán recién llegados? ¿Estarán de paso? En el tren del otro día, me enteré que había boda en El Puerto. Quizá sean primos del novio. No sé.

A la salida veo que se acerca a ellos con los brazos abiertos y muy sonriente el más snob de la comarca. Ah. Definitivamente lo de la pinta no era una pista falsa, no podría serlo, digo mientras arranco mi vespa de una patada y me voy de allí.

No hay que impacientarse ni pecar de curioso o de mirón. Si no son de paso, en poco tiempo lo sabré todo.




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