viernes, 29 de abril de 2011

Queremos bodas y más bodas y más del siglo

Me encanta que haya una boda del siglo cada dos por tres. De hecho, para mi gusto nos estamos quedando muy cortos por esnobismo. Cualquier boda lo es del siglo. Y si me dejo llevar, aún diría más: cualquier boda lo es de toda la eternidad. A lo Rosales:
[...]
si nuestro amor fue siempre como una despedida,
cuando todo termine quedará lo más nuestro.
Ya he empezado a morir para aprender a verte
con los ojos cerrados. Así será mejor,
para toda la vida no basta un solo amor,
tal vez el nuestro sea para toda la muerte.
O mejor aún, a lo Quevedo: "cruzar sabe mi llama l'agua fría". Eso de que la muerte separe al matrimonio yo lo llevo fatal. Quizá, siguiendo con la Pascua, que Jesucristo Resucitado comiese, aunque no lo necesitara, podría darnos una esperanza de la que agarrarnos a los partidarios del matrimonio sempieterno. Pero bueno, si aceptamos, a nuestro pesar y dicho con todo respeto y veneración, que seremos, ay, como ángeles del cielo, si lo aceptamos, está muy bien eso de la boda del siglo, pues, como en cien años, ay, todos calvos, todas lo son.

Con lo que no estoy nada conforme de ninguna de las maneras es con que hayan quitado de un plumazo o plomazo o plomillazo la promesa de ella de obedecerle a él. Qué poco nivel teológico y tradicional tienen estas casas reales, cortadas tan a la medida de las revistas del corazón. Como si el hombre, en la misma lógica paulina no se comprometiese a más, a amar como Cristo amó a la Iglesia (y mira que está cerca la Semana Santa para que nos pasmesos de cómo es eso y hasta adónde). ¡Hasta qué extremos idiotizantes la palabra “obediciencia” pone los pelos como escarpias a esta época nuestra! En los telediarios, naturalmente, lo celebran mucho, lo que es una prueba en contra. Si yo me volviese a casar, puestos al peaje de la igualdad, optaría por lo más y mejor, antes que por lo menos: también prometería obediencia a Leonor, una obediencia férrea y sin fisuras, una obediencia absoluta le hubiese prometido yo a ella. Total, con la experiencia que tengo, sé que esa promesa la iba a cumplir a rajatabla.

jueves, 28 de abril de 2011

Confusiones

Que los que se encuentran con Jesús Resucitado no le reconozcan se nos ha explicado siempre por el cuerpo glorioso. Pero, cuidado, que hay que fijarse con quién lo confunden: María Magdalena con un hortelano y los discípulos de Emaús con otro caminante cualquiera. Nada específicamente rutilante: la pinta de los hortelanos entonces acostumbraría a ser muy terrosa y los caminantes tampoco dejarían de ir perdidos de polvo y sudorosos. Supongo que alguien habrá identificado ahí una anagnórisis de libro, con su espectacular peripeteia y todo. Pero aquí hay más aún: no es una confusión de María Magdalena o de los discípulos, es Jesús quien se confunde… con el hortelano y el caminante. Porque (además de la broma a sus amigos (una broma muy humana, de fiesta sorpresa (la Resurrección es la fiesta sorpresa por excelencia))) nos ofrece una enseñanza muy honda. ¿No le estará indicando Jesús a Magdalena que a partir de ahora Él estará o podrá estar en todos los hombres y en todos los oficios, incluidos los más pegados a la tierra, como el de hortelano, sin ir más lejos. Algo así como: “Querida Magdalena, de ahora en adelante, cuando veas a cualquier mayeto, fíjate bien, pues puedo ser Yo perfectamente”. A los discípulos de Emaús les da la misma lección, pero cualificada. Al partir el pan, descubren que es Jesucristo. Así que nosotros, en misa, tenga el sacerdote la pinta que tenga, en el momento de partir la hostia, nos toca caer del guindo y reconocer en él a Él, asombrados y jubilosos. Lo suyo sería que nos dijésemos entonces: “Cómo ardía nuestro corazón cuando nos leía y nos explicaba las Escrituras”.

Qué confusiones clarísimas.

martes, 26 de abril de 2011

Se cuenta conmigo mismo

I conti con me stesso. Diarios 1957-1978, de Indro Montanelli.

Ocupa demasiado espacio la política italiana y la política editorial de los periódicos en los que trabajó, muy revueltas ambas y entre ellas, y muy menores. Sin embargo, oh:

Una llamada de Milán me informa de que Longanesi ha muerto. Le ha dado un infarto ante su mesa de trabajo, sobre la que estaba desplegada una carta mía de hace diez días, que empezaba así: "Querido Leo, esa noche he sonñado que habías muerto…” [Es la primera entrada del libro y es premonitoria también de su tono. El libro está lleno de necrológicas]
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Parece imposible: durante las inundaciones, lo primero que viene a faltar es el agua.
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Leer a Vergani es como comerse un melocotón: después sientes la necesidad de lavarte las manos para librarte de la pegajosidad.
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Sólo la hipótesis de que la hembra del cuco sea sorda puede explicar el canto del cuco.
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[…] Al final, invariablemente, concluyo que sólo quienes lo poseen en abundancia dudan de su propio talento. Y así, a las muchas virtudes que en los momentos de orgullo ya me atribuía, acabo añadiendo, por humildad, la modestia.
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En Italia la pedrada que le rompe la nariz al monumento a Dante es una “tradición” mucho más sentida que la Divina Comedia.
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La mayor prueba de amistad y de confianza que un intelectual puede dar a otro intelectual es la de confesarle que no ha vuelto a leer a Leopardi desde la época del colegio, que no tienen ningunas ganas de hacerlo y que las pocas veces que lo ha intentado se ha muerto de aburrimiento.
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Hoy, por la calle, me ha asaltado un sordo y bajo sentimiento de envidia y de rencor hacia los inquilinos de un inmenso y reluciente automóvil americano. ¿Será acaso el primer atisbo, en mí, de una “conciencia social”?
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Historia de la aristocracia. El abuelo era insolente con los superiores. El padre con sus iguales. Él con los inferiores.
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Idarica Gazzoni: una princesa falsa, que dice “mierda” y “gilipollas” como una princesa de verdad.
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No es que Barzini tenga una altísima opinión de sí mismo. Es que la tiene bajísima de los demás.
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Fascismo. La más cómica tentativa para instaurar la seriedad.
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Bacchelli trabaja infatigablemente, desde hace sesenta años, en la edificación de un pedestal sobre el que, a su muerte, no sabremos qué colocar.
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Visita de Alberto Bevilacqua que me induce a una lucha más activa “contra la mafia de la cultura de izquierdas”. Me describe con gruesos trazos sus fechorías y sus peligros: “Si no nos unimos” dice “si no coordinamos nuestros esfuerzos, si no formamos una… una…”. Evidentemente, busca un sinónimo de mafia. Pero a mí no se me ocurre ninguno que sugerirle.
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[Tucídides:] La felicidad del hombre es la libertad. Y la libertad es la valentía.
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Qué estupendo sería si a Carli se le pudiera guillotinar, aislándole la cabeza. No las conozco más lúcidas y eficientes. Pero lo que me preocupa es el resto.
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 Su adulación se muestra tan a las claras que jamás me reserva sorpresas, excepto una: el hecho de que yo no me sepa resistir.
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[Spadolini, director de Il Corriere le felicita por su artículo sobre la llegada a la luna:] “Excelente. Se ve perfectamente que has vivido la hazaña espacial con pasión toscana: exultando no tanto por la victoria de los americanos, como por la derrota de los rusos”. Es cierto.
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La intelligentsia es de izquierdas por definición. La de derechas no es intelligentsia.
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A mí, oír hablar mal de los Estados Unidos en estos convites de riquísimos industriales que sin los Estados Unidos habrían terminado como bedeles de los Krupp o como inquilinos de un campo de concentración en Siberia, me revuelve el estómago. Y es una pena, porque las cosas merecedoras de una buena digestión son excelentes, del caviar al champán.
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[Sobre Dino Buzzati] Como todos los auténticos poetas, ese cándido cínico nunca ha sabido lo que hacía. Un pajarito canta en su garganta, y él transcribe las notas sin darse cuenta de si es un gorjeo o un gallo. Confío que este poema sea un gorjeo. Lo espero vivamente. Los de Dino son de los pocos éxitos ajenos que no dan rabia. Y me gustaría mucho que, una vez agotada su vena fabulosa y mágica, hubiera encontrado otra. Dino lo sabe y me ha pedido que haga una reseña del libro. Se lo he prometido. Si es bueno, hablaré del libro. Si es malo, del autor. El sistema de siempre.
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“Tu hijo se entusiasma sólo por las cosas que no entiende, y por eso se muestra siempre tan entusiasta”, le escribí a Arnoldo [Mondadori] en mi carta de despedida.
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Scalfari me ataca en L’Expresso. […]

—¿No lo vas a leer?, me pregunta [su informante].
—No. Veo sólo que para hablar de mí usa unas cincuenta líneas. Y con eso me basta. ¡A publicidad regalada no le mires el diente!
Capto en sus ojos un resplandor de admiración. 

Pero en casa bien que leo el artículo. Y me enfado. Pero decido no contestar hasta mañana, cuando se me haya pasado la rabia.
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Con todo, un momento de auténtica grandeza en mis días sí que hay: por la mañana, cuando, mirándome al espejo, rechazo victoriosamente la tentación de ocultar mi calvicie bajo algún emparrado. César, que era César, sucumbía.
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[Van muriendo amigos suyos] Definitivamente, es como avanzar en un claro barrido por la metralla.
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Todas las mentiras sobre las que se ha construido nuestra vida nacional —de la Unidad de Italia a la Democracia— acaban por pasarnos factura. Y yo también tendré que morir bajo sus escombros sin haber creído en ninguna de ellas.
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¡Hay que ver las cosas que nos impone tolerar, esa tolerancia!
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[Un artículo suyo] Yo no estoy del todo satisfecho, porque me ha costado mucho esfuerzo, he tenido que rescribirlo varias veces, y eso quiere decir que no he encontrado aún el tono justo. Tal vez haya querido meter en él dosis de inteligencia superiores a las mías. Tengo que recordar, cueste lo que cueste, que yo soy Montanelli, no Longanesi o Flaiano, y que mi fuerza es la naturalidad. Ésta redime de todo: hasta de la trivialidad.
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Yo vivo de los lectores. Los lectores no me imponen más servidumbre que la sinceridad: la única que no pesa.
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¡Pues claro que Moravia es el autor italiano más traducido en el extranjero! ¡Si lo es ya en su propio idioma!
*
[El acuerdo de simular una discusión pública en la prensa con Bergamo] Ha terminado como me temía. Al leer mi respuesta a su segundo ataque, Bergamo me telefonea:
—Te la publico —dice resentido— porque ése era nuestro pacto. ¡Pero tú muerdes!
—¡Tú también muerdes! —replico.
—¡Sí, pero tú haces daño!
Y yo no sé qué decir, porque él daño no hace.
*
Las regiones [o sea, las comunidades autónomas a la italiana] sólo servirán como instrumento de lucha sin cuartel contra el poder central, y serán, por tanto, una nueva y más potente causa de confusión y de parálisis.
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¡La provincia! Llena de sueños de evasión, y despiadada con quien intenta realizarlos.
*
De manera que el lector, pobrecillo, creerá estar juzgándolo con su propia cabeza sin darse cuenta de que la cabeza se la hemos confiscado nosotros. He aquí un cumplido ejemplo de eso que los imbéciles llaman “objetividad periodística”.
*
Con sus habituales cautelas o reticencias (para entender lo que dice hace falta siempre un radar), Castiello me advierte…
*
Tengo que hacer todo lo que pueda, aunque no pueda hacer nada.
*
[Al recibir el premio Giono] He dado las gracias —en francés— diciendo que la última vez que lo vi, Jean Giono, que acaba de recibir un premio, me dijo con gesto de enorme aburrimiento: “Y pensar que tal vez haya algún día un premio que lleve mi nombre…” Todo falso. No llegué a conocer nunca a Giono. Pero a la gente (cuatro gatos) le hizo mucha gracia ese recuerdo mío.
*
Borges [excusándose por no tener ni idea de quién es un brasileño por el que le pregunta, en tono de disculpa]: “Verá, para nosotros, los argentinos, Brasil es Suramérica…"
*
—Esta es la primera vez —dice— que la Democracia Cristiana corre un riesgo verdadero de ruptura. Y ya puedes imaginarte qué drama supondría.
—Supondría un drama —digo— si la DC fuera realmente un dique contra el PCI. Pero si no sirve para eso, ¿para qué sirve?
[…]
Forlani se queda una hora más intentando convencerme en vano.

lunes, 25 de abril de 2011

Los flamencos

Como si fuera poco privilegio tener un trabajo, al mío además voy y vuelvo cruzando en coche un paisaje de marismas y salinas. Por la mañana, los dedos rosados de la aurora rozan las láminas de agua, como mirándose en su espejo levemente rizado por la brisa. A juego con el estallido de malvas y rosas, se posan allí, mayestáticos, los flamencos. Dentro del coche, yo voy oyendo las terribles noticias de cada día, y me asombra la tranquilidad de las graciosas aves y del mundo en general. El contraste es extraordinario y me hace mucho bien. Me enseña a no tomarme las noticias demasiado a pecho. Y cuando los flamencos levantan el vuelo no me extraña. No permiten que nada les pese demasiado.

domingo, 24 de abril de 2011

La imprescindible inmortalidad

Se puede creer o no creer en la inmortalidad del alma y en la resurrección gloriosa del cuerpo, naturalmente. Más raro me parece asegurar (Borges, ay, de vez en cuando) que no se la desea para nada. Entre otras cosas, qué poca curiosidad intelectual, ¿no? Yo soy más como ese bloguero de sapientísimo seudónimo, Tumbaíto, que pide: ¿Me deja unos milenios para que estudie la cuestión? El artículo de hoy, como podrán comprobar los que deseen, empezó muy entusiasmado con la película Cristiada, pero en los Oficios del viernes empezaron a entrarme algunas dudas, que se perciben a mitad del texto, y sólo gracias a la Resurrección acabé el artículo, qué bien, con un repique de campanas.

Tengo que leer algunas monografías sobre la doctrina de legítima defensa, otras sobre las Cruzadas y algunas glosas sobre Mateos 10, 34 y Lucas 22, 36. Os agradecería bibliografía, por lo que pueda pasar. Aunque sin prisa: tengo toda la eternidad por delante.

Feliz Pascua a todos.

viernes, 22 de abril de 2011

El nazarenito y su padre

Del clarín estridente al son grotesco
cruza una cofradía el Altozano,
bajo el brillante cielo sevillano,
en desorden alegre y pintoresco.

Un flamenco cetrino de aire hampesco
marcha a compás, llevando de la mano
un chiquitín con túnica de hermano
al sol el rostro de ángel picaresco.

Un viejo que pregona lo que vende
apoya su canasto en una silla,
el niño mira al padre, él lo comprende,
de avellanas le compra una perrilla,
le entrega el cucurucho, le da un beso
y vuelve a andar acompasado y tieso.

“En 1930 se publica un librito de 40 páginas bajo el título Lirios y claveles. Lo firma ‘El Bachiller Fulano de Tal. Capillita sevillano’. Prácticamente desconocido para la mayoría de los lectores —y para las minorías, para qué vamos a engañarnos— este poemario es todo un hallazgo”. Así nos presenta Francisco Robles, compilador de la espléndida antología literaria Semana Santa, a  ese misterioso poeta que salió a luz pública con un velillo ocultando su rostro, como los penitentes que retrata. Firma “un capillita” como esos monjes que firmaban “un cartujo”sus tratados ascéticos, porque la humildad es la misma, aunque la vocación y el talante sean muy distintos. Nuestro capillita observa bien el mundo, con el que se mezcla y confunde. Sin hacer de menos a la perfección formal de sus versos, su mayor mérito consiste en la amplitud y a la vez en la minuciosidad de su mirada, que va desde la emoción religiosa más álgida hasta el detalle chusco, y sin perder detalle. En el soneto escogido hay una asombrosa mezcla de guasa de sal gorda y de ternura delicada, que nos explota en el pecho en forma de emoción. “El Bachiller Fulano de Tal”: poco importa no saber quién fue si sabemos qué es: un poeta como la copa de un pino. 
*
¡Y cuántos han escrito de la Semana Santa…! Un somero repaso, aquí
*
Después de leer el soneto, entenderéis por qué, de entre todas las espléndidas fotografías de Ramón Simón, me ha emocionado especialmente ésta: El nazarenito y su madre. 


jueves, 21 de abril de 2011

Creer que anda

Mi hija no anda, pero ella cree que sí. Por eso se abalanza a lo loco, sin pensárselo dos veces, ni una quizá, y se revuelve muy digna contra el progenitor A o B que la sostiene por la espalda o la recoge del suelo. Que la suelte, que quiere ir por libre. “¡Dejadme sola, dejadme sola!”, gritaría, si pudiera, como el matador que rechaza la ayuda de su cuadrilla muy digno después del revolcón. Esa ingenuidad de mi hija nos iba haciendo mucha gracia, hasta que hemos caído (intelectualmente, que quien cae cae es ella) en su valor paradigmático. El hombre siempre aprende así, creyendo que ya sabe y lanzándose muy confiado a la aventura de lo que no sabe aún. Se aprende sobre todo por la fe, por tanto. Qué razón para tenerla, Dios mío.

miércoles, 20 de abril de 2011

Redoble

Os había dejado a solas con mi previa pereza procesionaria, lo siento. Ahora hablo desde después, y me asombra y reafirma la coincidencia con los comentarios de Ignacio T. y de G

domingo, 17 de abril de 2011

Penintente

No hablo del Domingo de Ramos, y eso que tenía una chincheta para empezar bien un artículo litúrgico: "El primer milagro de la Semana Santa es que tiene ocho días". Me distraje con el vuelo de un mosquito. Pero sobre la última frase sí gravita y cuánto aunque en secreto mi salida procesional de esta tarde-noche. Hace siglos que no hay disciplinantes  y años que salgo sin cruz, con un cirio, y nunca fui descalzo ni con cadenas en los tobillos. Parece que el contenido penitencial se va perdiendo. Pero como a la vez somos más comodones y sensibles y perezosos y susceptibles, la túnica, la capa (de la que dan tirones los niños malotes), el velillo, la velita y las siete horas de pie por la calle se vuelven casi insoportable. Qué pocas ganas o ninguna.  

sábado, 16 de abril de 2011

Con seis diminutas felicidades

Las cinco diminutas ferocidades de las nanas de Miguel Hernández son mucho más potentes, como metáfora. Pero lo nuestro, quiero decir, sus dientecillos son felicidades y no tan diminutas. Hoy Carmen cumple 11 meses: 
Y lo ha celebrado dejando sus obligaciones domésticas del día a día



y dedicándose a la gran literatura. Como aún no sabe leer, lo suyo son los audiobooks
Éste es (o era) Brideshead Revisited, nada menos, leído por Sir John Gielgud
Bien está lo que bien acaba, sería un bonito epitafio shakesperiano para la cinta. 

viernes, 15 de abril de 2011

Mc 15, 44

Hay un detalle doloroso de la Pasión de Jesús que sólo cuenta Marcos. Todos los evangelistas narran el arranque audaz de José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo y discípulo secreto de Jesús, de pedir el cuerpo de su Maestro al procurador romano, pero Marcos añade que “Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente había muerto”. Según se puede leer, Pilato se había desentendido enseguida de lo que había autorizado. Queda claro que no estaba pendiente. Y, por lo que se puede deducir, andaría bastante entretenido en sus cosas. No cabe mayor anonadamiento del Hijo de Dios. Y admira la insobornable veracidad del evangelista al recogerlo.

jueves, 14 de abril de 2011

Levante en el estrecho callejón

Qué oportunamente hablé ayer en el periódico del gusto de vernos vivir, porque así estaba preparado y predispuesto para observarme desde fuera. Había recogido del restaurador un cuadro del XIX, una romería costumbrista, sin firmar, pero bonito y, sobre todo, grande: 2 por 1’50 m. Con una mano llevaba el cuadro, flamante de nuevo, y con la otra llamaba a Leonor para darle la buena nueva de que con la restauración le habíamos sacado los colores, además de reentelarlo, que era lo urgente. En eso entré en un callejón estrecho y la levantera furiosa que hacía se enconó más y arremetió contra aquel paisaje bucólico de suaves brisas, que, acobardado, quiso salir volando. Tuve que dar una vuelta airosa y otra, con el brazo extendido y los pasitos cortitos, en plan Gene Kelly, para que no se me escapara del todo. Con el otro brazo hacía contrapeso y allá lejos, al borde de mi mano, gritaba la voz de Leonor por el teléfono: “No te oigo, oye, ¿se ha cortado?, ¿me escuchas?, ¡me escuchas!” Lo de Gene Kelly es un pegote, lo reconozco, porque no quedaba tan atlético, ni mucho menos. Ni el final fue feliz del todo: logré evitar que el cuadro se me volara, sí, que se estampase contra la esquina, también, pero dio un sonoro costalazo —aunque sin graves consecuencias— contra una farola. El lienzo había empezado su carrera hacia la próxima restauración, y ése fue el disparo de salida. Cuando dominé los elementos, di otra vuelta, torera, por ver si tenía público. No, nadie. Bueno, sí: yo me había visto. Me reí, y, si no aplaudí, fue porque no tenía manos.

martes, 12 de abril de 2011

Alianza

Todo vuelve: las cosas naturales, como decía Unamuno, lo hacen siempre, y las humanas, a menudo. Volvió la literatura epistolar con el e-mail cuando parecía que el teléfono la había dejado fuera de juego. Volvieron los telegramas, bajo la forma del sms. Y ahora, como llevamos la hora en el móvil, que miramos constantemente, ha regresado el viejo, el decimonónico reloj de bolsillo. Yo cada vez me pongo menos el reloj de pulsera, que se queda descansando en la mesilla. Con la primavera, además, me remango las camisas, así que queda claro que el único adorno que llevo es la alianza de casado. Esa sobriedad sobrevenida ya me había llamado la atención y me gustaba, pero ahora, que he releído El taller del orfebre de Karol Wojtyla, mucho más. No es lo mismo leerlo con una alianza. El libro gravita y da vueltas sobre el signo del anillo de casado, que cada vez veo más claro y miro más.

(Qué bien captó Tolkien el poder simbólico de los anillos.)


Momentos redondos del libro: 

No dijo: “quieres ser mi mujer”,
sino: “la compañera de mi vida”.
Lo que iba a decirme era, pues, premeditado.
La belleza accesible al espíritu, es decir, la verdad.
El amor es un continuo desafío que nos lanza Dios, y lo hace, tal vez, para que nosotros desafiemos también el destino. 
A pesar de todo, poseemos tanta verdad que descubrimos más libremente en el torbellino de la exaltación las humildes cosas de siempre
*
[Teresa, sobre los hijos] Nos hemos convertido para ellos en el umbral que cruzan con esfuerzo. [...] Y aunque se cierren por fuera, seguimos en su interior.
¡crear algo que refleja la Existencia absoluta y el Amor es la más hermosa de las tareas!
Pero se vive sin saberlo. 
*

Estos años han sido el tiempo indispensable
para podernos orientar en el complicado mapa
de los signos y los símbolos.


domingo, 10 de abril de 2011

¿Por qué no van a poder ir los señores eurodiputados en primera clase, eh?

"Porque no, no y no", contestan unas voces desde el fondo de la sala (o del avión). Cada no de esos noes, despierta antipatías innatas en el poder, incluso en aquellos que pretenden adornarse con su prestigio. La anécdota de la semana puede servirnos para atisbar las razones, creo. 

sábado, 9 de abril de 2011

Arranca la primavera

Con la llegada de la primavera, se levanta mucho polvo y cae mucho polen. Mi coche está perdido, lo confieso. No me veo echando las mañanas de domingo limpiándolo con la manguera, pero un mes de estos voy a tener que arremangarme. Mientras tanto, alguien ha dejado un mensaje en el cristal de atrás. He tenido mucha suerte. En vez de un imperativo “Lávalo guarro” o un fisiocrático “No lo laves, siembra papas”, han puesto “Roberto”, un corazón, una flecha y “Julia”. No los conozco, pero es un cartel bien romántico y primaveral, y qué muestra de amor mancharse el dedo así (que da grima) para declarar al mundo el amor. Quizá retrase un poco más (aún) el momento engorroso de la limpieza.

viernes, 8 de abril de 2011

Centenario Cioran

Sin ironía ninguna, de verdad cuánto trabajaría yo si fuese rico… Pensaba haber escrito un homenaje a Cioran para celebrar sus cien años de vida explicando que, contra la tristeza y la desesperación, él ofrece un tratamiento homeopático, que funciona. Para hablar de su obra, no ahorra metáforas médicas y farmacéuticas, porque él era muy consciente de esos efectos suyos paradójicamente vitalizadores. Claro que, porque usaba principios activos un tanto venenosos, los daba en aforismos, como si fuesen pequeñas dosis, en grageas. Al final, cada libro suyo, afirmaba, difería el suicidio. Y, de hecho, se pasó la vida recibiendo a suicidas potenciales y convenciéndoles para que pospusiesen la decisión. Pero no me ha dado la vida para escribir nada especial. Bueno, el escritor homenajeado es él, así que pondré cosas suyas y saldremos ganando. Sólo he llegado a repasar su primer libro, que escribió muy joven y que es impresionante, De lágrimas y de santos:

En el Juicio Final sólo se pesarán lágrimas.

¿Poseeré la suficiente música dentro de mí como para no desaparecer jamás? Hay adagios tras los que no puede uno pudrirse. 
*
Comparado con Aristóteles, un santo es un analfabeto. ¿Por qué, entonces, nos parece que podríamos aprender más de este último? 

*
Los filósofos tienen la sangre fría. Sólo existe calor en las inmediaciones de Dios. 

*
Un filósofo sólo puede evitar la mediocridad mediante el escepticismo o la mística, esas dos formas de la desesperación frente al conocimiento. 

*
El mérito de España ha consistido no sólo en haber cultivado lo excesivo y lo insensato, sino también en haber demostrado que el vértigo es el clima normal del hombre.

*
Sin Dios todo es noche y con Él hasta la luz se vuelve inútil. 

*
Desprecio al cristiano porque es capaz de amar a sus semejantes de cerca. Para volver a descubrir al hombre yo necesitaría el Sahara. 

*
La mística es una irrupción de lo absoluto en la historia. Al igual que la música, ella es el nimbo de toda cultura, su justificación última. 

*
Quien no piensa en Dios continuará siendo un extranjero para sí mismo, pues la única vía del conocimiento de sí pasa por Dios.

*
¿Existe en el arte otro criterio fuera del acercamiento al cielo?

*
En el Greco, las figuras y los colores flamean verticalmente. En Van Gogh también los objetos son llamas y los colores queman. Pero horizontalmente, esparcidos por el espacio. Van Gogh es un Greco sin cielo, un Greco sin más allá. 

*
El deber de un hombre solo es estar aún más solo. 

*
He comprendido: Dios es un absoluto que se economiza

*
Legitimando la fiebre, el cristianismo creó las condiciones favorables para un “cultivo” de santos. Él ha elevado la temperatura del hombre…

*
No creo haber perdido ni una sólo ocasión de estar triste. (Mi vocación de hombre.)

*
Cuando busco una palabra que me agrade y me entristezca a la vez, sólo encuentro una: olvido. 

*
Con un poco de celo hubiéramos podido hacer más feliz a Dios. Pero le hemos abandonado y se encuentra ahora más solo que antes del comienzo del mundo. 



    jueves, 7 de abril de 2011

    Incoherente II

    Nadie más cascarrabias que yo con (contra) el culto actual a la juventud. ¡La lata que os he dado en mis artículos! Sin embargo, en la presentación gaditana de Con el tiempo, a media altura de la sala, se sentó una pandilla de cinco y, más atrás, tres chicas solas, más indubitablemente de instituto, a las que no volví a ver después. Cuando acabó el acto, los cinco, dos muchachas y tres muchachitos, se acercaron a saludar a un profesor suyo de latín en la universidad. El profesor no daba crédito a que hubiesen ido a una lectura de poesía sin que nadie se lo hubiese mandado en la Facultad (de Filología) ni les pusieran un positivo o algo así, sino por gusto y curiosidad. Le faltó un pelo para decirme que había sido lo más emocionante de la velada. La responsable del CAL también flipaba (sic), y lo comentó varias veces. Qué raro que vengan los jóvenes, qué bien, es la primera vez que pasa, no te quejarás, eh. Incluso Leonor, contagiada, comentó: “Qué monos”. Supuse que se refería a todos, y no sólo a los chicos, aunque podría ser. Las chicas, por cierto, eran muy monas. A mí me habían emocionado más otras compañías. Mónica, por ejemplo, una compañera de oposiciones de hace casi quince años, que había guardado con cuánta delicadeza el rescoldo de nuestra vieja amistad agobiada de entonces. Me acordé, claro, de Pia de Tolomei. Y había un señor mayor, muy bien peinado su pelo blanco, que me lee todos, recalcó, los miércoles y todos, insistió, los domingos, y que había venido —le costaba andar, aunque lo hacía muy derecho, apoyado en su bastón— ex profeso, subrayó, a oírme. Hubo otros casos, pero lo que quiero decir, resumiendo, es que yo no veía un mérito especial en lo de los jóvenes, oh los jóvenes, los jóvenes. Pero incoherente con mi natural combativo, no dije nada de nada y me sumé, agradecido, al coro de los admiradores.

    Incoherente

    Protesté de aquella pintada, y ahora pongo ésta, tan orgulloso como si la hubiese escrito yo. 

    ¿Incoherente? Bueno, claro, por supuesto, pero con razones: 


    1) La otra estaba en una tranquila esquina bodeguera, entre jacarandas; ésta está en la barriada José Antonio, una de las más peligrosas de España, sí, de España. (La foto la hice con cierta desazón, observado por dos grupos de inquietantes ociosos, agarrando con fuerza el móvil, por si las moscas.) 
    2) La exquisita sintaxis y la cuidada caligrafía del primer grafittero permiten suponer que una carta al director ya se la habrían publicado; no es el caso, la verda, del autor de esta pintada mía. 
    y 3) Aquello era una tesis de puro sentido común, perfectamente defendible, mientras que lo de aquí es un grito salvaje de entusiasmo y de alegría y de esperanza donde más falta hace.

    miércoles, 6 de abril de 2011

    La crisis

    A vista de pájaro (desplumado)

    Anuncios locales

    Hoy, a las 8, en la Biblioteca Provincial de Cádiz (capital), presento (de nuevo) Con el tiempo. En Madrid, los amigos analógicos y virtuales, todos reales, se portaron de maravilla y me acompañaron en el sentimiento. No creo que nadie tenga interés en moderar mi furibundo centralismo, pero, bueno, aquí tendría, quizá, una oportunidad. (No enlazo a la invitación o a los previos de prensa porque en todos los casos endosan una fotografía, como si fuese un cartel de "Se busca", y es demasiado.)

    martes, 5 de abril de 2011

    Definición

    La risa es la rosa con la espina dentro.

    Implacable lógica femenina

    Fuimos corriendo a Cádiz para comprarle a Carmen… unos zapatitos ¡ya! de andar. Leonor se iba parando en todas las tiendas de bolsos (necesita uno) y me los enseñaba todos, probándoselos con parsimonia, y arqueando el cuerpo para vérselos puestos. A mí no terminaba de convencerme ninguno: “No”, cortaba tajante, con aires de entendido. “Es muy difícil, casi imposible, encontrar un bolso completamente convincente. Hay que venir otro día con más tiempo, más tranquilos”.

    “Ya, ya”, respondió Leonor con un brillo afilado en los ojos, “te lo voy a pedir por mi cumpleaños, y verás lo pronto que das con uno que te encanta, enseguida, el primero”.

    Y, aunque parezca mentira, puede que tenga razón. ¿Dotes proféticas?

    lunes, 4 de abril de 2011

    Perder y ganar

    Hacía tiempo que no soñaba con mi madre. La vi muy bien, estaba como antes de la enfermedad. Iba y volvía de la cocina al cuarto de estar y yo la seguía mientras hablábamos de esto y de aquello. Aunque ahora no los recuerdo, me sorprendieron especialmente sus consejos, muy concretos, sobre algunas de mis pequeñas preocupaciones de ahora, y eso que eran tan como siempre, sensatos y vigorosos. Yo había presumido que ya no me hacían falta por lo de aquel poema de Navarra:

    .................NO HAY DISTANCIA 


    Cerca. 
    Tengo tanto de ti 
    en mi interior 
    que estando yo conmigo 
    tú estás siempre presente. 
    Ahora veía, soñaba, veía en sueños que estaba muy equivocado, que el poema es precioso, pero no lo soluciona todo. Su presencia y sus consejos me hacían mucha falta porque eran sólo suyos, únicos, de ella y de nadie más.

    No he podido entender del todo la alegría con que me he despertado esta mañana.

    domingo, 3 de abril de 2011

    Artículo no sustantivo

    Escribir en un periódico-diario tiene sus servidumbres o, mejor dicho, sus exigencias, que asumo, como ZP su despedida, con ánimo deportivo. Tratar de llevarle el paso a la actualidad es una. El anuncio de Zapatero me cogió con el pie cambiado, pero cambie de planes y eché el balón fuera. Después de enviado, me lamenté por no haber escrito algo más humorístico o algo más crítico. Esta mañana, sin embargo, me he levantado con el pie derecho, y creo que, siendo un artículo indeterminado, es la despedida que se merece el hombre. O la mejor que yo le puedo dar. Vale.

    sábado, 2 de abril de 2011

    Cinco citas con René Girard y una de Vattimo

    El rechazo de la ética es uno de los grandes tópicos de la modernidad y hace referencia a un período que data del siglo XVIII, o aún antes y que, sin embargo, creo que en la actualidad ha agotado su fuerza, incluso estética. [p. 59]


    Personalmente, coincido con Vattimo cuando dice que el cristianismo es una revelación del amor, pero no excluyo que sea también una revelación de verdad. Porque en el cristianismo verdad y amor coinciden y son una misma cosa. [p. 64]

    [fueron promulgados en un mundo con millares de leyes complejas] La simplicidad y la potencia de los diez mandamientos los convierten en el documento más místico de todo el Antiguo Testamento. [p. 79]

    [Vattimo:] Lo único que realmente no me convence de Girard es su confianza en el poder salvífico de la verdad, ya sea revelada o descubierta por la ciencia. [85]

    Si tomamos en consideración las novelas, por ejemplo, nos damos cuenta de que nuestra existencia se plantea más bien como una comedia que como una tragedia, pero para cada acontecimiento hay una puesta en escena.[…] Nuestra naturaleza de criaturas estéticas es muy importante. [p. 86]

    Creía, como Vattimo, que el uso del antiguo lenguaje sacrificial y la definición de Jesús como “víctima perfecta” impedían una verdadera comprensión de la Pasión como algo completamente “antisacrificial”, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. Mi rechazo a la palabra “sacrificio” era, en buena medida, un error cometido de buena fe. No obstante y sin duda, fue instigado también en parte por el antiguo deseo de pisar la cola al león envejecido y disentir clamorosamente de la Iglesia, por el simple gusto de hacerlo. En cierto modo, estaba intentando redimirme a los ojos de mis compañeros intelectuales. [p. 134]

    ¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo. René Girard y Gianni Vattimo. Paidós Contextos, 2011

    viernes, 1 de abril de 2011

    Cuarto alrededor de mi viaje

    Tener que salir de mi despacho para ir a Madrid me dio pena. No  pereza, pena. Me parecía una traición a Pascal y a Xavier de Maistre, dos amigos íntimos de antiguo. Pensé resistirme: no rendirme tan pronto a la fatalidad del viaje. Quizá, para los problemas de la humanidad, sea también una solución: si hay que salir, no salir al menos mentalmente del propio cuarto, aunque el cuerpo de uno vaya dando vueltas por el espacio aéreo español. Si el pequeño Maistre pudo hacer un viaje alrededor de su cuarto, ¿no podría yo llevarme mi cuarto alrededor de mi viaje?

    Los libros que estaba leyendo los metí en una bolsa y mi ordenador lo jibaricé en mi iphone. Salí de casa como el que está repasando mentalmente un itinerario desde su butaca. Los primeros y deslumbrantes metros al sol, titubeando como san Pedro andando sobre las aguas, me convencieron de que podría conseguirlo. No era tan difícil, con un poco de fe, el arte de la bilocación.

    El aeropuerto de Jerez estaba lleno de alemanes y alemanas guapísimas. Por un instante sentí el vértigo de haberme colado en un rodaje de Leni Riefenstahl. Hasta que vi en sus bolsas que eran los miembros del equipo olímpico o así, y respiré aliviado: “Ah, si estos cuerpos son a base de entrenamientos, eso lo hace cualquiera”. ¿Cualquiera?, qué cosas respira uno aliviado…, pero la tentación del racismo acomplejado había pasado de largo y rápido como un velocista en los 100 m. lisos. El deporte es un dopaje, sentencié. Volví a arrellanarme en el sillón (virtual) de mi despacho.

    Leía Doña Inés de Azorín. Ahora estaba, pues, en Segovia y, sin embargo, más en mi cuarto que nunca. La prosa de Azorín,
    con tanta descripción de habitaciones en penumbra, muy limpias, con un ramito de flores casi siempre o de hierbas aromáticas, incita a sentirse dentro, esté uno donde esté. La pobre Inés, qué desgracia la suya más tonta, y cómo la sentía yo, ay.

    Para el vuelo saqué el libro Posturas difíciles de Luis Carlos López. No fue premeditado, pero mejor título para leer en un sillón de avión no hay. Me hizo gracia (por no llorar) releer el poema aquel de cuando la negociación [¿cuá, cuá? Éste]. Y estos versos me parecieron apropiadísimos para leer con un ojo en el libro y otro (como el propio López, estrábico) mirando por la ventanilla: 

    Las casitas de campo, las casitas
    enjalbegadas, acurrucaditas
    y risueñas.
    En el tren se recuerda mejor a Machado: "Campo, campo, campo./ Entre los olivos,/ los cortijos blancos", pero el Tuerto López se reveló como apropiadamente aeronáutico. Me vi en el despacho leyéndole imaginándome la vista aérea que estaba viendo.
     
    Lo más duro de la ciudad para los pueblerinos es nuestra costumbre de mirar a todo el mundo a la cara, acostumbrados a conocer a cuantos te cruzas, y saludarlos. Qué mareo. En las urbes, todo son falsas alarmas. La gente te suena: te evoca con un respingo a conocidos, y luego, nada, polvo, sombra, humo, como en el epitafio de Portocarrero. Pero como había decidido no salir de casa, me senté, ya digo, como si estuviera en mi cuarto, y me dediqué a pasear por mi memoria. La gente pasaba vertiginosamente, dando vueltas, como en una ruleta y yo los miraba y no reconocía a nadie pero todos me recordaban a otros, y al azar de los parecidos hice un recorrido difuso y fragmentario, como un poema actual, por todos los recodos de mi pasado. No sé qué oído le pita a aquel a quien alguien recuerda, si le pita, pero si pita, ayer hubo un concierto de flautas travieseras en la aldea global. Qué de personas tengo dentro, madre.

    Dispuesto a recibir en mi despacho, la clase en la universidad fue muy afable y doméstica. “Me he sentido como en casa”, confesé al agradecer a los alumnos su atención y sus atenciones, y estaba siendo literal.


    Normalmente hablo con Leonor a gritos, aunque no suene muy romántico. Yo desde el despacho, mientras ella viene y va, nos decimos las cosas a base de pulmones. El teléfono, por tanto, me la acercaba, um, al oído y hablábamos prácticamente besándonos. Um, um. Y suponía, de paso, un descanso para mis cuerdas vocales. 

    En el avión de vuelta se me sentó al lado un nicaragüense vestido de cantante de rap. Me preguntó que adónde iba el avión. Dije buscando de reojo la cámara oculta: “A Jerez”. “Ah, ya, ¿y dónde estamos?” Me asusté en serio: “En Madrid”. “Ah, ya, y Jerez, ¿es una isla?” La chica del asiento de al lado, de ojos cada vez más abiertos, no me dejará mentir. Jamás encontré a nadie tan perdido.

    Para saber adónde voy y quién soy y para no alarmarme más, me parapeté tras el tercer libro: ¿Verdad o fe débil? Diálogos sobre cristianismo y relativismo, de René Girard y Gianni Vattimo. Estos libros de entrevistas lo que pierden en hondura lo ganan en anchura. Recordé el de diálogos entre Borges y Sábato en el que el primero repite con mucha guasa constantemente: “¿Sabe, Sábato?”. Aquí uno espera que, en cualquier momento, Girard replique a su interlocutor: “Va-ya-ttimo”, y la verdad es que pasa rozando varias veces, pero, como es un caballero, se resiste, y se limita a reconocerle a Gianni una simpatía muy grande y unas espléndidas intenciones. Emociona el mea culpa que entona por haber quitado en sus primeros libros contenido sacrificial (huyendo del sacrificio pagano) a la Cruz de Cristo, y como eso, apunta y excusa, puede haber sido la causa de la confusión --recordé a mi vecino, el nicaragüense-- que su teoría ha causado en Vattimo. Llama la atención sin descanso: “Pero resulta que hay hechos, Vattimo, hay hechos, no todo es interpretación y bonitos discursos deconstruidos”, repite suavemente, supongo que arrastrando las erres. Para contestar a un ensayo que ha escrito Vattimo, admirativo, sobre su teoría, se la explica de nuevo desde el principio con mucha paciencia, que es la réplica más deconstructiva que yo he visto nunca. Casi todo lo de Girard lo había leído ya en otros libros, pero me impresionó esto:


    El contagio de la violencia es tan poderoso que ni siquiera respeta a quienes comparten el sufrimiento de Jesús, como los dos ladrones crucificados a su lado (uno solo en Lucas). Ya clavados en la cruz, aún quieren ser crucifixores, desean pertenecer desesperadamente a la multitud de los linchadores.
    Eso explica muy bien el agradecimiento de Jesús al buen ladrón, esa figura tan mía. Y, plof, ya estábamos de nuevo en Jerez, aunque a mí, plim, porque no había salido aún de mi despacho. Lo estaba consiguiendo. Vi alejarse al errático nicaragüense hacia dónde, Dios mío.

    Y en veinte minutos estaba en mi despacho. Mi espíritu y mi cuerpo se dieron un abrazo, bajo la mirada aprobatoria, espero, de Xavier de Maistre y Blaise Pascal, esos viejos compañeros de viaje.