miércoles, 30 de septiembre de 2009

Dos penas en una

Este año los martes tengo unas mañanas tremendas de clases a todas horas, así que ayer, cuando me enteré de la muerte de JAMR, ya no me dio tiempo a cambiar mi artículo. Y hoy el funeral es en la iglesia de los Carmelitas, nada menos, y en Antequera, ea, y a las 12, encima; pero yo no estaré. Irme, pretextando cualquier enfermedad y que salga el sol por Antequera no es lo mío, ni me he atrevido a pedir un permiso a la jefa de estudios, que tal vez me lo daba. Lo malo es que la admiración inmensa no es un motivo de licencia y los profesores de Secundaria no tenemos días propios ni moscosos que valgan, que yo me los gastaría encantado en honor de José Antonio. Mis alumnos, al menos, saldrán ganando, pues comenzaré las clases con un recuerdo y un poema. Este:

Quiero contarte cosas que me pasan.
Cuando digo me pasan tiemblo, Rosa,
porque «me pasan» dice muchas cosas.
Esto de las palabras, Rosa, siempre
induce a confusión. Hablo, tropiezo,
caigo, me repongo, vuelvo a caer.
Hablar, Rosa, es darse trompicones
de palabra en palabra. La lengua dice
cosas que no quisiera, a tientas anda.
¿No ves, Rosa, que hablando, como hablo,
caigo en lo mismo y a lo mismo vuelvo?
Cosas que pasan. Te diré que anoche
ardieron los rastrojos, una hermosura
de fuego que en festones se corría
de gozo, dando saltos, crepitando,
la llama daba brincos, le ponía
un rostro diferente a los contornos,
sorprendida la noche en sus silencios
por la herida que abría en sus costados
la navaja de las llamas alegres.
Era una fiesta de purificación.

Y a las doce, mi ángelus volará hasta Antequera.

lunes, 28 de septiembre de 2009

He is not that into you

Fui a ver ¿Qué es lo que piensan los hombres?, además de porque uno siempre tiene dudas de su propio pensamiento, porque leí las dos primeras líneas de la crítica de Hortus Conclusus, y me paré en seco, y me dije iré y ya volveré.

Lo que más me interesó fue una broma que no termina de estar ajustada y que no sé bien la gracia que tiene. Un marido le es infiel a su mujer, pero a esta le preocupa mucho más si él fuma a escondidas o no. Dicho así, parece una parodia, pero el espectador no sabe a qué carta quedarse. Si yo tuviera que apostar, apostaría a que es un retrato fiel de una realidad cada vez más paródica (ésta). Sólo cuando la esposa certifica que el marido fuma monta en cólera y pide el divorcio. Cierto que el tabaco puede simbolizar la gota (o la ceniza) que desborda el vaso (o el cenicero) y que habla simbólicamente de la importancia de la sinceridad en los pequeños detalles, pero la impresión que yo me traje a casa es que el sexo está tan trivializado que importa mucho menos que un cigarro.

Cuando llegué, leí el resto de entrada de Hortus y está mucho mejor que la mía, más exacta y ajustada, sacando lo positivo de la peli, que lo tiene. Yo prefiero su entrada a la mía, pero a mí es que lo del cigarro no se me va de la cabeza.

domingo, 27 de septiembre de 2009

El bolsillo y la conciencia

El Consejo de Ministros ha aprobado a la vez la mayor subida de impuestos de la historia de la democracia y la mayor legalización del aborto de la historia de España. Todo de una sentada. Para los que volverán a decir que el aborto es una cortina de humo de la economía, las portadas de los periódicos les podrían dar una lección, si quisieran: prácticamente en todos la noticia destacada es la subida fiscal. Duele más el bolsillo que la conciencia. ¿Cuál es la cortina de humo de cuál, entonces? Yo, por una vez ordenado, el miércoles hablaré de los impuestos, hoy del aborto.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Gritar "¡Silencio!"

La educación implica cuestiones esenciales que del Rey abajo todos estamos descubriendo por fin. Hace poco dedicamos aquí un artículo a la autoridad en el sistema educativo a cuenta de la manía de descolgar los crucifijos, que, aunque no lo parezca, tiene bastante que ver. Esperanza Aguirre propone ahora concedernos la autoridad por ley a los profesores o, para ser más exactos, concedernos el rango de autoridad pública, que la autoridad auténtica es otra cosa. Yo estoy a favor, desde luego, aunque preferiría que entre todos no nos la hubiesen extraviado de antemano ni que tuviésemos que esperarla de los políticos, como si a ellos les sobrara.

Dicho esto, planteémonos la pregunta principal de la educación: ¿qué enseñamos? Si la contestamos, ganaremos en autoridad, precisamente. La cuestión la puso sobre el tapete Luis Cernuda cuando aseguró que “Nadie enseña lo que importa/ que eso ha de aprenderlo el hombre/ por sí solo”. Lo paradójico es que eso mismo, tan importante, nos lo enseñó Cernuda.

Importa mucho, además, saber más que lo que importa, que en el fondo son muy pocas cosas. Según la poeta Amalia Bautista: “Al cabo, son poquísimas las cosas/ que de verdad importan en la vida:/ poder querer a alguien, que nos quieran/ y no morir después que nuestros hijos”. Nosotros podríamos sumar otras, sí, pero no muchas más. Por eso dice Víctor Botas en un poema titulado “Fin de carrera”: “De estas aulas/ lo bonito sería que salierais/ —amén de preparados para la útil/ ganancia de un dinero— con la mente/ al menos respetuosa y bien dispuesta/ para admirar las artes que al contrario/ de cuanto os he enseñado... sí perduran”.

Si se ensamblan con cuidado los tres poemas, tenemos la respuesta. El profesor no podrá enseñar a sus alumnos ni con un flamante rango de autoridad pública lo que importa, esas pocas cosas que decíamos antes y que ellos tendrán que aprender solos o más bien traerlas aprendidas de sus casas. Pero podrá enseñar las otras, las necesarias para ganarse una vida en la que estar abiertos a lo fundamental. Y también intentará el buen profesor crear un silencio, un respeto, un interés, una inquietud y, en los mejores casos, una vocación por seguir adentrándose solos en lo que sí perdura.

Parece lioso, pero no lo es. Además, uno, como profesor, ya está acostumbrado a vivir entre las paradojas con la soltura con la que Pedro Salinas vivía en los pronombres. De hecho, si yo tuviese que describir en cuatro trazos mi trabajo lo haría con esta definición de andar por clase: “Profesor: el que grita ‘¡Silencio!’”

A ese grito siguen unos segundos de atención expectante —los alumnos con el alma en los ojos y los ojos muy abiertos— que son lo más valioso de la educación. No decepcionar nunca del todo esos segundos es la misión del profesor; y que acaben siendo una actitud ante la vida, su sueño.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El hijo que no tengo

Leo en Compostela un poema de Bonilla y, como ya me pasó otra vez, me asombran los parecidos (y las variaciones) con uno mío. Como ocurra otra vez ya no me va a quedar más remedio que sacar conclusiones generacionales, salvando las distancias. Mi poema se iba a quedar inédito, pues hace meses que lo había sacado de mi proyecto de libro: su final no termina de gustarme. Pero el blogg lo aguanta casi todo, así que quizá, aprovechando la ocasión, sea éste un buen momento para publicarlo. Si no, siempre se puede borrar.

.................EL HIJO QUE NO TENGO

El hijo que no tengo entra en mi cuarto
saltando entre montones de libros por el suelo
y me pide: "Papá, juega conmigo";
y yo no sé qué hacer porque es difícil
negarle nada a un niño que no existe.

Lo malo es que a su madre le enfada que me ensucie
la ropa de ternura
...........................que luego hay que lavarla.

Pero a escondidas, él y yo,
con ceras de colores, dibujamos
una ciudad perfecta
o hacemos un volcán con arena de playa,
un volcán de verdad, con fuego y todo.

Y viene a ser lo mismo que otro padre
jugando con su hijo: una emoción muy honda
y un fondo de tristeza.
...................................... .A ese otro hombre
le duele recordar que con el tiempo
su hijo acabará marchándose;
a mí saber que siempre
----------------...--.....- habrás de estar conmigo.
-

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Caro diario

Escribir un diario me cuesta muchísimo. Y lo tengo sobre mi conciencia como un peso muerto desde mi más tierna infancia. Entonces mi abuelo materno me aconsejaba que lo llevase: un diario sin adornos —fijaos cómo me conocía mi abuelo, eh, y yo era un niño—, una contabilidad simple de los hechos cotidianos, insistía, que luego la vida se te confunde y es bonito volver la vista atrás y ver exactamente qué se hizo cuándo y con quién.

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Yo lo he intentado muchas veces pero enseguida me atasco. En la adolescencia, esa etapa de la vida tan propicia al amor propio, pensé que no era capaz de llevar el diario por mis virtudes humanas: “No me doy tanta importancia...”, me decía satisfecho en el espejo. Ahora sé que lo que menos sale en un diario es su protagonista, apenas un codo que asoma por una esquina, como en el poema autobiográfico de d’Ors, y quizá por eso, ay, no me salga tan seguido como el blogg o los artículos. Un diario está lleno de amigos, de conocidos, de saludados, de lugares, de libros, de anécdotas…

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Empecé otra vez el año pasado cuando sostuve que un blog no es un diario y casi nadie me dio la razón. Mejor que discutir—sobre todo porque aún no había leído a Schopenhauer — sería dejar manuelmachadianamente que los hechos viniesen solos como olas a traerme la razón y dejármela a los pies. Si llevaba un diario y un blog y cada uno iba por su lado, para qué más metaliteraturas y mesas redondas y no-obstantes. Pero volví a cansarme, y sólo lo escribía a intervalos cada vez más largos. Y un diario que no es diario no es nada.

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Hoy retomo mis propósitos, que esa es la historia de mi vida. ¿Por qué hoy? Pues porque ayer leí el primer cuento de Raymond Carver, titulado “Leña”, y allí toda la emoción del cuento, toda, se concentra en una anotación diarística, simple, basada en los hechos, como le hubiera encantado a mi abuelo:

Estoy en un país de lo más exótico. Me recuerda a un sitio del que en alguna parte he leído algo pero al que nunca había ido hasta ahora. Por la ventana abierta oigo un río y en el valle que se extiende detrás de la casa hay un bosque, precipicios y cumbres nevadas. Hoy he visto un águila y un ciervo, y he serrado y partido un camión de leña.

Y también le habría gustado este aforismo de Nicolás Gómez Dávila, que me ha dado la puntilla:

Sólo vive su vida el que la observa, la piensa y la dice; a los demás su vida los vive.

Apunte del natural

No canta bien el grillo,
no,
pero qué emocionante
su afición,
.................. sus desvelos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

10 libros 12

El peligro de Madrid son las librerías. Aprovechando que tengo la superstición de los números redondos, quise ceñirme a un estricto decálogo, que es el número moral por excelencia. Muchos fueron los llamados, pero estos los escogidos:

1- Escolios a un texto implícito, naturalmente de Nicolás Gómez Dávila, pero ¡por fin completos!, editados por Atalanta. A la edición colombiana de Villegas la he perseguido por la Red durante años, pero siempre se me escurría. El sábado lo descubrí en el escaparate de la Librería Rafael Alberti y enseguida mordí el anzuelo. Me hubiera venido muy bien tener el libro leído para la lectura de por la noche en la Residencia de Estudiantes, pero son 1407 páginas. Así que cuando empezaron a hacernos múltiples fotos antes, durante y después del acto, no me quedó más remedio que contar aquella historia de Los agujeros negros de Aquilino Duque sobre un fotógrafo especializado en retratar difuntos. Hacía retratos familiares y el que posaba siempre con más naturalidad era el finado, porque el resto se envaraba delante de la cámara. Yo, envarado mientras nos fotografiaban sin parar, lo conté varias veces y ahora que hago memoria creo que a la misma persona. Me sabía, ojo, lo del macabro ojo tuerto de la fotografía, que dijo Ramón Gaya, pero me pareció más distendido lo de los cadáveres de Aquilino. Todo se habría solucionado si me hubiese llevado leído este escolio de Gómez Dávila de la página 427: “La fotografía nos muestra cómo el imbécil ve el mundo”. Así, como un flash, hubiese quedado deslumbrante, aunque tampoco sé si habría despertado demasiadas adhesiones.

2- Shakespeare, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Nortesur, 2009. La verdad es que ya ojeándolo en la librería me di cuenta de que no íbamos a estar muy de acuerdo el Príncipe de Lampedusa y un humilde servidor. Afirma que los pareados finales de los sonetos son prescindibles, que la poesía está en los doce versos anteriores. “Qué disparate”, pensé con todos los respetos y traté de hacer un alarde de memoria y recitarme allí mismo un pareado redondo. No me acordé, aunque ahora, nada más llegar a casa, ya está: “For nothing this wide universe I call/ Save thou, my rose; in it thou art my all”. Pero un príncipe siciliano, qué quieren que le diga, es un príncipe y Shakespeare, otro. Así que me traje el librito.

3- El arte de tener siempre razón, de Arthur Schopenhauer, El Barquero, 2009. Este libro no tiene razón. Ahora lo sé y eso que aún no lo he abierto. El arte sería, en todo caso, estar siempre en lo cierto, y para eso hay que reconocer muchísimas veces que no se tiene razón. La voluntad es la que se empeña en llevarse el gato al agua a toda costa. Me lo leeré para justificar el gasto, pero sin esa ilusión ilusa que me hizo cogerlo al vuelo de una estantería: un lapsus libri.

4- Cartas. Emily Dickinson. Lumen, 2009. Estoy tan enganchado a la correspondencia de Flannery O’Connor que me he apuntado a cartearme con toda solterona americana con talento que se me ponga a tiro. A ver qué tal con ésta, porque he catado las cartas y las veo tan enigmáticas —y con los mismos guiones— como sus poemas: genio y figura hasta la sepultura. Claro que no me faltará, como ella dejó dispuesto, unas migas de pan que compartir con su célebre petirrojo.

5- El simple arte de escribir, de Raymond Chandler, Emecé, 2004. Más cartas, pero de un solterón esta vez, para que nadie diga que hago discriminación (positiva) por razón de sexo. Ahora mismo, al escribir el título, me ha dado mala espina: ¿simple el arte?, ¿simple escribir? Huy, huy…

6-Si me necesitas, llámame. Raymond Carver. Anagrama, 2001. Tampoco discriminación por razón de género, ea, que ya leí sus poemas, y ahora voy a darle una oportunidad a sus relatos, tan recomendados por tantos amigos.

7- Aforismos. Georg Christoph Lichtenberg. Cátedra, 2009. Lo abrí y empecé a encontrarme autorretratos míos: “Espera no sobrepasar los tres platos en la comida y los dos en la cena, con un poco de vino, y no carecer ningún día de patatas, manzanas, pan y también un poco de vino; en ambos casos se sentiría desgraciado. Ha estado siempre enfermo cuando ha vivido más allá de esos límites. Leer y escribir es para él tan necesario como comer y beber; espera que nunca le falten libros. En la muerte piensa muy a menudo y nunca con repugnancia; desearía poder pensar en todo con tanta serenidad, y espera que su Creador le pida afablemente un día una vida de la que él, en verdad, no fue un poseedor excesivamente buen administrador, pero ciertamente tampoco un malvado”. No un malvado, pero sí un poco vanidoso: me lo compré corriendo para ver qué sigue contando de mí.

8- Epigramas venecianos. Johann Wolfang von Goethe. Hiperión, 2009. Es fama que los de Jerez, cuando paran en el peaje de la autopista de Sevilla, enseñan el pasaporte. Los del Puerto no llegamos a tanto, pero yo, a pesar de las librerías, cuando viajo a Madrid padezco jet lag. Por eso, este epigrama de Goethe me llegó tan hondo:
Ancho y hermoso es el mundo, pero cómo agradezco a los cielos
que un jardincillo cerrado por gracia me pertenezca.
¡Llevadme otra vez a mi casa! ¿qué hace un jardinero viajando?

9- Prosas entreveradas. Fernando Aínsa. Ediciones de la Librería Cálamo, 2009. Una excepción: este librito no lo compré por su contenido, sino por su diseño. Luego, dentro, me encontré con que “a toda excepción le gustaría encontrar su regla” y con esa maravilla laboral que ya había recogido Navascués al final de su entrada y que quizá utilice para algún artículo y con este uni-verso de desamor: “He perdido demasiado tiempo en su cuerpo” y con este microcuento de amor constante más allá de la muerte (del amor):
Ella me dijo al separarnos:
—Seguro que te olvidarás de mí.
—Sí —le confesé— me olvidaré de ti todos los días
10- Instantes. Nueva antologia del haiku japonés. Traducción, introducción y notas de José María Bermejo. Hiparión, 2009. Las traducciones, a un golpe de vista, son maravillosas, y mantienen más o menos el molde métrico, lo que se agradece. Se agradece casi siempre: en un haiku de Yasuhura Teishitsu que en japonés es
korewa korewa/ to bakari hana no/ yoshinoyama
ha traducido: "Oh, oh, oh, oh,/ balbucí ante las flores/ del monte Yoshino". Es muy útil la edición bilingüe porque uno puede atisbar que en la v.o. sólo balbuce dos veces “Oh”, que es una medida bastante sensata de balbuceos. Los cuatros ohs de la versión española son excesivos y rozan o la tartamudez o la verborrea. Uno se los explica sólo por las cinco sílabas de rigor, porque un caballero ante las flores del monte Yoshino lo más que balbucea es Oh, oh, y ya eso es de sobra emocionante. Pero es un fallito menor, carne de entrada de blog y nada más, en unas traducciones que por lo que he podido ver son excelentes.

Y así estaba yo, tan contento con mi relativa austeridad de número redondo, cuando al día siguiente aparece de pronto mi hermano Jaime y me trae un regalo de El Rastro: First and Last de Truman Capote. Menos mal que mi primo Fernando López de Artieta traía bajo el brazo un sobre con un libro suyo manuscrito. Mentalmente hice la suma y salían ¡doce! Un número precioso, simbólico. “Todo perfecto, las doce en el reloj”, suspiré mientras me arrellanaba en el sillón del tren de vuelta a casa.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Ni en broma

La prostitución es una cosa muy seria y un chiste a cuenta de ella siempre es fácil. Sin embargo, se me habían colado varios en mi artículo de hoy, y uno en el título. En el último repaso los borré a toda prisa. Hubiese sido imperdonable no verme la mota en mi ojo cuando tengo clavada en la memoria la viga del ajeno.

Me lo contó un amigo. Estaba cerrando el precio de una conferencia con un escritor muy mediático, monárquico a más no poder, maestro de buenas maneras, lo suyo ya no es una elegancia esqui-sita sino snob-board, si me permiten el desliz. Bueno, pues ese escritor le pidió un dineral por una conferencia ya hecha o un dineral y medio si la quería nueva, y además se le pagaría por adelantado, y en un sobre. Hasta ahí, vale, muy bien, me alegro por él. Pero para justificar sus exigencias, aclaró: "Es que yo soy muy puta". Mi amigo me lo contaba como si tal cosa, puede que con la sana intención de que yo aprendiera a manejarme en el mundo y a subirme el caché, pero a mí aquello no se me va de la cabeza o me vuelve cada vez que veo o leo o oigo al mediático, tan peripuesto.

Uno, cuando tiene que pedir sus honorarios, si los pide, cita el Evangelio de San Lucas: "El trabajador merece su salario" y a veces lo cita hasta en latín: "Dignum est operario mercede sua" (Lc 10, 7). Claro que así me va.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Una atracción fatal

Podríamos realizar un curioso experimento. Colocar a dos articulistas en la misma página de un periódico. El periódico tendrá edición digital. Uno de ellos estará muy indignado contra la televisión, protestando de la telebasura, de la que pondrá —le resultará fácil— ejemplos numerosos. El otro razonará su entusiasmo por un buen libro, digamos que por la investigación sobre William Shakespeare que recientemente ha publicado Joseph Pearce, o por varios libros, por la obra completa del mismo Shakespeare, para no quedarnos cortos. La filosofía de fondo de ambos artículos será la misma, el amor por lo bueno; pero el tono no, ni la manera de enfocarlo. Gracias a las nuevas tecnologías podríamos comprobar luego que indefectiblemente el artículo contra la telebasura tiene más visitas, muchos más votos y una infinidad mayor de comentarios. Conclusión: se diría que la basura, incluso la televisada, no sólo atrae a las moscas. Atrae también a sus detractores.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Textual

Estábamos pasando un fin de semana en Zufre, en la casa de Aquilino Duque y el domingo decidimos hacer una excursión. Oiríamos misa en cualquier pueblo de la carretera.

En el coche, como venía ni que pintado, recordé que a la vuelta de un viaje Leonor y yo nos encontrábamos en la misma situación y paramos en un pueblo de la provincia de Sevilla para buscar una misa. Preguntamos a una pareja que paseaba por allí con una niña:
—Oigan, perdonen, por favor, ¿podrían indicarnos dónde hay una misa?
—A ver —se pararon a pensar parsimoniosamente, —ah, sí, dos calles más p’allá hay un cajero y se puede sacar dinero con una visa.
—No —sonrió Leonor, saliendo antes de la estupefacción. —Queremos una “misa”.
—Ah —replicaron, —si cogen a la derecha to seguío encontrarán un italiano y allí dan pizzas, pero todavía es temprano.
—No, no —rogamos, —queremos una iglesia, un cura, un lugar donde celebren una misa católica.
(Y uníamos nuestras manos en un gesto piadoso, y mirábamos al cielo poniendo los ojos en blanco.)
—Ah, ya, —contestó la señora, más despierta, —aquí a la vuelta hay una misa de monjas, pero casi siempre está cerrada.
—Vale, pues muchas gracias, eh —nos despedíamos. Y todavía pudimos oír como la niña recriminaba a sus padres:
—Yo les había entendido desde el principio.

Eso fue textual, y tengo como testigo a Leonor Blázquez que no me dejará (como no me deja nunca) mentir. Y eso mismo le iba contando yo a Aquilino, sacando las conclusiones que ustedes pueden imaginar entre dos digamos conservadores de excursión: que si España estaba irreconocible, que qué había hecho la televisión con la buena gente del campo, etc.

Las reflexiones las hacía yo. Aquilino las oía como quien oye llover, concentrado en las curvas de la carretera, interrumpiéndome de vez en cuando para recordar algo de su niñez: “Mira, en la alberca de aquel cortijo me bañaba yo de niño. Todavía, entonces, no había visto el mar…” Así íbamos hasta que paramos a interesarnos por el horario de misas en un pueblo de por allí, en la Sierra de Aracena.
—Disculpe, buen hombre, ¿sabe usted dónde podríamos encontrar una misa?
—Eso, tan moderno, aquí, no. Pero unas gambas al ajillo buenísimas pueden tomárselas en el bar de la esquina…
—Jo, Aquilino, que éste también ha entendido una “pizza”.
Y Aquilino, que apenas había reaccionado a mi historia, no daba (ahora) crédito a sus ojos:
—¡Pero qué barbaridad cómo está España, verdaderamente no la reconoce ni la madre que la parió, como dijo el otro! ¡Qué barbaridad! ¡Gambas al ajillo!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Bueno, ¿y qué?

Mi madre era una santa, pero yo soy un hijo de mi época y no me consigo quitar de encima el manido prejuicio de la originalidad. A estas alturas me sorprendió releer "El bastón de laca" de La cifra (1981) y descubrir que el poema de d'Ors, "'Made in Pakistan'", de la sección de inéditos editada en El misterio de la felicidad (2009) es una variación. Dice Jorge Luis:

[...]
Lo miro. Pienso en el artesano que trabajó el bambú y lo dobló para que mi mano derecha pudiera calzar bien en el puño.
No sé si vive aún o si ha muerto.
No sé si es taoísta o budista o si interroga el libro de los sesenta y cuatro hexagramas. No nos veremos nunca.
Está perdido entre novecientos treinta millones.
Algo, sin embargo, nos ata.
No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo.
No es imposible que el universo necesite este vínculo.
Luego canta d'Ors:
Manos pakistaníes
que en un insospechado rincón del tiempo, anónimas
y remotas, pasasteis sobre este mismo pliegue
en que ahora están las mías [...]
y luego os alejasteis para siempre,
al fondo de una oscura cadena de trabajo.
[...] Manos
que ahora mismo las mías adivinan y sienten
ligadas a una vida
desconocida pero que misteriosamente
es la mía también [...]
[...] en una camisa comprada en las rebajas
vi que todas las vidas son una misma Vida.
Todas las vidas son una misma Vida y todos los poemas son, por lo visto, un mismo Poema. Bien, ¿y qué? Eso no le quita nada a "'Made in Pakistan'". La poesía de d'Ors está en los detalles, en el tono, en su insobornable admiración por Borges, en la sutil diferencia irónica que va de un exquisito bastón de laca a una camisa comprada en las rebajas y, sobre todo, en las propias imágenes. En ésta, por ejemplo, inolvidable, brillante y colorida como una portada del National Geographic:
¿O las manos de un niño —al que le estaban grandes
la camisa y los ojos—

domingo, 13 de septiembre de 2009

El guardia aguado

Será el shock postvacacional, pero el guardia de tráfico que llevo dentro está hecho un lío, o dado de baja, o le han echado para recortar gastos municipales. El artículo de hoy es en realidad dos entradas de blogg o, como mínimo, una. El déjà vu que me entró al entrar en la Biblioteca tendría que haber entrado aquí. Sin límites de espacio no se me habría quedado fuera un detalle curioso. A mi lado yacía abierto un libro gordo con todos sus avíos de gomas, subrayadores de colores, lápices y bolis varios. No me fijé en el libro. Pero en cuanto volvió el estudiante de su vuelta al ruedo o de su enésimo café o de su cuarto Red Bull, me entró una curiosidad invencible por cuál sería su oposición. Podría haberlo visto fácilmente antes, pero sólo con su presencia sentí ese ansia contorsionista de saber. Julián Marías le habría sacado a la anécdota su jugo de filosofía de andar por casa. En realidad, sólo son interesantes las personas.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Cuento de autoayuda para empezar el curso

Tres vecinos vivían en el campo, dedicados al sector agropecuario. Agobiados por la pertinaz sequía, se pusieron a escarbar pozos. El primero, encontró petróleo enseguida, por lo que dio gracias a Alá, se compró un yate y se fue a veranear a Marbella. El segundo tuvo que escarbar mucho más, y un día, bañando en sudor, encontró por fin agua. Desde entonces abandonó la agricultura y se dedicó a cuidar un suntuoso jardín de fuentes escalonadas. Dinero sacaba mucho vendiendo el agua que le sobraba a unos señores de Murcia, a los que les habían derogado no sé cuántos trasvases. El tercero cavó y cavó sin descanso, espoleado por los éxitos de sus vecinos, no sé si arrastrado por la envidia o empujado por un noble afán de emulación. El caso es que cavó. Tanto y tan hondo, que fue a dar al mismo infierno. Allí, con malsana curiosidad y buena crianza, preguntó por el señor de la casa, pero Satanás, le informaron, estaba muy ocupado inyectando petróleo en el pozo de uno, baldeando agua al pozo del otro. “Bueno, pues adiós”, dijo, y tembló todo el recinto. Se volvió para arriba. Al salir, oh, llovía.

Esta entrada me la escriben

Literalmente

(y a mí me parece muy bien. En el prólogo de Lo que ha llovido dije que los blogs son, en parte, género epistolar: pues ea. Además, últimamente leo con pasión The Habit of Being, por lo que me siento más partidario que nunca de las cartas y su general aprovechamiento. Y Pedro --su poesía-- se merece toda la publicidad del mundo. Ah, y Manoli existe, no sé si enfadada con mi prólogo, espero que no.)

jueves, 10 de septiembre de 2009

Quevedo vs. Dante

A los que repiten lo de la ferocidad de Dante ("la hiena que ríe entre las tumbas", dijo Nietzsche, aquel corderillo) hay que invitarles a que comparen la Commedia con Los sueños de Quevedo, y verán lo que es ferocidad verdadera. Yo entendí como en una revelación (no diré en qué circunstancias) el motivo de la diferencia. El florentino imagina el Más Allá y, luego, cuando le cuadra, coloca a algunos poetas de forma ilustrativa y llevado por su afición a la literatura. Quevedo, en cambio, lee a los malos poetas o estos le leen sus poemas, que es peor, y entonces él empieza a sentirse en un infierno. Para los que aman la poesía —y él la amaba— un poema malo es un auténtico suplicio. Por eso Quevedo se retuerce más: está más cerca, dentro. Lo suyo es una experiencia vivida. La titula Los sueños por disimular y por marcarse una voluta (o vuelta de tuerca) barroca.

Dante se encuentra con un poeta malo o regular en el Purgatorio, no en el Infierno. Y entonces uno piensa: “Vaya, ¿a ver qué pasa?” Pasa que Bonagiunta el de Luca, en el Canto XXIV, a pesar del dardo envenenado que enseguida le lanza Alighieri (“O anima che par sì vagga/ di parlar meco, fa sì ch’io t’intenda/ e te e me col tuo parlare appaga”, esto es, “Oh alma que pareces deseosa de hablar conmigo, hazlo de modo que se te entienda y que no sólo a ti sino también a mí tu hablar aproveche”), a pesar del dardazo, Bonnagiunta reconoce con admiración a Dante, y este, de premio, zas, le suelta otro: “I’mi son un, che quando/ Amor mi spira, noto e a quel modo/ ch’e’ditta dentro vo significando”, o sea, “Yo soy uno que cuando el amor me inspira, escribo y de este modo lo que dentro de mí se dice voy significando”. Entonces se hace la luz y Bonagiunta de Luca lo ve (“Ma di’ s’i’ veggio (v. 49), “O fratre, issa vegg’io” (v. 55), "Io veggio ben (v. 58) y “vede piú” (v. 62)) y tras reconocer la superioridad del Dolce Stil Nuovo de Dante y compañía, acaba callándose, con una humildad hermosa y muy feliz, descrita con evidente satisfacción por Dante: “E quasi contentato, si tacette”, "Y así, ya satisfecho, se calló". Un final perfecto, en definitiva; nada que ver con la torturada sintaxis del doliente Quevedo, que los sufría en vida.
[Me he precipitado a publicar esta entrada para evitar que luego parezca que me lo inspiró este evento, que ya veremos.]

Respuesta

Decimos: "Eso está dejado de la mano de Dios", y Dios responde: "Bueno, venga, vale, dejadlo de mi mano".

miércoles, 9 de septiembre de 2009

[Hoy la entrada me la escriben]

Q.Q.:

Como sé que te gusta explorar las interioridades del lenguaje, te hago partícipe de lo que acaso no sea más que la interpretación equivocada de unas palabras.
El caso es que leyendo una autobiografía de S. Antonio María Claret, pero resumida por otra persona, encuentro la expresión “dejado a la mano de Dios”. Me sorprendo, porque siempre había oído decir “dejado de…” A continuación deduzco una diferencia entre las dos expresiones: La primera significaría algo parecido a encomendar un asunto o persona a Dios; mientras que la segunda vendría a suponer que Dios se desentiende o despreocupa de algo o de alguien. Mas, al día siguiente, caigo en la cuenta de que cuando decimos “deja ese asunto de mi mano” estamos tomándonoslo muy en serio. De donde resultaría que las dos expresiones (dejado a y dejado de) vendrían a significar lo mismo. Sin embargo, me parece que la expresión usual, es decir, la segunda, permite albergar esa idea errónea de que Dios pasa de alguien.


Un abrazo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Pleonasmo y oxímoron

En otro blog leía un comentario de CB con el mismo interés de siempre y hasta un poco más, si cabe. Tengo comprobado que para leer bien conviene ir un poco por delante de los ojos, a tientas, adivinando. Eso permite o bien una satisfecha comprobación o mejor aún una refrescante sorpresa. Y así iba yo ayer, deslizándome por sus líneas: "... una mirada especial, un don para hacernos sensible la belleza humilde, si puede decirse así, si no es una..." Y entonces levanté la mano como un alumno empollón y nervioso: ¡una paradoja o una contradictio in terminis!, grité. Pues no, muchacho: "una redundancia", decía CB. Lo curioso es que teníamos razón los dos. Ella, por supuesto: una belleza soberbia es imposible. Pero también yo: la belleza, incluso la de las cosas más pequeñas, es siempre trascendente e inabarcable. Vi claro que humilde no es lo contrario de grande, ni mucho menos, sino apenas de vanidoso.
Ya lo sabíamos, ya, pero sentirlo, uf, es otra cosa.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Vanellus chilensis

Lo contaba José Hernández
por boca de Martín Fierro.
Y yo hago igual que los teros
para esconder sus niditos:
en un lao pego los gritos
y en otro pongo los huevos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Tràgic-còmic

Por amor a España y a mis gotas de sangre levantina, me he puesto otra vez a leer en catalán. Cuesta un poco: el otro día, por ejemplo, cuando recogí en Correos un paquete y lo abrí, los libros venían envueltos en el Avui, que, por cierto, destiñe. Me consolé viendo que el que venía dentro era nada menos que Llorenç Villalonga, que lo llevaría bastante peor que yo.

Traducir no cuesta tanto, sin embargo. Dice Joan Fuster en Diccionari per a ociosos:
MALÍCIA.- Resulta una mica còmic: sempre som menys malvats del que ens pensem ser.
Que traducido quedaría:
BONDAD.- Resulta un poco trágico: siempre somos menos bondadosos de lo que pensamos ser.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Cara y cruz

Para iniciar el curso en el Semanario Alba, después de las vacaciones de verano, retomo el tema de los crucifijos, pero no para dar la cara por ellos (que en Alba no hace falta), sino para comentar otro aspecto del asunto. Aviso a navegantes: lo que aquí se sostiene presupone la fe del lector, que, como dice Flannery O'Connor, te ahorra dos mil años de aprendizaje, o al menos su filosofía (y sigánse los enlaces). Lo que creo que hay que decir en el foro público, ya lo dije. Esto es lo que propongo que pensemos y hablemos en la intimidad.
Don Álvaro d’Ors, para hablarnos de la autoridad, leía aquel pasaje evangélico en que el centurión le pide a Jesús que sane a su siervo y, en concreto, cuando dice: “Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: ‘ve’, y va; al otro: ‘ven’, y viene; y a mi criado: ‘haz esto’, y lo hace” (Lc 7,8). D’Ors se preguntaba: “¿No es extraño que diga que él vive bajo disciplina y que por eso le obedecen? ¿No estará mal redactado?” Pero enseguida contestaba que ni lo más mínimo: sólo el que obedece puede ser obedecido. El centurión, del que Jesús se admiró, nos estaba dando una lección de fe y, de paso, de filosofía política: la autoridad no se sostiene en el vacío. Shakespeare no había oído a d’Ors, pero lo tenía claro por su cuenta y riesgo. En El rey Lear, en dos versos aparentemente enigmáticos, subraya la misma idea: “The great Image of Authority: / A dog’s obey’d in office”, esto es, el gran emblema de la autoridad es que sólo se obedece a un perro con dueño en los términos de su propiedad.

El crucifijo en un aula (y en cualquier otro sitio) simboliza la verdadera fuente de la autoridad, la que sostiene en última instancia a todas las demás; y, a la vez, representa la obediencia hasta la muerte del mismo Dios. No sé si los que están empeñados en descolgar crucifijos a toda costa habrán calculado los efectos que la medida tendrá a largo plazo sobre la ya maltrecha autoridad del profesor. Pero los tendrá porque, igual que las físicas, las leyes metafísicas son ineludibles. Otra cosa es que les importe.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Carraspeo

¿Pareció impertinente que me pusiera a puntualizar una frase Flannery O'Connor cuyo sentido último, además, estaba bastante claro? Bueno, fue mi manera de pensar la frase. Y aún diría más: es una forma de entablar conversación. No me gusta leer sino hablar. Para entablar la conversación hago como en la vida social: me acerco, oigo lo que se dice, carraspeo, y meto baza. No importa tanto tener razón como captar la atención del interlocutor. Que te mira, sorprendido o sorprendida de que alguien le interrumpa un poco, y te contesta, quizá un pelín molesto o molesta. Sin embargo, cuando se da cuenta de que le escuchas, de que le das la razón, si la tiene, de que la matizas, si se puede, de que te desdices, si hace falta, comprende que lo que te importaba era él, o ella, y la verdad, que querías formar parte del corro, que te conformas con que se abra un poquito y te dejen allí escuchar atentamente y hablar de vez en cuando, entonces, hay muchas posibilidades de que esa persona te coja aprecio y de que terminéis incluso siendo buenos amigos. Esto es así desde los diálogos platónicos. No hemos salido de ellos, gracias a Dios, y cada libro es un inciso en una conversación general.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Todo sirve (continuación)

He seguido pensando lo de ayer: de nuestros artículos —poemas, cuentos, entradas de blogg o artículos propiamente dichos— a Dios le debe de servir todo. A diferencia de nosotros, tan exqusitos [será la naturaleza caída], Él mira más que nada las intenciones. Con la posteridad, venerable diosa pagana, tiene Flannery más razón que un santo: a ella sólo le sirve lo bien hecho, y a la actualidad, vertiginosa diosa moderna, casi cualquier cosa le vale... y le deja de valer al segundo.
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Pensarlo me ha calmado una antigua inquietud. Se dice que en el Cielo entonaremos canciones con los coros angélicos. A algunos eso les suena aburrido y han gastado bromitas con que lo divertido es el infierno, ji, ji. Dios me libre. Como tengo tan mal oído, a mí lo de cantar con y como los ángeles me parece una imagen perfecta de la bienaventuranza: lo más. La música tiene un efecto anfetamínico, es a la vez inalcanzable e interior, su ritmo une, las letras se elevan sobre las notas.... Oh. Me parece, ya digo, una buena imagen y mucho más: una música vale más que mil imágenes. Pero como yo canto mal, siendo generoso, temblaba al pensar en la otra vida: “¿Me dejarán tatarear un poco o estaré en el Cielo como en el autobús de las excursiones del colegio, teniendo que ir calladito y sin tocar las palmas, mirando por la ventana, para no estropear la fiesta?” Pero lo he visto (oído) claro: a Dios todo le sonará a las mil maravillas, inclusive lo mío. No es que el amor sea ciego (y sordo) es que, sutil teólogo, no ve (ni oye) los defectos, que son lo que no son. Bien vistos, son invisibles. En cambio, para todo lo demás, el amor tiene unas lentes limpísimas de aumento. Qué cantes por alegrías, ay madre, me voy a marcar yo en el Cielo.

*
Nada de esto lo he pensado solo. Después de escribir la entrada de ayer, me fui a un entierro. Era de la madre de un amigo-compañero-jefe, que llevaba años enferma en un asilo de las carmelitas. Antes de la misa, salió una monja (supongo) al ambón y leyó un retrato de la difunta. Entonces caí. Aquel artículo no estaba especialmente bien hecho, tampoco mal, y reposaba fundamentalmente sobre tópicos, pero a la vez tenía algunos aciertos, que yo, que no conocí a la finada, atisbaba con emoción porque varios de sus rasgos eran reconocibles en su hijo, mi amigo, que los ha heredado. Y entonces pensé en lo de Flannery O’Connor, en lo que había escrito esa mañana en el blogg y, poco a poco, en todo lo que digo arriba. El texto de la monja (presunta, porque iba de laica) nos estaba sirviendo a nosotros y demostraba un cariño grande, insobornable, por la enferma, que desde la eternidad lo agradecerá. A Dios seguro que le valía. Fue bonito ver sobre el terreno que la literatura puede ser una obra de misericordia.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Glosa

"Sólo se sirve a Dios y a la posteridad con artículos bien hechos", dice FO'C. Lo fascinante de la frase es el doble consuelo que (gracias a un falso falso amigo, o sea, verdadero) le deja al columnista. De un primer golpe, la frase permite entender que a la actualidad sí se la puede servir con artículos normalillos, que son los que hacemos normalmente. No es mucho, servir a la actualidad, que es señora que se puede morir, que de hecho se muere, que se muere a cada instante..., pero mucho peor es no servir. Si se sigue pensando la frase de Flannery, todavía consuela más. No añade a la buena factura de los artículos, como hacen otros, "que hablen de asuntos trascendentes". A Dios y a la posteridad y a Flannery les basta con que estén bien escritos. Escribir bien un artículo no es moco de pavo [real], pero el periodista se agarra a esa esperanza, pues al fin y al cabo eso lo procura siempre.

martes, 1 de septiembre de 2009

Contar esta historia

Cuando el gran rabino Shem-Tov creía que se avecinaba una desgracia para su pueblo, se retiraba a meditar en un lugar del bosque. Allí encendía un fuego, recitaba una plegaria y se cumplía el milagro de que la desgracia quedara conjurada. Años más tarde, cuando le tocó a su discípulo implorar al cielo por la misma razón, acudía a aquel mismo lugar del bosque y decía: "Señor, escúchame. No sé como encender el fuego, pero todavía soy capaz de recitar la plegaria". Y el milagro volvía a cumplirse. Más adelante, y también con el objeto de salvar a su pueblo, otro rabino se encaminó al bosque para decir: "No sé cómo encender el fuego, no conozco la plegaria,pero puedo colocarme en el lugar preciso". Y eso fue suficiente. Finalmente, cuando lo
llegó el turno a un rabino posterior, éste sentado en un sillón, habló así a Dios: "Soy incapaz de encender el fuego, no conozco la plegaria, ni siquiera puedo encontrar el lugar en el bosque. Todo lo que sé hacer es contar esta historia". Y aquello bastaba. Dios creó al hombre porque le gustan las historias.
Contada por Javier Rodríguez Marcos en el prólogo de la antología de Roberto Juarroz [El País, 2009], a quien le gustaba especialmente este relato jasídico. A mí también me gusta muchísimo, pero permitidme notar que en realidad lo que bastan son tres cosas: la historia, sí, pero también que el rabino del sillón sigue hablando con el Señor y sigue preocupándose de conjurar la desgracia de su pueblo. Todo se resume en dos: Dios y el prójimo, y de propina la maravillosa narración. No me extraña que fuera suficiente.