lunes, 30 de abril de 2012

Una conversación al margen


El ceremonioso alcaide de la fortaleza-prisión, don Antonio de Figueroa y de Vilallonga, fue muy serio a hablar con él, aprovechando una tediosa descripción de la campiña primaveral durante una puesta de sol lentísima, que teñía las nubes de un púrpura incandescente. Juan Martínez recibió la reprimenda con una inalterable sonrisa en los labios. Lo malo es que el ceremonioso alcaide le afeaba precisamente esa sonrisa inalterable o, mejor dicho, alterada: cada vez más amplia.
—Así, muchacho, no podemos seguir —le reconvenía don Antonio— estamos dentro de un novelón decimonónico, entiéndelo, y aquí pasan muchas cosas muy gordas y, en concreto, tu papel, siento decírtelo con crudeza, es de los menos lucidos de todo el libro. Tendrías que tener cara de angustia y de terrible humillación. Ten en cuenta que eres el preceptor privado de la bella marquesita de Luja y que te has enamorado perdidamente de ella y que, aunque en un principio fascinada por tus lecciones de sintaxis latina y la suavidad de tus maneras, parecía que te daba esperanzas, enseguida entró en razones (las razones, en concreto de sus padres, los duques de Montoro) y se comprometió con el hijo del barón de Tacochuelo. Pero, buen hombre, ¿me estás escuchando? ¿Por qué sigues riéndote entonces, como si nada?
—Me río, ilustrísimo don Antonio, como si todo, en realidad.
Doña Margarita de Sandoval, marquesa de Luja, abrió sus húmedos labios carnosos y con un temible destello azul en la mirada, terció:
—La idea es que los hombres caigan rendidos a mi paso, Juan. Pero tú me ves, me miras a placer, y, a pesar de mis ásperos desdenes, enseguida te pones a sonreír. ¿Dónde está, dónde, oh, dónde el desgarro que ha de producirte mi belleza cegadora? Así me desconcentras y además rompes la virulencia del contagio mimético, que es esencial para la buena marcha del argumento de la novela (además de para mi autoestima, dicho sea entre paréntesis y con perdón por el anacronismo). Si no todos me desean desesperadamente, qué se hace, qué, de la espiral de lujuria y ambiciones que se supone que debe provocar mi paso por las páginas de la novela.
Juan se disculpó con una perfecta reverencia y, todo hay que decirlo, con una franca sonrisa.
—Yo te deseo, faltaría más, y cómo, y bien lo sabes —dijo casi riéndose. Y luego explicó que nunca jamás dudó de la belleza de doña Margarita, que, además de estar fuera de su alcance, estaba sobre todo fuera de toda duda. Pero que su manera de homenajearla era alegrarse mucho de verla, y celebrarlo. ¿Eso les parecía poco?
—No es cuestión de lo que nos parezca a nosotros —dio una patada en el suelo don Antonio, iracundo—, sino de la novela y de nuestra dignidad de personajes. Uno no puede ir sonriendo como si fuese un monigote de P. G. Wodehouse, ¿o es que no lo entiendes?
—Su excelencia y yo somos mejores que los personajes del gran P. G. Wodehouse, dicho con todo respeto y admiración por Jeeves y Bertie y el resto de la alegre pandilla de frívolos ejemplares, que tanto han influido, lo confieso, en mi disposición anímica.
El hijo del barón de Tacochuelo —continúo don Antonio, indiferente al desmesurado elogio y a la valoración crítica de las obras de Wodehouse y celoso celador de la ley y el orden y las buenas costumbres—, el hijo del barón de Tacochuelo —repitió recreándose en la sonoridad del título nobiliario—  anda con la mosca detrás de la oreja, y de tanto ver tu sonrisa se piensa que aquí hay gato encerrado y se pregunta si no estará en un folletín de kiosko con el orden social todo patas arriba y donde el plebeyo, o sea, tú, Juan, va a pegársela a él, un Sicre de toda la vida. Me consta que ha pedido audiencia al autor para que le asegure que estamos en una obra literaria de primera categoría y que su honor quedará intacto o, mejor, saldrá fortalecido.
El duque de Montoro, que apareció por allí al pasar una página, dejó claro que él siempre había estado muy en contra de los preceptores de latín y que con saber coser y cantar una dama ya tenía hecha su carrera. Eso luego lo tacharía la censura del ministerio de Igualdad, así que al amable lector contemporáneo le sorprenderá encontrárselo aquí. La duquesa de Montoro, que ya estaba de vuelta de muchas cosas, reconoció, en cambio, que esa abierta sonrisa de aquel personaje secundario tan mono era muy animante y que a ella le causaba una excelente impresión. Es verdad —añadió— que desentonaba bastante con el ambiente general de la novela, pero por experiencia sabía ella que en la vida, y no miraba a nadie —recalcó mirando al mismísimo Montoro—, conviene a menudo hacer la vista gorda.
Juan, alentado por la inesperada defensa de la imponente señora duquesa de Montoro, sonrió aún más, si cupo. El duque de Montoro resopló y embistió con los ojos a su señora.
Algo estaba fuera de cuestión y es que así no podía continuarse con la historia, que era muy dramática y no tenía sitio para el humor ni, mucho más menos, para la alegría, en el fondo mucho más escandalosa aún. Así que el duque, el alcaide y el hijo del barón de Tacochuelo insistieron en pedir explicaciones a Juan Martínez. Por una vez, los personajes principales se pusieron de acuerdo en algo y fue en guardar un minuto de silencio para dar una oportunidad a Juan de explicar esa sonrisa suya tan ofensiva como persistente como incomprensible:
—Yo me río siempre porque sé que la novela será estupenda y, en consecuencia, todo lo que nos pasa es para bien. Me consta que el autor nos tiene mucho cariño a todos, incluyendo por supuesto a su Excelencia el Duque de Montoro, que resopla de esa manera. Si no, no perdería su tiempo en escribir estos nuestros absurdos diálogos y enredadas peripecias ni se preocuparía por el color de los ojos de Marga a la luz del crepúsculo, tan encantadores vistos a pie de obra, pero que a él, que los podría encontrar iguales en su mundo, si no mejores, dicho sea con perdón, habrían de importarles muy poco si no nos amase. Él nos ama, eso está claro. Y buscará siempre el mejor destino para cada uno de nosotros. Puede ser, es cierto, que la suerte de un personaje, en concreto la mía, para no ir más lejos ni señalar a nadie, no pueda ser maravillosa y que, por decirlo pronto, no acabe comiendo perdices con Marga. Bueno. Será un sacrificio necesario para que la obra perviva y sea alabada y leída por generaciones y generaciones de hombres. Pienso, cuando me flaquea el ánimo, en aquellas lectoras jóvenes que acabarán prendadas del pobre profesor y que opinarán que Margarita, dicho sea de nuevo con perdón, hizo el bobo prefiriendo al rico heredero, al que yo, por mi parte, le deseo lo mejor, que conste. ¿No será bonito —me pregunto y me río— vivir así en los sueños de tantas adolescentes de épocas menos prejuiciosas y vaqueros ceñidos? No puedo ver mi suerte tan mala como aparece textualmente en la novela. Mis quejas serían ofensivas además para todos aquellos personajes que se le ocurren un día a un escritor cualquiera y por pereza o por falta de talento no plasma nunca en el papel o plasma mal… Esos sí entendería yo que no estuviesen para muchas risas ni para nada, pero yo, que soy, que llego a la casa de mis señores los Duques y que llamo a la campana y bebo en la cocina un vaso de agua clara bajo la mirada apreciativa de la doncella y que una vez rocé la mano de Margarita, mientras le enseñaba el rosa-rosae, que sentí cómo se estremecía involuntaria pero no imperceptiblemente, no sé si por mi mano o por las suaves declinaciones latinas, aunque conociendo las inclinaciones de Marga, tan poco dada a los estudios nobles, abrigué en las largas noches de invierno insensatas esperanzas de estrecharla en mis brazos  y eso me dio, me da y me dará para muchos noches de insomnio e ilusión. Y qué si más tarde me decepciono, si  me debato como un hombre en el mar proceloso de la desesperación y salgo victorioso y me enrolo en la legión extranjera y [contine spoilers] vuelvo al cabo de veinte años hecho un atractivo todavía aunque taciturno general de ultramar y todo eso, ¿cómo no voy a reírme? Podéis, don Antonio, llevarme a prisión incluso, pero desde la más oscura de sus mazmorras escucharíais mi risa y mis acciones de gracias al autor…
Magarita, marquesita de Luja, apenas pudo reprimir entonces un suspiro de asentimiento y quizá de algo más, que no sabía si sería muy conveniente ni en sociedad ni para la buena marcha de la novela, novela que cada vez, pensó, sorprendida, le importaba sinceramente menos…

domingo, 29 de abril de 2012

Kalonkagathon

Empiezo Gloria. Una estética teológica. Vol. 1. La percepción de la forma, de Hans Urs von Balthasar, con Enriquito sentado a mi lado. Alarga los brazos, queriendo trincar el libro, con un ansia digna de la cupritas discendi, creo que se dice. No ceja en el empeño. Yo alargo mis brazos también para poner el libro fuera de su alcance. Es un préstamo interbibliotecario —esta vez funcionó— que vino de Toledo, nada menos. Afino la vista, a ver si percibo al menos la forma de las letras, cada vez más pequeñas y temblonas, allá en lo alto. De pronto, me doy cuenta de que estoy como Enrique, que somos el vivo reflejo uno de otro, ambos estirándonos, queriendo hacernos —cada uno a su modo— con el libro. Y para redondear el efecto espejo, yo le impedía a él coger el libro, él a mí comprenderlo, tan acompasados. 

sábado, 28 de abril de 2012

Pero no extrae

Arquitectura yo, el nuevo libro de Josep M. Rodríguez (que se cierra con un entregado elogio de Eloy Sánchez Rosillo en la contraportada) se abre con un poema titulado "Crudo", adjetivo que describe muy bien el poemario, y arranca con una imagen feliz:


De tan negra
........................y profunda
la tristeza parece un pozo de petróleo.


La pena es que luego el poema se va por los fósiles y eso, y no explota la riqueza y la gracia de la imagen. Pero la hemos imaginado, por eso la llamo feliz, y nos basta. Y además, ya puestos a estar a la última, podemos expropiársela por la cara. 

viernes, 27 de abril de 2012

Flotando


En el azul del cielo, 
una gaviota más, 
la luna nueva. 

Notas del examen


1- Los nervios de los alumnos, su insólito silencio (¿sepulcral?) y hasta algunas lágrimas al repartir los exámenes. La primera lección: la gravedad de mi trabajo, sorprendentemente.

2- Ante las gemelas guapísimas. Qué generosidad la de la naturaleza, Dios mío. 

3- Tiempo de fijarte —repican los pies inquietos— en los zapatos de todas, e imaginar con ternura la ilusión con que se los compraron en la zapatería.

4- Qué caras y posturas de pensar profundamente. Las variaciones que se podría haber marcado Rodin de ser profesor de instituto. 

5- Perentorias necesidades de clínex, de típpex, de gomas de borrar, de bolígrafos de colores, de calculadores, de folios blancos, de lápices, de sacapuntas…

6- Un alumno me entrega el examen y me dice que ha sido “demasiado fácil”. Venzo la tentación, demasiado fácil, de decirle: “Vale: ya veremos la nota que sacas”. Confieso la excesiva facilidad y le pido disculpas. Las acepta, y posa la mano en mi hombro: “No, no te preocupes”.

7- Nuevo elogio de la clase media. Tengo que comprobarlo, pero sospecho que las peores notas serán de los que entregan primero el examen y también de los últimos. Lo bueno está en el justo medio, como dijo Aristóteles, que era un maestro.

8- El examen es tipo test y los fallos —por cortesía de la casa— no cuentan negativo. A pesar de lo cual le pregunto a una alumna cuando me entrega el examen: “¿Qué tal?”, y replica: “Bueno, las he hecho todas”. “Ah”.

9- La verdadera división de clase se nota al corregir: los fallos de unos te decepcionan y los de otros te reafirman. 

10- La autoridad es ese alumno que falla una pregunta y la relees de nuevo, por si no la formulaste bien o qué.

jueves, 26 de abril de 2012

miércoles, 25 de abril de 2012

Pabilaciones



Con El pábilo vacilante me consume un miedo cerval a un círculo vicioso: creo —como dejo caer en el prólogo— que es un libro para los que no visitan Rayos y truenos, lo que no restringe demasiado el número de potenciales lectores, pero me temo que la inmensa mayoría de ellos saldrá de aquí y que no podréis evitar, ay, la sensación de relectura por mucho que yo os preavise que aquello de ayer fue prelectura. Qué agradecimiento, por tanto, a la honda recensión de la Laguna, cayendo incluso en la centralidad de la entrada sobre la amenidad y en el detalle de la camiseta del Madrid, cuando la mía es la de la Selección Nacional —al principio me extrañó, pero luego lo entendí—. Y es bonito, además, porque me pone a prueba. Si me tomo en serio mis palabras, ya no me podré quejar ni mucho menos: Casado da Rocha para mí es cien mil. Y si os las tomáis en serio, no tendréis que acudir a la presentación, que será un mano a mano, ¡er mano a mano!, que diría un flamenco, o (her)mano a (her)mano, para un ultraísta. 

martes, 24 de abril de 2012

Con Cetina



Vos sois todo mi bien, vos lo habéis sido;
si he dicho alguna vez, señora mía,
que habéis sido mi  mal, no lo entendía,
hablaba con pasión o sin sentido.


Yo soy todo mi mal, yo lo he querido;
de mí viene, en mí nace, en mí se cría;
tan satisfecha dél mi fantasía,
que el mal no piensa haber bien merecido. 


Gutierre de Cetina, andaría fantasticando, pero yo ando flipando. 

Ejercicio práctico



--Vaya a la entrada del blog de d. Enrique Monasterio de hoy (abajo enlace)

--Numere de 1 a 13 los aforismos librescos.

--Descártese del primero, porque no lo dijo Cervantes y porque, ahora que acabo de sacar un libro, me parece excesivamente autoindulgente.

--Descártese del último por obvio y porque, ahora que acabo de sacar un libro, me parece excesivamente exigente.

--Escoja los tres mejores aforismos. 

Preparados, listos, ya...

(Mi propuesta, en comentarios)

lunes, 23 de abril de 2012

Hay tiempo

He escrito el nombre de la entrada sin pensar. Sólo venía a dejar aquí un trampolínk a mi artículo en AM, que es lo que me importaba, porque está escrito con ansiedad y necesidad. Pero he visto que sería un título precioso para el volumen que recogiese, dentro de unos cuantos años y otros cuantos poemarios, mi poesía completa o, mejor, la antologada. Qué título tan bonito, ¿no? A mí, por lo menos, me da mucha paz. 

domingo, 22 de abril de 2012

Otro contraste

De mi excursión a Madrid del jueves no conté que me robaron mi tableta, una humilde Acer. No lo conté porque no disponía de un contraste, estaba negro sin un rayo de luz, y eso no me cabía en la entrada. Pero ahora he caído en que estaba cargada hasta los topes de esos clásicos que regalan en Amazon y otros sitios de la Red, y he sonreído un poco pensado en la sorpresa del ratero y probablemente en cierto malestar metafísico inexplicable que el hecho le producirá. 

sábado, 21 de abril de 2012

Otra entrevista

Ya me lo he pensado mejor y ni por ser músico dejaría de ser escritor.

Ya he visto que el haiku no es nada bueno, pero, bueno, no quedaba muy japonés aceptar ese reto de Fúster.

A propósito, Fúster me dice que os diga que si alguien no comprara o comprase Alba porque yo dé aquí la entrevista, que nos esperará en la cuarta terraza del Purgatorio. (A pesar de sus amenazas, que no se lea bien, no es un truco comercial, ni mucho menos, sino una prueba más de mi torpeza informática.)

Y nada más. Aquí se lee mejor, y aquí va:


viernes, 20 de abril de 2012

Contrastes

El viaje a Madrid para dar mi clase en la UFV fue una ducha escocesa, un día de intensos contrastes.

De buena mañana, la alegría de que L. se ofreciese a sacarme la ropa, eso que hacía antes. Y la ansiedad de que sólo tengo foso de armario, nada de fondo. Me lo dijo claro: "Vas a ir de compras".  


Viaje en coche hasta Sevilla, delicioso: la autopista de las retamas en flor. Mientras, la tertulia político-económica de la radio, terrorífica.

No llegué justo a Santa Justa esta vez. Y menos mal porque había impreso el billete que no era. En Atención al cliente, la chica, de nombre Eva, justamente, la mar de atenta. En cambio, la que aguardaba el turno detrás de mí, la mar de agitada.

En la comida de Madrid, deliciosa, um, se habla de los signos de los tiempos, uf. Contraste exterior; e interior, porque en principio en misa pedimos (Marana Tha!) por que llegue pronto el fin, y yo con estas pocas ganas, ay. Pensé que De Prada está en la misma longitud de onda, o de honda esperanza que mi comensal, y que eso explica muchas cosas de sus artículos. Y me reconfortó recordar que mi Pábilo vacilante trae en su primera página Procrastinación.

En el coche de camino a la universidad, me llama Ignacio Peyró. Hablamos de Ambos mundos y las nuevas incorporaciones. El desazonante contraste con la plácida conversación y las buenas noticias lo ponía la chica del coche de al lado --fuimos un buen rato en paralelo-- que iba llorando a mares. Soltaba una mano para frotarse los ojos y después la otra, blanca mano de azuladas venas, en la que llevaba un clínex.

La alegría de llegar a la UFV a tiempo; la desazón de tener que hacer tiempo durante media hora; la misericordia del Señor, que me recogió en su capilla, contento (¡qué bueno es!) de que yo le diese ese tiempo que, más que sobrarme, me molestaba y el fastidio de que me sonase el teléfono y tuviese que salir disparado, pensando que sería alguien de la universidad, buscándome, y que fuera una oferta de una teleoperadora. Ya no me atreví a entrar de nuevo, por no abusar de Dios.

La clase, muy bien, pero no medí los tiempos y la dejé a medias, que es lo que me pasa cuando estoy a gusto. Salí disparado, con mala conciencia.

En el viaje de vuelta en el tren, dice un señor: "Es lo que digo yo: sólo se vive una vez". Y con la inercia del profesor que traía puesta, unas ganas locas de volverme y matizarle: "Dirás: 'Es lo que dicen todos, ¿no?"

Venzo la tentación leyendo Las cosas se han roto, la antología de la poesía ultraísta que hace Juan Manuel Bonet. Definitiva. Gran alegría ante el espectáculo de su inteligencia y buen gusto. Gran gratitud porque nos ponga al alcance esta poesía que era inasequible e inabarcable. Y a la vez gran inquietud por un compañero de coche que habla a gritos a su mujer, a su niño, a todo el mundo. Tiene una especia de aura oscura. No sé qué dice su mujer, pero él le grita: "No empieces, ¡eh! no empieces, que..." Al niño, de 18 meses le espeta cada dos por tres un "¡Coño, quieto!" o un "No me toques los cojones". Eso también se lo dice la mujer al niño. El hombre habla a gritos por teléfono, llamando a todos con los que habla "hermano", como los negros de las películas, aunque es rubio. Nos enteramos todos de que ha salido de la cárcel con un permiso. En el coche (es preferente), la gente empieza a sentirse incómoda, no sé si por el ruido o, como yo, por el destino del chiquillo. Paralelamente, como dos raíles que convergen en el punto de fuga, estos versos de Cansinos sobre la ciudad: "los grandes ómnibus, / los bueyes del mediodía, / el sol que incendia los balcones / y los viste de visillos rosados, / y hombres, hombres y mujeres, / lo más dramático..."

Por todo esto, en el viaje de vuelta no hubo haiku.

Pero la alegría de llegar a casa a las 2 de la mañana y encontrarme a L. despierta para recibirme. Pero no. Era porque Enrique estaba malo. Me manda a la farmacia de guardia.

El último contraste: pocas horas de sueño, pero qué profundas. En otro cuarto. Un marido duerme en el cuarto oscuro de los invitados o porque te has peleado agriamente con tu mujer o porque ella ha tenido ese detalle dulcísimo de delicadeza. Y es que los extremos se tocan, verdaderamente.

miércoles, 18 de abril de 2012

MMM (muy mayúsculas mayúsculas)

En cambio, qué bien maneja sus mayúsculas Dante. Las que pone en el dintel de la puerta del Infierno. Por supuesto, imitan la grafía con la que se graban esas cosas en el mármol, pero a la vez (Dante, "ese tacaño de las palabras", todo lo aprovecha para cuatro o cinco cosas) está resaltando su importancia, su importancia arquitectónica dentro de la Comedia, y su pretensión de grabárnoslas bien en la memoria, y de gritárnoslas. Muy mayúsculas mayúsculas, en suma. 

martes, 17 de abril de 2012

MMM (menos mayúsculas millôr)

Cuando lo del poeta menor, Marie Christine del Castillo me mandó otra breve traducción suya de Paes:


                                    Al bastón

                               Contigo me hago
                               pastor del rebaño
                               de mis propios pasos.



Me gustó muchísimo, tanto que tuve que vencer la tentación de echarme a andar con bastón; y me trajo a la memoria los Hai-kais (L&PM, 1997) de Millôr F. que había leído dos días atrás y que ya iba olvidando. Sus aforismos son estupendos, y confiando en ellos, pedí varios libros al Brasil, que la red permite gestos tan rumbosos. De sus aforismos hablaremos largo y tendido, por supuesto, pero sus haikus no son buenos. Nada más abrir el libro se los encuentra uno escritos en mayúsculas y se teme lo peôr. El haiku es levedad y se lleva a matar con esa tipografía de inscripción en mármol. Tras el susto, uno ve que riman, y pierde, antes de entrar, toda esperanza. Rimar los haikus es cosa que sólo se puede permitir (y eso con reparos) LAC porque sigue siendo el rey y porque, a fin de cuentas, tiene el apoyo de las seguidillas por detrás. En todo el libro, hay uno que tal como está le funciona bien a Millôr:
Y HEME AQUÍ 
RELEYENDO ESTE LIBRO 
QUE NO LEÍ
Gracias a MC releí el libro y vi que muchos, bajándole los humos a las mayúsculas, esfumando la rima y haciendo, más que de "traduttore, traditore", de espía o quintacolumnista, sí que valdrían. Otros son aforismos, como este crimen perfecto: "Son los días laborables los que acaban con los años". Y estos han terminado aquí siendo, creo y espero, haikus: 
Observa: 
entre una gota y otra 
el chubasco no moja. 
*
Muerta, en el suelo, 
la sombra 
es como una comparación.
*
Pavo de oro
—tras el corral del horizonte—,
el sol poniente. 

*
Lame a la luna 
el perro callejero 
en cada charco.
*
Ando, nostálgico, 
entre la multitud 
que no envejece.
 *
Amada, crece 
y decrece tu imagen 
como la luna.
* 
Tú y yo a oscuras 
somos. La luz se enciende 
y somos otros. 

viernes, 13 de abril de 2012

Paes sobre Bandeira

La susodicha entrevista, hizo que Marie Christine del Castillo recordase aquel poema-homenaje de Paes el 13 de octubre de 1956, día de la muerte del poeta Manuel Bandeira:
 
                   Epitafio 
"Poeta menormenormenormenormenor  
 Menormenormenormenormenor    enorme."
  

Versión conyugal

Tus deseos son órdenes para mí...
enseguida, tras una o dos leves sugerencias desatendidas.

jueves, 12 de abril de 2012

Entrevista

Aquí. 

Y en el titular me hacen una elegante matización. Yo decía que el optimismo de mínimos de Chesterton es lo más, en general. Pero me lo han reconducido, sin tergiversar mis palabras, a la crisis y a la situación actual, y quedo muy bien, con gran conciencia del tiempo en el que vivimos. Lo agradezco. 

Veo-veo


Uno se ha pasado la vida leyendo a Chesterton, a Borges y a Whitman para exultar con la infinita variedad del mundo y sus dones, y aunque no se arrepiente ni de un minuto de esas horas de lectura, no eran tan necesarias. Basta jugar al veo-veo en un viaje en coche. Aunque te den la pista de la inicial, qué difícil es adivinar. ¡Hay tantísimas posibilidades que de golpe y porrazo se te presentan! Entra vértigo. Si no me creen, hagan la prueba. Y hablamos sólo de un breve viaje en coche por una monótona autovía que atraviesa un paisaje plano y árido. Si el campo de juego fuese —como es— el mundo entero, el vértigo es ya metafísico. 

miércoles, 11 de abril de 2012

Tirando del hilo

Esta tarde Leonor, quizá animada por la gracia que me ha hecho su sueño, ha seguido contándomelo. "No te creas que era divertido. Lo he pasado fatal…" Yo me hinchaba de satisfacción. "Te me aparecías". "Ah, vaya, y ¿qué te decía?" "Me dabas indicaciones". "¿Indicaciones?" "Sí, indicaciones, como siempre". 

Echar valor

Esta mañana a las 6:15 Leonor me informaba de que había soñado que se quedaba viuda. He suspirado aliviado: no se la veía especialmente contenta. Le he preguntado, con vivo interés, por las circunstancias de mi muerte. De un tiro. "¿Quién me lo dio?", pregunté, esperando no haber sido yo mismo, qué miedo. "Durante un atraco en una tienda, por hacerte el valiente..." Jo —he pensado—, ni muerto va a dejar de darme hasta en el obituario: "por hacerme el valiente", ya ven, no por un acto de heroísmo ni en el cumplimiento del deber. 
*
Pero está bien: no queda más remedio que hacérselo. Fíjense cómo reúne valor el Dante
*
Nadie da lo que no tiene, dice el Derecho. Pero cuando echamos valor, sacamos fuera lo que no teníamos dentro, y eso ya es creativo, ¿no? El primer paso. 

lunes, 9 de abril de 2012

Escaleras mecánicas


Dichosa la rama que al tronco sale. Cuando íbamos a Murcia de pequeños a ver a nuestros abuelos maternos, nosotros, que llegábamos prácticamente del campo, nos abalanzábamos sobre las escaleras mecánicas de El Corte Inglés. Eran una atracción de feria, pero mejor, más grandes, y gratis. A mi hija también le parecen lo más. Y me parece bien no solo por vanidad genética. Qué inmensos juguetes pone a nuestro alcance la vida: escaleras mecánicas, aviones, trenes de alta velocidad, ordenadores, incluso —pienso ahora— los despertadores, tan parecidos al coche de los escobazos, la casa de los horrores (en el mejor de los sentidos) del instituto o cosas tan tontas, pero de colores, como la televisión... Y la naturaleza ya es la pera, aunque más sublime, menos cacharrito de feria. 

sábado, 7 de abril de 2012

Cinco cosas que me gustan sin vacilación

Hoy es un buen día o, mejor dicho, una noche inmejorable para presentar mi nuevo libro. Ahora, con él en las manos, todo son quemazones, así que enumeraré las cosas que sí veo claras:


1- La portada:


2- El título: 
Fuente aparte (Isaías 42,3) y poética y ética explícitas en ella, "Pábilo" ya es una palabra vacilante, con su acentuación variable, aunque he preferido la esdrújula, con perdón, por el oído y por la vista, con esa mechita inclinada sobre la a. Y "vacilante" también oscila entre la vacilación y el vacile, que de todo hay, aunque no es extraño, porque en el fondo suelen ser actitudes muy relacionadas, directamente proporcionales. 


3- El texto de la contraportada: 


4- Esa idea tan brillante de Navascués de que el blog como género no se produce en formato blog, sino después, cuando ya está el texto seleccionado y muy depurado. Lo leí tarde y no pude copiarlo y pegarlo en mi prólogo, por desgracia, pero espero que el libro sí llegue a tiempo de cobijarse bajo esa tesis. 


5. Y el colofón: 





jueves, 5 de abril de 2012

O sea

"Dostoievski, por vivir entrampado, dictaba dos novelas, una por la mañana y otra por la tarde, a la taquígrafa con la que finalmente se casó". O sea, tres novelas. 

Retorno a Tejada


Como tenía que escribir "Cuidemos este pregón", he vuelto a leer Cuidemos este son de José Luis Tejada. Qué de cuidados hemos de gastar, aunque el son se cuida solo: 


Tú misma me lo decías:
que no te quisiera tanto
que no te lo merecías.

*

Pa qué cierras la ventana,
si detrás de los visillos
se te está viendo la cara.

*

Descubrí que me querías.
Ni lo entendí al descubrirlo,
ni lo entiendo todavía.

*

Lo que una vez fue verdad
lo sigue siendo por dentro
por toda la eternidad.

*

Es la vida,
decimos y nos marchamos
cada uno con su herida.

*

Tú me dijiste que no.
Fue con la boca chiquita,
no supe entenderlo yo.

*

Anda despacio
como una reina
por su palacio.

*

Amanecía.
Su mano abierta
sobre la mía. 

[En lecturas anteriores, había pasado éste por alto y subrayado, en cambio: “Várgame Dios, / qué consecuencias / tiene el amor!" Mejoro de gusto, creo, y de amor por la sugerencia.]

*

Se bañó.
En medio del mar bravío…
quien una vez se bañó
ya no se baña en un río
ni por equivocación.
Y ese ha sido el caso mío.



miércoles, 4 de abril de 2012

Exceso



Esta es una entrada imposible, con tres enlaces a tres artículos, tres. Perdonadme. 


Puro Moro, o La agonía de Cristo


Ramón Gaya o Diario de un pintor


La corrupción y el catolicismo, al que espero que lleguéis ya sin fuerza de hacer ni clic


Y mientras la vida sigue y pasa, montada en su mitológico carro: 



Artículo personal

Lo escribí sabiendo que me metía en un jardín, y en un jardín teológico y sociológico encima. Pero lo veía tan claro... 

lunes, 2 de abril de 2012

Entrada procesional



A la Virgen, allá arriba,
los costaleros, andando,
le van haciendo cosquillas.
*
Se para la procesión
y entonces aburre y cansa.
Como en la vida interior. 
*
Idiosincracia andaluza:
es ruinosa la sequía
pero que hoy llueva…, ¡qué angustia!
*
La función de la saeta
es recordarnos a gritos
que no es esto —ay— una fiesta.
*
Todos los años lo mismo;
y todos, todos el mismo
—al final— escalofrío. 



domingo, 1 de abril de 2012

El toro de Fálaris, la ovejita de Máiquez...

Con tal de que alguien produzca y comercialice mi invento (del TBO), estoy dispuesto a ceder todos y cada uno de mis derechos de autor.