lunes, 31 de diciembre de 2018

Doce campanitas


[Esta vez las doce campanadas me han cogido desprevenido. ¿Ya se ha acabado el año? ¡Si acababa de empezar...! En vez de darla con las uvas de otro autor, como otros años, he revisado algunos aforismos que he escrito en los márgenes del año. Que el 2019 sea más lento, más feraz en aforismos y tan feliz y tan campante, campana sobre campana, como éste]






Días muy largos hacen semanas muy cortas y años instantáneos. 
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No estar atento al presente es como el niño mimado que recibe regalos y ni les quita el papel.
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Era tan partidario de la existencia, que hasta la cruda realidad le parecía un steak tartar.
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Cara de asco
El asco será por algo, sí, pero mucho cuidado porque la cara es la tuya.
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El Purgatorio es igual que el escritor que sigue corrigiéndose en galeradas y aún en ferros.
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Leo que «Laetitia» que viene de «latus», ancho. Y debe de ser, porque los tristes resultan siempre tan estrechos…
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El culmen de la libertad es entregarla.
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Lo malo que tiene el ascetismo: visto desde fuera y juzgando por los resultados, siempre se queda corto.
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La belleza, además, defrauda a Hacienda.
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LEER
Con pasión sin compasión.
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¿Se notará tanto mi vanidad como la de los demás?
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El dolor explica el tiempo y la alegría, la eternidad. 




miércoles, 26 de diciembre de 2018

Justicia distributiva


En un momento dado le digo a mi hijo: «¿Te das cuenta de que eres un niño bastante mimado?» Impasible, si no es una tácita sonrisa que no sé si veo o imagino, contesta: «Sí, pero también soy un niño bastante bueno».


lunes, 24 de diciembre de 2018

Homilías


Qué peligro tienen las homilías. La semana pasada el sacerdote nos contó que para qué nos iba a tocar la lotería, si el premio gordo era el Nacimiento de Jesús. Más de acuerdo con la segunda parte que con la primera, pero todo perfecto, bien. Por lo visto, si te toca la lotería tienes muchísimas más probabilidades de ser un infeliz. Hay investigaciones. Eso se le ha quedado grabado a mi hijo Quique a fuego. De manera que anteayer celebró como nadie que no nos había tocado nada y hoy me ha pedido por favor que no juegue con fuego y que no eche la primitiva, por Dios, qué imprudencia. He querido razonar con él, pero no ha habido manera: lo dijo el sacerdote y en Misa. 




miércoles, 19 de diciembre de 2018

No hay libro que no tenga alguien bueno



Cojo una antología de poesía malísima para encender la chimenea. Algunos autores están bien, pero fue hecha al tuntún, sin criterio ninguno, mezclando churras con merinas y generaciones y todo mezclado, y sacando los poemas a puñados. Mientras empieza arder, me digo que no sólo hay libro que no tenga algo bueno, sino que también podríamos decir que no hay publicación que no tenga un libro que haga el bien. Imagino que a algún lector el libro que ahora chiporrotea tan alegremente quizá le haya descubierto un poeta interesante o incluso le haya despertado un cálido interés por la poesía. Ése no quemará su ejemplar.





martes, 18 de diciembre de 2018

La manguera misteriosa


Efecto a medias psicológico, a medias auditivo, oigo alguien regando con una alegre manguera en el jardín. Salgo a decir que no hace falta regar, que llovió un poco ayer, y que vaya factura de agua nos ha llegado, eh. Afuera, me encuentro desconcertantemente solo en el  jardín... hasta que una ráfaga juguetona de viento me tira de la manga y me hace volverme a ver cómo las hojas secas de la glicinia hacen el sonido de un arroyelo. Me río, y estoy a punto de darle las gracias al viento y a las hojas porque son dulces y refrescantemente gratis. Y me han tomado el pelo.

*** 

Por la noche, tan húmeda, al salir del supermercado, sentí en mis pies un salto, y miré, y parecía un sapo enorme. Con un tic de asco, miré mejor, y era una enorme hoja de plátano de Indias, seca, que el viento hacía dar pequeños saltos. Lo que el aire me dio, el aire me lo quitó.

***

A esas horas, sin embargo, uno tiende al examen de conciencia y la reflexión moral, así que pensé que, por mucho asco que me diese el sapo, la hoja seca qué rápido y sin pensarlo se habría cambiado por ser el señor sapo que había sobresaltado en mi imaginación.

Es aquello del «cuentan de un sabio que un día» en versión anfibia. Así que llegué a casa contentísimo de no ser una manguera, ni una hoja seca ni, siquiera, un sapo.




lunes, 17 de diciembre de 2018

Memento Mori


Un toque clásico en mi smarphone: su nivel de batería es un memento mori que ríete tú de una calavera barroca. Me contó una vez José Julio Cabanillas que los columnistas de raza de Estados Unidos se ponían unos zapatos muy apretados y duros e incómodos para correr muchísimo escribiendo sus artículos. Así no se dormían en los laureles. Supongo que sería un columnista [si alguien sabe su nombre, se agradecerá] y un tanto friki, pero yo estoy copiando su método con la batería de la tableta donde perpetro mis artículos. Es una cuenta atrás que espero que sirva para darle algo de nervio a mis textos.

Ahora me pregunto qué hago escribiendo en el blogg si apenas tengo batería. Y me voy, pero las ideas, si no se cogen al vuelo, también se quedan sin batería y a base de dejar las entradas de Rayos y truenos para después se extiende la sequía bloguera.

Todo pasa, qué barbaridad.


domingo, 16 de diciembre de 2018

«Todo lo demás» y otros piropos


Los meandros de nuestra conversación hacen que termine preguntándole a Quique cuál es la principal diferencia entre su madre y yo, y cuál nuestra mayor semejanza. Se toma la pregunta muy en serio y se pasa sus buenos minutos rascándose la barbilla mientras mira por la ventana del asiendo del copiloto. 

Al final dice: «La principal diferencia es que tú eres un hombre y mamá una mujer». Tiene mucha razón, es la principal, y vaya si se nota. Pero le digo: «Sí, pero eso es general, y yo te pregunto entre tu madre, ella, y yo mismo». Vuelta a la barbilla y a la ventanilla: «Pues que a ti te gusta ducharte con el agua muy caliente y a mamá con el agua casi fría». «¿Y el parecido?» Ahí pensó menos: «En que los dos sois muy cristianos».

Encantado con el resultado, he repetido el experimento con Carmen:
Diferencia: «Tú eres un payaso y mamá es más seria».
Coincidencia: «Los dos pensáis que somos los hijos más maravillosos del mundo».  

Y con la interesada. Según Leonor:
Nuestra diferencia: «Eres un desastre y yo soy más organizada».
Nuestra coincidencia: «Todo lo demás».

Diría que «todo lo demás» es el piropo más bonito que me han dicho nunca.


sábado, 15 de diciembre de 2018

Ratón Pérez


Iba a pasar dos días fuera y esta vez me acompañó Leonor. Todo muy bien, pues, hasta que nos enteramos de que a Quique, sin previo aviso, se le había caído un diente. Y nosotros de caravana...

Al día siguiente, nos contaron que el niño, como era de esperar, no había recibido ningún regalo. E iba diciendo entre dientes (entre los que le quedan): «A ver si va a ser verdad que el ratón Pérez son los padres, a ver si va a ser verdad...»

Leonor, angustiada, desde el AVE montó una compleja cadena de complicidades para que la noche siguiente apareciese un regalo. A partir de ahí pudimos disfrutar. Muchísimo, por cierto. Ya saldrán los próximos títulos del Premio Adonáis y lo veréis. 

Cuando hemos llegado, nos lo hemos encontrado en un estado de ánimo excelente, como el de su hermana. Y hemos hecho grandes aspavientos de sorpresa por su diente perdido y de naturalidad a la pura lógica de que el ratón Pérez viniese, aunque con retraso. Tiene todo una explicación, le hemos explicado, porque el diente, en realidad, no se le cayó, sino que se movía, y se lo arrancó. Le descuadró la agenda de trabajo al ratón Pérez, que había hecho sus cálculos.

A mí el ratón Pérez, en versión cartero, me había dejado hasta un elefante:



Venían dos christmas. El primero que recibo este año, de sir Roger Scruton, eh, para que no se diga, con un cuadro de sus manzanos:




Y el primero de su vida para Carmen, de su dentista, precisamente. Quique lo ha cogido y, acostumbrado al que hacemos nosotros con un villancico cada año, ha leído, muy escandalizado y casi gritando: «¿En serio, en serio que esto es todo lo que se les ocurre? ¿Esto: "La Clínica G. les desea una feliz Navidad y un próspero año nuevo"? ¿Y ya está?»






jueves, 13 de diciembre de 2018

Villajoyosa


Como tenía prisa para no perder el tren, pero tampoco podía perderme el té, me lo he tomado de pie, como castigado frente a la pared. Han sido cuarenta años los que he vuelto al pasado. Estaba junto a la acuarela que Muñoz Barberán pintó del campo de mis abuelos en Villajoyosa. Se la dedicó a mi madre, poniendo “Para Carmencita” con una letra excelente e historiada. Es una hermosura.

Le hubiese hecho una foto para ponerla aquí, pero la luz de Cádiz llenaba el cristal de reflejos y no ha habido manera, además del asuntillo del tren. Pero entonces me he asustado de pensar que la luz del Puerto esté comiéndose la casa y el campo de Villajoyosa. Por la pintura, por supuesto, pero también por mi alma. Que esté olvidando aquella casa y poco a poco a mis abuelos y los días azules y ocres del verano levantino se vayan desvayendo en mi alma. Tengo que hacerle una buena foto al cuadro [y ponerla aquí]; y ojalá esta nota, a pesar de los reflejos, retenga algo de entonces y de mi emoción de ahora, nostálgica, sí, claro, pero también, si no no sería fiel a Villajoyosa y a mis abuelos, muy feliz y agradecida.


lunes, 10 de diciembre de 2018

Releerse es llorar


Ríete de Larra y su escribir es llorar. Lo triste de escribir es tener que releersee. He pasado por el trago ahora mismo (por motivos estrictamente profesionales) y he tenido que irme corriendo (de verdad) a la frase más maravillosa de Luis Cernuda: «La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos».


jueves, 6 de diciembre de 2018

Desvelos



Cuando ya me estoy durmiendo, 
viene el Ángel de la Guarda 
y, entre el oído y la almohada, 
susurra: "La vida es sueño"...
Y entonces me dan las tantas.






miércoles, 5 de diciembre de 2018

Comentario de texto


Ayer tocó Sanlúcar de Barrameda. Bien, muy bien, naturalmente.

Como tenía clases que impartir, me perdí la visita a la bodega: 



Pero la oí contar con entusiasmo en el almuerzo, y eso también era muy bonito. Bebimos sus vinos lo justo para interiorizar la bodega, digamos. Vi las fotos. Y, siendo una bodega fundada, en 1792, tampoco hay prisa. Si ella ha esperado tantos años, yo puedo esperar unos meses. Encima, en el restaurante, como para entrenarme, tuve que esperar un rato a que llegasen los amigos de la bodega, y pedí la manzanilla de la casa y estuve en el paraíso, claro, y el tiempo se me pasó volando:




Ya en la mesa, me contaron un fandago que me encantó:


Sólo cuando estás bebío 
te acuerdas de mi querer. 
Permita Dios que te bebas 
Sanlúca, El Puerto y Jeré 

con toítas sus bodegas...


Oh, qué estremecimiento. Primero, ahí está toda una novela. Alguien se acuerda de su amada, mejor, de su amante, sólo cuando bebe. Es fácil suponer la historia. Pero eso es (como suele) lo de menos. Lo sugiere el poema, con una sabiduría instintiva muy honda, aprovechando que el primer verso es el único que no rima. Lo importante es el giro de generosidad de la amante en el tercer verso, verso que se abre, como toda generosidad, con Dios. No recrimina nada: al revés. Lo anima. Tanto lo anima (y hay que ver el tamaño de las bodegas de la tierra, catedrales del vino, las llaman, y la de viñas que hay entre Jerez, El Puerto y Sanlúcar) que nos da la medida de un amor desmesurado.

Ya con eso, qué bueno, pero el verso final es el remate. Parece que reincide en la exageración, nada más. y lo hace, aunque, ¡ojo, u oído!, lo hace con una rima más suave, con un ritmo lento, con una contabilidad puntillosa... Y ahí late una última delicadeza. El amor se quiere o se quisiera total, ay, qué dolor hay en esas "toítas". Hasta la última gota, se suplica. Porque el fandango, tan exagerado, por dentro aspira a la lentitud y a la totalidad... El amor es inmenso, pero imposible, aunque eso no, no se dice... ¿Para qué?











sábado, 1 de diciembre de 2018

Verano del 94


Me ha gustado mucho el poemario de Daniel Fernández (Barcelona, 1988), Las cosas en su sitio (Siltolá, 2018). Entre mis poemas favoritos, están «Rosa, Rosae» o «Seremos fuertes». Son textos estupendos que cumplen  con creces las exigencias de mi poética. Pero, además, el joven poeta me ha dado dos lecciones que me hacen mucha falta. La de que basta un apunte con autenticidad, sin más, para provocar una intensa descarga de emoción poética trascendida:

VERANO DEL 94 

Que otros ansíen libertad, 
tiempo infinito o ser felices. 
Vuelva a mí el gozo de creer 
que nadie en Tejerina 
conocía el moral de Los Hortales.

Y la de que basta crear, con el poder encantatorio de las palabras, un tono anímico, en este caso el de la tristeza, para que el poema funcione y lo agradezcamos y nos consuele. También, de nuevo, esa renuncia a la exposición de un planteamiento y una explicación  redunda en una ganancia poética: 


TRES TRISTES TIGRES  
 
Tres tristes tigres 
tiritan en la tarde. 
Retumba un trueno extraño. 
Mamá tigre ya tarda 
........................--se retuerce 
su muerte trémula en la tierra inerte. 
Tiritan tristes en la tarde 
tres tigres.