miércoles, 13 de junio de 2007

Casualidad

Por supuesto, es casualidad, seguro. Pero no deja de resultarme curioso, tras autoleer mi artículo de hoy, que Jorge Luis Borges ejerciese hasta el penúltimo momento un agnosticismo esteticista, un desdén dandy por la literatura española y cierta espejofobia.

8 comentarios:

Corina Dávalos dijo...

Hombre, pero qué bien nos dejas. Me ha parecido magnífico el recorrido por los espejos, pero lo mejor lo del burgué posmoderno. Ojalá Chávez leyese tu artículo.

Joaquín dijo...

No logro ver el "desdén dandy por la literatura española" de J.L. Borges, al menos si nos guiamos por sus "Otras inquisiciones".

Ángel Ruiz dijo...

No sé si has visto Apocalypto: tiene pinta de que sí. Yo la vi hace poco y me impresionó. Por cierto que me recordó en muchas cosas a la Ilíada.
Mucho mejor un espejo que el oro, o quizá mejor todavía mirar el oro reflejado en un espejo, sólo mirarlo.

Luis dijo...

Bueno los indios, daban algo que podían conseguir con facilidad o que incluso les sobraba, a cambio de algo que no tenían y les era imposible conseguir de otra manera. ¿Quién engañaba a quién?

Anónimo dijo...

Pero hombre, Borges no desdeñaba la herencia española en nombre del indigenismo, sino de lo mejor inglés o francés.

A lo mejor si hubieras metido a Octavio Paz la cosa funcionaría mejor. Ese sí que se hacía la picha un lío con el valor de sus orígenes.

E. G-Máiquez dijo...

Joaquín, el desdén por la literatura española es como explica Ignacio.

Ignacio, por eso lo llamé dandy porque en vez de indigenista es cosmopolitan. Y por eso hablé de casualidad, aunque quizá tuve que atreverme a hablar de subconsciete... ¿o no?

Anónimo dijo...

Oro por baratijas, qué trueque desigual....

¿Lo recuerdan? Es uno de los mejores chistes de Les Luthiers.

Anónimo dijo...

Borges era por educación y gustos un anglófilo. Pero de ahí a sostener que desdeñase la literatura española, va un perú. Después de leer su célebre ensayo sobre Quevedo, no es posible sostener por más tiempo que Borges no gustase del máximo de nuestros escritores. Una literatura no es como el plato de lentejas: caben preferencias.