viernes, 10 de mayo de 2019
El alabardero y otras observaciones reales
La prueba de que no me terminaba de creer que estaba invitado es que cada vez que nos paraba un guarda de seguridad pensaba que me haría volver sobre mis pasos. Si tenía que enseñar mi acreditación, estaba seguro de que habría desaparecido de mi bolsillo. Cuando nos daban la tarjetita con el sitio en la mesa, temí que yo no tuviese un lugar.
Todas fueron falsas alarmas de hipocondríaco social.
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Qué exquisita flor artificial es la naturalidad.
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Poder ser agradecido es un privilegio. Tuve la suerte de hablar con Elvira Roca lo suficiente como para explicarle muy detalladamente por qué su libro era tan importante.
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Estaba Luis Alberto de Cuenca con Carmen Posadas y Vargas Llosa. Trío de ases para abrir el apetito.
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Qué alegría encontrar a un paisano. Lo más bonito de mi charla con el marqués de Tamarón es que, allí, en tan hermoso salón, con tan elevadas compañías, no me habló ni una vez de privilegios, sino del deber. En tres ocasiones, referido a tres circunstancias distintas, pero el deber, el cumplimiento del deber.
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A pesar de tanta llamada del deber, la vanidad. Cada vez que hablo con Gregorio Luri, ya sea de esto o de aquello, la sensación de profundísima coincidencia de caracteres y actitudes. Vanidad, toda vanidad, por supuesto, y la cercanía de Gregorio.
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Como soy radicalmente hipocondríaco y monárquico medievalizante que cree en el poder taumatúrgico de los reyes, cuando le di la mano a Felipe VI pensé en qué enfermedad (desconocida) se me habría curado entonces por ensalmo.
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[continuará]
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