
El gran Benítez Reyes nos ha dejado esta greguería sorprendente y feliz, o sea, esta verdad: "La condición [de intemporales] a veces representa un defecto en el día preciso en que se publica un artículo y a veces una virtud al día siguiente de publicarse". A mí, esto me consuela mucho en el día preciso de publicarlo, aunque al día siguiente me inquiete y desazone.
Parecerá mentira, pero
la columna de hoy lleva segundas intenciones, y terceras, cuartas y quintas. Sería divertido retarles a ver si adivinan cuál fue el móvil principal que me movió a perpetrar esto, y cuáles fueron luego intenciones cogidas al vuelo, que las pintan calvas. Pero es miércoles, es temprano, estamos en crisis, y no para jueguecitos literarios, me temo.
Así que lo confesaré del tirón. Aunque he disfrutado con el codazo a d'Ors, con el aplauso a Chesterton, con el pellizco a JM de Prada, con la palmada en la espalda a JM Díez, con la defensa (en estos tiempos tristes en que nos empujan a la vergüenza) de la alegría universal del cristianismo, el móvil verdadero es... unos minutos de publicidad. Concretamente, a la maravillosa repostería tradicional del Convento del Espíritu Santo, sito en la calle Pozos Dulces, además.